InfoCatólica / Temas de Historia de la Iglesia / Categoría: Leon XIII

11.08.10

Las apariciones que llevaron a la consagración del mundo al Corazón de Cristo (y II)

María Droste se convirtió en una de los grandes apóstoles del Corazón de Jesús.

RODOLFO VARGAS RUBIO

Fue el 1º de julio de 1888, víspera de la fiesta de la Visitación de la Virgen: “De repente, estando en la iglesia parroquial de Darfeld preparándome para confesarme mientras esperaba mi turno, me vino como un relámpago este pensamiento: Debes entrar en el Buen Pastor, y fue para mí tan claro y preciso que desde aquel momento no tuve ya ninguna duda”. María manifestó a su confesor lo que acababa de sentir y éste le contestó que se informaría sobre el instituto en cuestión, aunque desde ya le podía decir que no creía que estuviera hecho para ella. La orden de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor, rama del árbol plantado por San Juan Eudes –gran apóstol del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María– en el siglo XVII, había sido fundada por Santa María de Santa Eufrasia Pelletier en Angers, Francia (en la foto), en 1835. Bajo la regla de San Agustín y en régimen de clausura, las religiosas del Buen Pastor (mitad activas y mitad contemplativas) se dedicaban –y se dedican– a buscar y redimir a las “ovejas descarriadas”, es decir a personas oprimidas por ciertas formas de esclavitud (especialmente las pobres mujeres víctimas de la lacra de la prostitución). La orden se había extendido rápidamente, llegando a Münster gracias a la R.M. María de Santa Teresa, baronesa de Rump, perteneciente a una familia de antigua nobleza westfaliana y que ya había fundado un convento en El Cairo.

Al frente del Buen Pastor de Münster y de la provincia se hallaba la R.M. María de San Lamberto Bouchy, que se había formado junto a Santa María Eufrasia. Fue ella quien recibió como postulante a María Droste zu Vischering (que, a la sazón, ya había escrito a las religiosas de San José de Copenhague para ser desligada del compromiso moral adquirido con ellas, obteniendo respuesta favorable y comprensiva). Fue el 21 de noviembre de 1888, el día de la Presentación de la Virgen en el Templo. Sus padres y sus hermanas la acompañaron en este paso que iba a marcar para siempre su existencia. El 10 de enero siguiente, durante la octava de Reyes (de los que era muy devota y que le ayudarían, según su propio testimonio, en sus crisis futuras), tenía lugar su vestición y tomaba el blanco velo de novicia. Su primer encargo fue ocuparse directamente de las penitentes, lo cual fue una fuente de gran alegría para el celo apostólico de María, pero pronto su temperamento vivo se resintió (como pasó en el internado austríaco) de la vida sedentaria y el ritmo mesurado y metódico de la vida conventual. A veces la maestra de novicias, que adivinaba su ardor contenido la enviaba al jardín del claustro a correr para desfogarse. En su alma habitaban por igual una especial atracción por la vida contemplativa y una extraordinaria aptitud para la acción.

Pero los años de noviciado fueron marcados también por una lucha interior que se entabló en su alma y que no la dejaría ya hasta el final de sus días: la solían asaltar acuciantes dudas de si había sabido discernir su vocación y si no había escogido una vida fácil. Le reconfortaba la constante presencia del Corazón de Jesús, que ya antes de la entrada al convento, durante su vida de retiro en Darfeld, había comenzado a insinuársele. Escribe a propósito: “Nuestro Señor me consolaba bastante a menudo antes de la santa comunión y en los días de exposición: me enseñaba a llevar la cruz y me hacía comprender que mis sufrimientos irían aumentando cada vez más, debiendo yo seguirle por el camino de la cruz y permanecer unida y clavada con Él sobre la cruz”. A los dos años como novicia, una religiosa del Buen Pastor emitía los primeros votos (que eran ya perpetuos por la época de la que nos ocupamos). Seis meses antes las novicias pedían tres veces formalmente en capítulo su admisión en la orden. Para María, agitada por sus dudas, ello constituyó una dura prueba; sentía que la voz le faltaba a la hora de hablar delante de sus hermanas, pero se hizo violencia y “su espíritu de fe y sus recursos de energía la salvaron” (Abbé L. Chasle: Soeur Marie du Divin Coeur). Finalmente, el 20 de enero de 1891 emitió sus votos como sor María del Divino Corazón.

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6.08.10

La mujer que impulsó a León XIII a consagrar el mundo al Sagrado Corazón (I)

LA BEATA MARIA DEL DIVINO CORAZÓN DROSTE ZU VISCHERING (1863-1899)


RODOLFO VARGAS RUBIO

La beata María del Divino Corazón nació condesa Droste zu Vischering el 8 de septiembre de 1863, en el Erbrostenhof (palacio de corte) de Münster (abajo, en la foto). Esta ciudad había sido hasta el siglo XIX un principado eclesiástico del Sacro Imperio, cuya administración temporal había recaído en los señores de Wulfhelm, de antigua nobleza, que ostentaban el cargo hereditario de “Droste” desde 1241 con el castillo de Vischering (cuyo nombre adoptaron más tarde) y su comarca como feudo. La familia siguió la suerte del obispado a lo largo de todas sus vicisitudes: la rebelión anabaptista de 1534, los horrores de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648), la Paz de Westfalia (que, de acuerdo con el principio cuius regio eius et religio, garantizó que Münster sería exclusivamente católica), la secularización del Imperio (con la incorporación a la protestante Prusia) y las guerras napoleónicas. Dos de sus miembros eclesiásticos se distinguieron en la defensa de los derechos de la Iglesia: Caspar Maximilian (1770-1846), obispo de Münster, y su hermano Clemens August Droste zu Vischering, (1773-1845, en la foto), arzobispo de Colonia. El primero se opuso en el Concilio “nacional” de París de 1810 al cautiverio de Pío VII, pidiendo a Napoléon su liberación; el segundo –uno de los protagonistas de los Disturbios de Colonia– protestó contra la opresión de los católicos por el gobierno prusiano, lo que le valió el arresto domiciliario en el castillo familiar de Darfeld.

También la parentela materna de María aportó personajes de gran relieve eclesiástico. El obispo-príncipe Cristoph-Bernhard von Galen (1606-1678) fue un gran campeón de la Contrarreforma, esforzándose por la aplicación de los decretos del concilio de Trento en su diócesis de Münster. El padrino de bautizo y tío abuelo de aquélla fue nada menos que monseñor Wilhelm Emmanuel von Ketteler (1811-1877), el “obispo social” de Maguncia, que descubrió su vocación por el impacto que tuvo en él la actuación anticatólica del Estado prusiano con motivo de los disturbios de Colonia e instauró el llamado “catolicismo social” en Alemania (de hecho, sus escritos sirvieron de inspiración a Albert de Mun para extenderlo a Francia). El obispo auxiliar de Münster, monseñor Maximilian Gereon von Galen (1832-1908), hermano de la madre de María, combatió la Kulturkampf de Bismarck. Primo de ésta, en fin, fue el también beato Clemens August von Galen (1878-1946), el “León de Münster” que se opuso enérgicamente al régimen nazi y a su política de eugenesia. Como se ve, la tradición familiar era de un convencido y militante catolicismo.

Al igual que muchos de sus antepasados, María era muy enérgica y voluntariosa, lo que puso de manifiesto ya desde su más temprana edad. Se la describe como una niña muy vivaz, casi impetuosa, con explosiones impulsivas que denotaban una fuerte voluntad propia. Ella misma escribirá que tuvo que aprender a dominar su carácter. En contrapartida, poseía un corazón profundamente sensible y una gran delicadeza de espíritu, que hacían de ella una persona muy generosa para con los demás. Su sentido de la responsabilidad la llevaba a ser coherente hasta el final en todo lo que emprendía. Su infancia la pasó en el castillo familiar de Darfeld en un entorno doméstico tradicional impregnado de dignidad, de sentido del deber, de afabilidad y de piedad. Los padres, Clemens von Vischering y la condesa Elena von Galen, constituían un ejemplo de matrimonio cristiano y bien avenido, alejado por igual del cinismo aristocrático y de la fría formalidad burguesa. Tuvieron diez hijos, a los que supieron dar una cabal educación religiosa sin caer en la gazmoñería ni en la superficialidad: eran gentes de una fe profunda y vivida. María era la gemela de Max, viniendo ambos después de la primogénita.

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