Las revoluciones liberales nos vendieron que sin Dios íbamos a ser más felices, que la educación iba a acabar con la violencia y con las guerras. El hombre mayor de edad, siguiendo el non serviam luciferino, se rebeló contra la Ley de Dios y se creyó autónomo. Los ateos convencieron a las masas de que sin Dios viviríamos mejor y seríamos verdaderamente libres. El hombre es bueno por naturaleza – el buen salvaje – y, libre del concepto de pecado y de remordimientos, él solo y por sí mismo se dará sus propias normas morales. Dios ya no hace falta para nada.
Y viene Kant y dice que el hombre mayor de edad, el ilustrado, no puede conocer nada que no perciba por los sentidos: ya no se puede hablar del alma ni de Dios. Y que una persona es un ser autónomo que no depende de nadie, que se autodetermina, se autoposee y que es responsable de sus actos. La persona es digna porque es autónoma y no depende de nada ni de nadie: tampoco de Dios, suponiendo que exista porque a Él no lo podemos conocer.
Y resulta que los seres humanos no autónomos no son personas y no tienen derechos, sino precio. Y los embriones humanos, los fetos, no son autónomos y no son personas y, por lo tanto, no tienen derechos. Y el aborto se convierte en un derecho de la mujer autónoma, que tiene dignidad y es libre para matar a su hijo, si no lo desea. Porque la dignidad de las personas autónomas impone su libertad, su voluntad, a cualquier otra consideración. La ley es su deseo. El libertinaje es ley. Los seres no autónomos no tienen dignidad ni derechos.
Y los viejos, los discapacitados, los parapléjicos, los enfermos terminales, los niños con Síndrome de Down tampoco son personas con dignidad: su vida es indigna. Por eso se les tiene que proporcionar una «muerte digna». Los débiles, dice Nietzsche (discípulo aventajado de Kant y de Darwin), no solo deben desaparecer, sino que debemos ayudarlos a desaparecer. La compasión cristiana va contra el principio darwinista de la selección natural. Pero la ley de la selección natural nos dice que solo deben sobrevivir los más fuertes, los más dotados para vivir sin depender de nadie.
Y en toda Europa se aprueban leyes de eutanasia y de suicidio asistido para quitarse de en medio a todos aquellos que llevan una vida indigna por no ser autónomos. Y los fetos con discapacidad o con Síndrome de Down no llegan a nacer y Europa presume de que cada vez hay menos niños Down: claro, porque los matan, los abortan. Porque la voluntad del hombre autónomo, la voluntad de quien impone su libertad y sus deseos, asesina a los débiles, que deben perecer, porque son una carga para la humanidad.
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