Las controversias acerca del sepulcro del Apóstol Santiago
Las dudas de algunos historiadores y la certeza de la Iglesia
España, desde la invasión musulmana, vivía su propia historia trágica y solitaria, menos articulada que los demás países cristianos en la máquina político-eclesiástica de Europa. Sancho el Mayor abrió en el siglo XI los puertos del Pirineo a las corrientes europeas, y su dinastía será la alentadora de este nuevo espíritu en Castilla, frente al tradicionalismo visigótico de León; los monjes cluniacenses y los papas gregorianos aunaron también sus esfuerzos en el mismo sentido, pero lo que acabó de sacar a España de su aislamiento fue sin duda el Camino de Santiago, arteria pujante de religiosidad, de arte y de cultura, ancho cauce internacional por el que fluyeron y refluyeron ríos de peregrinos de todos los países y de todas las clases sociales : reyes de España, de Francia y de Portugal; duques de Flandes, de Aquitania y de Sajonia; arzobispos de Alemania y de Italia; emperatrices, princesas de Inglaterra y de Suecia; abades, clérigos, sabios, juglares, nobles, mendigos, mercaderes, artesanos, santos y pecadores… La peregrinación al sepulcro del apóstol Santiago entró en la devoción popular como la peregrinación a las tumbas de San Pedro y San Pablo en Roma, o al Santo Sepulcro de Nuestro Señor en Jerusalén.
Retrocediendo en el tiempo, vemos que en el reinado de Alfonso II el Casto (+842) se atribuye en Compostela un fenómeno prodigioso, que muy pronto atrajo las miradas de toda la cristiandad. Siendo obispo de Iria Flavia Teodomiro (+ 847), se descubrió un monumento sepulcral con tres cuerpos, que se supuso eran de Santiago el Mayor y de dos discípulos suyos. Los primeros documentos auténticos que de ello hablan son de Alfonso III, y corresponden a los años 885 y siguientes. La primera narración detallada con los milagros que acompañaron al descubrimiento data de 1077. Cierto es que ya en la primera mitad del siglo IX se propagó por aquella región de Galicia la noticia del milagroso hallazgo del cuerpo del apóstol, y pronto cundió por países más remotos, puesto que la recoge el lionés Martirologio de Adón (857-860).
Según el Chronicon Sampiri (siglos X-XI), el papa Juan IX habría urgido a Alfonso III para que fuese consagrada una basílica, reedificada por este rey sobre la tumba de Santiago. Esta consagración ciertamente revistió gran solemnidad, realzada con la presencia de los obispos de Huesca, León, Astorga, Oviedo, Salamanca, Coria, Coimbra, Lamego, Viseo, Oporto, Braga, Túy, Orense, Lugo, Britonia y Zaragoza con el propio de Iria, llamado Sisenando. También se dice que los monjes de Tours en Francia hacia el 906 escribieron a Alfonso III deseando informes concretos sobre el sepulcro del apóstol, al paso que solicitaban una limosna pecuniaria, que el monarca se la concedió de buen grado.
Alfonso III hizo donación a la venerada basílica de Santiago de varias iglesias y monasterios, de villas y bosques, dando así comienzo a las infinitas dotaciones y privilegios con que la irán enriqueciendo los monarcas posteriores. El caudillo árabe Almanzor destruyó en 997 la basílica; se llevó las campanas, pero respetó el sepulcro del apóstol. Inmediatamente fue reconstruida, y en 1075 el obispo Diego Peláez planeó y puso la primera piedra de la espléndida catedral románica, que coronará la magnificencia de Diego Gelmírez. A principios del siglo XII dirá Calixto II que la tradición compostelana en torno al sepulcro de Santiago es recibida y venerada por todos los pueblos cristianos.
Conocemos peregrinos desde 950 y con los años va creciendo el caudal de las riadas humanas. En la edad media, el siglo XII fue el de mayor afluencia de peregrinos extranjeros. Los cantares de gesta, nacidos muchas veces a lo largo del camino que conduce a Santiago, inmortalizaron el santuario gallego y propagaron la devoción al hijo de Zebedeo, y los monjes cluniacenses colaboraron en la misma empresa con más eficacia que nadie levantando conventos, hospederías y hospitales en la ruta que seguirán los peregrinos.
