Unas palabras de Iohannes Lanspergius
Mi amigo Salvador Sandoval ha tenido la gentileza de enviarme, como primicia de su próxima publicación, el Capítulo XXVI del libro del beato cartujo Dom Juan Justo Lanspergio (1489-1539), prior de la Cartuja de Colonia y apóstol de la alegría espiritual, “Carta de Jesucristo al alma devota y otros escritos”.
Es el número doce de la Colección Ariadna Nueva Serie de San Esteban Editorial. Salvador ha seleccionado y traducido del latín los textos que forman el libro. A continuación presento el Capítulo XXVI.
XXVI: A nosotros solos hemos de imputar lo que sufrimos; que en la adversidad hemos de tener ante los ojos la vida, costumbres y Pasión de Cristo.
Hija mía, no culpes a los hombres de tus sufrimientos. ¿Acaso es mala la vara cuando el padre la usa para corregir a su hijo? ¿Por qué te aíras con los hombres que me sirven como flagelo para enmendarte? No pelees ni discutas con ellos, sino ponte en guardia contra tu impaciencia, no sea que el premio que puede reportarte la paciencia lo pierdas por culpa de tus quejas. Sé paciente, bondadosa y mansa con tus semejantes; muestra un semblante sereno, de manera que ninguna perturbación, ninguna queja, ningún abatimiento o tristeza den a entender que estás sufriendo.
Si alguien te contradice o te insulta, muéstrale el rostro sereno y bondadoso, permanece en silencio y sonríele humildemente, dando testimonio del amor que todo lo acepta, de quien todo lo estima como bueno y no piensa en la venganza ni siente la ofensa. En tal situación, no digas nada; a lo sumo, dos o tres palabras, y con gran modestia. Muéstrate tan humilde y mansa que nadie tema reprenderte, despreciarte y hablarte con dureza. En toda adversidad, ante reprimendas, insultos o injurias, aprende a guardar silencio, a sufrir y a mantener la calma; así hallarás mi Gracia. Nunca la alcanzarás a no ser por medio del silencio y la aceptación confiada de las tribulaciones con que tengo a bien probarte.
Hija y esposa mía, tienes en mi vida un ejemplo de paciencia y mansedumbre. Pues no en vano dije: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt.11:29). Y, en efecto, mi vida fue modelo de paciencia, humildad y mansedumbre. Entre penas y atroces tormentos, entre burlas y blasfemias, entre las crueles amenazas y los feroces rostros de mis enemigos ¿Qué queja salió de mis labios? ¿A qué enemigo maldije? ¿A quién hablé airadamente? ¿A quién respondí con dureza? ¿A quién deseé el mal? Es más, ¿De quién no me compadecí? si rogué por todos. Haz tú lo mismo: en el silencio y la paz, ten paciencia y muéstrate dulce, sin murmuración ni quejas. No luches por ti. No respondas por ti misma. No te defiendas ni te excuses. Guarda silencio y confía a mí tu persona y tu causa. Yo lucharé por ti; tú, perseverando imperturbable en el silencio, únete a mí y disponte a soportar toda confusión por amor a mí antes que dejar escapar la más mínima queja interior o exteriormente.
Mientras te parezca que eres objeto de alguna injuria, mientras te sientas tratada injusta e indignamente, aún no has llegado, hija mía, a la verdadera paciencia ni al conocimiento de ti misma. Sal, pues, al encuentro de toda adversidad con alegría y fervor espiritual; ofrécete a mí como víctima dispuesta a sufrir la necesidad, el trabajo y la tribulación en la forma que Yo quiera. Considera perdido el día en que no hayas experimentado la Cruz. Si conocieras el fruto de la paciencia, mostrarías gran reverencia y gratitud a quienes te oprimen. Recuerda cómo Yo, Cordero inocente, ofrecía un Corazón dulce y tranquilo a quienes me escupían, flagelaban y crucificaban, y cómo los perdonaba y oraba por ellos (Lc. 23:34). Haz tú lo mismo y no tengas en cuenta ofensa alguna; es más, ni pienses que se te ofende. Por el contrario, mírame a mí, escúchame a mí y comprende que soy Yo, únicamente Yo, quien por amor te hace todo eso.
