Hay que volver a Cristo
«Este es mi Hijo el amado, en quien tengo mis complacencias»
Leía recientemente un comentario de Facebook de don Ramón Portela Alonso, que me pareció ciertamente inapelable. Decía así (subrayados míos):
Veía el otro día la conferencia de José Antonio Zorrilla en San Telmo Museoa, San Sebastián, titulada “Ucrania: ¿Cómo hemos llegado a esta situación?". Llegado el turno de preguntas una mujer conturbada reclamaba al conferenciante que le diese un criterio moral para guiarse en el espacio de la geopolítica. José Antonio en su respuesta volvió a reiterar lo que había sido el meollo de su mensaje, en geopolítica (y otro tanto se puede decir de la política, añado yo) no existe moral todo se cifra en el poder. Si hago mención de esta anécdota es porque pone de manifiesto una vez más como la gente se resiste a admitir el hecho de que la esfera pública ha dejado de ser un espacio moral. La sociedad, sin embargo, prefiere seguir viviendo en la ficción de que la vida pública posee carácter moral. Aquella mujer deseaba aquietar su conciencia, no podía soportar la verdad palmaria, política es poder, no hay buenos ni malos. La mujer pretendía que el conferenciante le indicase quienes eran los buenos para que ella pudiese actuar de un modo moral y así tranquilizar su conciencia. La gran falsedad de la edad moderna consiste en fingir que después de haber expulsado a Dios de la vida pública, ésta puede seguir transcurriendo por los cauces de la moralidad. A fin de mantener viva esta ficción se revisten de carácter moral todas las pulsiones síquicas y biológicas del hombre. De este modo apelando a cualquier instinto emocional el hombre moderno se convence a sí mismo de que vive moralmente. Se sosiega a sí mismo pensando que puede expulsar a Dios de la vida pública y seguir siendo bueno. La fe que le niega a Dios se la concede a la democracia, entendida como fundamento de la vida social. Pero la democracia así concebida no es más que el mundo sin moralidad. Ya no hay buenos o malos solo hay poder. La expulsión de Dios de la vida pública no conduce al limbo laicista sino a quedar sojuzgados bajo el poder del príncipe de este mundo.
El mundo de la política se ha convertido en un espacio de inmoralidad, en una estructura de pecado, porque se ha expulsado a Cristo de la esfera pública. Por eso estamos como estamos.
Efectivamente, echar a Dios de la vida pública, de la política, tiene consecuencias, porque Dios es el Bien, es la Caridad. Y lo que queda en el mundo, cuando no está Dios, es el mal, el egoísmo, la violencia, la muerte… Cuando Dios es expulsado de la política, quien toma el mando es el Demonio. Y en ese mundo oscuro, dominado por el Demonio y sus secuaces, estamos. Vivimos en una sociedad profundamente inmoral, donde toda crueldad inhumana tiene su asiento; donde se ve normal el pecado y se desprecia la virtud.
«Porque, si el juicio sobre la verdad y el bien queda exclusivamente en manos de la razón humana abandonada a sí sola, desaparece toda diferencia objetiva entre el bien y el mal; el vicio y la virtud no se distinguen ya en el orden de la realidad, sino solamente en el juicio subjetivo de cada individuo; será lícito cuanto agrade, y establecida una moral impotente para refrenar y calmar las pasiones desordenadas del alma, quedará espontáneamente abierta la puerta a toda clase de corrupciones. En cuanto a la vida pública, el poder de mandar queda separado de Dios, de su verdadero origen natural, del cual recibe toda la eficacia realizadora del bien común; y la ley, reguladora de lo que hay que hacer y lo que hay que evitar, queda abandonada al capricho de una mayoría numérica, verdadero plano inclinado que lleva a la tiranía».
«Es absolutamente necesario que el hombre quede todo entero bajo la dependencia efectiva y constante de Dios. Por consiguiente, es totalmente inconcebible una libertad humana que no esté sometida a Dios y sujeta a su voluntad. Negar a Dios este dominio supremo o negarse a aceptarlo no es libertad, sino abuso de la libertad y rebelión contra Dios.