Sobre el descubrimiento o “inventio” del sepulcro, según la Historia Compostelana, escrita en los primeros años del siglo XII a instancias del arzobispo Xelmírez, tuvo lugar durante el episcopado de Teodomiro, a quien “unos personajes, varones de gran autoridad…le refirieron como habían visto muchas veces de noche unas ardientes luminarias en el bosque… y también que un ángel se había aparecido allí frecuentes veces… fue él mismo al lugar… y vio… por sus propios ojos las luminarias… Movido por la divina gracia, entróse aceleradamente en el mencionado bosquecillo y … halló en medio de malezas ya arbustos una casita que contenía en su interior una tumba marmórea… pasó sin dilación a verse con el rey Alfonso el Casto… y le notifico exactamente el suceso… El rey… vino… y restaurando la iglesia en honor de tan gran Apóstol, cambió el lugar de la residencia del obispo de Iría por este que llama Compostela… Sucedió todo esto en tiempos de Carlomagno".
¿Por qué razón aquellos compostelanos o irienses del siglo IX dijeron que el cuerpo por ellos descubierto en un arca funeraria era precisamente del apóstol Santiago? Esta pregunta se hace el gran historiador español Ricardo García Villoslada S.J. en su Historia de la iglesia Católica y afirma no haber encontrado una respuesta satisfactoria. Expone en primer lugar la explicación que propuso el brillante historiador Benedictino Fr. Justo Pérez de Urbel, que considera no totalmente convincente.
En breves términos, la teoría de Fray Justo se reduce a lo siguiente: Sabemos por una inscripción que en un templo de Mérida se veneraban durante la época visigótica varias reliquias de santos, entre ellas del apóstol Santiago. En la Compostela del siglo IX hallamos, con otras muchas reliquias, algunas que parecen coincidir con las de Mérida; en la hipótesis del Benedictino, serían las mismas que fueron trasladadas a Galicia cuando la invasión sarracena. A fines del siglo VIII, San Beato de Liébana difundía por las montañas, en momentos difíciles para la causa nacional, la noticia, aprendida quizá en el Breviarium apostolorum, de que Santiago había predicado en España: “Regens Iohannes dextra solus Asiam, eiusque frater potitus Hispaniam” y presentaba al santo como patrono y protector de los españoles: “Caput refulgens aureum Hispaniae tutorque nobis vernulus et patronus”.
Esto que oyeron los compostelanos, se entusiasmaron diciendo: “Aquí, en nuestra iglesia, poseemos nosotros el cuerpo del santo apóstol; venid a venerarlos, si bien en realidad no poseían más que una pequeña reliquia, quizá un simple brandeum. Examinadas despacio las cosas, piensa García Villoslada que no existe probabilidad alguna de que las reliquias compostelanas procediesen de Mérida (más bien vendrían de Oviedo, como demostró D. José Guerra Campos). Cree que lo que se descubrió en Compostela -y esto tiene mucha fuerza- no era un brandeum ni una reliquia cualquiera, mezclada con otras de igual importancia, sino un cuerpo o esqueleto entero.
¿Cómo se les ocurrió a aquellos compostelanos del siglo IX decir que el cuerpo por ellos descubierto era precisamente el del apóstol Santiago, hijo del Zebedeo? ¿Sabían ellos que Santiago hubiese predicado en España? Es posible que antes del 800 no hubiesen oído semejante noticia, ya que no existía de ello tradición española. ¿Sabrían acaso por tradición local que el sepulcro del apóstol se conservaba oculto en aquel país ? No queda el más mínimo rastro. Se puede decir que pudo haber, a través de los siglos, continuidad de culto, lo cual bastaría para asegurar la tradición oral, pero no se demuestra que hubiese en Iria ningún culto a Santiago, todos tienen que admitir que el lugar del sepulcro era ignorado al tiempo del descubrimiento del sepulcro.
Uno de los mejores propugnadores de la tradición jacobea, Don José Guerra Campos, arguye de esta forma: “El desconocimiento de éste (lugar preciso), debido a un abandono temporal, se hace muy verosímil, atendiendo a las vicisitudes históricas de la región: ¿no sucede en Roma que textos antiguos nos aseguran la existencia de un cementerio en una zona y junto a una vía determinada, y, no obstante, su localización precisa ha costado muchos esfuerzos o sigue todavía ignorada?” Pero, recuerda García Villoslada, esos textos antiguos son los que faltan en nuestro caso.
