La autonomía moral es la gran mentira, la verdadera autopista hacia el infierno: seréis como Dios. La idea de libertad como absoluta independencia, como absoluta autonomía, es absurda y falsa. La pretendida autonomía moral es el gran pecado, la gran mentira. Y esto es así porque el hombre es criatura (creatura) que nace, vive y muere en las manos de Dios. Somos profundamente dependientes del amor de Dios. Somos contingentes. Estamos aquí de paso. Esta vida terrenal es una mala noche en una mala posada… Y los que predican la autonomía del hombre son, en realidad, hijos de la Serpiente del Paraíso, hijos del Padre de la Mentira, porque nadie hay que pueda vivir al margen de Dios y de su Divina Providencia. La vida no es puro azar: no es un absurdo cruel lleno de casualidades. La vida está llena de causalidades. Y la Causa Primera y Última es Dios, es Cristo.
La autonomía es cosa de idealistas alemanes. La escuela nihilista es un antro que está desembocando en una pandemia de suicidios.
Leo en InfoCatólica:
El cardenal Omella señaló esta mañana que «observamos que el modelo educativo vigente no asegura adecuadamente la libertad de las familias y la neutralidad del Estado» garantizadas por nuestra Constitución.
«¿No podría ser el cheque escolar la verdadera neutralidad y libertad que pedimos a la Administración competente?»
La educación española está echada a perder. Dice el cardenal que nuestra Constitución garantiza la neutralidad del Estado. Error. En realidad, la Constitución garantiza que el gobierno de turno pueda hacer lo que le dé la gana, siempre que tenga la mayoría parlamentaria necesaria para hacerlo. El Tribunal Constitucional acaba de avalar, por ejemplo, la LOMLOE. Pero mañana ganará la derecha liberal impía y cambiará otra vez la ley de educación y cambiarán las mayorías en el Constitucional y las nuevas leyes serán tan constitucionales como las anteriores. Llevamos así desde el 78. Ya hemos perdido la cuenta de las leyes educativas aprobadas y derogadas en los últimos cincuenta años.
La Constitución, siguiendo a León XIII en la Encíclica Libertas, coloca la causa eficiente de la comunidad civil y política, no en un principio exterior o superior al hombre, sino en la libre voluntad de cada uno; deriva el poder político de la multitud como de fuente primera. Y así como la razón individual es para el individuo en su vida privada la única norma reguladora de su conducta, de la misma manera la razón colectiva debe ser para todos la única regla normativa en la esfera de la vida pública. De aquí el número como fuerza decisiva y la mayoría como creadora exclusiva del derecho y del deber.
La Constitución establece la soberanía nacional que niega la obediencia debida a la divina y eterna razón y declarándose a sí misma independiente, se convierte en sumo principio, fuente exclusiva y juez único de la verdad. Y así, cuando la mayoría considera que el aborto o la eutanasia o cualquier tipo de aberración son derechos humanos que hay que proteger, se aprueban leyes inicuas que legalizan tales monstruosidades, al margen de la ley de Dios e incluso de la ley natural.
La libertad y la neutralidad que supuestamente debería garantizar la Constitución no existen. Ni existirán. Las masas impías y apóstatas que votan y eligen a los políticos que nos desgobiernan no son neutrales ni tienen la menor intención de respetar la libertad de los padres. Al contrario. Presumen y se jactan públicamente de adoctrinar a los niños, sin que sus padres puedan hacer nada por impedirlo. En el siguiente enlace tienen ustedes un video muy ilustrativo:
Un profesor comunista transexual a los padres que se quejan de que adoctrina: «¡os jodéis!»
Un sistema liberal respetaría la libertad religiosa y de conciencia para que todos pudieran optar a tener una escuela adecuada a su religión, a su filosofía o a su ideología. Así, podría haber escuelas católicas, protestantes, islámicas, liberales o comunistas. Y cada cual elegiría la que mejor le pareciera. Como en un supermercado. Ese es el estilo norteamericano o americanismo: todas las ideologías y todas las religiones son igualmente buenas.
Pero las leyes educativas españolas siempre han sido terriblemente intervencionistas y no dejan ningún cabo suelto: especifican los contenidos, los objetivos, las competencias, los criterios de evaluación… Todo. La autonomía de los centros queda reducida a cero.
El ideal liberal sería que el Estado sólo estableciera unos objetivos y unos contenidos mínimos en cada etapa. Y que cada escuela se organizara a su modo, con un sistema de evaluación objetivo al final de cada etapa para garantizar que esos contenidos mínimos se han alcanzado. Por ejemplo, que todos los niños al final de la Primaria sepan sumar, restar, multiplicar y dividir; hacer una redacción y escribir un dictado sin faltas de ortografía. Que saben algo de Geografía, de Historia, de idiomas extranjeros, etc.
La libertad de las familias para elegir colegio sería así similar a la libertad que ofrece el llamado «pin parental», que garantiza que los padres puedan ejercer una objeción de conciencia ante determinados contenidos que, desde un punto de vista moral, puedan chocar con sus convicciones religiosas.
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