De este modo, hija mía, nada hay en la criatura que no sea para ti medio y ocasión de acrecentar mi Gracia, porque me encontrarás en todas las cosas si aprendes a contemplar a la criatura, no como criatura, sino a mí en ella; si aprendes a acogerme, escucharme y sentirme en la criatura, puesto que en toda criatura te hablo.
Escucha, pues, y comprende qué quiero de ti en todo lo que te sucede; y cuando descubras cuál es mi voluntad, muéstrate de inmediato dispuesta a aceptarla.
No está mal, de vez en cuando, parar un momento y, en la intimidad de la habitación, elevar los ojos y el corazón a Dios y bajar las rodillas al suelo.
In Corde Iesu.
14 comentarios
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A mí también me ha servido mucho: para orientar todo a Dios, para ser menos "quejica", y para tomarme las cosas con algo más de "filosofía" y mucho más sentido del humor.
Cuando pongo todo en manos de Dios es más fácil sonreír. Entonces noto que, verdaderamente, Su yugo es suave y Su carga ligera.
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Es cierto. Nunca deja de impresionarme cómo se me adhiere al alma la actitud hedonista del mundo. Leído el texto, hecho el examen de conciencia, los resultados son pavorosos.
No me extraña que mi vida espiritual tenga un vuelo tan gallináceo: cacarea, bate alas, da saltitos... para acabar pegándose un panzazo contra el suelo o un morrazo contra la pared más próxima.
Mientras se publica el libro, voy a releer "La imitación de Cristo" del beato agustino, maestro de novicios y sub-prior, r.p. Tomás Hemerken de Kempis, O.S.A. (1380-1471), y "El alma de todo apostolado" del abad cartujo dom Juan Bautista Chautard, O.C.S.O. (1858-1935).
Tras las grandes nevadas no sólo hay que petrolear los motores sino también el alma.
La Cartuja no promueve causas de beatificación ni canonización de sus monjes. Los santos y beatos que ha dado esta orden lo han sido promovidos por obispos y personas de fuera. El único signo de reconocimiento de santidad por parte de la Cartuja consiste en una expresión latina ("laudabiliter vixit", "vivió laudablemente")que aparece en el obituario. Lanspergio mereció esta "distinción", que por otra parte es muy poco habitual.
Este monje alemán fue un extraordinario maestro espiritual, consejero de reyes y nobles, que lo veneraban como a un santo. Sus escritos son un reflejo de su personalidad. Monje de una austeridad extraordinaria, a pesar de su delicada salud.
Sus escritos son, sin duda, absolutamente recomendables para todos aquellos que quieran ir dando pasos seguros hacia la santidad.
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Gracias por la información, Salvador.
Píoquinto: también yo espero con ganas la lectura de este libro, con intención de aplicármelo.
No parece muy difícil, por ejemplo, callarse ante una reprimenda injusta, pero sólo lo hace siempre el que ha meditado cómo Jesús callaba en su Pasión y quiere ser "otro Cristo".
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Cristo callaba antes las cosas que podían ofenderle a Él como persona... pero su celo era terrible cuando se trataba de defender la Voluntad del Padre.
La religión católica se ha vuelto antropocéntrica y una antropolatría. La Ciudad del Hombre se siente capaz de desplazar a la Ciudad de Dios. Temo por mi especie. Y de ello hay muchos cómplices.
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Antropolatría. Ésa es la palabra. Nada por encima del hombre. Nada por debajo.
Flotando en el vacío, el ser humano tiende a autodestruirse. Mientras eso llega, es mucho más susceptible de ser manipulado.
Nos preocupamos mucho, y con razón, de la Iglesia que se ve (la institución) cuando la atacan, pero muy poco, sin razón, de la que no se ve.
La Iglesia de Cristo, o la Ciudad de Dios, se edifica con la santidad de cada uno de sus miembros. La vida interior es fundamental, pues en ella se entabla la lucha entre el bien y el mal, entre la Luz y las tinieblas. En ello nos va la salvación.
Merece la pena escuchar lo que nos tiene que decir al respecto un maestro como Lanspergio.
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No puedo por menos que recordar la oración a San Miguel Arcángel, redactada por Su Santidad el Papa León XIII, que rezamos después de Misa:
Sancte Michael Arcangele,
defende nos in proelio.
