El epitafio de Benjamin Franklin
Los padres fundadores de los Estados Unidos no son santos de mi devoción. La mayoría eran masones y solían vacilar entre el protestantismo (excepto un católico, Charles Carroll) y el deísmo o el agnosticismo. Además, la mayoría tenían esclavos y los tiranizaban sin muchos escrúpulos, en flagrante contradicción con la famosa frase de la Declaración de Independencia: “todos los hombres han sido creados iguales”.
Eran, sin embargo, gente muy interesante. Muchos eran autodidactas, pero contribuyeron de forma significativa a las reflexiones de la filosofía o de la ciencia, como Franklin, que realizó importantes descubrimientos científicos. Crearon la constitución escrita en vigor más antigua que existe y fundamentaron su obra en una creencia firme en la existencia de Dios creador. Todo eso hace que sus vidas sean fascinantes y en ellas se puedan encontrar aspectos muy valiosos, junto con grandes errores. Tanto unos como otros han influido profundamente en las generaciones posteriores.
Traduzco hoy para el blog el epitafio que escribió Benjamin Franklin para sí mismo, cuando tenía sólo 22 años. Para entenderlo, conviene saber que, desde que era un niño, Franklin se había dedicado al oficio de impresor, como aprendiz primero y ya en esta época con una imprenta propia: