19.01.10

Otra historia de clérigo revolucionario, pero ésta sin final feliz

LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN ARRUINÓ PRIMERO SU SACERDOCIO Y DESPUÉS SU VIDA

El sacerdote Camilo Torres Restrepo nació en el tradicional barrio de La Candelaria (Santa Fe de Bogotá), en el seno de una familia burguesa conformada por el prestigioso pediatra y científico Calixto Torres Umaña e Isabel Restrepo Gaviria, unión de la que nacieron Fernando y Camilo; con anterioridad, doña Isabel había enviudado y tenía dos hijos, Gerda y Edgar Westendorp. Los progenitores de nuestro personaje eran personas totalmente disímiles: el padre, concentrado en sus investigaciones y consultas, era poco amigo del boato social, mientras que la madre era todo lo contrario: extrovertida, amiga del gasto excesivo, de las reuniones, los tés y las frivolidades, aunque muy humana y comprensiva con sus hijos. Una pareja así poco futuro tenía y finalmente el matrimonio se disolvió en 1937.

La primera formación intelectual de Camilo Torres fue bastante exigente. En 1931, cuando apenas contaba dos años de edad, su padre fue nombrado representante de Colombia en la Liga de las Naciones con sede en Ginebra; así, aprendió simultáneamente las primeras letras en castellano y francés. Para ese entonces ya el matrimonio Torres-Restrepo funcionaba mal y al año largo de vivir en Suiza se produjo una primera separación. Doña Isabel y sus cuatro hijos se trasladaron a Barcelona, ciudad a la que fue a buscarlos el doctor Torres y desde la que regresaron a Colombia en 1934.

Los niños Torres fueron matriculados en el Colegio Andino, pero Camilo terminó su bachillerato en el Liceo Cervantes en 1946. Buena parte de la infancia y la adolescencia las pasó Camilo en el campo, pues después de la separación doña Isabel decidió vivir en una finca lechera ubicada en las afueras de Bogotá. Camilo se vinculó a los boy scouts y desde un principio mostró indudables dones de líder, aunque era indisciplinado, y muy dado al romance y a la dolce vita.

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16.01.10

Santos por las calles de Nueva York (III): La protectora de los inmigrantes

NACIDA EN ITALIA, SANTA FRANCISCA CABRINI SE CONVIRTIÓ EN LA PROTECTORA DE LOS INMIGRANTES LLEGADOS A NUEVA YORK DEL MUNDO ENTERO

La historia de esta admirable mujer comienza muy lejos de la gran manzana americana, concretamente en el norte de italia. Agustín Cabrini era un cultivador muy acomodado, cuyas tierras estaban situadas cerca de Sant’ Angelo Lodigiano, entre Pavía y Lodi. Su esposa, Estela Oldini, era milanesa. Tuvieron trece hijos, de los que la menor, nacida el 15 de julio de 1850, recibió en el bautismo los nombres de María Francisca, a los que más tarde había de añadir el de Javier.

La familia Cabrini era sólidamente piadosa. Rosa, una de las hermanas de Francisca, que había sido maestra de escuela y no había escapado a todos los defectos de su profesión, se encargó especialmente de la educación de su hermanita en forma muy estricta. Hay que reconocer que Francisca aprendió mucho de Rosa y que el rigor con que la trataba su hermana no le hizo ningún daño. La piedad de Francisca fue un tanto precoz, pero no por ello menos real. Oyendo en su casa la lectura de los “Anales de la Propagación de la Fe", Francisca determinó desde niña ir a trabajar en las misiones extranjeras. China era su país predilecto. Francisca vestía de religiosas a sus muñecas; solía también hacer barquitos de papel, y los echaba al río cubiertos de violetas, que representaban a los misioneros que iban a las misiones. Sabiendo que en China no había caramelos, renunció a ellos para irse acostumbrando a esa privación. Los padres de Francisca, que deseaban que fuese maestra de escuela, la enviaron a estudiar en la escuela de las religiosas de Arluno. La joven pasó con éxito los exámenes a los dieciocho años. En 1870, tuvo la pena enorme de perder a sus padres.

Durante los dos años siguientes, Francisca vivió apaciblemente con su hermana Rosa. Su bondad sin pretensiones impresionaba a cuantos la conocían. Francisca quiso ingresar en la congregación en la que había hecho sus estudios; pero no fue admitida a causa de su mala salud. También otra congregación le negó la admisión por la misma razón. Pero Don Serrati, el sacerdote en cuya escuela enseñaba Francisca, no olvidó las cualidades de la joven maestra. En 1874, Don Serrati fue nombrado preboste de la colegiata de Codogno. En su nueva parroquia había un pequeño orfanato, llamado la Casa de la Providencia, cuyo estado dejaba mucho que desear. La fundadora, que se llamaba Antonia Tondini, y otras dos mujeres, se encargaban de la administración, pero lo hacían muy mal. El obispo de Lodi y Mons. Serrati invitaron a Francisca a ir a ayudar en esa institución y a fundar ahí una congregación religiosa. La joven aceptó, no sin gran repugnancia.