Contra nequitias et insidias Diabolii,
esto praesidium.
Imperet illi Deus,
supplices deprecamur.
Tuque, Princeps Militia Caelestis,
Satanam aliosque spiritus malignos
qui ad perditionem animarum pervagantur in mundo,
Divina Virtute, in Inferum detrude.
La que sigue es mi traducción personal. Carece de cualquier valor canónico. Sin embargo, me parece mucho más clara ajustada a la oración latina original que la mayoría de traducciones actualmente en circulación:
San Miguel Arcángel,
defiéndenos en la batalla.
De las maldades y los engaños del Diablo,
protégenos.
Sujételo Dios,
suplicantes imploramos.
Y tú, Príncipe del Ejército Celestial,
a Satanás y al resto de espíritus malignos
que para la perdición de las almas vagan por el mundo,
por la Divina Fuerza, al Infierno arrójalos.
Rezo esta oración (en latín) muchas veces al día. De día y de noche.
A veces se interpreta mejor un texto cuando se está impregnado del espíritu adecuado que cuando se tiene muchos conocimientos gramaticales.
Es una oración recomendable para todos los días y todas las horas.
Los ojos no se nos abrirán leyendo libros de autoayuda (=la mayoría de libros de espiritualidad actuales, con su psicologismo estéril), sino leyendo a los grandes maestros, es decir, a los clásicos.
Urge volver a ellos.
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Estoy totalmente de acuerdo.
Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, quizá por ser tan conocidos, son, desgraciadamente, más citados que leídos o meditados.
Ciertamente, urge retomar la lectura de los grandes maestros de espiritualidad.
Peeeeeeeeero: algunas personas lo tienen realmente complicado, pues los pastores callan, o no dan ejemplo o no exigen o no dicen la verdad aunque duela...
Yo, gracias a Dios, no estoy en este caso, y creo que tampoco los otros comentaristas.
Valoro muchísmo la ayuda de Dios que me sostiene, y el ver su amor por mí me lleva a intentar evangelizar en mi entorno todo lo que puedo. Primero, oración y sacrificio, después, buen ejemplo y hablar, dejar un libro...
Aunque se nos pegue el polvo del camino, tenemos que recordar que las madres se preocupan más por el niño necesitado que por "el repelente niño Vicente" que todo lo hace bien y se lo tiene creído.
¿Cómo crece en humildad el que nunca se equivoca?
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Recuerdo una frase del Kempis que venía a decir que no existe ningún bien, ni material ni espiritual, que compense la terrible desgracia de creerse mejor que uno sólo de nuestros hermanos.
Siguiendo ese espíritu, las letanías de los Legionarios de Cristo tienen una petición que viene a decir "Señor, que todo el mundo sea mucho más santo que yo, con tal que yo sea todo lo santo que Tú quieras que yo sea".
Yo también leeré la Imitación y El alma de todo apostolado antes de adquirir el libro de Juan Lanspergio.
Gracias de todo corazón, Miguel, que Dios te bendiga a tí y a tu familia.
PAX CHRISTI
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Que Dios nos bendiga a todos. Especialmente a los lectores de Infocatólica y a Salvador, por proporcionarnos este texto.
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Para quien pueda estar interesado, éste es el vínculo de compra:
http://www.sanestebaneditorial.com/libro.aspx?id=450
Muchas gracias por la información, Salvador.
Sin embargo, me parece que no siempre conviene callar cuando uno es calumniado o criticado injustamente. En realidad, Jesús mismo no siempre calló frente a los ataques personales de sus enemigos, sino que a veces discutió contra ellos y rebatió sus acusaciones; esto sucedió incluso en su juicio ante el Sanedrín. Además, allí mismo, cuando el guardia lo abofeteó, Él no calló, sino que se defendió verbalmente.
Próximamente, Dios mediante, será beatificado el Cardenal Newman. No puedo dejar de mencionar aquí que Newman escribió todo un gran libro (la Apologia pro vita sua) para defenderse de una crítica, publicada en la prensa escrita, que ocupaba unos pocos renglones. Es cierto que la crítica no lo afectaba sólo a él, sino a todo el clero católico; pero no es menos cierto que esa "historia de sus ideas religiosas" representó ante todo una reivindicación de su misma persona, tan calumniada.