El expone su propia hipótesis: Nadie, en aquella diócesis de Iria, sabría nada de la predicación y del sepulcro de Santiago, fuera de lo que refieren los Hechos Apostólicos, cuando un buen día llegó a manos de algún monje o clérigo un códice isidoriano en que se leían estas o parecidas palabras: “lacobus filius Zebedaei… Hispaniae et Occidentalium locorum evangelium praedicavit… Sepultus in acha Marmarica”, o bien: “Sepultus est in Achaia marmarica”. O fue quizá un códice más antiguo, venido de Francia, intitulado Breviarium apostolorum, que decía: “Hic (Iacobus) Spaniae Occidentalia loca praedicat, et sub Herodis gladio caesus occubuit, sepultusque est in Achaia marmorica”.
Dos cosas debieron sorprender e impresionar a los de Iria en el relato de ese venerando códice latino: una, que el hijo del Zebedeo había predicado en Occidente y en España; ellos entendieron el occidente de España, esto es, Galicia. Y otra cosa verdaderamente misteriosa, que excitaba sus imaginaciones, era eso de que Santiago estuviese sepultado en Marmarica, o Marmorica, o Achaia marmorica. ¿Qué lugar sería ése, tan enigmático? Nadie lo sabía descifrar entonces, como tampoco los historiadores y geógrafos modernos. La solución no tardó en venir. Alguien propondría la interpretación de “Arcas marmóricas” (así es cómo se tradujo por lo menos en el siglo IX), y se acordaron de que en las proximidades de la ciudad había una necrópolis antigua, cubierta de maleza, entre la que, a trechos, se descubrían ciertas arcas marmóreas. ¿No sería éste el lugar de la sepultura del apóstol?
En realidad, y sin querer discutir la gran autoridad del gran historiador Jesuita, otros historiadores recuerdan que la idea de la vinculación de Santiago con la Península se va a difundir con mucha claridad en la 2º mitad del siglo VII en Hispania, en plena efervescencia de los visigodos. Se consagró la Iglesia de Santa María de Mérida y en ella se depositó una reliquia de Santiago como muestra de esa influencia jacobea que resulta enormemente chocante, puesto que el cuerpo del Apóstol Santiago no ha aparecido todavía. No sabemos qué reliquia sería esa, no queda constancia en los documentos.
En el siglo VIII se profundiza la relación del Apóstol Santiago con la península y de que su cuerpo estaba aquí. El aferramiento a esa tradición fue provocado por la llegada de los musulmanes en el 711 y la huida al norte de la península de los cristianos. Hacia el 760 se consagró la primera iglesia peninsular bajo la advocación de Santiago, se encuentra entre Galicia y Asturias y se trata de Santiago de Meilán. En el reinado de Mauregato (783-788) se compuso un himno: “O Dei Verbum", en el que Santiago ya es invocado como patrón de España. Este himno se atribuye al ya citado Beato de Liébana.
A finales del VIII el Beato de Liébana (zona de Cantabria), se encuentra redactando sus famosísimos Comentarios al Apocalipsis, libro obviamente muy difícil de leer, por lo que después se le pondrán a estos comentarios ilustraciones (llamada “miniatura"), para que se entiendan mejor. El Beato, además de afirmar que Santiago predicó en España, dibuja un mapamundi, localizando la dispersión de los Apóstoles, y Santiago aparece colocado en una zona a la que llaman Aca Marmárica, que coincide con la actual Galicia. Por estas razones, en los círculos palaciegos de Alfonso II (ca. 800) existía la convicción de que el Apóstol Santiago estaba enterrado en algún lugar del territorio Galaico-Astur, lo que faltaba era encontrarlo.
El epílogo de esta historia lo encontramos en el siglo XIX:En el siglo XVI hubo necesidad de esconder las reliquias del apóstol para librarlas de la profanación de los piratas. Francis Drake amenazó Compostela después de haber desembarcado en La Coruña, en el mes de mayo de 1589. Sabedor de este peligro, el arzobispo don Juan de Sanclemente acordó con el Cabildo metropolitano poner a resguardo de los invasores cuanto había de importante en la catedral, incluidas las reliquias apostólicas. Con el mayor sigilo y con toda premura se practicó dentro del ábside, en el eje mismo de la capilla mayor, detrás del altar principal, pero fuera del edículo que habían construído los discípulos del apóstol, y como a unos tres metros de distancia, un escondrijo, cuya forma y disposición podemos ahora conocer perfectamente merced a las excavaciones hechas en los años 1878 y 1879. Se rompió el pavimento de hormigón de la confesión antigua en el espacio que se calculó suficiente para el caso; se excavó dicho espacio hasta llegar a la roca, que estaba sólo a unos 30 metros de profundidad, y, en el espacio así excavado, en dirección del eje de la iglesia, con los materiales que primero se encontraron a mano, se construyó un nicho rectangular de 99 cm de largo y 30 de ancho y otro tanto de profundo…Esta traslación debió de hacerse de noche, como lo indican algunas gotas de cera de que se veían salpicados algunos huesos. Cubrióse todo después de tierra y de escombro, y la parte anterior del nicho se obstruyó con gruesos materiales
En 1879 se volvieron a realizar excavaciones por haberse perdido la pista de los restos desde el S.XVI y se pudo identificar, debajo del altar mayor, entre los restos de un mausoleo romano, una inscripción sepulcral en griego “Athanasios martyr"cerca de los cuales aparecieron los huesos de tres personas distintas, que supuestamente son santiago y sus dos discipulos, Atanasio y Teodoro. El Papa León XIII nombró una Congregación extraordinaria que procediese a estudiar minuciosamente todo lo encontrado en Santiago. La Congregación estaba presidida por el Cardenal Bartolini, Prefecto de la Congregación de Ritos y los Cardenales Mónaco La Valletta, Ledochowski, Serafini, Parocchi, Bianchi y Tomás Zigliara. El Promotor de la Fe fue Mons. Agostino Caprara.