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14.01.10

Fallece una mujer que ha hecho historia en la Iglesia de Brasil

AMADA POR LA IGLESIA Y POR LA SOCIEDAD CIVIL

El terremoto de Haiti, que parece haberse cobrado la friolera de al menos 100.000 vidas y realmente no se saben cuántas más pueden ser (se dice pronto, más de muchas ciudades enteras de España), se ha llevado, entre otros, al Arzobispo de Puerto Príncipe y a una gran mujer brasileña, Zilda Arns, que Zenit no duda en llamar “una de las mujeres más grandes de la historia de Brasil". Católica, “amada por la Iglesia y por la sociedad civil en general", hermana del Arzobispo emérito de Sao Paolo, Paolo Evaristo Arns, y auténtica pionera en la defensa de la infancia de su país (que tan desasistida está) pero también de otros lugares, en cuanto fundadora de la institución que ha logrado a nivel mundial algunos de los mayores éxitos en la lucha contra la mortalidad infantil.

De hecho, en el momento del temblor de tierra, de siete grados en la escala de Richter, en la tarde del martes, se encontraba caminando en una calle en Puerto Príncipe en compañía de dos soldados brasileños y murió golpeada por algún objeto, según confirmó el jefe de gabinete de la presidencia de la República, Gilberto Carvalho. Zilda, de 75 años, era médicao pediatra de profesión y había viajado al país caribeño el pasado fin de semana para un encuentro misionero en el que se discutirían métodos de combate a la desnutrición infantil, para lo que estaba alojada en la sede episcopal de Puerto Príncipe.

Era poco conocida en nuestro país aunque había recibido un premio en la la cámara de comercio española en Brasil, pero me cuesta encontrar datos sobre ella en nuestra lengua. Sin embargo, lo que cuenta Zenit sobre ella es impresionante: En 1983, Zilda fundó la Pastoral de la Infancia, organismo ligado a la Conferencia Episcopal Brasileña, que tiene como objetivo el desarrollo integral de los niños pobres. Hoy cuenta en Brasil con 261.000 volontarios (en su mayoría mujeres), que atienden a más de 1,8 millones de niños (desde el nacimiento hasta los seis años), y 95.000 madres gestantes, en más de 42.000 comunidades y en 4.066 municipios. En el seno de la Conferencia Episcopal de Brasil, Zilda Arns fundó también la Pastoral para las personas con sida, que atiende a más de 100 mil enfermos, acompañados por 12 mil voluntarios de 579 municipios, en 141 diócesis de 25 estados brasileños.

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12.01.10

Historias de los herejes y las herejías: Ubertino da Casale y los "espirituales"

LAS DISPUTAS SOBRE LA POBREZA FRANCISCANA LLEVARON A ALGUNOS A DOCTRINAS CONTRARIAS A LA IGLESIA

A partir de 1230 toda una serie de disposiciones pontificias intentaron acabar con las disputas y las veleidades heterodoxas del franciscanismo, afirmando la suprema autoridad de Roma. Al calor de estas disposiciones pontificias la rama más conservadora de la orden, integrada por los llamados “conventuales", terminó por adquirir su definitiva fisonomía, en gran parte copiada de los dominicos. Sin embargo, lejos de acallar a los descontentos, estas medidas provocaron a partir de 1245 (rechazo de la “Ordinem vestrum") la ruptura de la orden y el escoramiento de los más radicales hacia posturas abiertamente heterodoxas.

Los “zelanti", posteriormente llamados espirituales, coincidían en rechazar las intervenciones pontificias como contrarias al espíritu franciscano. El punto básico de su programa consistía en la afirmación absoluta del ideal pauperístico, hasta el punto de aceptar tan sólo los alimentos diarios y el hábito como únicas propiedades de los frailes. El rechazo asimismo al estudio de la filosofía de Aristóteles, que se hacía extensivo a la participación en los medios universitarios, se unió a menudo a la defensa de las concepciones escatológicas de Joaquín de Fiore (muerto en 1207) cuya obra había sido ya condenada por el IV Concilio de Letrán y que parecía haber presagiado la aparición de los espirituales al hablar del “ordo justorum". En 1254 el franciscano heterodoxo Gerardo di Borgo San Donnino compuso su “Introducción al Evangelio eterno", en donde identificaba definitivamente las profecías del abad calabrés con el movimiento de los espirituales, tesis que fue acogida favorablemente por el propio general de la orden, Juan de Parma (1247-1257), lo que forzó a Roma a exigir su dimisión.

El gobierno del moderado san Buenaventura (1257-1274) significó un compás de espera providencial que permitiría a la ortodoxia ganar a la mayor parte del franciscanismo. La aceptación matizada de las disposiciones pontificias, el desarrollo del ideal del “usus pauper", fiel al espíritu del fundador sin caer en el rigorismo de los espirituales y la licencia dada a los elementos mejor preparados de la orden para integrarse en el mundo universitario (constituciones de Narbona en 1260), fueron los principales frutos de este periodo de paz. El mismo san Buenaventura demostró su apego a esta vía media redactando tanto la nueva biografía de san Francisco, claramente contemporizadora, como unos comentarios a la “regula bullata” que permitían acoger favorablemente las disposiciones pontificias.