La perversión mayor de la libertad, que constituye al mismo tiempo la especie peor de liberalismo, consiste en rechazar por completo la suprema autoridad de Dios y rehusarle toda obediencia, tanto en la vida pública como en la vida privada y doméstica. Una libertad no debe ser considerada legítima más que cuando supone un aumento en la facilidad para vivir según la virtud. Fuera de este caso, nunca.» (Encíclica Libertas de León XIII)
Y Pío XI en Quas primas buscaba «las causas supremas de las calamidades que veíamos abrumar y afligir al género humano» y afirmaba que «este cumulo de males había invadido la tierra porque la mayoría de los hombres se habían alejado de Jesucristo y de su ley santísima, así en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado; y que nunca resplandecería una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos, mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de nuestro Salvador». Y Pío XI nos daba la solución a los males que padecemos: «no hay medio más eficaz para restablecer y vigorizar la paz que procurar la restauración del reinado de Jesucristo».
Sin embargo, desde hace décadas, la Iglesia parece haber renunciado a la restauración del reinado social de Jesucristo, mientras se plegaba a la filosofía moderna, a la ilustración y al liberalismo. Es lo que llamamos Modernismo. Porque a fin de cuentas, liberalismo y modernismo vienen a ser lo mismo.
Y así, buena parte del clero, de la jerarquía y multitud de fieles se han creído que le pueden enmendar la plana a Dios y cambiar sus mandamientos. A fin de cuentas, ¿quién es Dios para imponernos sus leyes? Y así, los liberales pretenden hacer una religión a su medida: ¿que Dios condena como pecado que clama al cielo la homosexualidad? Pues nosotros bendecimos su «amor» y santificamos sus relaciones. ¿Que Dios condena el adulterio y dice que quien se divorcia y se vuelve a casar comete pecado? Pues nosotros decimos que ni hablar: que un divorciado vuelto a casar por lo civil puede comulgar y confesarse y estar en gracia de Dios, aunque no tenga la menor intención de regularizar su vida para cumplir la ley de Dios. ¿Que siempre se ha comulgado de rodillas y en la boca? Pues ahora de pie y en la mano. ¿Que el sagrario siempre estuvo en el lugar preeminente, en el centro del altar mayor para la adoración de los fieles? Pues ahora, con cualquier excusa, se trasladan los sagrarios a capillas laterales, como un trasto que estorba y que no se sabe qué hacer con él. Y así, cuando uno entra en un templo, se vuelve loco buscando dónde está el Señor Sacramentado.
Cierta parte de la jerarquía de la Iglesia se cree con autoridad para cambiar la Ley de Dios, la moral, la liturgia y la doctrina de la Iglesia. Lo que antes era pecado ahora ya no lo es porque lo digo yo, porque yo lo valgo, porque yo soy dios en la tierra: independientemente de lo que hayan escrito o predicado los santos y doctores de la Iglesia. El principio de autodeterminación ha entrado en la Iglesia y aquí cada uno hace de su capa un sayo. El clero se cree autónomo e independiente de Dios y se creen que pueden predicar lo que les dé la gana. Y claro, cuando uno se cree dios y que no tiene a nadie por encima de él ni autoridad alguna que respetar, lo que tenemos es una tiranía y una secta. Aquí se hace lo que yo diga y se obedece y punto. Y si ayer se creía A y hoy digo que hay que creer B, pues se cree B y punto. Y los que añoran A, es que están anclados en el pasado, son rígidos indietristas que no evolucionan con los tiempos.
Cuando se prescinde de Dios y se pone el hombre en el centro, pasa lo que está pasando: que vivimos la mayor crisis de la Historia de la Iglesia. Muchas órdenes religiosas se descomponen y desaparecen o están en vías de desaparecer porque la herejía modernista las ha apartado de la Vid Verdadera y son sarmientos muertos que solo valen ya para el fuego. La confusión se extiende por la Iglesia. Se cuestionan los dogmas. Se aplaude a los herejes y se reprime sin contemplaciones a los fieles a la santa doctrina. Se pisotea el depósito de la fe: el infierno y el purgatorio ya no existen, se niega el pecado original; se promueve el indiferentismo religioso y se dice que Dios quiere por igual todas las religiones y que todas son caminos de salvación; los milagros son recursos literarios: símbolos y metáforas; la presencia real de Cristo y la transubstanciación se cuestiona o se niega cada vez con menos disimulo; lo que antes era virtud, ahora es fanatismo rígido que hay que extirpar de la Iglesia; lo que antes era pecado, ahora ya no lo es: y hay clérigos que justifican lo mismo el matrimonio homosexual que el aborto; y por supuesto, el divorcio se ve como algo normal y corriente.
