20.10.22

Pecados contra el Espíritu Santo

Decía en mi artículo anterior – Antropolatría: la fe del Anticristo – que el mundo moderno ha puesto en el centro a la persona y el hombre ha caído, una vez más, en el pecado de querer ser como dios y rebelarse contra su Creador. Y así, el hombre ha decidido adorarse a sí mismo. El hombre es el nuevo becerro de oro para sí mismo: el hombre se cree que se puede crear a sí mismo y ser lo que desee, sin ninguna cortapisa ni límite alguno. El hombre se cree que se ha liberado a sí mismo de todas las ataduras, incluidas las de la propia naturaleza: cada uno puede elegir libremente y según los que siente en cada momento lo que quiere ser, su “orientación sexual” e incluso su propio sexo y ser hombre o mujer a voluntad e incluso de manera fluida: hoy mujer y mañana hombre.

La rebelión contra Dios es rebelión contra la propia naturaleza humana. El hombre que odia a Dios y se rebela contra Él acaba odiándose a sí mismo y a toda su especie. Y así, la nueva religión climática que adora a la Madre Naturaleza, hace creer a sus adeptos que el ser humano es un virus maligno para el Planeta y en un arranque de locura suicida y nihilista, sostienen que lo mejor es acabar con la especie humana para que el Planeta sobreviva. Lo mejor es que el ser humano desaparezca. Así, crecerá la biodiversidad y el Planeta seguirá vivo y feliz; pero sin hombres.

Están locos. Rebelarse contra Dios es la mayor locura. Yo, con la Pachamama, habría hecho lo que Moisés con el becerro de oro:

Y tomando el becerro que habían hecho, lo quemó en el fuego, lo molió hasta reducirlo a polvo y lo esparció sobre el agua, e hizo que los hijos de Israel la bebieran. (Éxodo, 32, 20).

Llamadme indietrista, rigorista o lo que os dé la gana. Pero la idolatría es un pecado mortal que hay que combatir sin contemplaciones.

El Nuevo Orden Mundial, el Foro de Davos, las Naciones Unidas y sus agencias multicolores; toda la basura que luce el circulito multicolor en la solapa no representa sino a los hijos de Satanás, disfrazada de filantropía solidaria y pacifista. Pero por mucho que la mierda se disfrace de gloria, sigue siendo mierda: abortistas, degenerados, inmorales, promotores de la eutanasia y de todo cuanto promueva la muerte de seres humanos.

¿Por qué odian tanto al hombre y por qué esa obsesión con asesinar personas? Porque odian a Dios y el hombre es imagen y semejanza de Dios. Matar a un ser humano es para ellos como matar a Cristo una vez más. Porque Satanás odia a Dios y odia al ser humano y no sabe más que de muerte, destrucción y odio. Fieles a la filosofía de Nietzsche y de Darwin, los nihilistas modernos son partidarios de eliminar a todos los débiles, a los desvalidos, a los pobres, a los enfermos… Solo deben quedar los mejores, que obviamente, son los plutócratas globalistas, los multimillonarios, los guapos, los guais. Los demás, sobramos: somos una «huella de carbono» a eliminar: contaminación y consumo de recursos escasos que los ricos necesitan para vivir ellos como dioses y disfrutar sin límites.

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24.09.22

Antropolatría: la fe del Anticristo

El hombre es el centro. La persona es el centro.

«¡Qué distinto sería el mundo si el hombre fuera el centro!». Esto lo he escuchado yo en un programa religioso de la COPE esta misma semana.

«Hay que crear una nueva economía en la que la persona esté en el centro». No hay que inventar una economía de Francisco, sino la economía de Dios: «hay que buscar el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura». Hay que crear un mundo, una economía, una educación, una cultura en la que Dios sea el Centro. En la que Cristo sea todo en todos: porque ya «no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro o escita, siervo o libre, porque Cristo lo es todo en todos».

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5.09.22

La Peste Liberal

¿Qué tienen en común todas estas noticias que hemos leído recientemente?

El arzobispo Vincenzo Paglia ha sido noticia después de que declarara el viernes a un periodista que la ley italiana de 1978 que despenaliza el aborto es un «pilar» de la «vida social» italiana y que «no está en absoluto» en discusión en el país.