Explica López Ferreiro en su libro sobre el culto a Santiago Apóstol que no debieron satisfacer del todo los datos contenidos en el rollo enviado desde Santiago, pues, tras varios meses de estudio, el día 29 de mayo de 1984 deciden dejar el asunto sobre la mesa y enviar al Promotor de la Fe a Santiago para que revise todo el proceso y tome declaración a todos los que habían intervenido en él.
En viaje a Santiago Mons. Caprara se detuvo en Pistoia donde, como es sabido se venera una reliquia del Apóstol Santiago regalada por Gelmírez al pacense San Atón, Obispo de aquella Iglesia. Mandó que fuese revisada por un técnico, a lo que se prestó el Doctor Francisco Chiapelli quién dictaminó que se trataba de la apófisis mastoidea derecha. Le llamaron, no obstante, la atención dos cosas. Una, como había podido Gelmírez sin ningún instrumento adecuado romper aquel pequeño pedazo del cráneo, y la otra era una mancha obscura que fue identificada como sangre coagulada. Al advertirle que Santiago había muerto decapitado el Doctor Chiapelli encontró la explicación cumplida a ambas cuestiones. Aquel examen había dejado claro que el hueso aquel pertenecía a un decapitado. Pero quedaba en el aire si pertenecía a alguno de los tres grupos hallados en Santiago.
En Madrid Mons. Caprara recibió la declaración de Don Benito Sanz Forés y de los Señores Fernández Guerra y P Fidel Fita. Llegó a Santiago el 8 de junio de 1884. Aquí recibió a todos los que habían intervenido en proceso. Hizo que ante él los Doctores Casares, Freire y Sánchez Freire examinasen de nuevo los huesos, les inquirió si todos ellos tenían la apófisis mastoidea. Todos ellos la tenían menos uno, al que le faltaba la del lado derecho. ¿A que lado pertenecía la de Pistoia? La pregunta fue en estos términos formulada al Doctor Chiapelli, que, una vez examinada detenidamente la reliquia, respondió sin vacilar: al derecho. Esto permitió identificar entre los tres grupos de huesos, el del Apóstol. También dejaba claro que los huesos hallados eran los mismos que hallara Teodomiro y que Gelmírez colocara en un lugar inaccesible. Examinó todos los lugares en que se habían encontrado los huesos, la tumba descubierta y, al regreso a Madrid, volvió a interrogar a Fita y Fernández Guerra.
El día 25 de Julio de 1884 en la Misa Solemne del Apóstol Santiago, celebrada en la Iglesia Nacional Española, se publicó la resolución final del proceso. La Congregación Extraordinaria confirmaba en todo el Decreto declaratorio del Cardenal-Arzobispo de Santiago. El Papa León XIII ratificó esta resolución y mandó que se expidiesen Letras Apostólica bajo sello de plomo. No contento con esto el Pontífice asumió la tarea de anunciar a todo el orbe católico tan feliz acontecimiento. Y así el día 1º de noviembre de 1884 daba a la publicidad la Bula Deus Omnipotens en la que hacía un repaso por la Historia del Santuario y llamaba a todos a volver de nuevo a emprender peregrinaciones a Santiago. En este acto pontificio está el origen del nuevo despertar del Camino de Santiago.
9 comentarios
Las evidencias son parkas, sólo la fe religiosa que no necesita demostraciones ayuda a los católicos hispanos en España y Latinoamérica a creer que todo esta historia de Santiago en España es auténtica.
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