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8.01.10

Historias del Postconcilio (V): Pablo VI y la renovación de la Compañía de Jesús

PABLO VI SIGUIÓ CON PREOCUPACIÓN EL “AGGIORNAMENTO” POSTCONCILIAR DE LOS JESUITAS

Pablo VI siguió con preocupada atención las peripecias de los Institutos religiosos durante los años que siguieron a la clausura del Concilio Vaticano II. La secularización de un número considerable de sus miembros, la escasez de vocaciones y la gradual reducción de los efectivos de aquellos Institutos, inquietaban al Pontífice; y más todavía le preocupaba la desorientación acerca de los fines propios de cada Orden o Congregación, que podía ser la consecuencia –como realmente lo fue- de un imprudente “aggiornamento” encaminado a acomodar tales instituciones a las nuevas circunstancias de la sociedad contemporánea. El Papa, en una carta dirigida en 1974 al Prepósito General de la Compañía de Jesús, el español Pedro Arrupe, exponía las grandes directrices que habrían de ser tenidas siempre en cuenta al proceder a la obra de la acomodación. No quería –escribía- que “la renovación se realice al precio de experiencias arriesgadas, extrañas al genio propio de cada familia religiosa y, con más razón, si implicaban el abandono de los valores primordiales de una vida consagrada a Dios”.

El Papa Montini siguió especialmente de cerca la evolución de los acontecimientos en la Compañía de Jesús, y ello por diversas razones: por la importancia que tenía en la vida de la Iglesia universal y, también, por la condición que le correspondía de Superior supremo de la Compañía, derivada del vínculo particular que, desde su fundación, ligaba la Orden al Romano Pontífice. Dos preocupaciones primordiales inspiraron la actuación de Pablo VI: La salvaguardia de la integridad de la Formula Instituti –su constitución orgánica- y la fidelidad de la Compañía a sus fines propios.

El 22 de mayo de 1965 –estando todavía reunido el Concilio- Pablo VI se dirigió a los Jesuitas miembros de la Congregación General 31 que, tras el fallecimiento del P. Janssens, eligió como Prepósito General a Arrupe y encomendó a la Compañía la lucha contra el amenazador peligro del ateísmo. Pidió a la Orden “que tiene por característica ser baluarte de la Iglesia y la religión, que aúne sus fuerzas para oponerse valientemente al ateísmo, bajo la bandera y protección de San Miguel, príncipe de la milicia celestial”.

La Congregación pasó revista y sometió a examen todos los aspectos de la vida y de la actividad de la Compañía: - sus estructuras internas, con todo lo relativo a sus órganos de gobierno, personales (superiores en todos sus niveles, sus consultores y asesores) y colectivos; - la condición de las diversas categorías de sus miembros (definitivamente incorporados y no, con una consideración especial de los hermanos); - los objetivos, procesos y métodos de la formación de sus miembros en vida espiritual y en estudios y otras competencias, enlos diversos estadios; - los diversos ministerios apostólicos, con especial énfasis en la necesidad de una adecuada selección de los mismos para responder con eficacia a las nuevas necesidades que se presentaban; - y, con especial interés, los diversos aspectos de la vida espiritual de los jesuitas, individualmente y en comunidad, y la observancia de los votos religiosos y de la forma de vida propia de la Compañía. Nada escapó a su revisión y adaptación.

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6.01.10

La vida y obra del que muchos proponen como Patrono de los liturgistas

SAN JOSÉ MARÍA TOMASI: PURPURADO, LITURGISTA Y SANTO

RODOLFO VARGAS RUBIO

Cercana la festividad de san José María Tomasi queremos honrar a un santo no por poco conocido exento de importancia y digno de ser honrado con especial culto y devoción. Este eximio cardenal de la Santa Iglesia Romana puede ser considerado con justicia como uno de los grandes liturgistas romanos, si no el príncipe de todos ellos. Sin embargo, curiosamente, su obra es hoy apenas conocida, a pesar de podérsela considerar como una verdadera anticipación del movimiento litúrgico tal como fue concebido por Dom Guéranger y cuya doctrina fue plasmada magistralmente por el Venerable Pío XII en su encíclica Mediator Dei, fundamental para el conocimiento y la comprensión de la liturgia católica.

San José María Tomasi nació el 12 de septiembre de 1649 en Alicata (hoy Licata), frente al Canal de Sicilia (que separa esta isla de la costa tunecina, siendo la puerta natural que comunica Europa con África). Su familia, de antigua prosapia, pertenecía al patriciado romano y a la Grandeza de España y poseía uno de los señoríos más importantes de la Sicilia occidental, que comprendía, entre otros feudos: el principado de Lampedusa, el ducado de Palma y la baronía de Montechiaro. El blasón gentilicio era de azur con un leopardo leonado de oro sostenido por un monte de sinople de tres cimas y el lema “Spes mea in Deo est”. Este distintivo nobiliario inspiraría siglos después el nombre de la novela que hizo famoso al penúltimo descendiente de la casa, el príncipe Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957): Il Gattopardo (El Guepardo).