El sacerdote jesuita disidente, P. James Martin, ha recurrido a las redes sociales para denunciar a un obispo de Dakota del Sur por publicar una serie de directrices pastorales que defienden la fe contra la agenda radical LGBT. Martin dijo que «la gente debería poder y ser alentada a “celebrar” quiénes son y, más importante, cómo los hizo Dios, incluyendo a las personas LGBTQ».

En una diócesis católica suiza, una mujer concelebra una misa, saltándose a la torera la doctrina y las leyes de la Iglesia: un abuso litúrgico más; uno de tantos: como el que celebró misa encima de una colchoneta dentro del agua en una playa… O los que solo dan la comunión en la mano o los que ponen a seglares – hombres y mujeres – de manera ordinaria a ser ministros extraordinarios de la comunión; o los que se inventan la misa de manera creativa.

El cardenal Roche, por su parte, critica a los enemigos “tradicionalistas”, tratándolos de «histéricos» y protestantes. Los malos, al parecer, somos los que profesamos la fe católica de siempre: la de los santos, la de nuestros padres, la que levantó iglesias y catedrales; la que fundó una civilización durante siglos.

Y por otra parte, tenemos dos políticas que defienden el aborto: una estadounidense y otra castiza.

¿Qué tienen todos estos políticos y eclesiásticos en común? Pues que todos ellos son liberales y actúan con mentalidad y presupuestos liberales.

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26.08.22

Caminantes

                    I

   Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte
 contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
 tan callando;
   cuán presto se va el plazer,
cómo, después de acordado,
 da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiere tiempo passado
 fue mejor.

                    V

   Este mundo es el camino
para el otro, qu’es morada
 sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
 sin errar.
   Partimos cuando nascemos,
andamos mientra vivimos,
 e llegamos
al tiempo que feneçemos;
assí que cuando morimos,
 descansamos.

¡Espabilad!

La vida pasa rápido y la muerte llegará cuando menos lo esperes.

Desde antiguo, se ha visto la vida como un camino hacia el cielo, hacia Dios, hacia esa “morada sin pesar” de la que nos habla Jorge Manrique en sus Coplas a la Muerte de su Padre.

Pero hay que tener «buen tino para andar esta jornada sin errar». Dice León XIII en la encíclica Libertas praestantissimum:

Como la razón y la voluntad son facultades imperfectas, puede suceder, y sucede muchas veces, que la razón proponga a la voluntad un objeto que, siendo en realidad malo, presenta una engañosa apariencia de bien, y que a él se aplique la voluntad. Pero, así como la posibilidad de errar y el error de hecho es un defecto que arguye un entendimiento imperfecto, así también adherirse a un bien engañoso y fingido, aun siendo indicio de libre albedrío, como la enfermedad es señal de la vida, constituye, sin embargo, un defecto de la libertad.

Erramos y no encontramos el camino del cielo. El corazón soberbio es duro e impío, seco de todo rocío de gracia espiritual porque Dios resiste a los soberbios, pero a los humildes les da la gracia. A veces, muchísimas veces, nos equivocamos y perseguimos males que nos presentan una engañosa apariencia de bien. Es el pecado… «Porque estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan» (Mateo 7:14). En cambio, la senda del pecado es ancha y no tiene más meta que la muerte eterna: Si vivís según la carne, moriréis (Rom. 8, 12). A quienes se entregan totalmente a los deleites corporales y a sus propios caprichos hay que recordarles que la vida es breve y debemos gritarles que espabilen para que se arrepientan porque cuanto más pecan, más enloquecen… ¿O no es verdadera locura lo que estamos viviendo hoy en día, cuando niegan las verdades evidentes de la naturaleza y promueven la inmoralidad y la depravación? ¿No es locura creerse dios quien no es más que polvo?

¡Cómo se pasa la vida y cómo se viene la muerte, tan callando! Espabilad. El alma dormida debe despertar y el seso debemos avivarlo. Seamos listos, espabilemos. El pecado nos ofrece libertad pero nos encadena a los vicios. La ley de Dios es, en cambio, un yugo ligero.

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14.08.22

Pecado y Caridad

Y he aquí que llegó una mujer pecadora que había en la ciudad, la cual, sabiendo que estaba a la mesa del fariseo, con un frasco de alabastro de perfume, se puso detrás de Él junto a sus pies, llorando, y comenzó a bañar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con los cabellos de su cabeza, y besaba sus pies y los ungía con el ungüento. (Lc. 7, 37-38)

¡Cuántas veces me he sentido yo como la pecadora que se arrodilla a los pies del Maestro y le lava los pies con sus lágrimas! ¡Qué falta nos hace la humildad de la pecadora para llorar por nuestros pecados y arrepentirnos de ellos! 

