Contra los herejes
Y así un día tras otro, un escándalo tras otro… Esto es un no parar.
Pero vamos al fondo de la cuestión:
¿Qué es un hereje?
La herejía es la negación pertinaz de una verdad que ha de creerse con fe divina y católica. El canon 750 § 1 define qué se debe creer con fe divina y católica:
Canon 750 § 1: Se ha de creer con fe divina y católica todo aquello que se contiene en la palabra de Dios escrita o transmitida por tradición, es decir, en el único depósito de la fe encomendado a la Iglesia, y que además es propuesto como revelado por Dios, ya sea por el magisterio solemne de la Iglesia, ya por su magisterio ordinario y universal, que se manifiesta en la común adhesión de los fieles bajo la guía del sagrado magisterio; por tanto, todos están obligados a evitar cualquier doctrina contraria.
¿Qué castigo tiene el hereje?
1364 § 1. El apóstata de la fe, el hereje o el cismático incurren en excomunión latae sententiae, quedando firme lo prescrito en el c. 194 § 1, 2; el clérigo puede ser castigado además con las penas enumeradas en el c. 1336 § 1, 1, 2 y 3.
§ 2. Si lo requiere la contumacia prolongada o la gravedad del escándalo, se pueden añadir otras penas, sin exceptuar la expulsión del estado clerical.
¿Qué significa excomunión latae sententiae?
La excomunión es una de las penas previstas en el derecho de la Iglesia. Por excomunión se entiende la censura o pena medicinal por la que se excluye al reo de delito de la comunión con la Iglesia Católica.
La pena de excomunión se aplica latae sententiae, no es necesaria la declaración de la legítima autoridad para estar obligado a cumplir la pena (cfr. canon 1314). Se suele decir que el juicio lo hace el delincuente con su acto delictivo.
Los efectos de la excomunión quedan claros en el canon 1331:
Canon 1331 § 1: Se prohíbe al excomulgado:
1. tener cualquier participación ministerial en la celebración del Sacrificio Eucarístico o en cualesquiera otras ceremonias de culto;
2. celebrar los sacramentos o sacramentales y recibir los sacramentos;
3. desempeñar oficios, ministerios o cargos eclesiásticos, o realizar actos de régimen.
La salvación de las almas debe ser siempre la ley suprema en la Iglesia, porque el fin último y supremo al que se ordena toda la vida humana es la visión beatífica de Dios una vez finalice nuestra existencia temporal. Esa es la misión de sacerdotes, obispos, cardenales o del mismísimo Papa: llevar almas al cielo. Ese es el mayor acto de caridad, que es la plenitud de la ley. La fe vale más que la propia vida.
Y la herejía es el pecado más grave y pestilente de todos. Se trata de un error manifiestamente contrario a la fe, afirmado por un cristiano. Y la herejía es especialmente peligrosa cuando la comete un sacerdote, un obispo o un cardenal.
¿Por qué? Pues porque las herejías de un pastor conducen al rebaño de sus fieles al infierno, a la perdición. Por eso, cuando un pastor comete herejía, automáticamente debería ser excomulgado y perder su oficio, su ministerio y su autoridad: el juicio lo hace el delincuente con su acto delictivo. Un obispo hereje puede seguir siendo obispo, si la autoridad competente no convierte la excomunión latae sententiae en ferendae sententiae o latae senentiae declarada. Pero carece de autoridad. Dios le dio su autoridad para llevar almas al cielo, no para despeñarlas por un precipicio. Dios no autoriza el pecado y la herejía es uno de los pecados mortales más graves.
No se puede decir que ha cambiado la doctrina de la Iglesia sobre la Santa Misa. La doctrina no cambia, la revelación está cerrada desde la muerte del último apóstol. El Espíritu Santo no cambia de opinión ni deroga los mandamientos ni se contradice: como dice Santa Teresa, Dios no se muda. La doctrina de siempre, lo que la Iglesia ha predicado siempre en todas partes, no admite adulteraciones ni cambios ni interpretaciones torticeras. Y quien pretende cambiar la sana doctrina, la verdad revelada por Dios en las Sagradas Escrituras y en la Santa Tradición, es un hereje.
«El Papa no tiene el poder de abolir la Misa tradicional». Así lo afirma Mons. Schneider, explicando que esto es así «porque la santa misa tradicional es propiedad y tesoro de toda la Iglesia, de todos los santos de la Iglesia de todos los tiempos».
Y continúa Mons. Schneider:
Debido a la edad tan venerable y al uso constante y perenne de este orden de la Misa por parte de tantos santos y generaciones de católicos y de casi todas las naciones católicas, el Papa no tiene poder para simplemente abolirlo. Del mismo modo que el Papa no tiene poder de abolir el credo apostólico y sustituirlo con una nueva fórmula y prohibir al mismo tiempo el uso del credo apostólico. Lo mismo puede aplicarse al orden de la Misa: esta es una fórmula de venerable uso antiguo.
«La orden de un Papa que evidentemente está dañando el bien espiritual de la iglesia no la podemos obedecer. Sería una falsa obediencia cooperar con algo que evidentemente está dañando el bien espiritual de las almas y de toda la iglesia».
Por su parte, la Bula “Quo primum tempore” del Santo Padre Pío V establece:
- que no han de estar obligados a celebrar la Misa en forma distinta a la establecida por Nos ni Prelados, ni Administradores, ni Capellanes ni los demás Sacerdotes seculares de cualquier denominación o regulares de cualquier Orden;
- que no pueden ser forzados ni compelidos por nadie a reemplazar este Misal;
- y que la presente Carta jamás puede ser revocada ni modificada en ningún tiempo, sino que se yergue siempre firme y válida en su vigor.
Así pues, que absolutamente a ninguno de los hombres le sea licito quebrantar ni ir, por temeraria audacia, contra esta página de Nuestro permiso, estatuto, orden, mandato, precepto, concesión, indulto, declaración, voluntad, decreto y prohibición.
Más si alguien se atreviere a atacar esto, sabrá que ha incurrido en la indignación de Dios omnipotente y de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo.
Los herejes y los apóstatas han perdido la fe. Y lo que es indiscutible es que nadie puede perder la fe sin propia culpa. Porque, como dice el apóstol San Pablo, los dones y la vocación de Dios son irrevocables (Rom. 11, 29) y a nadie se los retira si no se hace voluntariamente indigno de ellos. Es axioma teológico que «Dios no abandona a nadie si no es abandonado primero». Lo cual ha de hacernos evitar cuidadosamente cualquier clase de pecados, que podrían acarrearnos la tremenda desventura de la pérdida de la fe.
La fe exige el humilde asentimiento de la inteligencia y de la voluntad ante unas verdades cuya evidencia intrínseca no puede verse y que se aceptan únicamente por autoridad de Dios, que las revela. Esto se le hace muy difícil al soberbio. Y así vemos que los hombres sencillos y humildes tienen una fe mucho más viva que muchos teólogos eruditísimos.
La vida inmoral también contribuye a la pérdida de la fe. La trasgresión continua y culpable de la ley de Dios (deshonestidades, negocios sucios, depravación sexual, prácticas homosexuales, etc.) produce en el alma del pecador un desasosiego cada vez mayor contra la ley de Dios, que le prohíbe entregarse con tranquilidad a sus desórdenes. Dios va retirando cada vez más sus gracias y sus luces en castigo por los pecados cometidos. La inmoralidad desenfrenada que reina en la Iglesia de hoy es una de las causas principales de la crisis que padecemos: el que obra el mal, odia la luz (Jn. 3, 20).
El fruto de la luz es todo bondad, justicia y verdad. Buscad lo que es grato al Señor, sin comunicar en las obras vanas de las tinieblas, antes bien, estigmatizadlas; pues lo que éstos hacen en secreto repugna decirlo. (Ef. 5, 9-12).
Los herejes son soberbios e inmorales. Unos se creen más santos que Dios mismo y más justos que el Justo. Otros confunden el amor con el libertinaje y la depravación sexual. Algunos pretenden bendecir lo que Dios maldice… Todos los herejes resultan pestilentes. Y tanto apestan que la atmósfera de la Iglesia se está volviendo irrespirable con tanto aire viciado.
Nuestra misión consiste en extender por todas partes el buen olor de Cristo (2 Cor. 2,14), en medio de un mundo corrompido por el hedor del pecado (Rom. 3, 10ss),
Sean dadas gracias a Dios, que en todo tiempo nos hace triunfar en Cristo, y por nosotros manifiesta en todo lugar el aroma de su conocimiento; porque somos para Dios el buen olor de Cristo, en los que se salvan y en los que se pierden; en éstos olor de muerte para muerte, en aquéllos olor de vida para vida. (2 Cor. 2, 14).
Y nada ni nadie nos separá del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro. Y menos que nadie, los herejes.
Post Scriptum
El obispo de San Diego, Mons. McElroy, ha reconocido que le duele que le tachen de hereje. «Ese lenguaje perjudica aún más a la Iglesia, al degradar el diálogo que debemos mantener en estos días sobre las cuestiones fundamentales a las que nos enfrentamos», dice el obispo.
Con los herejes no hay nada que dialogar. No hay unidad ni acuerdo posible con el error. La unidad solo es posible en la verdad, en la sana doctrina. Lo que deben hacer los herejes es retractarse, arrepentirse de su gravísimo pecado y aceptar íntegro el depósito de la fe: aquello que la Iglesia ha predicado siempre en todas partes.
30 comentarios
Ante el tribunal de Cristo no les dará igual.
Se justifican a sí mismos diciendo que Dios es misericordioso, olvidando que ese Dios Misericordioso, se compadece del hombre en pecado y quiere sanarlo para que viva en LA LIBERTAD DE LOS HIJOS DE DIOS.
Pero como Hijo, obedeció al Padre, acatando la ley de los hombres. Había aprendido a obedecer desde niño. ¿Cómo? Sufriendo. "Sufriendo, aprendió a obedecer" (Hb 5,7-9).
Pero de Dios nadie se burla.
El 751 contiene tres figuras típicas, herejía, apostasía y cisma. Hay dos que suelen presentarse juntas herejía y cisma, primero la herejía y luego el cisma como consecuencia.
En los casos clásicos los herejes y cismáticos se van y hacen otra iglesia a su manera.
La novedad es que en estos momentos se quieren quedar con la institución y todos sus beneficios sociales y económicos, su comodidad, ocupar los primeros puestos y que todos los saluden (te suena) y echar a los demás, ponernos en la encrucijada o se quedan y aceptan o los prohibimos.
Es la inteligencia artificial aplicada para matarnos suavemente...killing me softly...
Hay que permanecer peleando el buen combate, por qué ? porque conocemos el resultado y está garantizado.
Si llegamos a ser puros de corazón veremos a Dios.
El objetivo de quien lucha el buen combate es que no se pierda ni una sola alma. Que no se pierda ni una sola gota de la Preciosísima Sangre que Nuestro Señor Jesucristo derramó por todas y CADA UNA de ellas. En estos tiempos que ya se nos han echado encima, toca discernimiento espiritual individual, fino y serio, porque son muchos los que nos van a (querer) engañar.
"En esos días muchos tropezarán y caerán; de repente se odiarán y se traicionarán unos a otros. Aparecerán falsos profetas, que engañarán a mucha gente, y tanta será la maldad, que el amor se enfriará en muchos. Pero el que se mantenga firme hasta el fin, ése se salvará" (Mt. 24,10-13)
Para Lucía Victoria con mucho respeto.
No es una Gracia es una desgracia, repetida, siempre lo mismo, el mismo gato con distinto collar.
Tenemos dos ventajas podemos estar firmes en la Verdad y en la Fe y además de nosotros depende aceptar o no las tentaciones mundanas, el tentador no conoce el resultado.
Veamos con detenimiento Veritatis Splendor: (lo que quieren es erradicar la libertad humana de su relación esencial y constitutiva con la verdad).
"Sin embargo, hoy se hace necesario reflexionar sobre el conjunto de la enseñanza moral de la Iglesia, con el fin preciso de recordar algunas verdades fundamentales de la doctrina católica, que en el contexto actual corren el riesgo de ser deformadas o negadas.
En efecto, ha venido a crearse una nueva situación dentro de la misma comunidad cristiana, en la que se difunden muchas dudas y objeciones de orden humano y psicológico, social y cultural, religioso e incluso específicamente teológico, sobre las enseñanzas morales de la Iglesia. Ya no se trata de contestaciones parciales y ocasionales, sino que, partiendo de determinadas concepciones antropológicas y éticas, se pone en tela de juicio, de modo global y sistemático, el patrimonio moral. En la base se encuentra el influjo, más o menos velado, de corrientes de pensamiento que terminan por erradicar la libertad humana de su relación esencial y constitutiva con la verdad.
Y así, se rechaza la doctrina tradicional sobre la ley natural y sobre la universalidad y permanente validez de sus preceptos; se consideran simplemente inaceptables algunas enseñanzas morales de la Iglesia; se opina que el mismo Magisterio no debe intervenir en cuestiones morales más que para «exhortar a las conciencias» y «proponer los valores» en los que cada uno basará después autónomamente sus decisiones y opciones de vida".
Desde más arriba, una persona dijo que quien no absuelve a un penitente es un criminal. Esa misma persona ha dicho también que los sacerdotes no deben actuar como psiquiatras. ¿Que el penitente no se arrepiente? bueno, hay que dejarlo, total, Dios es misericordioso.
Existen personas dentro de la Iglesia que tienen su alma agusanada, y es lo peor que les puede pasar, porque el alma es inmortal, y en el día de su muerte, el gusano se las seguirá royendo eternamente.
Muy triste.
¿Contento así?
No dudo que "erradicar la libertad humana de su relación esencial y constitutiva con la verdad" sea un objetivo prioritario del mal. De lo que dudo es de que haya nadie que finalmente pueda lograrlo: Cristo, que es la Verdad, pagó a precio de Su Sangre justamente para comprar nuestra libertad. Y a Dios nadie le tima.
Aún así, tampoco está de más que repitamos, con el salmista, "Señor, inclina mi corazón a tus preceptos".
Cor Iesu sacratissimum miserere nobis.
Sí, claro que me leí la noticia. Imposible no verla. Y no, no estoy en absoluto de acuerdo con esa memez de que la teología de la Iglesia haya cambiado. La misa y el santo sacrificio del altar son los mismos ayer, hoy en siempre. Porque es la Palabra (el Verbo) que se hace Carne (Jesús Eucaristía) y habita entre nosotros. Y esto es así en el rito antiguo y en el novus ordo. En Mozambique y en Albacete. Lo diga Agamenon o su porquero.
Pero tampoco estoy de acuerdo, y tengo que decir que me escandaliza gravemente (a ver si los únicos escándalos van a tener que ser de bragueta) que un obispo llame abiertamente a la desobediencia cuando, ni esa ocurrencia de Roche constituye la premisa principal de Traditiones Custodies ni -lo ha recordado Vicente-, el referido Motu Propio ha suprimido la misa tradicional. Para simplicar: Desobediencia=rebelión=división (punto para Satanás).
No puedo saber qué habría hecho ante cada una de las eventualidades pasadas que me plantea. Pero sí puedo posicionarme en esta concreta cuestión actual, con la libertad que me da ser hija de Dios. Y desde esa libertad, digo que siempre que sale este tema tan recurrente, viene a mi cabeza -con la misma recurrencia- el pasaje del evangelio que nos dice que seamos fieles en lo pequeño para poder ser fieles en lo grande. Es muy probable que me sea más fácil llegar a esta conclusión porque nunca he participado en una misa por el rito antiguo (no se ama lo que no se conoce). Pero como amo hasta la última fibra de mi ser la única misa que conozco, desde fuera, a mi sólo me cabe asombro tanta resistencia ante la prueba que se les presenta. Porque desde fuera parece un sacrificio bien pequeño (y al parecer un acto de fe grande), que es dar gloria y alabanza al Señor en misas que se celebren de acuerdo con "los libros litúrgicos promulgados por los santos Pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, en conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II".
Le pido perdón a usted, y a todas las personas que aman la santa misa tradicional, porque de verdad que no quiero frivolizar con un asunto tan serio, y en el que interviene el sentimiento (que no sólo no desprecio, sino que comparto). Pero creo honestamente que vienen tiempos muy recios y el Señor nos pide fidelidad (obediencia) en lo pequeño, para poder merecer la gracia de ser fieles en lo grande (la hora decisiva, martirio o lo que sea que viniere).
No creo que esto sea algo entre buenos y malos. Todos somos pecadores necesitados de Redención. La maldad, la mentira, la herejía, eso es lo que no se puede permitir porque viene del infierno y puede llevar a él. Y cada cual que tome bando. Solo hay dos, el Amor a Dios y prójimo o el rechazo. Cada uno personalmente aprovecha la sangre derramada por Cristo o no.
Iba a volver ayer a mi retiro cuaresmal. Vuelvo hoy. Que Dios nos ayude, nos guíe, nos ilumine.
Muy feliz día de la Encarnación del Señor. Que la Depositaria de todas las gracias nos alcance a todos hoy una gracia especial; a cada uno, según su necesidad.
Cuanta tibieza.
Señor danos la fe.
---Colocar un ídolo en el Vaticano.
---El infierno NO existe.
---Perseguir y expulsar a los de recta doctrina.
-- Promover a todo sacerdote , cardenal o
religioso Pro lgbt.
---Deshacer Órdenes Religiosas que intentan
vivir en santidad.
Y todavía hay INCAUTOS que se refieren a ," ese sujeto"...
EDITADO
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Pedro L. Llera
Nos guste o nos deje de gustar, el Papa es el Papa.
No sean exagerados, él no trata de abolirla, sólo busca que muera de inanición.
"Y la herejía es el pecado más grave y pestilente de todos". Ibas bien hasta ahí, la gente como tú crucificaría al mismo Cristo si se volviese a encarnar, no sin antes rasgarse las vestiduras".
Tú crucificas a la verdad con tu confusión mental y tu cinismo. Como claramente te identificas a ti mismo como 'hereje', por supuesto te sientes 'lastimado' y buscas justificarte, pero te hundes cada vez más al llegar a blasfemar contra Cristo al insinuar que fue un hereje por haber sido condenado por los judíos, siendo que Él es la Verdad misma y los judíos que lo condenaron traicionaron la Verdad acerca del Mesías en la fe judía que profesaban y los prodigios que Cristo realizó ante ellos para refrendar la veracidad de su predicación y su filiación divina ("Si yo no hago las obras que hace mi Padre, no me crean. Pero si las hago, aunque no me crean a mí, crean en las obras que hago, para que sepan de una vez por todas que el Padre está en mí y que yo estoy en el Padre". (San Juan 10,37-38).
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