Rezar la liturgia de las horas con la Iglesia

“Cierro los ojos y, mientras mis labios murmuran las palabras del breviario que conozco de memoria, abandono su sentido literal para sentir que estoy en el vasto páramo que recorre la Iglesia peregrina y militante, caminando hacia la tierra prometida.
Durante el día, respiro con la Iglesia en su misma luz; durante la noche, en su misma oscuridad. Contemplo por todas partes las huestes del mal que la acechan o la asaltan. Estoy en medio de sus batallas y sus victorias, sus plegarias de angustia y sus cantos triunfales, la opresión de los prisioneros, los gemidos de los moribundos y la exultación de los ejércitos y los capitanes victoriosos. Estoy en medio, pero no como un espectador pasivo, sino como un actor cuya vigilancia, destreza, fuerza y valentía pueden tener una influencia decisiva en el desenlace de la lucha entre el bien y el mal y en el destino eterno de cada persona y de la multitud".
Beato Ildefonso Schuster, arzobispo de Milán


Hoy, festividad de la Natividad de María, escribo para el blog unos versitos en honor al nacimiento de Nuestra Señora.
Cualquiera que esté prestando atención se habrá dado cuenta ya de que, en el último siglo (y de forma acelerada en los últimos cincuenta años), se ha introducido en el catolicismo una especie de locura suicida. Millones de católicos, incluidos sacerdotes y religiosos, hacen todo lo posible por ser indistinguibles de los paganos, apuntarse a la última moda inmoral y destacar únicamente por su rencor contra todo lo que huela a catolicismo, tradición, moral o doctrina. Aunque nos quejemos de las leyes inmorales o anticatólicas que de vez en cuando se aprueban, lo cierto es que, en Occidente, no necesitamos que nos persigan, porque nos bastamos y sobramos para destruirnos a nosotros mismos.



