Reflexiones a vuela pluma a partir de la nota de la CEE
Los obispos españoles se pronuncian ante la crispación política y social en el país y han acordado durante su Asamblea Plenaria hacer público un mensaje ante la situación social y política en España[1]. Dios me libre de pretender enmendarle la plana a la Conferencia Episcopal. Pero con la libertad de los hijos de Dios, sí puedo expresar alguna reflexión pertinente e incluso alguna impertinente sobre el asunto.
1.- Los obispos reunidos en asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal, compartimos la preocupación que suscitan la actual polarización ideológica, la crispación social y los episodios de desencuentro.
Señala la Encíclica Quas Primas que el cúmulo de males que nos aflige se debe a que la mayoría de los hombres se han alejado de Jesucristo y de su ley santísima, así en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado, y nunca resplandecerá una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones nieguen y rechacen el imperio de nuestro Salvador.
La sociedad española ha abandonado a Cristo y la partitocracia ha dividido a España en un cúmulo de sectas – llamadas partidos políticos – que no son sino falsas religiones que proponen utopías y engaños a los ciudadanos para conseguir el poder o para mantenerse en él el mayor tiempo posible.
Pedro Sánchez es un buen ejemplo de líder maquiavélico: al señor Sánchez le hemos visto y oído decir hoy una cosa y mañana, la contraria. Y sin despeinarse. Y buena parte de los españoles siguen votando a este mentiroso compulsivo porque para la mayor parte del electorado “ser” de un partido es como ser de un equipo de fútbol. Y así como uno es del Madrid o del Barcelona, pase lo que pase, uno es socialista, comunista o pepero, pase lo que pase. Y lo que diga el líder, bien dicho está. ¿Que miente? Sus razones tendrá. Yo, con los míos hasta el final. Y en este punto, nunca se sabe si es más apasionado el amor por los colores o el odio a los colores del adversario, convertido tantas veces en enemigo. Cuando las políticas de un partido dependen de las decisiones caprichosas, cambiantes, arbitrarias e interesadas de su líder, ese partido ya no busca el bien común, sino los intereses particulares del jefe y del partido. Y eso ya no es un medio de participación política, sino una secta.
Vivir en una sociedad donde el electorado no penaliza la mentira ni la corrupción ni siquiera la traición a su propia patria resulta sumamente significativo e indica bien a las claras la catadura moral de los españoles.
Todas las ideologías del arco parlamentario – desde los liberales hasta los comunistas – rechazan a Dios: lo ignoran, lo desprecian; algunos hasta lo odian. ¿Alguno de estos partidos políticos acepta el imperio de nuestro Salvador Jesucristo? ¿Verdad que no? Pues ahí está el origen de la crispación y de todos los males de nuestra patria.
2.- «La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer y no pretende de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados».
Cristo es la fuente del bien público y privado. Fuera de Él no hay que buscar la salvación en ningún otro; pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo por el cual debamos salvarnos. Cristo es el único que da la prosperidad y la felicidad verdadera, tanto a los individuos como a las naciones: porque la felicidad de la nación no procede de distinta fuente que la felicidad de los ciudadanos, pues la nación no es otra cosa que el conjunto concorde de ciudadanos.
Pero cuando desterramos a Dios y a Jesucristo de las leyes y de la gobernación de los pueblos, y la autoridad deriva, no de Dios, sino de los hombres, nada bueno puede suceder. Divorcio, aborto, eutanasia, degeneración, decadentismo, corrupción, prostitución, pornografía, falta de esperanza, nihilismo, soledad, sexo libre, violaciones, violencia doméstica, epidemia de suicidios…
La democracia liberal reivindica la independencia, la autonomía y la autodeterminación del hombre respecto a Dios. No admiten la soberanía de Dios, sino que reclaman la soberanía popular y el poder de la estadística; es decir, la soberanía del hombre frente a Dios, la voluntad del hombre por encima de la voluntad de Dios. “¡No obedeceremos a Dios ni a su Ley Sagrada!», gritan los impíos. «Non serviam»: he ahí el principio y fundamento de las constituciones liberales, como la nuestra del 78 (con la que los obispos parecen tan encantados). «No obedeceremos a Dios ni a su Ley Eterna». Niegan que Dios sea la sabiduría suma y que tenga el poder de dictar leyes. Se niegan a reconocer la santidad de Dios y a adorarlo como Él merece. Niegan que Dios sea el Creador y que tenga derecho a exigir obediencia de Sus criaturas. Por fin, niegan la bondad suprema de Dios, y no reconocen que todo lo bueno proviene de Él y que no puede haber otra fuente de bondad.
Dios ha dado sus mandamientos de manera soberana, mandamientos independientes del tiempo y espacio, de región y raza. Igual que el sol de Dios brilla indistintamente sobre el género humano, así su ley no reconoce privilegios ni excepciones. Gobernantes y gobernados, coronados y no coronados, grandes y pequeños, ricos y pobres, dependen igualmente de su palabra. De la totalidad de sus derechos de Creador dimana esencialmente su exigencia de una obediencia absoluta por parte de los individuos y de toda la sociedad. Y esta exigencia de una obediencia absoluta se extiende a todas las esferas de la vida, en las que cuestiones de orden moral reclaman la conformidad con la ley divina y, por esto mismo, la armonía de los mudables ordenamientos humanos con el conjunto de los inmutables ordenamientos divinos.
Fomentar el abandono de las normas eternas de una doctrina moral objetiva, para la formación de las conciencias y para el ennoblecimiento de la vida en todos sus planos y ordenamientos, es un atentado criminal contra el porvenir del pueblo, cuyos tristes frutos serán muy amargos para las generaciones futuras.
Es una nefasta característica del tiempo presente querer desgajar no solamente la doctrina moral, sino los mismos fundamentos del derecho y de su aplicación, de la verdadera fe en Dios y de las normas de la relación divina. Las leyes humanas, que están en oposición insoluble con el derecho natural y con la Ley de Dios, adolecen de un vicio original, que no puede subsanarse ni con la opresión del Estado ni con el aparato represor de la fuerza externa.
Es absolutamente necesario que el hombre quede todo entero bajo la dependencia efectiva y constante de Dios. Por consiguiente, es totalmente inconcebible una libertad humana que no esté sumisa a Dios y sujeta a su voluntad. Negar a Dios este dominio supremo o negarse a aceptarlo no es libertad, sino abuso de la libertad y rebelión contra Dios.
Rechazar por completo la suprema autoridad de Dios y rehusarle toda obediencia, tanto en la vida pública como en la vida privada y doméstica es la mayor perversión de la libertad.
3.- Los acuerdos deben respetar la dignidad de la persona, el bien común y los principios de subsidiariedad y de solidaridad. Estos principios han de realizarse en el marco del ordenamiento jurídico propio del Estado de Derecho que nos hemos dado los españoles en la Constitución de 1978, que culminó la Transición.
La Constitución del 78, a la que apelan nuestros obispos como solución a los problemas de España, rechaza por completo la suprema autoridad de Dios, tanto en la vida privada, como especialmente, en la vida social y política. La Constitución no es la solución: es el problema.
«Los Estados deben ser laicos». El propio Papa Francisco lo ha defendido públicamente. EI Estado como tal Estado no debe tener Religión, o debe tenerla solamente hasta cierto punto que no moleste a los demás que no quieran tenerla (eso es el laicismo, el secularismo o el ateísmo social). Así, pues, el ciudadano particular que es creyente debe sujetarse a la revelación de Jesucristo en su vida privada; pero en su vida pública o política, ese mismo ciudadano «creyente» puede portarse de la misma manera que si para él no existiese dicha revelación. Tenemos en la memoria los casos de católicos fervorosos como el presidente Biden o Nancy Pelosi, que comulgan piadosamente en misa, al tiempo que promueven el aborto y toda clase de leyes anticristianas en su país y en el mundo. Y nuestros católicos liberales españoles no les van a la zaga.
Si la razón individual venía obligada a someterse a la ley de Dios, no podía declararse exenta de ella la razón pública o social sin caer en un dualismo extravagante. Soy católico el domingo por la mañana; pero Dios no cuenta a la hora de gobernar o legislar contra la Ley Divina. El hombre no puede someterse a la ley con dos criterios opuestos y con dos conciencias opuestas. Así que la distinción del hombre en particular y en ciudadano, obligándole a ser cristiano en el primer concepto, y permitiéndole ser ateo en el segundo no se tiene en pie. Por eso muchos católicos ni siquiera nos planteamos la participación en política en las actuales circunstancias. Jamás podría poner las decisiones del líder por encima de Dios y de su Ley Eterna. Y jamás entenderé ni aprobaré a los católicos que votan a partidos abortistas y enemigos de Dios como el PP.
