Orar a María y con María: San Ildefonso y la oración (2)
El escrito más admirado de san Ildefonso, el tratado «De la Virginidad de Santa María», ha sido leído y meditado abundantemente, se conservan del mismo más de cincuenta códices manuscritos y según algunos es el libro más copiado y difundido de la Edad Media después de los textos litúrgicos, lo que indica la importancia que le dieron los mozárabes y los cristianos de los reinos peninsulares. Fue el primer tratado de teología popular mariana, que enseña las verdades de fe y muestra el modo de orar a la Virgen.
El libro fue redactado en defensa de la Virginidad y Maternidad de nuestra Señora frente a dos herejes y a un judío, e iba destinado a Quírico, obispo de Barcelona. El obispo de Toledo quiso difundir con este libro el amor y la devoción a María.
Con un cuidado estilo literario, reiterando las ideas principales y usando abundantes sinónimos, la prosa poética de este libro mostró el entusiasmo religioso del autor, y deslumbró a sus lectores durante siglos. Él mismo había orado diciendo: «Yo quiero ser esclavo de la Esclava del Señor».
Consta de doce capítulos precedidos de una humilde confesión de su pequeñez y de una oración suplicando la luz divina. A la misma Virgen María le pide ayuda para su proyecto de alabanza y defensa contra los que negaban su Virginidad o la menospreciaban. Con abundantes citas bíblicas del Antiguo y del Nuevo Testamento prueba la venida del Mesías, su acción y divinidad y el cumplimiento de las profecías. Desde ese fundamento cristológico proclama las maravillas de la Anunciación, de la Encarnación y del nacimiento virginal del Señor para finalizar su libro en una oración de súplica y ofrenda a Santa María.
San Ildefonso subraya la necesidad de no separar lo que está unido en la fe, el Hijo y la Madre. No se puede celebrar u orar a María aislándola de Jesús. El “sí” y la maternidad marianas son simultáneos a la Encarnación del Verbo. Por eso, al tratar de la maternidad virginal afloran continuamente los temas cristológicos… A Cristo por María: Ella nos lleva siempre a su Hijo.
A lo largo de las páginas de este tratado mariano, el autor va mostrando las intimidades de su espíritu, confesando su fe y descubriendo los secretos de su corazón enamorado de Dios. Hace teología, escribe literatura, pero principalmente es una obra de espiritualidad, de mística. Todo el libro está escrito en primera persona, a modo de diálogo con otros, algunos de este mundo y algunos del Cielo. Con los primeros discute exponiendo la verdadera fe, y con el Padre, con Cristo, con el arcángel Gabriel o con la Virgen María habla en comunión de oración. También habla consigo mismo en forma de meditación.
El prefacio de esta obra ya es una oración inicial en la que se dirige primero a Dios Padre y después a Jesucristo. Manifestando su pobreza y su falta de buenas obras, acude al Creador pidiendo ayuda. Aquí aprendemos la actitud humilde con la que debemos entrar en oración. Siempre hay que pedir la ayuda de la gracia.
Al invocar a Jesucristo confiesa la fe y se abandona confiadamente en su misericordia: Cristo es el camino de nuestra oración. Al concluir esta plegaría, Ildefonso manifiesta su fidelidad y adhesión incondicional a la enseñanza de la Santa Madre Iglesia. Si nuestra meditación nos lleva a negar las verdades de fe o a que nos alejemos de la familia de los hijos de Dios, estaremos siendo engañados por el Maligno.
El capítulo I es un canto triunfal a María por medio de una oración de alabanza a la Virgen, que es contemplada por el mismo autor, por Dios, por el ángel Gabriel, por la Santísima Trinidad, por su Hijo, por las mujeres del mundo. Se acumulan en esta plegaria los piropos que describen la belleza interior y exterior de Santa María. Sabemos que no podemos abarcar los misterios divinos de modo completo, pero sí que podemos acercarnos a contemplarlos desde diversas perspectivas para que nuestro corazón se vaya conformando con el de Dios, y es lo que hace aquí san Ildefonso al acudir a Nuestra Señora.
Después de refutar al hereje Helvidio en el capítulo III, tenemos una oración de alabanza a Dios por sus grandezas y maravillas, especialmente por la Redención que ha realizado el Hijo y ha hecho posible la virginidad de la Madre. Se van sucediendo las exclamaciones de asombro dirigidas al Señor. Es como si el corazón del escritor tuviera necesidad de detenerse para cantar las misericordias del Creador. Necesitamos detenernos para alabar y glorificar a Dios reconociendo que ha estado grande con nosotros.
