Historias del Postconcilio (III): La "Humanae Vitae" convirtió a Pablo VI en profeta y mártir

PABLO VI NO VOLVIÓ A ESCRIBIR UNA ENCÍCLICA EN SUS DIEZ AÑOS RESTANTES DE PONTIFICADO

La mañana del 25 de julio de 1968 -recordaría años más tarde el Cardenal Casaroli, entonces Secretario de Estado-, Pablo VI celebró la Misa del Espíritu Santo, pidió luz de lo Alto… y firmó: firmó su firma más difícil, una de sus firmas más gloriosas. Firmó su propia pasión”. Se trataba de la Carta Encíclica Humanae Vitae, sobre la regulación de la natalidad; terminaba de esa manera un largo trabajo comenzado en 1963 por Juan XXIII al constituir una “Comisión para el estudio de problemas de población, familia y natalidad”. Pablo VI, al sucederle en el Pontificado, asumió el reto lanzado por su predecesor, sabiendo desde el principio que ésta sería una de las cruces más pesadas que le tocaría llevar. De hecho, a consecuencia de la tormentosa reacción que recibió el documento a nivel mundial, el Papa no volvió a escribir una encíclica en los diez años restantes de su pontificado (en los 5 años anteriores había escrito 7 encíclicas)

En efecto, ya en tiempos de Juan XXIII, al tiempo de constituir la Comisión de estudio, un grupo de moralistas había comenzado una intensa campaña a favor de la contracepción, que se agudizó con la indiscreta publicación del informe ’secreto’ escrito para uso del Papa por la referida Comisión. Este informe recogía la posición de los diversos especialistas sobre el tema y se dividía en tres elocuentes partes: el informe de la ‘mayoría’ que se inclinaba notoriamente por una mitigación de la doctrina de la anticoncepción, el de la ‘minoría’ que sostenía la doctrina tradicional, y finalmente la ‘respuesta’ de la mayoría a la minoría; el mismo esquema revelaba la tendenciosa influencia que se intentaba ejercer sobre el Papa en orden a la permisión moral de los anticonceptivos; su publicación intentó -probablemente- aumentar la presión.

Con la publicación de la Encíclica llegó la parte más dura para Pablo VI: no sólo la incomprensión de muchos laicos católicos sino la violenta oposición de influyentes grupos de teólogos y la ambigua posición de algunas Conferencias Episcopales (como los episcopados austríaco, belga, canadiense, francés, etc.) que por una parte daban la razón al Pontífice y por otra intentaban mitigar su enseñanza. “Raramente un texto de la historia reciente del Magisterio -escribió en 1995 el cardenal Ratzinger- se ha convertido en signo de contradicción como esta encíclica, que Pablo VI escribió a partir de una decisión tras múltiples sufrimientos”. Para explicar el disenso y las reacciones polémicas intervinieron muchos factores, del clima cultural de la época a los enormes intereses económicos implicados. A pesar de ello el Papa Montini no cambió su posición.

Su actitud costó al Pontífice grandes sufrimientos, especialmente por la incomprensión de muchos católicos confundidos por las reacciones de amplios sectores de la teología católica, que se reflejaban en revistas y periódicos. Entre las reacciones de los teólogos, la primera fue la Declaración firmada por 87 teólogos de la zona de Washington, sólo dos días más tarde de la publicación de la Encíclica; en ella se dirige al Papa la gravísima acusación de haberse opuesto al Concilio Vaticano II identificando la Iglesia con la Jerarquía, contra el ecumenismo ignorando el testimonio de los hermanos separados, contra la actitud de apertura al mundo contemporáneo, y llega así a afirmar que los católicos pueden tranquilamente ignorar la Encíclica. Por aquellos días fue publicada parte de esta declaración en el New York Times como publicidad (algo parecido, como veremos, ha ocurrido en el 40 aniversario de la encíclica y el Corriere della Sera), invitando a los fieles católicos a no hacer caso al magisterio pontificio, sino al de estos teólogos.

