Berceo, el primer escritor español de nombre conocido, escribe en el siglo XIII Los Milagros de Nuestra Señora con una clara intención: mostrarnos la importancia de la devoción a la Virgen María para nuestra salvación: María, Auxilio de los Cristianos, Puerta del Cielo, Virgen concebida sin pecado original, Madre del Salvador, Madre de la Iglesia, Madre de Dios y Madre Nuestra.
La preocupación del Maestro Gonzalo de Berceo es la salvación de las almas. Y sabe que el amor y la devoción a la Santísima Virgen María es señal de predestinación.
«Es muy constante entre los fieles la opinión, comprobada con larga experiencia, de que no perecerán eternamente los que tengan a la misma Virgen por Patrona» (Benedicto XV; Carta Apostólica Intersoladicia).
El Papa Pío XI claramente dejó escrito: «No puede sucumbir eternamente aquel a quien asistiere la Santísima Virgen, principalmente en el crítico momento de la muerte. Esta es la sentencia de los doctores de la Iglesia, de acuerdo con el sentir del pueblo cristiano» (Const. Apostólica Explorata res est).
El Papa Pío XII dice: «Tenemos por cosa averiguada que, doquiera que la Santísima Madre de Dios es obsequiada con sincera y diligente piedad, allí no puede fallar la esperanza de la salvación» (Const. Apost. Sacro vergente anno).
En los primeros siglos San Ireneo afirma: «María ha sido constituida causa de salvación para todo el género humano» (Adversus haereses, 3,22).
San Anselmo escribía: «Así como es imposible que se salve quien no es devoto de María, ni implora su protección, así es imposible que se condenen los que se encomiendan a la Virgen y son mirados por Ella con amor» (Opus, PL. 145, 163).
María, Corredentora, Madre de la Esperanza. Ya San Bernardo de Claraval, en el siglo XII, no dudará en escribir: De María nunquam satis! De la Virgen, nunca será suficiente lo que digamos, nunca la elogiaremos bastante. María es ejemplo consumado de santidad: es la Llena de Gracia, dechado de caridad y de humildad.
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