Sacerdotes que han dejado huella (II): El P. Salvaire, gran promotor de la devoción a la Virgen de Luján
UNA PROMESA A LA VIRGEN DEL P. JORGE MARÍA SALVAIRE, ORIGEN DE LA BASÍLICA DE LUJÁN
Continuamos con la serie sobre los acerdotes que han dejado huella en la historia de la Iglesia, con casión del año santo sacerdotal. Hoy hablamos de un sacerdote argentino de adopción, muy conocido en aquella tierra, que fue el promotor de la construcción de la Basílica de Luján. En 1875 el P. Jorge María Salvaire, sacerdote lazarista de origen francés, predicaba el Evangelio a las tribus del desierto cuando fue reducido a prisión por los indios. Su invocación a la Virgen de Luján le salvó milagrosamente la vida y en prueba de su agradecimiento hoy se yergue la gran Basílica en plena llanura pampeana.
El P. Jorge María Salvaire nació el 6 de enero de 1847 en Castres, sur de Francia, en el seno de una acomodada y prestigiosa familia. Su padre había ocupado varios cargos públicos y entre ellos fue rector de renombrado Liceo Real de Francia. Su madre, María Vázquez, española de nacimiento, descendía también de familia ilustre.
Ingresó en la Congregación de la Misión y, concluidos los estudios teológicos, se ordenó sacerdote en París en 1871. Poco después, sus superiores lo enviaron a la lejana tierra argentina. Aquel había sido un año difícil para dicho país, especialmente para su capital, azotada por la epidemia de fiebre amarilla, razón por la cual, una vez superada, se organizó el 3 de diciembre, la primera peregrinación general al santuario de Luján, en señal de agradecimiento, peregrinación a la que el joven sacerdote se incorporó, entusiasmado por conocer uno de los lugares marianos más importantes de América. El 3 de diciembre de 1871, visitaba el Santuario de Luján, unido a dicha primera gran peregrinación de los católicos argentinos, motivada por la horrible epidemia de fiebre amarilla. Al año siguiente, el Arzobispo de Buenos Aires, monseñor Federico Aneiros, entregó a los Padres Lazaristas (congregación misionera a la que pertenecía nuestro personaje), la custodia del santuario y parroquia de Luján y hacia allí partió Salvaire, como vicario del P. Eusebio Fréret, su párroco.
Es conocida la tradición que da origen a la devoción a la Virgen de Luján: Por encargo de un hacendado portugués de nombre Antonio Farías Sáa, radicado en Sumampa, Santiago del Estero, un amigo suyo residente en Brasil le envió no sólo la que solicitaba, sino también otra imagen de la Virgen con el Niño en brazos que sería la que habría de permanecer, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Consolación de Sumampa, en suelo santiagueño. Iban por la pampa ambas imágenes, encerradas en cajones de madera y a bordo de una de las carretas tiradas por bueyes, cuando después de haber descansado los carreteros y sus animales a orillas del río Luján, en un paraje conocido como La Estancia de Rosendo, la carreta que conducía las imágenes no pudo adelantar un palmo; “estaba como clavada a la tierra".
Se probaron todos los recursos racionales sin obtener buen éxito hasta que se descubrió la existencia en el interior de la carreta de aquellos cajoncitos con imágenes de la Virgen. Bajaron uno de ellos, pero los bueyes siguieron negándose a partir; bajaron el restante y la carreta reanudó su marcha sin ningún otro problema. Cuando abrieron el cajón que estaba en tierra, hallaron la preciosa imagen de la Inmaculada Concepción de María, y desde entonces fue objeto de veneración en aquel lugar como madre milagrosa de los creyentes. Esto pasó en mayo de 1630.
Afincado en Lujan desde un año antes, en 1873 el joven sacerdote fue enviado a predicar el Evangelio a los indios salvajes, internándose en la pampa, en dirección a los toldos de Namuncurá, donde ya había aborígenes que tenían devoción por la Virgen gaucha, como el mismo P. Salvaire cuenta en sus apuntes de viaje. Debiendo internarse en la pampa, en dirección a los toldos de Namuncurá, la prudencia y la cautela le aconsejaron la intervención de “…el capitán Rufino Solano, hombre experimentado en la vida de frontera, que en varias oportunidades y con el mismo fin había participado para Salinas Grandes, ganándose la confianza de los caciques y capitanejos, cuya lengua conocía a la perfección”. Este fascinante personaje, el capitán Solano, imprescindible en la historia de esta región argentina, fue gran colaborador del P. Salvaire, come también lo fue de otros eclesiásticos en la tarea de evangelizar a los indios.
Bien recibido el P. Salvaire al principio, recorrió las principales tolderías del país de las Salinas Grandes, entre ellas Guaminí, Cochicó, Puán, Trenque Lauquen y el baluarte de Caruhé. Pero ocurrió que entre aquellos salvajes estalló la peste de viruela y convencidos los indios de que era el P. Salvaire quien había traído el virus, como así lo propalan sus enemigos que veían peligrar sus ilícitas ganancias con la conversión de los indios. Era a fines del año 1875 y un voto y un milagro de la Virgen de Luján lo salvaron. Eran los últimos días de octubre. Salvaire se siente solo y abandonado, y en aquella hora suprema recurre al Señor y a la Virgen de Luján haciendo voto de propagar su culto y de dar a conocer su historia. Fue escuchado y pudo volver sano y salvo.