Más grave todavía, por la autoridad de sus firmantes, por el contenido y por el posterior desarrollo, fue la Declaración de 20 teólogos europeos al término de dos días de estudio y discusión tenidos en Amsterdam del 18 al 19 de setiembre de 1968; sus firmantes fueron J.M. Aubert, A. Auer, T. Beemer, F. Böckle, W. Bulst, R. Callewaert, M. De Wachter, S.J., E. Mc Donagh, O. Franssen, S.J., J. Groot, L. Janssens, W. Klijn, S.J., F. Klosternann, O. Madr, F. Malmberg, S.J., S. Pfürtner, O.P., C. Robert, P. Schoonenberg, S.J., C. Sporken, R. Van Kessel. También tuvo particular repercusión e influencia el artículo de K. Rahner, S.J., publicado en ‘Die Welt’ el 26 de agosto de 1968 y traducido en ‘Il Regno’, que comienza con algunas profecías sobre la eficacia y la suerte de la Encíclica que, como todas las profecías del progresismo, se cumplieron exactamente al revés; afirma, por ejemplo, que ‘la mayoría de los católicos considerará de hecho la norma de la Encíclica no sólo como ‘doctrina reformabilis’ (doctrina reformable) sino incluso como ‘doctrina reformanda’ (doctrina que debe ser reformada)’, es decir, como doctrina errónea. A los cónyuges católicos, Rahner reconoce no sólo la amplia posibilidad de seguir en buena fe una norma que el Magisterio condena (lo cual nadie discute cuando se trata de conciencia invenciblemente errónea), sino que establece para cada persona el derecho-deber de seguir los dictámenes de la propia conciencia en oposición a las enseñanzas del Papa cuando “después de un maduro examen de conciencia, cree llegar, con toda cautela y espíritu autocrítico, a una opinión que derogue la norma establecida por el Papa”. Rahner -por su prestigio e influencia en aquel momento- abrió las puertas a un craso subjetivismo moral de gravísimas consecuencias para la vida de los fieles.

Incluso mucho más recientemente, con ocasión del 40 aniversario de la Humanae vitae ha reaparecido las viejas reacciones. El mismo día del aniversario fue publicada como inserción publicitaria en el Corriere della Sera una carta abierta al Papa que atacaba radicalmente la encíclica de Pablo VI. En su defensa, el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede escribió una nota en la que salía al paso de los grupos contestatarios que firmaban la invectiva, conocidos ya por sus posiciones contra el magisterio de la Iglesia, y que no se limitan al tema de la moral conyugal, sino que tocan otros argumentos como la ordenación femenina.

La acusación más dura, escribía el padre Federico Lombardi, se refiere a la que ve la posición católica como causa principal de la difusión del SIDA, acusación manifiestamente infundada, ya que la difusión de este virus nada tiene que ver con las confesiones religiosas de las poblaciones, ni con el influjo de las jerarquías eclesiásticas. Por otra parte, las políticas iluminadas de respuesta al SIDA, fundadas principalmente con el uso del preservativo, dice el padre Lombardi, han fracasado rotundamente. La respuesta al SIDA requiere otro tipo de intervenciones más profundas y articuladas en las que la Iglesia está activa en muchos frentes.
Pero sobre todo, explicaba el director de la Oficina del prensa de la Santa Sede, la carta no tocaba la verdadera cuestión central de la Humanae vitae, es decir, el nexo entre relación humana y espiritual entre cónyuges, el ejercicio de la sexualidad como su expresión y su fecundidad. Además, en toda la carta no aparecía nunca la palabra “amor”, hace notar el padre Lombardi, que invitaba a los firmantes del artículo a releerse el discurso del Papa del 10 de mayo del 2008 con motivo del congreso convocado en el 40 aniversario de la encíclica, para entender el significado del documento papal y su valor profético.

Realmente hoy en día pocos dudan que la Humanae Vitae fuera una Encíclica ‘profética’. Pablo VI advertía allí tres grandes peligros que la anticoncepción acarrearía para la sociedad: el camino fácil y amplio para la infidelidad conyugal y la degradación de la moralidad; la pérdida del respeto a la mujer que pasaría a ser considerada como simple instrumento de goce egoístico; y, finalmente, el poner un instrumento peligroso en manos de autoridades despreocupadas de las exigencias morales (cf. HV, 17). Las tres previsiones se cumplieron al pie de la letra. La instrumentalización de la mujer ha crecido a la par de las proclamas que se llenan de retórica ensalzando el papel y la dignidad de la mujer; de hecho la inmensa mayoría de las técnicas anticonceptivas son nocivas a la mujer e imponen un avasallamiento a su dignidad. En cuanto a la decadencia moral está a la vista: la facilidad anticonceptiva ha abierto las puertas al libertinaje sexual, a la prostitución femenina y masculina, y al descrédito de la institución familiar. Finalmente, las políticas que se apoyan en planes antinatalistas han encontrado en las técnicas anticonceptivas los medios para imponer campañas masivas de esterilización voluntaria o forzada y control demográfico; los ejemplos de Perú, Brasil, China, numerosos países de África, el Caribe y Centroamérica, son clara demostración de la visión de Pablo VI.