El padre de nuestro santo, Don Giulio, era un hombre de acendrada virtud, cumplidor exacto de sus deberes de estado, benigno y paternal para con sus servidores y subordinados. Su fama de cristiano ejemplar le había granjeado la admiración del pueblo que hablaba de él como “el Duque Santo”. Había heredado los títulos y feudos familiares por renuncia de su hermano mayor Carlo, el cual había entrado en religión y profesado en la orden de Clérigos Regulares llamados Teatinos, fundada por san Cayetano de Thiene en 1524 y que se hallaba por entonces muy extendida gracias a las misiones papales.

Don Giulio Tomasi se unió en matrimonio a Donna Rosalia Traina, de noble estirpe napolitana y emparentada, entre otras ilustres familias, con los príncipes del Drago y los Falconieri de Florencia. De esta unión nacieron seis hijos: Francesca (1643), Isabella (1645), Antonia (1648), nuestro biografiado Giuseppe Maria (1649), Ferdinando (1651) y Alipia (1653). Recibieron una educación esmerada y cristiana y, viendo, el ejemplo vivo de lo que se les predicaba en sus progenitores, no es de extrañar que, salvo el hijo que iba a perpetuar la estirpe, todos siguieran la vida religiosa.

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4.01.10

La combinación de un aristócrata español y un Papa santo

MERRY DEL VAL, HÁBIL DIPLOMÁTICO Y HOMBRE VIRTUOSO, FIEL COLABORADOR DEL SAN PÍO X

Dos personalidades muy distintas, Pío X y Rafael Merry del Val, su secretario de Estado. El primero había nacido en 1853 en el campo véneto. Su padre era un modesto empleado de la administración austriaca, su madre analfabeta. Conoció la pobreza, pasó toda su vida entre parroquias de pueblo y curias de provincia, lejos de los reflectores, de la mundanidad, de los salones y de los palacios del poder. El segundo, nació en Londres en 1865 en una rica familia aristocrática europea, que se codeaba con embajadores y reyes (el padre fue embajador de España en Londres, Bruselas, Viena, Roma), políglota, tuvo el privilegio de ingresar en la Academia de los nobles eclesiásticos (la escuela de la diplomacia pontificia) sin ser sacerdote. Entró inmediatamente en la diplomacia vaticana, fue consagrado obispo a los treinta y cinco años y creado cardenal a los treinta y nueve.

Tenían solamente dos cosas en común: la fe granítica en Dios y la devoción ilimitada a la Iglesia. Esto bastó para cimentar una relación de colaboración y de estima recíproca que no tiene iguales en la historia de la Iglesia. El servicio en la Secretaría de Estado de Merry del Val, que coincide perfectamente con los once años (1903-1914) del pontificado de Pío X (es el único caso en la lista de los treinta y cuatro secretarios de Estado desde 1800 hasta hoy), se identifica con el gobierno del Papa véneto hasta tal punto que en algunos casos a la historiografía le cuesta distinguir lo que es obra del superior y lo que se debe al subordinado.

La duda estriba en el papel que desempeñó Merry del Val: ¿ejecutor o inspirador? Una cuestión quizá mal planteada, tanto porque el funcionamiento de la estructura de gobierno de la Santa Sede lleva de todos modos el momento de la decisión a la persona del papa, como porque la historiografía está verificando que Pío X ejercía sobre sus subordinados un control mucho mayor de lo que hasta ahora se había creído. Si además consideramos la diferencia de edad entre los dos, exactamente treinta años, parece aún menos convincente pensar en un pontífice “maniobrado” por su joven colaborador. Podemos añadir que la extraordinaria devoción de Merry del Val por Pío X (origen de la petición que puso en marcha el proceso de canonización; el 20 de todos los meses, día de la muerte del Papa, celebraba una misa de sufragio; pidió que le enterraran «lo más cerca posible de mi amadísimo Padre y pontífice Pío X») hace que la hipótesis sea aún menos probable. Es más verosímil pensar que entre el Papa véneto y su ministro español tuviera lugar un pleno acuerdo sobre los criterios que había que dar a la política de la Iglesia, ad intra y ad extra. En resumen, razonaban al unísono y trabajaban juntos.

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1.01.10

Cardenal Newman en los altares

LA FIGURA DE ESTE SANTO PURPURADO INGLÉS, MÁS ACTUAL HOY QUE NUNCA

En el año que comienza veremos en los altares a grandes figuras de la historia de la Iglesia, entre los cuales destacan el Papa Juan Pablo II y el Cardenal John Henry Newman, por el que el autor de este blog siente especial admiración. Es, además, un personaje de gran actualidad: El camino de conversión de Newman, en el que actuaron activamente su inteligencia y u fuerte sensibilidad religiosa, es ejemplar para todo cristiano, pero sin duda tiene especiales connotaciones para los que desde la confesión anglicana se preguntan también hoy -como cuando él vivía- si no estará la verdad en la Iglesia Católica:

En 1832 Newman emprendió un largo viaje alrededor del Mediterráneo con Froude, y regresó a Oxford el 14 de julio de 1833, el mismo día que comenzaba el llamado Movimiento de Oxford. El viaje de Newman a las costas del Norte de África, Italia, Grecia Occidental, y Sicilia (Diciembre de 1832 - Julio de 1833) fue un episodio romántico, del que sus diarios han preservado los incidentes y el color. Roma, como madre de la religión de su tierra nativa, lo embrujó de tal manera que nunca se olvidó de ella. Se sintió llamado para una misión grande; y cuando la fiebre lo atrapó en Leonforte, en Sicilia(donde estaba errando solo) gritó, “No debo morir, no he pecado en contra de la luz.” En el Cabo Ortegal, el 11 de diciembre de 1832 había compuesto el primero de una serie de poemas, denso, apasionado, y original que profetizaba que la Iglesia reinaría como en el principio.

Regresó a casa de su madre el martes 9 de julio de 1833. Al domingo siguiente John Keble predicó desde el púlpito de Santa María el “sermón de los jueces” sobre la apostasía nacional, que Newman consideró como el comienzo del Movimiento de Oxford. El pequeño grupo de seguidores de la Iglesia Alta se movilizó rápidamente. Su primer objetivo era defender la libertad de la Iglesia respecto al Estado, basándola en el origen apostólico de la autoridad eclesiástica. Newman propuso a Keble y a Froude asociarse para publicar folletos. Keble y Froude lo apoyaron. Estos “folletos de actualidad” (“Tracts for the Times”) eran breves artículos en defensa de la independencia de la Iglesia. Al final del año habían aparecido veinte tracts, once de los cuales escritos por Newman. En los últimos días de 1833 se unió al movimiento el prestigioso doctor Pusey. Pronto los tracts se vendieron en grandes cantidades. Newman dedicó gran parte de sus energías al movimiento que estaba en marcha. Asistía a reuniones y asambleas de todo tipo, cenas y veladas, y mantenía abundante correspondencia.

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29.12.09

Sacerdotes que han dejado huella (III): Don Luigi Giussani

“YO SOY CERO, DIOS ES TODO”

El 22 de febrero del 2005, a la madrugada, fallecía a los 82 años, Don Luigi Giussani, fundador de Comunión y Liberación, uno de los movimientos más pujantes que está recuperando la catolicidad de la sociedad en el mundo. Don Luigi nació en Desio, localidad del Milanesado, en 1922. De su madre aprenderá a tener una intensa vida espiritual, mientras que de su padre recibirá su concepto de la estética y de la belleza. Amante de la música, su casa sería siempre hogar para muchos amigos dedicados al noble arte de Euterpe. Don “Gius”, como lo llamaban cariñosamente los miembros de la familia espiritual que fundó, recordaba a menudo algunos episodios de su vida en familia, como por ejemplo, el episodio cuando aún niño caminando a la misa matutina con su madre, bajo la primera luz del amanecer, quedó grabada en su memoria la repentina exclamación de su madre al ver la última estrella en el cielo: “¡Qué bello es el mundo y qué grande Dios!“.

En la juventud, Luigi Giussani entre en el seminario diocesano de Milán, donde coincidirá con profesores de relieve en la facultad de Teología de Venegono. Gaetano Corti, Carlo Colombo, Giovanni Colombo y Carlo Figini ayudaron a agudizar la intensa vida espiritual del joven seminarista.Su amor por la estética, y su cultivo de la música le llevará a acercarse a Dios a través de la belleza. Además de la formación cultural y de las relaciones de estima y humanidad viva que tuvo con algunos de sus maestros, Venegono fue para Giussani un ámbito importantísimo para vivir la amistad con algunos de sus compañeros como Enrico Manfredini, futuro Arzobispo de Bologna. También pudo descubrir el valor de la vocación, valor que se realiza en el mundo y para el mundo. Fueron años de estudio intenso y de grandes descubrimientos.

Su fuerte personalidad e inquietud le hace promover junto a otros seminaristas una pequeña revista “Studium Christi” que trasmite, a nivel interno, la búsqueda de Cristo de este grupo de jóvenes que lo han dejado todo por Cristo. Tras su ordenación, será invitado a quedarse en el seminario como profesor de los futuros sacerdotes. Sus estudios se orientarán hacía la adhesión racional a la fe y a la Iglesia, por lo que estudiará la teología de los hermanos separados, de la Europa oriental y del protestantismo norteamericano. Incluso irá a Estados Unidos, de cuyo fruto saldrá su obra: “Grandi linee della teologia protestante americana. Profilo storico dalle origine agli anni 50″.

En aquellos años se reforzó la convicción de que la cima de todo genio humano es profecía, a menudo inconsciente, del acontecimiento de Cristo. Desde entonces, la idea de que la verdad se reconoce por la belleza con que se manifiesta, formó siempre parte de su método educativo. A la disciplina y el orden en la vida del seminario se sumó la fuerza de un temperamento que se distinguió, en el coloquio con sus superiores y en las actividades con los compañeros, por su vivacidad y agudeza. Ya ordenado sacerdote, don Giussani se quedó como profesor en el mismo seminario de Venegono.