Hacia la mitad del capítulo IV en que dialoga con un judío defendiendo la Virginidad de María, san Ildefonso tiene un momento de recogimiento, se detiene en la ardiente discusión y dirige una oración de petición a Jesús:
Abre, mi Jesús, abre mis labios y llénalos con la confesión de tu misericordia. Toca mi boca y la puerta de mi corazón, diciendo “Ábrete”, para que así yo pueda oír lo que deba hablar por medio de tu Santo Espíritu. Llena mi boca con tus alabanzas, para que así pueda contar tus magnificencias y pueda confesar tu misericordia y tus maravillas a los hijos de los hombres, ¡oh Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos! Así sea1.
El capítulo V es toda una enseñanza acerca de la oración a los santos ángeles, algo que corremos el riesgo de descuidar considerándolo infantil o propio de otros tiempos. En presencia del arcángel san Gabriel y dialogando con él, Ildefonso hace una larga oración de meditación sobre su papel en la Anunciación, sobre su labor como mensajero divino y pidiéndole su enseñanza acerca de los secretos de Dios que custodia, para creer y amar lo mismo que los ángeles creen y aman, y así gozar en un futuro lo mismo que ellos gozan.
El último capítulo nos regala tres oraciones de intensidad creciente que van a culminar con la contemplación de las realidades celestiales a las que aspiramos. La primera se dirige a la Virgen y Madre de Dios, ante la que cae de rodillas para alabarla, pedir el perdón y suplicarle ser esclavo de Dios, de su Hijo y de Ella misma (Yo soy esclavo de la Esclava de mi Señor).
Al dirigir la oración a Jesús, comienza san Ildefonso subrayando la dificultad para expresar lo inefable de la vida del espíritu. Lo que ha pedido a María y ahora pide a su Hijo -ser esclavo de María- lo pueden comprender los que aman a Dios, pero no los sabios de este mundo que viven alejados de Él.
Al final de todo lo escrito muestra su gran deseo de comprobar que sirve verdaderamente a Dios sintiendo el señorío de su Madre. Expresando una alegría desbordante por la esperanza de gozar en la compañía de los ángeles y de Nuestra Señora y porque Ella ha hecho posible el milagro de Dios hecho hombre, confía sin límites en que Cristo le ha redimido de sus culpas con su muerte y resurrección. El deseo del santo obispo, y el nuestro al orar, es asociarse a los coros de los ángeles en la alabanza eterna de la Gloria divina. Que Dios sea gloria, alabanza, perdón, salvación, vida, alegría, “siempre y sin mengua, ahora, desde ahora y en todo tiempo y en toda edad por los siglos de los siglos. Así sea. Gracias a Dios”.
En el libro «De Virginitate Sanctae Mariae» descubrimos que para san Ildefonso entrar en oración era tan familiar y natural como respirar, que era un hombre profundamente espiritual. De forma espontánea aparece en su escrito la invocación dirigida hacia lo alto, como si no pudiera pasar mucho tiempo sin dirigirse a Dios. Su pasión y entusiasmo divinos hacen que sea consciente a la vez de la grandeza del Señor y de su cercanía misericordiosa, y en su fervor nunca pide bienes materiales, sino el perdón de los pecados y los bienes eternos.
La abundancia de textos bíblicos nos enseña que nuestra oración tiene que alimentarse de la Palabra revelada, y los escritos de los Santos Padres anteriores a él subrayan que formamos parte de una historia de gracia en la que se nos han transmitido los grandes tesoros de la fe.
La espiritualidad de Ildefonso le lleva a practicar la oración desinteresada de alabanza y de acción de gracias por los beneficios recibidos, la oración humilde de penitencia y la más elevada de contemplación del misterio divino. Los testimonios de oración de este libro nos hacen vislumbrar un alma elevada hacia las cumbres místicas, y a un cristiano que tiene a María como parte esencial de su religiosidad. Gracias a su escrito, durante siglos se difundió la devoción a la Madre de Jesús.
1De Virginitate perpetua Sanctae Mariae, 580-585.
1 comentario
Realmente, el Señor ha hecho maravillas dándonos como Madre y Señora a Su propia Madre. ¡Bendito sea Dios!
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