Para muchos, sin embargo, las palabras de Pablo VI fueron un acicate para acercarse a la Iglesia. Quiero mencionar el testimonio de Marilyn Grodi, esposa del ex pastor protestante Marcus Grodi, para quien la posición de la Iglesia Católica sobre el aborto fue determinante en el proceso de su conversión: “Me impresionó, diría más tarde, la fidelidad con que la Iglesia se ha mantenido en los temas sobre la vida. Mientras nuestras iglesias protestantes se han ido deslizando sobre estos temas, la Iglesia Católica ha sostenido con firmeza y ha defendido a la familia en todos los frentes”. Igualmente Kimberly Hahn, esposa del célebre ministro presbiteriano Scott Hahn, convertidos ambos al catolicismo, comenzó su acercamiento a la Iglesia atraída por la doctrina sobre la anticoncepción; siendo estudiante de teología protestante ella había encontrado argumentos convincentes en la Sagrada Escritura sobre la necesidad de abrirse generosamente a la vida en cada acto matrimonial y, consecuentemente, había comprendido que esto condenaba la anticoncepción; al constatar que hasta 1930 todas las Iglesias cristianas habían sido fieles a esta enseñanza bíblica y que desde ese momento sólo la Iglesia Católica había mantenido intacta su doctrina mientras que las otras denominaciones cristianas pactaban con el espíritu permisivo del mundo, sus convicciones religiosas se tambalearon y comenzó a considerar más seriamente a la Iglesia Católica, en donde fue recibida años más tarde. La fidelidad a la conciencia y al depósito de la fe entregado a la Iglesia, demostrado entre otros por Pablo VI, fue para esta mujer, como para muchos cristianos, el comienzo de un itinerario hacia la fe.

7 comentarios

  
Joaquín
Gracias por este artículo. Venero la memoria del gran Papa Montini, su Cruz fue tremenda y su Fidelidad mayor.
13/10/09 6:35 PM
Pablo VI, con la ayuda del Espíritu Santo, fue enormemente valiente contradiciendo a muchos de sus asesores, y más aún en plena ebullición de la revolución sexual del 68. Toda una declaración de principios que ha demostrado no ser, ni anticuada ni fracasada. Lo que se ajusta a la naturaleza del hombre nunca es anticuado, es real.

Lamentablemente, hoy mucha gente (muchos católicos incluidos) sin aceptar con humildad su desconocimiento, sigue empeñada en sacarle las cosquillas a esta encíclica.

contralanuevaera.blogspot.com
13/10/09 8:50 PM
  
gonzalo
La Humanae Vitae la he leido varias veces y siempre he reencontrado algo muy interesante: la participación del hombre en la continuidad creadora de Dios. Siempre lo redescubro y me hace mucha ilusión: la confianza de Dios nuestro Señor en nosotros y su continuada "humildad" por serle necesarios. este es mi comentario a los de mi alrededor para hacer entender por qué la Iglesia dice no a los medios artificiales del control de natalidad.

Salud
14/10/09 2:08 AM
  
Almudena
Realmente una vez más se muestra y demuestra como la única en defender la dignidad de la mujer ha sido La Iglesia Católica. Nadie, excepto ella, ha mimado y cuidado tanto a la mujer, a procurado su protección, a respetado su condición. En ningún sitio he encontrado palabras más bonitas hacia la mujer que no sea en La Iglesia, en Su Majisterio. Las demás son falacias, mentiras, disfrazadas de un color rosa insoportable que no hacen sino denigrarnos para someternos. Como mujer, y porque sé lo que significa serlo, no podría ni querría estar en otro sitio que no sea mi amada Iglesia Católica. ¡Gracias Dios mio, Tú si que sabías bien lo que hacías cuándo la fundaste!
15/10/09 7:22 PM
  
Ricardo de Agentina
He escuchado muchísimas críticas contra Pablo VI, provenientes de diversos campos del pensamiento católico. Pero yo estimo que el solo mérito de esta Encíclica compensa ampliamente todas las otras fallas que puedan imputársele. El servicio que ha prestado con ella Paulo VI a la causa de Dios y de la vida, es difícil de mensurar.
16/10/09 2:49 AM
  
luis
No, Ricardo, no compensa nada.
En este caso, hizo lo que tenía que hacer. No podía hacer menos. Cumplió con su deber, que es lo que se le pide a todo católico.
16/10/09 3:01 PM
  
Ricardo de Argentina
Luis, me parece que la valiente decisión de publicar esa encíclica, oponiéndose incluso a sus asesores, a buena parte del clero y ni que digo al mundo mundano, excede ampliamente el mero cumplimiento del deber que compete a todo católico.

LA trascendencia de esa encíclica se ve hoy día más clara, pues ha sido importantísima para el desarrollo del movimiento pro vida católico, y ha servido de referencia para la enseñanza pro vida de los papas posteriores.
19/10/09 5:49 AM

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