Dice Royo Marín en Teología de la Perfección Cristiana (pág. 39 y ss.):

Son legión, por desgracia, los hombres que viven habitualmente en pecado mortal. Absorbidos casi por entero en las preocupaciones de la vida, metidos en los negocios profesionales, devorados por una sed insaciable de placeres y diversiones y sumidos en una ignorancia religiosa que llega muchas veces a extremos increíbles, no se plantean siquiera el problema del más allá. Algunos, sobre todo si han recibido en su infancia cierta educación cristiana y conservan todavía algún resto de fe, suelen reaccionar ante la muerte próxima y reciben con dudosas disposiciones los últimos sacramentos antes de comparecer ante Dios; pero otros muchos descienden al sepulcro tranquilamente, sin plantearse otro problema ni dolerse de otro mal que el de tener que abandonar para siempre el mundo, en el que tienen hondamente arraigado el corazón. 

Estos desgraciados son «almas tullidas – dice Santa Teresa – que si no viene el mismo Señor a mandarles que se levanten, como al que llevaba treinta años en la piscina, tienen harta mala ventura y gran peligro».

Y escribe Santa Teresa:

«No hay tinieblas más tenebrosas, ni cosa tan obscura y negra que no lo esté mucho más (habla del alma en pecado mortal)… Ninguna cosa le aprovecha, y de aquí viene que todas las buenas obras que hiciere, estando así en pecado mortal, son de ningún fruto para alcanzar gloria… Yo sé de una persona (habla de sí misma) a quien quiso Nuestro Señor mostrar cómo quedaba un alma cuando pecaba mortalmente. Dice aquella persona que le parece, si lo entendiesen, no sería posible a ninguno pecar, aunque se pusiese a mayores trabajos que se pueden pensar por huir de las ocasiones… ¡Oh almas redimidas por la sangre de Jesucristo! ¡Entendeos y habed lástima de vosotras! ¿Cómo es posible que entendiendo esto no procuráis quitar esta pez de este crista? Mirad que, si se os acaba la vida, jamás tornaréis a gozar de esta luz. ¡Oh Jesús! ¡Qué es ver a un alma apartada de ella! ¡Cuáles quedan los pobres aposentos del castillo! ¡Qué turbados andan los sentidos, que es la gente que vive en ellos! y las potencias, que son los alcaides y mayordomos y maestresalas, ¡con qué ceguedad, con qué mal gobierno! En fin, como a donde está plantado el árbol, que es el demonio, ¿qué fruto puede dar? Oí una vez a un hombre espiritual que no se espantaba de cosas que hiciese uno que está en pecado mortal, sino de lo que no hacía. Dios por su misericordia nos libre del tan gran mal, que no hay cosa mientras vivimos que merezca este nombre de mal, sino ésta, pues acarrea males eternos para sin fin».

El 13 de julio de 1917, en la tercera de las apariciones de Fátima, la Virgen María permitió que los niños tuvieran una visión del infierno, para que comunicaran lo que les espera en el mundo invisible a las personas que no se convierten ni se arrepienten de sus pecados mortales antes de morir.

«Sumergidos en este fuego estaban demonios y almas en forma humana, como tizones transparentes en llamas, todos negros o color bronce quemado, flotando en el fuego, ahora levantadas en el aire por las llamas que salían de ellos mismos junto a grandes nubes de humo, se caían por todos lados como chispas entre enormes fuegos, sin peso o equilibrio, entre chillidos y gemidos de dolor y desesperación, que nos horrorizaron y nos hicieron temblar de miedo (debe haber sido esta visión la que hizo que yo gritara, como dice la gente que hice)», agregó.

«Los demonios podían distinguirse por su similitud aterradora y repugnante a miedosos animales desconocidos, negros y transparentes como carbones en llamas. Horrorizados y como pidiendo auxilio, miramos hacia Nuestra Señora, quien nos dijo, tan amablemente y tan tristemente: “Ustedes han visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Es para salvarlos que Dios quiere establecer en el mundo una devoción a mi Inmaculado Corazón. Si ustedes hacen lo que yo les diga, muchas almas se salvarán, y habrá paz"»,

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