No solo se está expulsando a Dios de la vida pública: se le está expulsando de la Iglesia. Y eso es intolerable. La doctrina no se toca. Punto. Y que se atengan a las consecuencias los que se atrevan a tocarla, porque su castigo será terrible.
Todos los males de nuestra sociedad y de la Iglesia tienen el mismo origen: «Porque, si el juicio sobre la verdad y el bien queda exclusivamente en manos de la razón humana abandonada a sí sola, desaparece toda diferencia objetiva entre el bien y el mal; el vicio y la virtud no se distinguen ya en el orden de la realidad, sino solamente en el juicio subjetivo de cada individuo; será lícito cuanto agrade, y establecida una moral impotente para refrenar y calmar las pasiones desordenadas del alma, quedará espontáneamente abierta la puerta a toda clase de corrupciones». Y la corrupción, el humo de Satanás, ha intoxicado el mundo y la propia Iglesia.
¿La solución? Es absolutamente necesario que el hombre quede todo entero bajo la dependencia efectiva y constante de Dios. Es totalmente inconcebible una libertad humana que no esté sometida a Dios y sujeta a su voluntad. Y la Iglesia ha de estar sujeta y sumisa a la doctrina que se predicó siempre en todas partes: al depósito de la fe, a las Sagradas Escrituras y a la Santa Tradición.
Hay que procurar el Reinado Social de Cristo en nuestra vida pública. Los males que asolan a España, la corrupción, la violencia, las injusticias, las familias rotas, las vidas destrozadas por las drogas o la soledad, solo tendrán solución si nos convertimos a Cristo. No habrá paz verdadera hasta que toda rodilla se doble ante Cristo Rey: sólo Él quita el pecado del mundo y puede extirpar los males que nos aquejan. Nadie más que Él. Hay que volver a Cristo. Y si no lo hacemos, quien seguirá reinando será el demonio. No podemos expulsar a Dios de la política y pretender seguir siendo buenos. Si se expulsa a Dios, se expulsa el Bien y la Caridad y no queda más que la corrupción y la maldad del Príncipe de este mundo.
Y los males que destruyen la Iglesia se solucionan con la misma receta: Cristo y su santa doctrina. Hay que denunciar cada herejía, cada error doctrinal, cada abuso litúrgico: sin miramientos, sin respetos humanos: porque a quien se le está faltando al respeto no es a ti, sino a Dios mismo. Y eso no se debe consentir nunca de ninguna de las maneras.
Así que nada sin Dios. Y nada es nada: ni política sin Dios, ni filosofía sin Dios (y menos contra Dios), ni teología nueva ni modernista contra Dios. Hay que volver a Santo Tomás de Aquino. Y cuanto antes, mejor. Hay que volver a Jesucristo y a su Ley Santísima en nuestra vida, en nuestras costumbres, en nuestras familias, en nuestra nación y en la Iglesia Santa, que es su Cuerpo Místico, que está siendo flagelado nuevamente por la herejía, la blasfemia y los sacrilegios.
Reparemos el dolor que sigue sufriendo el Sagrado Corazón de Jesús al no ver correspondido su amor. ¿No va a sufrir el Corazón de Jesús ante tantos pecados como asolan el mundo y a la propia Iglesia? La ingratitud y la indiferencia de los hombres, su desprecio, sus insultos a Nuestro Señor, ¿Cómo no le van a hacer sufrir?
Y nunca debemos separar lo que Dios mismo ha unido tan perfectamente: Jesús y María están tan íntimamente unidos el uno con el otro, que quien ve a Jesús mira a María. Quien ama a Jesús, ama a María y quien tiene devoción por Jesús, tiene devoción por María.
Que la Santísima Virgen María nos asista en esta batalla que hemos de librar contra Satanás y sus huestes, como lo hizo un día en Covadonga. Y que la Reina del Cielo, la Reina de la Iglesia, sea nuestra valedora contra los enemigos de Nuestro Señor Jesucristo.
18 comentarios
Es evidente que éste no tiene la capacidad para reordenar el mundo deficiente que él ha construido a causa del pecado original.
Volver el universo a sus quicios originales y hacer manifiesta la sobreelevación obrada por Cristo, requiere que se manifieste en nosotros la nueva condición recibida en el Bautismo (Col 3, 4). Condición que permanece oculta con Cristo en Dios hasta que Él se manifieste (id).