Entonces, me parece que el tema de cómo reaccionar ante los ataques personales es muy complejo, y que no conviene dar una receta única, como por ejemplo callar siempre.
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Estoy totalmente de acuerdo. Como siempre, el modelo a seguir es Cristo.
Jesús de Nazaret jamás respondió a ninguna alusión contra su persona. Sin embargo, jamás dejó de responder o de actuar si el asunto afectaba a las cosas de Dios.
Creo que ése es el verdadero modelo de conducta recta.
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Exacto.
Se trata de combinar la mansedumbre del Cordero con la expresión de David (Sal.69:9): "El celo de Tu casa me devora".
Sin menospreciar la belleza y profundidad del escrito, ¿No hay una parte del texto que parece incitar a una postura de sumisión extrema, que podría sostener las acusaciones que nos hacen a los creyentes de promover ideas para propiciar el sometimiento?
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Buena pregunta.
1)
Toda autoridad proviene de la verdad. Por eso dice Cristo: "Ego sum via, veritas et vita" (Jn.14:6). Por eso mismo dice San Pablo: "Non es enim potestas nisi a Deo" (Rom.13:1). Toda autoridad verdadera procede de Dios.
El sometimiento a la autoridad verdadera cuando ejerce su potestad, necesariamente basada en la verdad, no es servilismo.
2)
Por otra parte, la ascética de la mansedumbre es necesaria para cumplir el llamado "mandamiento nuevo" (Jn.13:34-35).
Esa ascética exige perdonar tantas veces como sea necesario, hasta setenta veces siete (Mt.18:21-22), y dar más de lo que nos piden, ya sea acompañar en el camino a quien nos lo pida, dar una túnica cuando sólo se nos ha pedido un manto (Mt.5:38-42), soportar el trato cotidiano con las personas, o obedecer las estupideces intrascendentes del jefe, y todo eso sin alterarnos.
Esa ascética está orientada a preparar el camino para poder predicar la Palabra de Dios.
3)
No es mansedumbre obedecer la autoridad basada en la mentira y el pecado. Nuestro deber es resistirla con todas nuestras fuerzas. Lo contario es servilismo apóstata.
No es ascética de la mansedumbre dejar que nos denigren hasta quitarnos la dignidad. Somos hijos de Dios. Si dejamos que nos humillen hasta que nos quiten la dignidad, estamos dejando que se desprecie e insulte a Dios. Si no defendemos nuestra dignidad, dado que somos hijos de Dios, estamos permitiendo la blasfemia.
Por eso, ante el dicho "Las verdades ofenden", no queda otro remedio que responder que "Los inocentes, de las mentiras se defienden".
Y si eso es así de claro cuando nos estamos defendiendo de las ofensas y de las mentiras que afectan a nuestra dignidad de personas, lo será tanto más cuando a quien se está ofendiendo es directamente a Dios. Por eso Cristo expulsó a los mercaderes del templo de Jerusalén (Jn.2:13-22). Sin contemplaciones.
4)
Hay una enfermedad del espíritu llamada progresismo. Consiste en afirmar que todo el mundo es bueno. Por eso, los malos no es que sean malos, es que los buenos son idiotas. Y, por eso, "predisponen", y, a veces, hasta "obligan" moralmente a los agresores a agredir a sus víctimas.
Pues no. No todo el mundo es bueno. Y ninguna víctima es responsable por ser víctima. El responsable, siempre, siempre, siempre es el agresor.
Si los cristianos somos atacados es, en primer lugar, por puro odio a Dios y, en segundo lugar, por creer en Él.
5)
Resumiendo, por el amor que Cristo nos tiene, los cristianos somos mansos, pacíficos, constantes, valientes y sin miedo a nada ni a nadie nunca y en ningún lugar.
Espero haberte aclarado un poco qué es lo que creo que nos está diciendo en este texto Juan Lanspergio.
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Gracias a Dios por todo lo que nos da. Gracias a Iohannes Lanspergius por ser siervo fiel. Gracias a Salvador por buscar, traducir y compartir con nosotros este texto. Garcias a Luis Fernando Pérez Bustamante por hacer posible este portal. Y gracias a ti por participar en este nuestro blog.
In Cordibus Iesu et Mariæ.
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