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26.12.09

Cómo celebraban la Navidad los primeros cristianos

No fue la fiesta más antigüa, pero pronto se hizo popular en las iglesias

CYRIL MARTINDALE

La Navidad no figuraba entre las primeras fiestas celebradas antiguamente por la Iglesia. Ireneo y Tertuliano la omiten en su lista de fiestas; Orígenes, teniendo en cuenta quizá la deshonrosa Natalitia imperial, afirma (Hom. VIII sobre el Lev. en Migne, Patrologia Graeca., XII, 495) que, en la Sagrada Escritura sólo los pecadores, nunca los santos, celebraban la fecha de su nacimiento; Arnobio (VII, 32 en Patrologia Latina., V, 1264) incluso ridiculiza el “cumpleaños” de los dioses.

La primera evidencia sobre esta fiesta la encontramos en Egipto. Aproximadamente en el año 200 A.D., Clemente de Alejandría (Strom., I, XXI en P.G., VIII, 888) dice que ciertos teólogos egipcios “de manera bastante curiosa” indican, no sólo el año, sino también el día del nacimiento de Cristo, colocándolo el 25 de Pachon (20 de mayo), del vigésimo octavo año del reinado de Augusto. Ideler (Chron., II, 397, N.) piensa que lo hicieron así, creyendo que el noveno mes en el que nació Cristo, era el noveno mes de su calendario. Otros declaran que la fecha fue el 24 ó 25 de Pharmuthi (19 ó 20 de abril). Clemente, en su obra “De paschæ computus", escrita en el 243 y falsamente atribuida a Cipriano (P.L., IV, 963 ss.), da como fecha del nacimiento de Cristo el 28 de marzo, fecha en la que el sol material se creó. Pero Lupi ha demostrado (Zaccaria, Dissertazioni eec. del p. .A. M. Lupi Faenza, 1785, p. 219) que no existe un mes en el año en el que respetables autoridades no hayan designado como fecha del nacimiento de Cristo. Clemente, sin embargo, nos dice también que los basilianos celebraban la Epifanía, y, probablemente junto con esta fiesta, el Nacimiento de Cristo, el 15 ó 11 de Tybi (10 ó 6 de enero).

Esta doble conmemoración se hizo popular, en parte, porque la aparición a los pastores fue considerada una manifestación de la gloria de Cristo, conmemorándosele entre las más importantes solemnidades, y celebrada el día 6 de enero; también, en parte, porque en la manifestación dada en el Bautismo, muchos códices (por ejemplo el Codex Bezæ) erradamente ponen que las Divinas palabras fueron: Tu eres mi Hijo Amado, yo te he engendrado hoy” en lugar de “en quien me complazco", leído en Lucas 3,22. Abrahán Ecchelensis (Labbe, II, 402) cita en las Constituciones de la Iglesia de Alejandría de tiempos de Nicea la frase: dies Nativitatis et Epiphaniæ; Epifanio (Hær., li, ed. Dindorf, 1860, II, 483) cita una sorprendente ceremonia semi-nóstica en Alejandría en la que, en la noche del 5-6 de enero, una extraña cruz con la imagen de Kore estampada en ella, era llevada en procesión alrededor de una cripta, mientras se entonaba el canto: “Hoy, a esta hora, Kore dio a luz al Eterno"; Juan Casiano, en sus “Colaciones” (X, 2 en P.L., XLIX, 820), escrita entre los años 418-427, dice que los monasterios egipcios todavía observan la “antigua costumbre"; pero, Pablo de Emesa, predicó el 29 de Choiak (25 de diciembre) y el 1 de enero del 433 ante Cirilo de Alejandría, y sus sermones (véase Mansi, IV, 293; apéndice del libro de los Hechos. Conc. Eph.) muestran que la celebración de Diciembre estaba firmemente establecida en aquel lugar, y los calendarios demuestran su permanencia. Por ello, la tradición de celebrar esta fiesta en diciembre, llegó a Egipto alrededor de los años 427 y 433.

En Chipre, a finales del cuarto siglo, Epifanio se declara en contra del Alogi (Hær., li, 16, 24 en P.G., XLI, 919, 931) que Cristo nació el 6 de enero y se bautizó el 8 noviembre. Efraín de Siria (cuyos himnos son de Epifanía y no de Navidad), muestra que Mesopotamia todavía celebraba la fiesta del nacimiento de Cristo trece días después del solsticio de invierno; es decir, el 6 de enero; asimismo, Armenia ignora, y sigue ignorando la celebración de Diciembre. (Cf. Eutimio, “Pan. Dogm.", 23 en P.G., CXXX, 1175; Nicéforo, “Hist. Eccl.", XVIII, 53 in P.G., CXLVII, 440, etc). En Capadocia, los sermones de Gregorio de Niza sobre San Basilio (quién murió antes del 1 enero del 379) y sus dos siguientes, predicados en la fiesta de San Esteban (P.G., XLVI, 788; cf, 701, 721), demuestran que en el año 380, el 25 de diciembre ya era ahí celebrado, a menos que, siguiendo los argumentos demasiado ingeniosos de Usener (Religionsgeschichtliche Untersuchungen, Bonn, 1889, 247-250), debemos colocar esos sermones en el año 383. También Asterio de Amaseia (siglo quinto) y Amfiloquio de Iconio (contemporáneo de Basilio y Gregorio) celebraban en sus diócesis ambas fiestas -Epifanía y Natividad- de forma separada (P.G., XL, 337 XXXIX, 36).