El poder público, en sí mismo considerado, no proviene sino de Dios. Sólo Dios es el verdadero y supremo Señor del cielo y de la tierra. Todo lo existente ha de someterse y obedecer necesariamente a Dios. Hasta tal punto, que todos los que tienen el derecho de mandar, de ningún otro reciben este derecho si no es de Dios, Príncipe supremo de todos. «No hay autoridad sino por Dios». Por otra parte, el derecho de mandar no está necesariamente vinculado a una u otra forma de gobierno. La elección de una u otra forma política es posible y lícita, con tal que esta forma garantice eficazmente el bien común y la utilidad de todos. Pero en toda forma de gobierno los jefes del Estado deben poner totalmente la mirada en Dios, supremo gobernador del universo, y tomarlo como modelo y norma en el gobierno del Estado.
Por tanto, el poder debe ser justo, no despótico, sino paterno, porque el poder justísimo que Dios tiene sobre los hombres está unido a su bondad de Padre. Pero, además, el poder ha de ejercitarse en provecho de los ciudadanos, porque la única razón legitimadora del poder es precisamente asegurar el bienestar público. No se puede permitir en modo alguno que la autoridad civil sirva al interés de uno o de pocos, porque está constituida para el bien común de la totalidad social. Si las autoridades degeneran en un gobierno injusto, si incurren en abusos de poder o en el pecado de soberbia y si no miran por los intereses del pueblo, sepan que deberán dar estrecha cuenta a Dios. Y la sociedad, obviamente, tiene derecho a defender la Patria de sus enemigos externos e internos que ponen en peligro la unidad de España.
Cuando se traiciona a la patria y se vende a los intereses de sus mayores enemigos, los españoles tenemos derecho a la defensa de España. Y si no lo hiciéramos, caeríamos en un pecado grave. Como dice el Catecismo:
2265 La legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave, para el que es responsable de la vida de otro. La defensa del bien común exige colocar al agresor en la situación de no poder causar prejuicio. Por este motivo, los que tienen autoridad legítima tienen también el derecho de rechazar, incluso, llegado el caso, con el uso de las armas, a los agresores de la sociedad civil confiada a su responsabilidad.
El patriotismo se manifiesta principalmente de cuatro modos:
1. El amor de predilección sobre las demás naciones; perfectamente conciliable con el respeto a todas ellas y la caridad universal, que nos impone el amor al mundo entero.
2. El respeto y honor hacia su historia, sus tradiciones, sus instituciones, su idioma, sus símbolos (en particular su bandera).
3. El servicio: como expresión efectiva de nuestro amor y veneración. El servicio de la patria consiste principalmente en el fiel cumplimiento de sus leyes legítimas, especialmente aquellas que son necesarias para su crecimiento y engrandecimiento (tributos e impuestos legítimos); y también en el desempeño desinteresado y leal de los cargos públicos que exige el bien común; en el servicio militar; y en poner al servicio del bien común, las capacidades y talentos de cada uno, ejerciendo con diligencia y caridad la profesión que cada uno ejerza.
4. Finalmente se manifiesta en la defensa contra sus perseguidores y enemigos interiores o exteriores: en tiempos de paz, con la palabra o con la pluma, en tiempo de guerra defendiéndola con las armas y si es necesario dando la vida por ella.
Dice Santo Tomás de Aquino: «Después de Dios, los padres y la patria son también principios de nuestro ser y gobierno, pues de ellos y en ella hemos nacido y nos hemos criado. Por lo tanto, después de Dios, a los padres y la patria es a quien más debemos» (Suma Teológica, II-.IIa, q. 101, a. 1). De los padres recibimos la vida, la crianza, la educación; y de la patria, que en su etimología significa “tierra de los padres”, recibimos una lengua, una cultura, unas tradiciones, una herencia que uno está llamado a transmitir y engrandecer y que, queramos o no, influye en nuestra personalidad. En este caso, nuestra respuesta afectiva y efectiva al don serán el honor y reverencia propios de la virtud de la piedad.
San Agustín establecía esta jerarquía en la caridad: «Ama siempre a tu prójimo; más que a tu prójimo, a tus padres; más que a tus padres, a tu patria; y más que a tu patria, a Dios». Primero, siempre y solo Dios; después, la patria y la familia. Pues bien, la Patria no está en venta y su integridad territorial no puede estar al albur de los nacionalistas traidores.
Hoy, la patria – España – está en peligro. Los traidores a España la están vendiendo a sus enemigos. Y nuestro deber, como buenos hijos, es defenderla. Yo, personalmente, voy a hacerlo rosario en mano y me voy a manifestar las veces que sean necesarias para evitar su destrucción.
Y termina el documento episcopal:
4.- Elevamos nuestra oración al Señor para que acreciente en nosotros la convicción de que la concordia y la comunión siguen siendo posibles.
La festividad de Cristo Rey es una buena ocasión para recordar todas estas verdades. Y la proximidad de la Navidad nos recuerda que la verdadera paz es Cristo en el pesebre, adorado por los pastores y por los Reyes Magos, que representan a todas las naciones de la tierra adorando al Salvador.
Ha sido costumbre muy general y antigua llamar Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, a causa del supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas. En presencia del gobernador romano, Cristo manifestó que su reino no era de este mundo (aunque sí está en este mundo). Este reino se nos muestra en los evangelios con tales caracteres, que los hombres, para entrar en él, deben prepararse haciendo penitencia y no pueden entrar sino por la fe y el bautismo, el cual, aunque sea un rito externo, significa y produce la regeneración interior. Este reino únicamente se opone al reino de Satanás y a la potestad de las tinieblas; y exige de sus súbditos no sólo que, despegadas sus almas de las cosas y riquezas terrenas, guarden ordenadas costumbres y tengan hambre y sed de justicia, sino también que se nieguen a sí mismos y tomen su cruz. Habiendo Cristo, como Redentor, rescatado a la Iglesia con su Sangre y ofreciéndose a sí mismo, como Sacerdote y como Víctima, por los pecados del mundo, ofrecimiento que se renueva cada día perpetuamente, ¿quién no ve que la dignidad real del Salvador se reviste y participa de la naturaleza espiritual de ambos oficios?
En lo que se refiere a la concordia y a la paz, es evidente que, cuanto más vasto es el reino y con mayor amplitud abraza al género humano, tanto más se arraiga en la conciencia de los hombres el vínculo de fraternidad que los une. Esta convicción, así como aleja y disipa los conflictos frecuentes, así también endulza y disminuye sus amarguras. Y si el reino de Cristo abrazase de hecho a todos los hombres, como los abraza de derecho, ¿por qué no habríamos de esperar aquella paz que el Rey pacífico trajo a la tierra, aquel Rey que vino para reconciliar todas las cosas; que no vino a que le sirviesen, sino a servir; que siendo el Señor de todos, se hizo a sí mismo ejemplo de humildad y estableció como ley principal esta virtud, unida con el mandato de la caridad; que, finalmente dijo: Mi yugo es suave y mi carga es ligera.
¡Qué felicidad podríamos gozar si los individuos, las familias y las sociedades se dejaran gobernar por Cristo! Entonces verdaderamente se podrán curar tantas heridas, todo derecho recobrará su vigor antiguo, volverán los bienes de la paz, caerán de las manos las espadas y las armas, cuando todos acepten de buena voluntad el imperio de Cristo, cuando le obedezcan, cuando toda lengua proclame que Nuestro Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre.
Muchas voces autorizadas insisten en afirmar que la realeza social de Nuestro Señor ya no es posible en nuestro tiempo: que eso es algo del pasado, de los tiempos del nacionalcatolicismo; y que hoy hay que aceptar definitivamente el pluralismo de las religiones, la libertad de conciencia, de expresión y de acción.
