El Reino de Satanás

Someterse a Dios significa rebelarse contra el mundo. Someterse al mundo significa rebelarse contra Dios.

Los santos se someten a Dios y obedecen su voluntad. He aquí el esclavo del Señor: hágase Tu Voluntad.

Los demonios se rebelan contra Dios y se niegan a obedecer a Dios: non serviam. Satanás se rige por la ley del deseo: «Seréis como Dios. Estaréis por encima del bien y del mal. Vuestra voluntad será ley. Seréis lo que queráis ser. Cada uno se creará a sí mismo, se hará a sí mismo a su gusto».

Satanás predica la soberbia: «tú decides lo que está bien y lo que está mal. No tienes que obedecer ni a Dios».

Convierte esas piedras en pan. Los pobres en el espíritu somos los que sabemos que nada podemos sin Dios. Es Él quien nos da nuestro pan de cada día. Es Él quien quita el pecado del mundo, quien acaba con el mal del mundo. No somos nosotros los que cambiamos en mundo a nuestro gusto. El pelagianismo cree que no necesitamos a Dios para ser santos y construir un mundo mejor, justo, en paz y fraternidad. Si no somos hermanos en Cristo, sólo podremos ser hermanos en el pecado. Si no somos hijos de la Verdad, sólo podremos ser siervos de la mentira, del padre de la mentira: de Satanás.

Todas las ideologías ofrecen falsos paraísos terrenales: «Todos estos reinos te daré, si me adoras». La falsa redención de las ideologías ofrece utopías mentirosas que nunca llegan. Las ideologías son falsas religiones que adoran al hombre. Si adoráis al demonio, tendréis poder. Pero ¿qué es adorar al Demonio?

Adorar al Demonio consiste en rendirle culto. «Podrás hacer lo que quieras, si cambias a Dios por Satanás». Traiciona a Dios, blasfema; sé sacrílego, ateo, apóstata. Rebélate contra tu Creador y créate a ti mismo como te dé la gana.

Adorar al Demonio consiste en refutar y subvertir el Decálogo, en darle la vuelta a cada uno de los mandamientos para hacer exactamente lo contrario de lo que Dios nos pide:

Primer mandamiento: amarás a Dios sobre todas las cosas.

Los adoradores del demonio desprecian a Dios. Lo que mola es ser ateo o creer en horóscopos, energías, ídolos… Practicar yoga o pintar mandalas.

Los herejes de la nueva religión del Anticristo odian a Cristo, proclaman la salvación universal y consideran que todas las religiones son iguales, todas queridas por Dios. Es el indiferentismo tantas veces condenado: el error es igual que la verdad; la idolatría, igual a la verdadera y única fe en Jesucristo. Todos somos hermanos en el pecado y en el error. Pero no lo somos en la Verdad y en Cristo Jesús. Malditos seáis.

No santifiques las fiestas: no vayas a misa, no te confieses.

Jura en vano: nada es para siempre. El honor y la palabra están pasados de moda.

Desprecia a tus padres y reniega de su fe. Abandónalos y déjalos que mueran en algún moridero.

El quinto, no matarás. Justifica el aborto, la eutanasia, la experimentación con embriones humanos. Defiende la eugenesia y los bebés medicamento. Matar niños no deseados, enfermos y ancianos dependientes son «actos de compasión y amor»: su vida no es digna, así que démosles una muerte «digna».

Y llegamos al sexto: el medio por excelencia de alienación del hombre moderno. El no fornicarás se ha sustituido por el culto al orgasmo, a la depravación, a la perversión, a la prostitución y a la pornografía. El nuevo misticismo es el orgasmo. Pero ese misticismo no conduce a Dios, sino a Satanás. El hombre cambia la caridad por el sexo sin compromiso. Acabar con el amor, o prostituirlo y degradarlo, es el objetivo del demonio. La fornicación acaba con la familia. Y sin familia, el hombre está solo, pierde sus raíces; carece de arraigo, de tradiciones, de fe, de esperanza. La fornicación oferta la felicidad pero te deja vacío, solo, desesperado y sin nadie que te ame en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza.

La fornicación va unida al adulterio, a la infidelidad y miles de familias destrozadas. Lo que prometía felicidad acaba en desgracia, en dramas, en niños traumatizados utilizados tantas veces como armas contra su padre o su madre.

