Soldado, monje, obispo: Eladio
Eladio nació hacia el año 560 en una familia de la nobleza hispano-romana. Entró al servicio del ejército visigodo, y a pesar de las diferencias culturales y religiosas con los visigodos arrianos, había aprendido en su familia a colaborar con los visigodos, para alcanzar la integración de los dos pueblos.
Profundamente religioso, con el paso de los años aumentó su fervor católico, y sufrió por la guerra civil entre el rey arriano Leovigildo y su hijo católico Hermenegildo. Como soldado, Eladio había jurado obediencia al monarca, pero como católico no deseaba el enfrentamiento con sus hermanos en la fe. Su confesor, probablemente un monje del recién fundado monasterio de San Cosme y San Damián de Toledo, le aconsejaría cumplir con sus obligaciones fielmente y ofrecer oraciones y sacrificios por la conversión de los arrianos y por la paz del reino.
Eladio era menor que el príncipe Recaredo, y se hicieron amigos en el ejército. Asociado Recaredo al trono de su padre, como su hermano, se mantuvo a su lado fielmente e intentó conseguir la reconciliación con Hermenegildo. Dirigió con éxito al ejército visigodo en varias campañas, como la del año 585 contra los francos que habían atacado la provincia Narbonense, y es seguro que uno de sus hombres de confianza era Eladio, que ya destacaba por su prudencia y su lealtad.
Las conversaciones entre camaradas junto a la hoguera en medio de las campañas guerreras, los paseos a caballo por las inmediaciones de Toledo cuando estaban en la Corte y muchos otros momentos de amistad sirvieron para que el futuro rey conociera los pensamientos y sentimientos del buen Eladio y, de este modo, fuera acercándose suavemente y sin violencia a la fe católica. Más tarde, el obispo san Leandro aclararía las dudas de Recaredo y le orientaría sabiamente en los pasos hacia la conversión.
A la muerte de Leovigildo, fue coronado Recaredo, y su buen amigo Eladio, hombre honrado y ejemplar, fue nombrado gobernador de la provincia cartaginense y miembro del Consejo Real conocido como Aula Regia. No se le subieron a la cabeza el honor ni las riquezas ni el poder del cargo. No se dejó deslumbrar por la grandeza sino que mantuvo y creció en devoción y en fidelidad a las prácticas de vida cristiana, cumpliendo sus obligaciones y tratando a todos con justicia. San Ildefonso dice de él que «aunque vestía secular, vivía como un monje».
A principios del año 587 el rey fue bautizado católico en secreto, acompañándole casi seguro su amigo Eladio en aquella ceremonia. Dos años después el Concilio III de Toledo hizo oficial el abandono del arrianismo y la entrada en la Iglesia católica del pueblo visigodo. Junto a los obispos, entre los nobles que acompañaban a Recaredo en tan solemne e histórico acontecimiento ocupaba un puesto de honor «el ilustrísimo Eladio, miembro del Aula Regia, gobernador».
Cuando sus ocupaciones se lo permitían, Eladio abandonaba el Palacio Real y, sin séquito ni honores, acudía a compartir la vida de retiro, oración y trabajo de los monjes de San Cosme y San Damián, en el monasterio llamado Agaliense por encontrarse junto a la vía de las Galias. Lo mismo participaba en los actos litúrgicos que dedicaba tiempo a la lectura y meditación, o ayudaba en la recolección de las cosechas o en cualquier trabajo que le encomendaran.
Al fallecer de muerte natural Recaredo, en diciembre del año 601, le sucedió su hijo Liuva, considerado ilegítimo e hijo de una plebeya por muchos nobles. A los dos años fue traicionado y depuesto por Witerico, que estaba al mando del ejército y que mandó ejecutar al joven rey, ocupando su puesto. Algunas de sus medidas favorecieron a los arrianos que ya eran muy minoritarios.
Estos desagradables acontecimientos, la falta de sintonía con el nuevo rey, y sobre todo el atractivo de la vocación monástica hicieron que Eladio tomara la decisión de abandonar los asuntos del mundo ingresando en el monasterio al que acudía con tanta frecuencia.
Durante varios años fue un monje más de la comunidad, cumpliendo sus obligaciones y creciendo en la práctica de las virtudes, de modo que al morir el abad bajo el cual había profesado, el obispo Aurasio lo puso al frente de la comunidad. Ejerció esta responsabilidad con total entrega, preocupándose tanto de los aspectos materiales como de los espirituales. Cuidó especialmente la formación de los novicios, consciente de que su autenticidad de vida era la garantía de futuro para el monasterio. Entre aquellos que recibieron el hábito y la instrucción del santo abad encontramos a varios obispos de Toledo: Justo, Eugenio el matemático e Ildefonso.
En el año 615, a pesar de sus muchos años y de sus intentos rechazar tal responsabilidad, por su fama de santidad y su capacidad de gobierno, fue consagrado obispo de Toledo. Durante dieciocho años pastoreó la diócesis de manera ejemplar destacando por su caridad con los enfermos y los pobres. También mostró especial atención al cuidado del culto divino, de modo que las celebraciones de la Catedral y de las parroquias ayudaran a elevar el espíritu de todos.
Siendo obispo demostró su capacidad y fortaleza no dejándose manejar por el rey Sisenando que pretendía su apoyo para desprestigiar al anterior monarca depuesto y a su familia. Eladio se negó a apoyar cualquier injusticia y defendió siempre la verdad. Las mismas virtudes demostró al ser atacado injustamente por un clérigo llamado Justo, al que carcomía la envidia hacia dos monjes que colaboraban con Eladio en el gobierno de la diócesis. El envidioso insultó públicamente al prelado e incluso se autoproclamó nuevo obispo con el apoyo de algunos partidarios.
Ante esta especie de cisma episcopal, Eladio no se dejó llevar de la ira ni del odio, sino que con mansedumbre defendió su nombre y proclamó la verdad ante el rey, ante los nobles y ante todo el pueblo cristiano. Sin embargo, sufrió mucho en su corazón por esta rebeldía y por la división provocada. Abundantes fueron sus oraciones y penitencias por el rebelde y suplicó al Señor que hubiera paz en el Pueblo de Dios. La horrible muerte del clérigo díscolo —asesinado mientras dormía por los mismos que primero le habían apoyado y ya se habían cansado de sus desvaríos— le llenó de tristeza.
Eladio no escribió ningún libro ni se han conservado cartas suyas, pero supo transmitir su enseñanza, madurada en la oración, tanto a los monjes como al pueblo cristiano que le fue encomendado. Contemplando la trayectoria de aquellos que fueron sus discípulos y colaboradores más conocidos, podemos considerarle maestro de santidad y formador de buenos pastores entregados al cuidado del rebaño de Cristo.
Agotado por la entrega a los demás, por los sufrimientos y por los muchos años, se retiró otra vez al monasterio Agaliense, donde ordenó diácono al joven monje Ildefonso. Murió poco tiempo después, el 18 de febrero del año 633, y sus dos inmediatos sucesores fueron Justo y Eugenio, que habían sido monjes suyos y estrechos colaboradores en el gobierno de la Diócesis.
La fiesta de san Eladio se celebra el 18 de febrero.
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