Ahora bien, la AURORA DE MARÍA está manifestando a Cristo en la Luz transfigurante de su Gloria, la que hace manifestar en nosotros nuestro hombre nuevo de modo creciente.
Es mediante el hombre nuevo que Cristo va a obrar sobre la Iglesia, la humanidad y el cosmos a fin de traer el Nuevo Paraíso terrenal del Reino de Dios entre nosotros.
Nueva sabiduría, santidad y poder que han de cambiar el caos estéril y autodestructivo por medio del señorío participado por Cristo, llevando el Reino hasta los confines de la tierra y del universo todo.
María Conduce esta enorme tarea entre cantos de ángeles y bienaventurados y gozos de sus hijos fieles que aún permanecen en esta vida que se transfigura día a día aún cuando no lo advirtamos.
En apariencia, el mundo continúa como desde milenios, mientras las cosas que lo constituyen pierden consistencia, se desmenuzan interiormente en un progresivo deterioro que vuelve inviable los planes del anti-cristo. Se detienen la masonería, el irracionalismo-nihilista-ateo, el marxismo y el modernismo, el progresismo eclesiástico, las sectas, las mafias de la política internacional, el aborto, la homosexualidad, el feminismo, el falso ecumenismo, el ecologismo idólatra, las alianzas financieras y demás, la CEE, el NOM, la ONU, la OTAN, etc.
El mundo se renueva. “He aquí que hago todo nuevo” (Apoc 2, 5).
En junio de 1988, Joseph Cardinal Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, impartió el juicio definitivo sobre los eventos y mensajes de Akita, juzgándolos confiables y dignos de fe. El cardenal observó que Akita es una continuación de los mensajes de Fátima.
13 de octubre de 1973
"Mi querida hija, escucha bien lo que tengo que decirte. Tu informarás a tu superior."
Después de un corto silencio:
"La obra del demonio infiltrará hasta dentro de la Iglesia de tal manera que se verán cardenales contra cardenales, obispos contra obispos. Los sacerdotes que me veneran serán despreciados y encontrarán oposición de sus compañeros...iglesias y altares saqueados; la Iglesia estará llena de aquellos que aceptan componendas y el demonio presionará a muchos sacerdotes y almas consagradas a dejar el servicio del Señor.
"El demonio será especialmente implacable contra las almas consagradas a Dios. Pensar en la pérdida de tantas almas es la causa de mi tristeza. Si los pecados aumentan en número y gravedad, no habrá ya perdón para ellos.
"Con valentía, habla con tu superior. El sabrá como dar a cada uno valor para rezar y lograr obras de reparación".
¿Quién ha dado a las democracias el poder de saber qué es bueno o malo? Los votos.
Si tú votas a un partido minoritario tienes menos razón que si votas a uno que recibas muchos votos y, como hoy en día los partidos se han metido de hoz en coz en cuestiones que afectan claramente a la moral, la contestación ya está dada: debes cambiar de opinión.
Volver a Jesucristo y ponerlo en el centro de nuestras vidas es urgentísimo porque la moral está unida a la Fe y no es lo mismo un delito que un pecado.
Hay quién cree que el Feminismo está conectado con la Fe, y lo cree a pies juntillas, otros que la Ecología se deriva de los Evangelios y hay quién se escandaliza porque Jesucristo no dijo nada sobre la esclavitud. Es decir, hacen a Cristo rehén de ideologías de todo tipo.
Hay que percibir a Cristo libre de toda la inmundicia política que le han echado encima. El reino de Dios debe brillar nítido y sin añadiduras espurias y ésa es nuestra labor.
Seamos buenos de verdad; pidamos Su Grácia para serlo. Y nos seamos igenuos ni indiferentes.
Y oremosLe.
PD: esa Misericordia es " brutal" . Solo requiere volver el rostro hacia Él.
Si una idea perniciosa para el catolicismo sale del mundo rural o de los barrios obreros y humildes, se la combate sin piedad desde la jerarquía; si sale de los barrios altos, de los palacios, de las organizaciones internacionales, de los bancos, de los cuarteles generales y de las facultades universitarias... se la considera y se la aplaude.
