Las peripecias del primer embajador negro en la corte papal
LA BASÍLICA LIBERIANA ALBERGA EL SEPULCRO DEL PRIMER EMBAJADOR DEL CONGO ANTE LA SANTA SEDE
FRANCISCO JAVIER SANDOVAL OCHOA
Cuando en el S. XV estaban las grandes potencias mundiales explorando todos los territorios desconocidos para ellos, un explorador de Portugal llamado Diego Cao, en una de sus travesías (1480) se introdujo por el rio Congo, el mayor río de África central, que como es sabido nace en el Lago Bangweulu y tiene una longitud de 4380 km, que lo convierten en el segundo río más largo del continente después del río Nilo. Quizás había oído historias en torno a un reino que había en esas regiones vírgenes o quizás simplemente por circunstancias tuvo que cruzar ese rio, la realidad es que descubrió un reino totalmente desconocido para el mundo europeo, era un reino bien organizado, con cultura y con un buen gobierno.
Portugal comenzó a tratar con ese reino y así en un posterior viaje que organizó esta nación se logró hablar con el rey de este reino (su nombre era Nzinga Nkuwu), se le explicó lo que era Europa, pero principalmente se le explicó el cristianismo y así este aceptó que se enviaran algunos misioneros portugueses para que se comenzara a evangelizar toda la zona. Diez años después, como fruto de esta labor de los misioneros franciscanos que fueron envaidos, el mismo rey Nzinga pide ser bautizado adoptando el nombre de Juan I y junto con él muchos nobles del reino decidieron seguir su ejemplo y así en el año 1491 se comienza a construir la primer iglesia en ese reino de reciente hallazgo, que recibió su nombre del rio.
No pocos años después comenzó a haber un cierto descontento por parte de algunos personajes importantes del Congo, principalmente les molestaba el nuevo régimen moral que el cristianismo presentaba y pedían regresar a las tradiciones pasadas. El rey Juan cedió ante esa presión y tristemente acabó por abjurar del cristianismo (aproximadamente en el 1495), muriendo unos años después en el año 1506, pero la semilla del cristianismo no solo estaba sembrada, sino que ya estaba dando sus primeros frutos. Aparece entonces Don Alfonso (1456-1543), quien era el hijo mayor del difunto monarca, un ferviente cristiano que gobernaba una provincia del reino. D. Alfonso reclamaba el derecho de sucesión, sin embargo tenía que enfrentarse a la revuelta que su medio hermano Mpanzu AKitima, que también había apostatado del cristianismo, y también deseaba el poder. En esta lucha D. Alfonso sale triunfador y es reconocido como el nuevo soberano dando el inicio al Reino Cristiano del Congo.
La conversión de este país se dejó ver con una de las primeras acciones que hizo el rey D. Alfonso: La capital Mbanza pasaría a llamarse San Salvador. Además, continuó la construcción de numerosas iglesias y por supuesto de una iglesia principal que D. Alfonso alcanzó a ver terminada antes de morir y que años después sería la catedral de San Salvador. D. Alfonso tenía un gran celo apostólico, era un rey que deseaba un reino auténticamente cristiano que no fuera solo de nombre y él fue el primero en dar ejemplo y ser coherente con su fe a pesar de las adversidades. San Juan Pablo II dijo sobre él lo siguiente: “Reinó durante cuarenta años, esforzándose activamente por favorecer la difusión del Evangelio entre su pueblo. Esos años se consideran la época de oro de la evangelización del reino del Congo” (Audiencia General, 17-junio-1992)
Entre los planes que D. Alfonso tuvo para el desarrollo de su reino fue enviar a algunos jóvenes a Portugal para que recibiesen una educación más completa. Entre estos jóvenes se encontraba su hijo Enrique, que fue causa de sus grandes alegrías ya que no solamente fue sacerdote, sino que en el año 1518 fue ordenado obispo y se trató del primer obispo de piel oscura de toda la cristiandad.
La dinastía que fundó D. Alfonso I perduró hasta el S. XVII, continuaron una serie de sucesiones que en algunos casos fueron hechas aprovechando la desestabilización del reino o por ansias de poder. Llegamos a la época de D. Álvaro II (reinó del 1587-1614) el cual, al ver que los reyes cristianos prestaban obediencia y tenían embajadores ante el Santo Padre, decide enviar a su propio embajador y así seguir la costumbre que todos los reyes cristianos hacían, además buscaba cumplir los grandes deseos que tenían el Papa Clemente VIII de poder abrazar, a través del embajador africano, a toda esa cristiandad novedosa. Fue elegido para esta misión Manuel Antonio Nsaku Ne Vunda.
Partió en el 1604 y en el año 1605 llegando a Lisboa, pasó de ahí a Madrid con la intención de continuar su viaje a Roma, pero las condiciones del viaje fueron muy malas. Los piratas lo habían despojado de todos los regalos que llevaba al Papa, las condiciones climatológicas del viaje habían sido pésimas y Ne Vunda había enfermado. En el mismo Madrid se le trató de convencer para que no continuase su camino a Roma porque los traficantes de esclavos sabían que el Papa estaba en contra de la esclavitud y que este sería un tema a tratar entre el embajador y él. Una carta del recién electo Papa Paulo V donde manifestaba el deseo de recibirlo lo antes posible llevaron a que Ne Vunda buscase como retomar su viaje rumbo a Roma.
Al final pudo salir un año después o sea en septiembre de 1607 de Madrid. En el camino Ne Vunda enfermó de gravedad, pero los deseos del Santo Padre de poder ver al embajador de áfrica eran muy grandes, así que cuando Ne Vunda se encontraba en Civitavecchia, a unos 100 km de Roma, el Papa envió a su propio médico para que lo curase y cuando arribó el día 3 de enero de 1608 a la entrada de Roma estaban esperándole para darle la bienvenida una comitiva del Papa que incluía al sobrino del Pontífice, el cardenal Scipione Borghese.
El Santo Padre ordenó que se hospedara en los apartamentos que usó el cardenal Bellarmino y que los preparativos para la ceremonia de presentación de credenciales se realizaran lo antes posible. También el Papa planeó hacer una procesión solemne el día 6 de enero 1608 y una acuñación especial de monedas con motivo de este gran evento. Lamentablemente D. Manuel Antonio Ne Vunda no había logrado curarse, más bien había empeorado su salud gravemente. Cuando llegó a Roma su salud estaba tan deteriorada que no pudo presentarse al Santo Padre, habían pasado 4 años desde el inicio de su viaje, había padecido toda clase de peligros, hostilidades y humillaciones en las cortes, perdió todo lo que traía (VERNONESE, Pietro, “Un Nigrita alla corte del Papa” 6-I-2008).
Paulo V no se limitó a esperar, en la noche del 5 de enero el mismo pontífice se presentó en la habitación de Ne Vunda para poderlo ver y a través de él conocer y abrazar a toda la nueva cristiandad de áfrica de la cual también él era padre y pastor, además viendo la pésima condición de salud de Ne Vunda el mismo Santo Padre le administró la extremaunción. El Papa Benedicto XVI lo narra así:”El deseado encuentro tuvo lugar en la noche del 5 de enero de 1608, en el palacio vaticano, con mi predecesor que no dudó en ir personalmente a confortarlo, deteniéndose a la cabecera del lecho en que yacía, gravemente enfermo, este noble cristiano del Congo, cuya vida y reino encomendó a la protección del Sucesor de Pedro” (Audiencia General, 18-abril-2007).
No tardó mucho en llevarse a cabo el desenlace: El día 6 de enero de 1608 D. Manuel Ne Vunda murió en Roma. La noticia causó gran tristeza al Papa, la gran procesión de alegría se convirtió en una procesión fúnebre, el Papa se encargó de los funerales y ordenó que se le enterrara en la basílica de Santa María la Mayor, lugar en donde todavía reposa.
El Reino Cristiano del Congo continuó existiendo, el fervor que mostraron los dos grandes monarcas Alfonso I y Álvaro II no se volvió a repetir, igualmente el valor y perseverancia que D. Antonio Ne Vunda tuvo sería difícil de encontrar, pero el gran bien que hicieron a su pueblo y a la iglesia es digno de recordar y de ser un orgullo para áfrica. Hoy en día, en el Congo hay más de veintitrés millones de católicos, tantos como en Austria, Bélgica y Portugal juntos.
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