7.09.11

¿Se creen que somos tontos?

León inglésLeo en InfoCatólica que, en Inglaterra, están pensando modificar la ley existente para permitir los “matrimonios” homosexuales en las iglesias. No me extraña nada, la verdad. Era algo previsible, vista la trayectoria del Primer Ministro, David Cameron, cuyo conservadurismo es esencialmente económico. También se veía venir teniendo en cuenta a sus compañeros de coalición del Partido Liberal Demócrata de Nick Clegg (lo más parecido que hay en el Reino Unido a Izquierda Unida, salvando las distancias). Finalmente, era previsible si recordamos que la Iglesia Anglicana inglesa, que ahora afirma estar en contra de esas uniones dentro de las iglesias, es la que más ha hecho, desde hace décadas, para que se acepten las uniones homosexuales en el seno de la sociedad británica.

Así pues, al tratarse de algo previsible, me había hecho ya a la idea de que iba a suceder. Al leerlo, pensé “una más de las leyes inmorales y suicidas que guían a Europa hacia su desaparición” y casi me encogí de hombros. Sin embargo, ha habido algo que me ha molestado de una forma muy especial: el hecho de que nos traten a los cristianos como si fuéramos tontos. En lugar de decir las cosas como son, nos dedican una propaganda hipócrita, con argumentos tan burdos como políticamente correctos. Peter Thatchell, un defensor de los “derechos homosexuales”, ha declarado que “no se obligará a ninguna institución religiosa a celebrar uniones civiles si no desea hacerlo”. Creo que es evidente que esto va a ser la justificación fundamental de la nueva legislación y que políticos, periodistas, tertulianos y activistas lo repetirán por activa y por pasiva, con cara de haber descubierto América.

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5.09.11

El Ángel de los Encuentros Dichosos

San RafaelEstoy leyendo estos días un libro sobre Flannery O’Connor, una escritora muy famosa en los Estados Unidos pero menos conocida en España, que murió en los años sesenta. Sus novelas son muy curiosas, porque ella misma era un caso curioso: una católica que vivía en el sur profundo de los Estados Unidos, donde ser católico era casi tan malo como ser negro (y, a veces, peor). Quizá otro día cuente alguna cosa más de la novelista, pero hoy he preferido traducir una oración en el blog. Es una oración al arcángel San Rafael que Flannery O’Connor rezaba todos los días.

San Rafael, como dice la oración, es el ángel de los encuentros dichosos, porque fue él quien guió a Tobías para desposarse con Sara y, después, para curar la ceguera de su padre, Tobit. Todo eso se cuenta en el Libro de Tobías, que es muy cortito y entretenido y cuya lectura aprovecho para recomendar a los lectores, sobre todo a los casados y a los novios.

El lenguaje de la oración, como sucede con todas las del siglo XIX y comienzos del XX, es recargado, pero tiene un par de cosas que me han resultado preciosas. En primer lugar, la idea de los encuentros dichosos, que también podríamos llamar encuentros providenciales o, simplemente, gracias de Dios. Estoy convencido de que, un día, Dios nos explicará cómo fue poniendo en nuestras vidas a las personas que tenemos a nuestro alrededor, con un propósito concreto y para nuestra salvación, tejiendo una especie de tapiz maravilloso de encuentros providenciales. La oración pide al Arcángel que nos guíe hacia esos encuentros.

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27.08.11

Llorar nuestros pecados

La liturgia de la Iglesia guarda tesoros extraordinarios, de una belleza y una profundidad asombrosas. Es algo que ya sabemos pero, al menos a mí, no deja de sorprenderme cuando me encuentro con uno de esos tesoros que me había pasado desapercibido. Algo así me ha pasado hoy al rezar hoy el Oficio de Lecturas. Me he quedado boquiabierto al leer la oración de la memoria de Santa Mónica:

“Oh Dios, consuelo de los que lloran, que acogiste piadosamente las lágrimas de santa Mónica impetrando la conversión de su hijo Agustín, concédenos, por intercesión de madre e hijo, la gracia de llorar nuestros pecados y alcanzar tu misericordia y tu perdón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén".

Cuántas veces habré leído esta oración sin fijarme en lo que hoy me ha sorprendido: “la gracia de llorar nuestros pecados”. ¡Llorar nuestros pecados! No habla de pensar que nos hemos equivocado algunas veces, reconocer que “no somos perfectos”, aceptar que no todo lo hacemos bien y demás zarandajas pelagianas y políticamente correctas. ¡Llorar nuestros pecados!

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26.08.11

Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia

piazza _di _settevilleUn lector del blog, Oscar, me envía este testimonio de un barrio de los suburbios de Roma, que me ha gustado mucho. Es un signo de que a Dios le basta con un par de peces y unos mendruguillos para alimentar a multitudes… o, como en este caso, con un sacerdote que se ponga en sus manos para transformar un barrio.

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En este mundo, en el que las únicas unidades de medida usadas como referencia son el euribor y la báscula, parece que miseria, enfermedad y muerte sólo pueden ser categorías económicas o de bienestar/salud. En realidad existen muchos casos de miseria, de enfermedad y de muerte que trascienden el plano económico de la existencia y se están instalando en el plano espiritual. Hablo de la miseria de Fe, de la enfermedad del alma, de la muerte en vida que supone el pecado… observando con los ojos de un cristiano, en una sociedad como la nuestra, los pobres, ciegos, sordos, mudos, tullidos, endemoniados se multiplican. A veces, engañados por el demonio de la desesperanza, nos parece que nadie pone remedio.

No es así.

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19.08.11

¿En qué otro lugar se ve algo así?

Confesión JMJ¿En qué otro lugar podríamos ver en todo momento durante tres días a cientos de sacerdotes confesando en multitud de idiomas? O a personas haciendo cola para entrar a rezar y adorar al Santísimo expuesto en una capilla en medio del parque de El Retiro. O a miembros de cientos de órdenes, congregaciones e institutos religiosos de todo el mundo, con sus hábitos religiosos respectivos, como un signo llamativo y eficaz para el mundo. O a personas alabando a Dios en cien idiomas diferentes, manifestando la universalidad de la Iglesia y la necesidad que tienen todos los hombres de poner a Dios en el centro de sus vidas. O a cientos de miles de jóvenes reunidos que, en lugar de dedicarse a beber y a mirarse el ombligo, rezan y escuchan con alegría desbordante lo que les enseña la Iglesia.

Adoración al Santísimo¿En qué otra ocasión se podría asistir a catequesis pronunciadas por Sucesores de los Apóstoles en veinte lenguas distintas durante tres mañanas enteras en cien iglesias de Madrid, seguidas por la Santa Misa? O al espectáculo de autoridades agnósticas tragándose los discursos y recomendaciones del Papa. O ver a jóvenes saliendo evangelizar por las calles de ciudades de toda Europa. O a miles y miles de jóvenes que escuchan una llamada de Dios a ser sacerdotes, religiosos o monjas o también a formar un matrimonio cristiano. O a un mundo que asiste asombrado (y en algunos casos, rechinando los dientes) a la vitalidad de una Iglesia que creían ya moribunda.

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