En algo pensaba hace tiempo. Se expulsa a Dios de la vida política, pero nadie deja de quejarse de la corrupción. Pero es que además el mundo tiene un concepto muy estrecho de corrupción. Generalmente se lo limita al dinero (sobornos, defraudación, etc.), y de vez en cuando a los intentos de ganar mayor influencia (control del poder judicial, por ej.), pero no se concibe que la corrupción es mucho más. La ingeniería social, la adopción de políticas evidentemente ineficaces para resolver problemas, la mentira como arma política, la identificación entre la propia ideología y el sistema político, etc., son síntomas de una grandísima corrupción, pero el político que cometa algo de eso sufrirá, como mucho, pérdida de votos, pero nunca pisará la cárcel. La democracia es un sistema podrido desde el inicio.
El Sr. Puiverd demuestra no tener ni idea de lo que escribe. Para empezar, Benedicto XVI sí le dijo a Zapatero, él mismo en persona, lo que pensaba del "matrimonio" de homosexuales, como era su deber; y animó a los católicos a defender en política los que él llamó "principios innegociables".
Sobre el cardenal Rouco, este clérigo no sólo no dio micrófonos a quienes Puiverd llama "nostálgicos de otras épocas", sino que, como ya he dicho, se esforzó por impedir hablar libremente en los medios de comunicación a los católicos que no compartían su apuesta, radical y suicida, por un partido anticristiano, el PP. Porque ésos fueron algunos de los grandes fallos de Rouco: Entregar, por completo, los medios de comunicación propiedad de la Iglesia a los intereses del PP, al tiempo que entorpecía al máximo a los católicos que querían defender de verdad los valores cristianos desde otras formaciones políticas. Dios le perdone el enorme daño que ha causado a esos buenos católicos y también a España, con esa actitud francamente torcida. Quien no sepa todo esto no conoce bien a ese Cardenal. Y lo escribo con mucha pena; por la Iglesia y por España.
¿Por qué no a la también revolucionaria declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789?
Mucho mejor al reinado de Cristo y la plena aplicación de la ley de Dios.
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Pedro L. Llera
Bueno! ¡Dónde va a parar! La Declaración de los Derechos Humanos es una ley positiva que se puede cambiar, interpretar e incluso derogar.
La ley de Dios no cambia. No depende de las mayorías ni de las minorías. Es eterna, inmutable y universal. No hay mayor dignidad que la de ser hijo de Dios. Y esa dignidad nadie me la puede quitar.
"Una muy buena enumeración de cuáles son sus derechos, la tenemos en la Declaración Universal de Derechos Humanos de la ONU del 10 de Diciembre de 1948, con la ventaja además que todos los demócratas del mundo la aceptan y se piensa comúnmente que la democracia exige el intentar llevarlos a cabo. El Papa Pablo VI, en 1968, al referirse a esta Declaración, dice de ella: “este precioso documento ha sido presentado a toda la humanidad como un ideal para la comunidad humana. Es imposible tener una verdadera y duradera paz donde los derechos humanos son menospreciados, violados y conculcados”.
"La celebración de esta fiesta, que se renovará cada año, enseñará también a las naciones que el deber de adorar públicamente y obedecer a Jesucristo no sólo obliga a los particulares, sino también a los magistrados y gobernantes.
A éstos les traerá a la memoria el pensamiento del juicio final, cuando Cristo, no tanto por haber sido arrojado de la gobernación del Estado, cuanto también, aun por sólo haber sido ignorado o menospreciado, vengará terriblemente todas estas injurias.
Pues su regia dignidad exige que la sociedad entera se ajuste a los mandamientos divinos y a los principios cristianos, ora al establecer las leyes, ora al administrar justicia, ora finalmente al formar las almas de los jóvenes en la sana doctrina y en la rectitud de costumbres."
(Quas primas, nº 33)
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Pedro L. Llera
Amén
Gran Encíclica de Pío XI. Un gran papa que tuvo que vivir malos tiempos. Escribió contra el fascismo, contra el nazismo, contra el comunismo... Y redactó la carta magna de la educación católica que es su Encíclica Divini Illius Magistri, difícilmente superable, y que debería ser leída y aplicada en toda escuela católica.
Me acuerdo, me acuerdo. Eso, además. Muy lamentable, también, por buenas (o no) que fueran las intenciones.
“A la maldad pisadla y la destruiréis. Eso debéis hacer, pisarla” (Mens.de Jesús en San Nicolás, Argentina).
