Sobre la terrible Inquisición Española
LA INQUISICIÓN DE LA IGLESIA Y LA JUSTICIA DEL REY
JOSÉ LUIS MARTÍNEZ SANZ
El público culto de nuestros días cree de buena fe que la Inquisición era una monstruosa y criminal organización destinada a torturar y quemar vivos a seres inocentes que no creían firmemente o que no cumplían los preceptos de la Iglesia Católica. Para conocer la verdad de qué pensaban y cómo vivían las personas de la Edad Moderna (ss. XVI-XVIII), y tratar así de entender mejor la función y acciones de la Inquisición, es necesario establecer una comparación entre la actuación de la Inquisición y el funcionamiento de la justicia ordinaria o los tribunales civiles de aquellos siglos (“la justicia del Rey”, como se les llamaba generalmente). Y esa comparación debe presentarse sistematizada en varios pasos o fases.
Por rigor intelectual, y por sentido común, para hacer una comparación entre instituciones históricas es preciso partir de un principio que es la norma de todo verdadero historiador serio: no se puede juzgar, ni valorar, ni explicar el pasado con los criterios y valores del presente. Ya sabemos que hay otro tipo de “historiadores” que hacen locontrario, y por eso sus teorías y curiosas ideas son las más jaleadas, repetidas y difundidas; ante este hecho hay que recordar que Emil Ludwig, en su biografía de Bismarck, recogía unas curiosas palabras del Canciller: Hay dos clases de historiadores. Los unos hacen claras y transparentes las aguas del pasado; los otros las enturbian.
En segundo lugar, es preciso recordar uno de aquellos criterios o valores: aunque el concepto y la doctrina de lo que es el Estado no estaba desarrollado plenamente (sobre todo en la mentalidad de las gentes sencillas), sí estaba universalmente entendida y extendida la idea de fidelidad al Rey, a quien se suponía el único soberano de cada territorio (en nuestros días, en los países democráticos el soberano es el pueblo, y en los países socialistas, comunistas y autocráticos [como en el Zimbawe de Mugabe] el Estado es el soberano y el propietario de los medios de producción). Para aquellas gentes, desobedecer al Rey era el delito de felonía, y abandonar, engañar, o burlar al Rey era el delito de alta traición; y ambos se pagaban con la muerte. Por eso, la conducta de traición o de engaño a Dios (superior al Rey), era aún más grave, y se castigaba no sólo con la muerte, sino con una muerte cruel como “castigo” al delincuente y espantosa para “ejemplo” y advertencia a los demás. Esas muertes solían ser en la hoguera.
En tercer lugar, contra la falsa, famosa y difundida “leyenda negra” antiespañola, hay que recordar que las condenas a muerte por cuestiones religiosas no eran exclusivas de España ni de la Inquisición, sino algo corriente en toda Europa: así ocurría en la Inglaterra anglicana (por ejemplo, con Tomás Moro), en la Francia de los calvinistas hugonotes, en la calvinista Ginebra (con Miguel Servet, y con otros muchos antes y después de él), entre los luteranos alemanes (con sus famosas “guerras de religión”, como en Francia) e incluso en la Rusia ortodoxa de los voivodas y zares.
Un cuarto punto sería recordar que la Inquisición española no fue ni la primera ni la única. La primera y modelo de todas las que vendrían después fue la inquisición judía, una institución semirreligiosa y semipolítica. La “inquisición” o averiguación sobre alguien, junto con el castigo posterior si el resultado de esa investigación mostraba que su acción era reprobable, no es un invento medieval sino de la antigua teocracia judía: en el Antiguo Testamento (Deut 17, 2-7), se determina cómo debían ser los juicios en Israel para quien ofendiese a Dios de palabra o de obra, ordenando una indagación o inquisición, un juicio y la correspondiente condena. Por eso, este sistema se aplicó a Jesucristo, que fue espiado y discutido por sacerdotes (Mt 21, 23) y fariseos (Mt 22, 15-22); luego fue apresado por ellos en el Huerto de los Olivos (Mt 26, 47-56), llevado ante el Sanedrín y condenado por los sacerdotes y autoridades judías (Mt 26, 57-66). La antigua Sinagoga distinguía tres grados de anatema o condena: la separación (niddui), la excomunión (herem) y la muerte (schammata); con arreglo a esto, juzgaron y condenaron a Jesucristo al schammata (Jn. 18, 14 y ss.), y se lo entregaron a los romanos para que le mataran.