Pues yo me niego a aceptar tales blasfemias, poque Cristo reina, ha reinado y reinará por los siglos de los siglos. Mi posición es inflexible y excluyente: rígida y nada dialogante. No hay pacto posible entre el error y la verdad. Y la Verdad es Cristo Jesús. En la Iglesia no hay ningún derecho, ninguna jurisdicción, que pueda imponerle a un bautizado la disminución o el cambio de su fe. Todo fiel puede y debe resistir a aquello que dañe su fe, apoyándose en el catecismo de su niñez. Y Cristo vive y reina en el cielo y en la tierra por los siglos de los siglos. Amén. Y Cristo reina y reinará en España, por más que los impíos, secuaces de Lucifer, traten de impedirlo.
Y con los traidores a la Patria no hay nada que dialogar ni negociar. Ni poliedros ni pepinillos en vinagre. La Patria no esta en venta. A la Patria se la defiende, sin concesiones, diálogos ni negociaciones. Y a los traidores se les castiga como es debido: sin amnistías ni zarandajas.
Cristo Vence, Cristo Reina, Cristo Impera.
¡Viva la Unidad Católica de España! ¡Viva Cristo Rey! ¡Bendita sea María Santísima!
[1] Ante la situación social y política en España, los obispos reunidos en asamblea plenaria de la Conferencia Episcopal, compartimos la preocupación que suscitan la actual polarización ideológica, la crispación social y los episodios de desencuentro. Inspirados en los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, fieles a nuestra misión que nos invita a ofrecer una orientación moral, iluminar las conciencias e impulsar la búsqueda de soluciones a los desafíos del momento actual, queremos compartir con el Pueblo de Dios y la sociedad española, la siguiente reflexión:
Benedicto XVI, citando el Concilio Vaticano II, afirma que «la Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer y no pretende de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados. No obstante, tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia en favor de una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación» (Caritas in Veritate 9). Como afirma el Evangelio, «la verdad os hará libres» (Jn 8,32).
El papa Francisco, con la imagen del poliedro, nos habla de «una sociedad donde las diferencias conviven complementándose, enriqueciéndose e iluminándose recíprocamente… porque de todos se puede aprender algo, nadie es inservible, nadie es prescindible» (Fratelli Tutti 215). Así se nos anima a vivir la comunión en la diversidad. Esto conlleva fomentar la cultura del encuentro, es decir, buscar puntos de contacto, tender puentes, y proyectar algo que incluya a todos (cfr. FT 216).
Nuestra Conferencia Episcopal, en el documento titulado Orientaciones morales ante la situación actual de España, aprobado en 2006, afirmaba que es «absolutamente necesario que sea perfectamente respetado el recto funcionamiento de las diferentes instituciones. Para la garantía de la libertad y de la justicia, es especialmente importante que se respete escrupulosamente la autonomía del Poder Judicial y la libertad de los jueces» (n. 61).
Queremos alentar un diálogo social entre todas las instituciones que cultive la escucha y evite posiciones inflexibles y excluyentes. Los acuerdos deben respetar la dignidad de la persona, el bien común y los principios de subsidiariedad y de solidaridad. Estos principios han de realizarse en el marco del ordenamiento jurídico propio del Estado de Derecho que nos hemos dado los españoles en la Constitución de 1978, que culminó la Transición. Nuestra Carta Magna consagra la separación de poderes y la libertad e igualdad de todos los ciudadanos, al tiempo que garantiza la realización efectiva del principio de solidaridad, recogido en su art. 2, velando por el establecimiento de un equilibrio económico, adecuado y justo entre las diversas partes del territorio español (cfr. art. 138).
La Buena Noticia de Jesucristo nos llama a ser hijos del mismo Padre que fundamenta la fraternidad (cfr. Mt 23,8-9). Esto nos compromete a todos a actuar en conciencia por la verdad y el bien del prójimo, a trabajar con esperanza en favor del encuentro en la convivencia pacífica y el respeto mutuo, excluyendo toda violencia, cultivando el perdón cristiano y la reconciliación, y estimulando el ejercicio de la caridad social y política.
Elevamos nuestra oración al Señor para que acreciente en nosotros la convicción de que la concordia y la comunión siguen siendo posibles.
13 comentarios
¡Manda huevos! La Conferencia Episcopal Española se expresa igual que cualquier periodista o politicastro.
Para empezar, los mal llamados Estados de Derecho son Estados donde el Derecho es lo que cada Estado establece. Conforme a la ley de Dios o contra ella.
Mientras que el verdadero Derecho es "el conocimiento de las cosas divinas y humanas y ciencia de lo justo y de lo injusto", en sustancia "vivir honestamente, no dañar a los demás y dar a cada uno lo suyo" (Ulpiano).
"... conocimiento de las cosas divinas ...": la ley de Dios, que conocemos imperfectamente por la recta razón (lo cual ya vislumbraron los antiguos griegos y romanos) y perfectamente por la Revelación.
La Constitución de 1978, "que nos hemos dado los españoles" (¡pues deberíamos habérnosla dado mejor!), es una constitución atea, contraria al "conocimiento de las cosas divinas y humanas" y al "vivir honestamente".
Y que, de leyes inicuas en leyes inicuas durante más de cuarenta años, nos ha traído hasta la ruina espiritual y camino de la disolución de España.
"... que culminó la Transición".
Cierto, aquella funesta Constitución de 1978 culminó la transición desde el Estado católico, donde la Nación española consideraba "como timbre de honor el acatamiento a la Ley de Dios, según la doctrina de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, única verdadera y fe inseparable de la conciencia nacional, que inspirará su legislación" (Principio II de los del Movimiento Nacional, 1958), hasta el Estado ateo de 1978 donde la ley es cualquier cosa que aprueba la mayoría.
"Nuestra Carta Magna consagra la separación de poderes ..."
La separación de poderes no es sagrada ni, por otra parte, existe en la Constitución de 1978, donde el poder ejecutivo y el legislativo se confunden en los partidos gobernantes y el judicial está igualmente sometido a los mismos partidos gobernantes.
Como ni una vez mencionada la historia de España, ni su Santo Patrón Santiago Apostol, que fue enviado por el mismísmo Jesuscristo hasta el final del mundo, Finis Terrae, para alumbrar la nación más católica del orbe: España.
España, tierra de conquistadores y Papas, luz de Trento, martillo de herejes. España, nación salvadora de Europa, la cristiandad y la humanidad. España salvó a Europa de la barbarie de la Sharia cuando los Otomonaos llegaron hasta las puertas de Viena. En Santa Alianza con el Romano Pontífice, España envío a morir a sus mejor y más valientes hijos, centenares de decenas de miles, por defender el Evangelio y la Cruz. Por la Iglesia España recuperó Tierra Santa para la cristiandad.
España, único país vencedor en sus Cruzadas contra el invasor sarraceno y el comunismo.
Efectivamente, en contra del Magisterio de la Iglesia, que reconoce la unidad de España como bien moral, se obvia la unidad de España y su bimilenaria historia imperial y siempre católica.
Aunque moleste a los separatistas infocatólicos y algunos hijos de la Madre Patria que malviven depauperados en América, incluido el sacerdote argentino defensor del masón Sanmartín, que, según él, no era masón ni antiespañol. Sí, hoy más que nunca, a viva voz, no podemos sino gritar, con el corazón en un puño, con nuestro corazón rojo y gualdo fundido con el Corazón de Jesús...
...Arriba España, Viva Cristo Rey. Santiago y cierra, España.
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Pedro L. Llera
Yo solo creo en Nuestro Señor Jesucristo. El ejército no forma parte de mi negociado.
Eso de hacer "seguidismo" de la casa común de la derecha, el episcopal copetreceteuvista Partido Popular, hace caer en el ridículo a muchos con la patria de por medio.
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Pedro L. Llera
Nunca habrá paz para los traidores. Y un traidor carece de honor.
En su día el Papa Francisco dijo que el Estado debe ser laico. Los estados confesionales acaban mal. Esto va contra la Historia.
Efectivamente, es la Constitución del 78 que yo también voté a favor, es el problema.
Que Dios nos asista.
Asi las cosas, con la jerarquía enmudecida, el rebaño de Cristo estará a merced de los tiburones, buitres e hienas.
Mensaje de El Escorial 28-7-1981: La santísima Virgen me ha dicho que sigue muy triste y me dijo también: "Hija mía, diles a todos que si no escuchan lo que les digo, en el mundo habrá un castigo como jamás se ha visto y antes que en ningún sitio será en España.
Non Nobis.
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