Porque estamos ante las puertas de un Mundo Nuevo, ante la Nueva Edad del Reino que prepara la Venida del Señor, según nos lo reitera la Virgen.
Cuando lo entendemos, despertamos del sueño del “hombre viejo del pecado”, paralizado ante el curso negativo de los acontecimientos.
Advertimos, bajo un aire que vivifica, la inmensa transformación que espera el mundo.
Confesar, amar y servir a Cristo supone reconocer Su Reino Universal. Razón absoluta de la Encarnación: “ en él fueron creadas todas las cosas…todo fue creado por medio de él y para él” (Col 1, 15-17).
Pero la desproporción entre el Creador y la creatura es tal, que el Plan de la Creación-Encarnación previó a María como la Obra Magna de la Creación. Sólo en la cual podía hallar el Verbo la Creatura que mereciera tal Redentor, que permitiera al Verbo unirse a la naturaleza humana y asumir el total de la creación en Él (Col id).
Ni Adán, ni nadie, ni ángel alguno, excepto María, alcanzó la dignidad de merecer la unidad de orden hipostático con Cristo. S. Luis de Montfort dice que “María es la obra maestra del Altísimo”. Dios la creó como término eminente de la creación, que permitiría al Verbo mediante la Encarnación tomar posesión de todo lo creado, ángeles, hombres y cosmos y sobreelevarlo a la condición de Reino de Dios (Col id).
Surge la cuestión de porqué la naturaleza humana pudo alcanzar tal perfección en María, la que no podía ser alcanzada ni por el más excelso de los ángeles. Cuestión central que permite dar razón del Plan de la Creación-Encarnación. Todo parece indicar que sólo la naturaleza humana podía alcanzar en María la plenitud de Gracia que la habilitara para que el Verbo tomara Carne de Ella. Es decir, que el Verbo pudo ser Dios-Hombre, pero nunca Dios-Angel.
María, tremendo Misterio en el Misterio de Cristo.
De aquí, que confesar, amar y servir a Cristo supone hacerlo con Su Madre, aceptando y sirviendo a la Misión que Ella ha recibido de Él, la que lleva a cabo por medio de sus manifestaciones y mensajes actuales: preparar el camino al Señor que Viene.
Para esto, María cuenta con su Aurora que irradia la Luz de la Gloria de Cristo sobre la Iglesia, la humanidad y el cosmos, a fin de conformar el universo según las magnitudes y disposiciones del Reino que se manifiesta de modo creciente.
Esta manifestación del Reino lo es ante todo en los bautizados: “Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces también vosotros os manifestaréis con Él en gloria” (Col 3, 4). Tal será la manifestación del “hombre nuevo” que hemos recibido en Cristo por el Bautismo desde el Corazón Inmaculado de María por obra del Espíritu Santo.
La cristiandad ha vivido hasta hoy bajo la condición limitada del “hombre viejo del pecado”. Mientras el demonio estuvo “encerrado por mil años” (Apoc 20, 2) pudo extender el Reino de Dios sobre la tierra, pero “cuando se cumplan esos mil años, Satanás será liberado de su prisión. Saldrá para seducir a los pueblos que están en los cuatro extremos de la tierra” (id 7). Es la situación actual.
La Iglesia en su dimensión humana es impotentes para detenerlo. Ni las inteligencias luminosas de los santos y teólogos, ni los méritos de los mártires pasados y actuales, ni los Papas sabios y virtuosos, ni los Concilios, ni los dogmas promulgados, ni la lectura y comprensión de los textos del A.T. y del N.T.. bastan para ello. El demonio ha sido desatado con tal fuerza de astucia y poder siniestros que es necesaria la Intervención de la Virgen para aniquilarlo, porque los límites del “hombre viejo del pecado” lo vuelven efímero frente al error y al pecado desatados.
Y no se toma nota ni conciencia de esta terrible realidad que padecemos porque no se acepta plenamente a María, porque se la acoge de modo limitado y condicional, con reservas teológicas que la oponen falsamente a Cristo. Como si la Infinitud de María pudiera disminuir la Infinitud de Su Hijo en vez de Glorificarla.
La astucia del demonio hace lo demás.
Aceptemos plenamente a María, apremia se manifieste en nosotros de modo creciente el “hombre nuevo” por Mediación de su Aurora desde Su Corazón Inmaculado por obra del Espíritu Santo.
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