Sobre Tierra Santa, el año 385, Egeria quedó profundamente impresionada por las espléndidas fiestas sobre la infancia del Señor Jesús celebradas en Jerusalén. Ellos celebraban la “Natividad"; el Obispo iba de noche a Belén, regresando a Jerusalén para las celebraciones del día. La fiesta de la Presentación se celebraba cuarenta días después. Pero este cálculo empezaba desde el día 6 de enero, y la fiesta duraba hasta la octava de esa fecha. (Peregr. Silv., ed. Geyer, pp. 75 ss.). Nuevamente, (en la pág. 101) ella menciona como muy importantes fiestas, la Pascua y la Epifanía. Como podemos ver, en el 385, el 25 diciembre no era observado en Jerusalén. Este dato verifica las citas dadas por Juan de Nikiu (c. 900), tomadas de las cartas entre Cirilo de Jerusalén (348-386) y el Papa Julio I (337-352), con el propósito de conseguir que en Armenia se celebre la Navidad el día 25 diciembre (véase P.L., VIII, 964 ss.). Cirilo declara que su clero no puede realizar en la misma fecha de la fiesta del Nacimiento y Bautismo, una procesión a Belén y Jordania. (Esta posterior práctica es un anacronismo). Él le pide a Julio que le asigne a la Navidad, su verdadera fecha “tomándola de los documentos del censo traídos por Tito a Roma"; Julio asigna como fecha el 25 de diciembre. Otro documento (Cotelier, Patr. Apost., I, 316, ed. 1724) dice que Julio le escribió a Juvenal de Jerusalén (c. 425-458), informándole que Gregorio Nacianceno, en Constantinopla estaba siendo criticado por “dividir la fiesta en dos". Julio murió en el año 352, y por el 385, Cirilo no había introducido cambio alguno cambio; de hecho, Jerónimo, escribiendo aproximadamente en el 411, reprocha a Palestina el hecho de celebrar el nacimiento de Jesús (cuando Él se ocultaba) en el día de la fiesta de la Manifestación. Cosme Indicopleustes sugiere (P.G., LXXXVIII, 197) que, incluso a mediados del siglo sexto, Jerusalén se distinguía por combinar las dos conmemoraciones, arguyendo que en Lucas III,23, el día del bautismo de Cristo se realizó el día de Su cumpleaños. Sin embargo, la conmemoración en Jerusalén de David y del Apóstol Santiago se realizaba el día 25 de diciembre, hecho que muestra que esta fiesta no era celebrada en este día. Usener, tomando argumentos del “Laudatio S. Stephani” de Basilio de Seleucia (c. 430. -P.G., LXXXV, 469), piensa que Juvenal intentó introducir esta fiesta, pero que la fama del nombre de Cirilo hizo que la fecha se mantuviera sin variación.

En Roma, la evidencia más antigua la tenemos en el Calendario de Filocalio (P. L., XIII, 675; puede verse en su totalidad en J. Strzygowski, Kalenderbilder des Chron. von Jahre 354, Berlín, 1888), recopilado en el 354, el cual contiene tres importantes datos. En el calendario civil, el 25 de diciembre figura como “Natalis Invicti". En el “Depositio Martyrum", una antigua lista de mártires romanos y universalmente venerados, el día 25 de diciembre dice: “VIII kal. ian. natus Christus in Betleem Iudeæ". También menciona en el “VIII kal. mart.” (22 de Febrero) la Cátedra de San Pedro. En la lista de cónsules, encontramos cuatro extraños registros eclesiásticos: los días en que nació y murió Cristo; la llegada a Roma y martirio de San Pedro y San Pablo. Esta significativa entrada dice que durante el consulado de (Augusto) César y Paulo, nació Nuestro Señor Jesucristo en la octava antes de las calendas de Enero (25 de Diciembre), un día Viernes, el día catorceavo de la luna. Los detalles concuerdan con la tradición y las posibilidades. Pero la tradición es constante en colocar el nacimiento de Cristo un miércoles. Es más, según la fecha dada para la muerte de Cristo (el 29 A.D.), Cristo murió a los veintiocho años. Además, estos datos en una lista de cónsules, queda claro que son una interpolación. Pero, ¿no están estos dos datos también en el “Depositio Martyrum"? Aquí encontramos sólo el día del nacimiento de Cristo en la carne, por lo que puede ser que encabece el año de los natales espirituales de los mártires; pero el 22 febrero está totalmente fuera de lugar. Aquí, como en el fasti consular, fueron, por conveniencia, insertadas algunas fiestas populares. El calendario civil en sí mismo no fue exclusivamente modificado, pues dejó de ser útil después del abandono de las fiestas paganas. Por ello, aun cuando el “Depositio Martyrum” sea, como es probable, del año 336, no queda claro si el calendario contiene evidencias anteriores al propio Filocalio, es decir, al 354, salvo que, en efecto, la pre-existencia de esta celebración popular represente la posibilidad de su reconocimiento oficial. Si el manuscrito Chalki de Hipólito es genuino, tendríamos evidencias sobre esta fiesta de Diciembre desde aproximadamente el 205. El pasaje pertinente [el cual existe en el manuscrito de Chigüí, sin las palabras entre paréntesis, y que siempre a sido citado así antes de Jorge Syncellus (c. 1000)] dice así:

“La primera venida de Nuestro Señor en la carne [en la que fue engendrado], en Belén, sucedió [el 25 de diciembre, el cuarto día] durante el reinado de Augusto [el cuadragésimo segundo año, y] en el año 5500 [desde Adán]. Sufrió en Su trigésimo tercer año [el 25 de marzo, en el decimoctavo año de Tiberio César, durante el consulado de Rufo y Rubelio]".

La interpolación es clara, y es un hecho admitido por Funk, Bonwetsch, etc., Los nombres de los cónsules [los cuales debían ser Fufio y Rubelio] están equivocados; Cristo vive treinta y tres años; en el genuino de Hipólito treinta y uno; estos minuciosos datos no tienen nada en común con los del milenarista Severiano; además, es poco creíble que Hipólito conociera estos detalles, cuando sus contemporáneos (Clemente, Tertuliano, etc.) al tratar este tema, lo ignoran o guardan silencio; o, después de haberlo publicado, seguía estando sin dichas anotaciones (Kellner, op. cit., pág. 104, tiene un excursus sobre este pasaje).

San Ambrosio (de virg., III, 1 en P. L., XVI, 219) ha preservado un sermón predicado por el Papa Liberio I en San Pedro, cuando, el día de Natalis Christi, Marcelina, la hermana de Ambrosio, tomó el velo. El pontificado de este Papa fue desde mayo del 352 hasta el 366, exceptuando los años 355-357, época en la que estuvo desterrado. Si Marcelina se hizo monja después de la edad canónica -veinticinco-, y si Ambrosio nació en el año 340, lo más probable es que este hecho ocurriera después del 357. Si bien el sermón abunda en referencias apropiadas para la Epifanía (las bodas de Caná, la multiplicación de los panes, etc.), aparentemente se debe a (Kellner, op. cit., pág. 109) un orden en su pensamiento, y no a que hubiese sido pronunciado el día 6 de enero, una fiesta que sólo fue conocida en Roma bastante después. Sin embargo, Usener defiende (pág. 272) la teoría de que Liberio lo predicó en esa fecha, en el 353, instituyendo la fiesta de la Natividad en diciembre de ese mismo año; pero, Filocalio justifica nuestra suposición que esta fiesta antecedió a su pontificado por algún tiempo, aunque Duchesne lo relega al 243 (Bull. crit., 1890, 3, pp. 41 ss.) algo que no es muy de alabar.

En Occidente, el Concilio de Zaragoza (380) ignora aún la fiesta del 25 de diciembre (véase can. XXI, 2). El Papa Siricio, escribiendo en el año 385 (P. L., XII, 1134) a Himerio, en España, distingue las fiestas de Navidad y de Epifanía; pero no queda claro si se está refiriendo a la costumbre romana o española. Ammiano Marcelino (XXI, ii) y Zonaras (Ann., XIII, 11) fechan una visita que hizo Juliano el Apóstata a una iglesia de Vienne, en la Galia, durante la Epifanía y la Natividad, respectivamente. A menos que sean dos visitas, Vienne en el año 361 d. C, combinaba estas fiestas, aunque la fecha exacta es dudosa. Durante la época de Jerónimo y Agustín, la fiesta de Diciembre fue establecida, aunque este último (Epp., II, liv, 12, en P.L., XXXIII, 200) la omite en una lista de fiestas de primera importancia. A partir del cuarto siglo, el calendario de Occidente le asignan a esta fiesta el día 25 de diciembre. En conclusión, en Roma la Navidad se celebraba el día 25 de diciembre desde antes del 354; en Oriente, en Constantinopla, no antes del 379, a menos que sigamos a Erbes y rechacemos a Gregorio, diríamos que fue desde el 330. Por lo tanto, es casi universalmente aceptado que la fecha llegó a Oriente desde Roma, por el Bósforo, durante el reavivamiento anti-arriano, y gracias a los defensores de la ortodoxia. De Santi (L’Orig. delle Fest. Nat., en Civiltæ Cattolica, 1907), siguiendo a Erbes, dice que Roma tomó la fiesta de la Epifanía de Oriente, con un claro sentido Navideño, y, junto con un creciente número de Iglesias Orientales, la celebró el 25 de diciembre; después, Oriente y Occidente dividieron sus fiestas, dejando la Epifanía el 6 de enero, y la Navidad el 25 de diciembre. La primera hipótesis sigue siendo más aceptable.