En enero de 1876 el padre Jorge regresó a Luján, pero cinco años después, cumpliendo su promesa de propagar el culto a Nuestra Señora, volvió al desierto, en una misión que tuvo por objeto recorrer las soledades de la pampa, para llevar a esos lugares la vida cristiana. En el Libro de la Virgen encontramos escritos los más profundos pensamientos de Salvaire antes de partir: “Tú eres nuestro sostén, María dulcísima, Tú en las angustias nuestra firme áncora de fe".
Regresa nuevamente a Luján, y allí se entrega de lleno a la búsqueda de material para formar su obra “Historia de Nuestra Señora de Luján”, que sale a la luz a fines de 1885. La Historia de Nuestra Señora de Luján del Padre Jorge María Salvaire se levanta inconmensurablemente sobre todas las de su género, aparecidas a fines del siglo XIX. El Padre Salvaire no hacinó sin discreción y crítica los materiales que pudo reunir, antes los estudió y valorizó cuidadosamente, separando la paja del grano, y dando jerarquía a los documentos y a las fuentes de información. Nada tiene que ver la “Historia de Nuestra Señora de Luján” con los libros de esa índole, aparecidos con anterioridad a 1885, y según alguno sexpertos, ninguno de esa índole desde entonces hasta la actualidad, le ha superado en sentido crítico.
Muñido de las necesarias credenciales de los Señores Obispos de las regiones del Plata, en 1886 viajó a Roma para solicitar al Papa León XIII la coronación pontificia de la imagen. Llevaba consigo oro y joyas con las que hizo confeccionar la corona en París y con ella se presentó al Santo Padre que en persona la bendijo con profundo amor. Con ella regresó a Buenos Aires y el 8 de mayo de 1887, el arzobispo Aneiros, en nombre de Su Santidad, llevó a cabo la coronación, en una emotiva ceremonia que reunió a más de 40.000 fieles, en un marco de gran solemnidad. Allí, junto al Prelado, estaba el padre Salvaire, alma de toda la fiesta.
El 15 de ese mismo mes, el padre Salvaire dio inicio a lo que había sido su segunda promesa, colocando la piedra fundamental del gran templo, también bendecida por Mons. Aneiros. El 18 de noviembre de 1889 ya nombrado párroco, escribe el P. Salvaire una solicitud al Sr. Arzobispo, a fin de poder comenzar las obras de la proyectada Basílica. Es cierto que el proyecto tenía sus decididos partidarios, pero era mucho el número de adversarios o de los que no tenían fe en su posible realización. En la Curia de Buenos Aires se decía: “Esto nunca se hará, es una locura". Felizmente el Arzobispo, que estaba contagiado con la santa locura de Salvaire le dijo a éste: “Hijo mío, sigue adelante, toda responsabilidad cae sobre mí". Y firmaba el 29 de noviembre el documento de aprobación.
El 15 de mayo siguiente, Mons. Aneiros, bendecía la piedra fundamental que debía servir de base a la atrevida empresa de la grandiosa Basílica, que se levanta hoy en honra a la Protectora del Plata. Para entonces, el padre Salvaire había mandado recubrir la sagrada imagen de Nuestra Señora con una coraza de plata, permitiendo que antes se le sacaran moldes para su reproducción, y en 1887 la colocó sobre una base de bronce a la que adosó una rayera gótica con la inscripción: “Es la Virgen de Luján la primera Fundadora de esta Villa”.
El 6 de mayo de 1890, fueron bendecidos los cimientos de la iglesia que, edificada en estilo gótico, tuvo un ancho de crucero de 68,50 m., por 104 metros de longitud; un ancho de frente de 42 m. y una altura en las dos torres mayores de 106 m. El P. Salvaire murió en Luján el 4 de febrero de 1899 a los 51 años de edad. Sus restos fueron depositados en el crucero derecho de la gran Basílica, a los pies de la imagen de la Medalla Milagrosa, donde yacen hasta el día de hoy.
Continuó las obras el P. Brignardello, seguidas luego por el P. Dávani. El día de la Inmaculada del año 1910 —en el marco de las celebraciones del Centenario— fue inaugurado el gran templo, respuesta al laicismo liberal y antirreligioso que intentaba destruir la Argentina católica. El 6 de octubre de 1930 el Obispo Auxiliar de La Plata, Mons. Juan P. Chimento, en representación del Obispo Diocesano Mons. Francisco Alberti, consagró el gran templo y el 8 de diciembre del mismo año, el Papa Pío XII, le otorgó oficialmente el título de Basílica.
El legado del Padre Salvaire fue inconmensurable y sus palabras finales: “Creo en Dios, amo a mi Dios y espero en ti, Madre mía de Luján”, son evidente prueba de que su fortaleza espiritual e impulso creador provinieron siempre del Señor y de su Santa Madre
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