Caridad Social
Se oye hablar mucho de justicia social, tanto en ámbitos aclesiales como fuera de la Iglesia. Todo el mundo habla de la justicia social. Pero a mí me gusta más hablar de la «caridad social». Donde hay caridad, allí está Dios. Y donde está Dios, hay amor, alegría, justicia y paz. El Reino de Dios es como un gran banquete, como una gran fiesta, en la que no importan los manjares: importa el amor.
La caridad, según Santo Tomás de Aquino, es una virtud teologal infundida por Dios en la voluntad por la que amamos a Dios por sí mismo sobre todas las cosas y a nosotros y al prójimo por Dios. La caridad supone necesariamente la gracia, que nos hace hijos de Dios y herederos de la gloria. Pero, si vivimos en pecado mortal, estamos privados de la caridad, que viene de Dios.
La caridad no se refiere únicamente a Dios, sino también al prójimo. Porque el amor a Dios nos hace amar todo aquello que pertenece a Dios o en donde se refleja su bondad y su belleza. Esa belleza y esa bondad de la creación nos permiten conocer al Creador[1].
Y es evidente que el prójimo es un bien de Dios. Por eso, el amor de caridad con que amamos al prójimo es exactamente el mismo con que amamos a Dios. No hay dos caridades, sino una sola.
Si alguno dijere «amo a Dios» pero aborrece a su hermano, miente. Pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve. Y nosotros tenemos de Él este precepto: que quien ama a Dios ame también a su hermano. (1 Jn 4, 20-21).
También los animales, las plantas, los árboles y demás criaturas irracionales deben ser amados en caridad, en cuanto que son criaturas de Dios y contribuyen a su mayor gloria y al servicio del prójimo. Santo Tomás no duda en afirma que el mismo Dios las ama también en caridad.
¿Acaso no aman ustedes a sus mascotas? Yo, a mi perrita, muchísimo. Los animales y toda la naturaleza no son sino regalos que Dios nos da para darle gloria y alabanza y para contribuir a nuestra santificación; en definitiva, todo ha sido creado para ayudarnos a alcanzar nuestro fin último. Dios Creador nos puso en la tierra para que la cuidemos y la cultivemos; no para que la destruyamos y la llenemos de basura. Dice el Catecismo:
2415 El séptimo mandamiento exige el respeto de la integridad de la creación. Los animales, como las plantas y los seres inanimados, están naturalmente destinados al bien común de la humanidad pasada, presente y futura (cf Gn 1, 28-31). El uso de los recursos minerales, vegetales y animales del universo no puede ser separado del respeto a las exigencias morales. El dominio concedido por el Creador al hombre sobre los seres inanimados y los seres vivos no es absoluto; está regulado por el cuidado de la calidad de la vida del prójimo incluyendo la de las generaciones venideras; exige un respeto religioso de la integridad de la creación (cf CA 37-38).
2416 Los animales son criaturas de Dios, a los que rodea de su solicitud providencial (cf Mt 6, 16). Por su simple existencia, lo bendicen y le dan gloria (cf Dn 3, 57-58). También los hombres les deben aprecio. Recuérdese con qué delicadeza trataban a los animales san Francisco de Asís o san Felipe Neri.
2417 Dios confió los animales a la administración del que fue creado por él a su imagen (cf Gn 2, 19-20; 9, 1-4). Por tanto, es legítimo servirse de los animales para el alimento y la confección de vestidos. Se los puede domesticar para que ayuden al hombre en sus trabajos y en sus ocios. Los experimentos médicos y científicos en animales son prácticas moralmente aceptables, si se mantienen en límites razonables y contribuyen a cuidar o salvar vidas humanas.