Y luego está el pecado nefando, que clama al cielo y que los herejes que rinden culto a Satanás pretenden bendecir. Bendecir el pecado y despreciar la virtud; despreciar la santidad y santificar el pecado: esa es la victoria efímera del Demonio.

El séptimo, no robarás: a la vista está la corrupción rampante que nos asola. Todo vale con tal de enriquecerse: explotar al hermano, utilizarlo como un medio para conseguir el fin de la enriquecerse. Roban los políticos, roban los empresarios sin escrúpulos… Aquí roba el que puede y el que no lo hace es que es tonto.

El octavo, no darás falso testimonio ni mentirás. ¿Acaso no vivimos en el reino de la mentira? Se manipula la información, se cambia la verdad por el falso relato. Aquí miente todo el mundo a todas horas. Los políticos, los medios de información (que son maquinarias de propaganda)… Hasta los científicos han dejado de ser de fiar, porque ponen el dinero y sus intereses por encima de la verdad.

El noveno, no consentirás pensamientos y deseos impuros. En una sociedad hipersexualizada, ya tienes que ir mirando al suelo para evitar el pecado. La impudicia, la indecencia, la desvergüenza, la obscenidad y la vulgaridad campan a sus anchas en esta sociedad depravada y pestilente.

Y el décimo, no codiciarás los bienes ajenos: la envidia, la codicia, la ambición desmedida, la usura de los bancos, los impuestos abusivos, la confiscación de las herencias… El deseo de subir, de alcanzar el éxito profesional a costa de lo que sea… Las desigualdades sangrantes entre ricos y pobres, que también claman al cielo.

El Reino de Satanás predica lo contrario que las bienaventuranzas:

Felices los ricos a los que no les falta nunca de nada, porque no hay otro mundo más que este. Comed y bebed, viajad y disfrutad.

Felices los que ríen y disfrutan de la vida intensamente, sin temor de Dios.

Felices los que viven a tope, los que viajan y gozan de los placeres de este mundo.

Felices los soberbios, los orgullosos de sus pecados, los que presumen de sus perversiones.

Felices los rencorosos, los vengativos, los más fuertes, los que abusan de los más débiles, los que pueden utilizar la violencia para humillar al prójimo y conseguir todo aquello que quieren.

Felices los que trafican con armas, con mujeres, con niños, con órganos, con drogas, porque serán ricos y podrán gozar.

Felices los degenerados, los depravados, los sodomitas.

Felices los que alcanzan el éxito y llegan al poder, al precio que sea preciso. Felices los traidores, los corruptos, los mentirosos, los que gastan el dinero público en mariscadas y en casas de putas.

Felices los que odian, los que llaman «amor» al pecado, los zombis que viven en pecado mortal, sin caridad y con su alma muerta.

Este es el Reino del Demonio, del Anticristo, de Satanás.

Pero que no os engañen y tengamos las cosas claras. 1 Cor. 6:

¿No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios? No os engañéis: ni los fornicarios, ni los idólatras ni los adúlteros ni los afeminados ni los sodomitas ni los ladrones, ni los avaros, ni los ebrios, ni los maldicientes, ni los rapaces poseerán el reino de Dios.

Y el único que acaba con los pecados del mundo es Cristo. Sed santos. Sed descaradamente católicos. Confesaos con frecuencia. Id a misa y rezad el rosario a diario, si puede ser. Y plantemos cara al pecado y a la falsa iglesia: la de Spadaro, la del arzobispo de Berlín y tantos otros que justifican los actos homosexuales y pretenden cambiar la moral de la Iglesia para contentar al mundo.

Cuando veáis que toda esta basura del Reino de Satanás os rodea y os asfixia, levantad la cabeza: nuestra liberación está cerca. Los católicos no estamos en venta. No traicionaremos a nuestro Señor Jesucristo, con la ayuda de su gracia. El hombre nunca es más libre que cuando obedece a Dios y nosotros estamos llamados a vivir conforme a la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Nadie es más libre que quien desprecia las cosas de este mundo y pone sus ojos en el cielo. Para mí, vivir es Cristo y morir, ganancia. Nada temo porque nada ni nadie me puede apartar del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús. A Él, el honor, la alabanza y la gloria por los siglos de los siglos.

Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera.