La Opción Pelayo
Que vivimos tiempos oscuros y turbulentos tanto fuera como dentro de la Iglesia resulta incuestionable y evidente. Y ya se ha escrito mucho sobre el tema. Tenemos un enemigo externo – el Pensamiento Único – y un enemigo interno (que hemos venido en denominar como “Modernismo Religioso” o Iglesia del Nuevo Paradigma).
Escribe Rod Dreher en su best seller La Opción Benedictina[1]:
La borrasca lleva décadas formándose, pero la mayoría de los creyentes hemos actuado bajo la quimera de que escamparía. La desarticulación de la familia natural, la pérdida de los valores morales tradicionales y la fragmentación de las comunidades nos preocupaban ciertamente, pero pensábamos que cambiarían las tornas y no pusimos en tela de juicio cómo nos planteábamos nuestra fe. […]
Un nihilismo secular hostil ha triunfado en el gobierno de la nación y la cultura enseña los dientes a los cristianos tradicionales. No paramos de repetirnos a nosotros mismos que estos acontecimientos son la imposición de una élite liberal, pero lo hacemos para autoengañarnos, porque la verdad es difícil de digerir: tienen el consentimiento del pueblo americano, ya sea activo o pasivo.
Durante años, los derechos civiles de los homosexuales han avanzado con paso lento, pero firme, al compás de la socavación de la libertad religiosa de los creyentes que no comulgan con la agenda LGTB. El fallo del caso Obergefell vs Hodges en el Tribunal Supremo de Estados Unidos, que reconocía el matrimonio homosexual como un derecho constitucional, fue el Waterloo del conservadurismo religioso. La Revolución Sexual se alzó con una victoria decisiva y culminó la guerra cultural tal y como la conocíamos desde los sesenta. A raíz del caso Obergefell, la creencia cristiana en la complementariedad sexual en el matrimonio pasó a considerarse un prejuicio abominable, si no punible en muchos casos. Hemos perdido el espacio público.
La situación de los Estados Unidos es perfectamente comparable con la de Europa, donde estamos igual de mal o incluso peor. Sobre el Pensamiento Único, yo mismo he escrito ya mucho y, si quieren leer más sobre el tema, les remito a otros artículos:
- Disidencia frente a Pensamiento Único
- Las cosas son lo que son
- La Era de la Posverdad: la razón ha muerto
- El Ministerio de la Verdad
Dentro de la Iglesia, el panorama resulta igualmente desolador. Don Dreher aporta una cita demoledora del teólogo anglicano Ephraim Radner: “a los cristianos no nos queda ni un solo lugar seguro en la tierra, ni siquiera nuestras Iglesias lo son. Es una nueva Era”.
Sobre la crisis modernista de la Iglesia Católica también creo haber escrito ya todo lo que tenía que escribir:
- Contra el Modernismo
- La Escuela Modernista
- Los Modernistas ni siquiera son cristianos
- Martirio o Apostasía. Silencio de Scorsese
- Manifiesto Antimodernista
- ¿Han tenido ustedes un “encuentro personal” con Jesús?
- ¿Han tenido ustedes una experiencia de encuentro personal con Jesús? (II)
Los intentos de diálogo y adaptación de la fe católica a la modernidad nos han conducido a la apostasía clamorosa que hoy podemos constatar. Esos intentos de aggiornamento han pasado, en el plano filosófico, por el Personalismo filosófico de Maritain, Mounier y compañía; y en el ámbito político, el Personalismo se plasma en esa cuadratura del círculo que llamamos “Democracia Cristiana”, que pretende conjugar lo inconjugable: el liberalismo y el cristianismo. Tener a Cristo como Señor de mi vida es incompatible con el principio de autodeterminación (o de libertad negativa) personalista. Proclamar que Cristo es Rey (la Soberanía Social de Cristo) y admitir que el multiculturalismo o el error de las religiones falsas pueden y deben estar a la misma altura que la única religión verdadera es imposible. El único Salvador es Cristo. No hay redención fuera de la Iglesia. Si creemos que todos van al cielo y todas las religiones son igual de buenas, que la moral depende de la libertad de la persona y no de la soberanía de Dios, llegamos al relativismo y al nihilismo actuales; a una apostasía y un desprecio de la moral cristiana que se obstina en imponer una ley moral universal, una ley natural, que el hombre moderno no está dispuesto a acatar de ninguna manera porque se opone a su derecho a autodeterminarse de Dios, a cuestionar la Verdad y a combatir el Bien.