Contra la Degeneración, la Tradición
He leído ayer en Adelante la Fe una entrevista a un escritor alemán, un tal Martin Mosebach, a quien no tenía el gusto de conocer y de quien no había oído hablar en mi vida, seguramente por mi gran ignorancia. En la entradilla de la entrevista, lo definen como un icono del movimiento tradicionalista católico en Alemania.
El caso es que ante la pregunta por el descenso del número de católicos en Alemania, el señor Mosebach da una respuesta que, al menos para mí, no tiene desperdicio:
Estoy convencido de que la pérdida de la religión desestabiliza un país. Cuando desaparece la creencia de que el hombre no es la máxima y última autoridad, el mundo se vuelve oscuro. Lo que puede provocar la idolatría de la autonomía humana quedó demostrado en el siglo XX en los grandes sistemas totalitarios. Además, se pierde la historia, la conciencia de experimentarse como un eslabón de una larga cadena, como una herencia. Si hoy somos cristianos, es porque nuestros tatarabuelos lo fueron. La cadena de esta tradición se remonta a Tierra Santa. Sin este espacio reverberante del pasado, sólo puedo imaginar al hombre como una existencia sombría.
Permítanme que glose la respuesta de Martin Mosebach:
1.- “La pérdida de la religión desestabiliza un país”
En el caso de España, la pérdida de la religión, la apostasía clamorosa va de la mano de la desintegración de la patria. España corre el riesgo de desaparcer por culpa de las ideologías nacionalistas independentistas y por la complicidad de socialistas, comunistas y de la derecha pagana liberal.
La esencia de España es la cruz. La fe siempre fue el elemento vertebrador de nuestra patria; una patria diversa en lo lingüístico y en lo cultural, pero unida en Cristo. Es normal que, si renunciamos a nuestra fe, desaparezca el vínculo que históricamente nos unía. Nuestra patria está construida sobre la roca firme de Cristo. Si desaparece Cristo de nuestra vida personal y social, el edificio entero de la patria se vendrá abajo porque nos quedamos sin cimientos.
2.- “Cuando desaparece la creencia de que el hombre no es la máxima y última autoridad, el mundo se vuelve oscuro”
El hombre es causa segunda: es un ser creado por Dios (una criatura). Y por lo tanto, depende en todo y para todo de su Creador.
El hombre no es el dueño y señor de sí mismo. El único Señor es Cristo.
Cuando el hombre se cree Dios se convierte en un ídolo. La soberbia sigue siendo el gran pecado del ser humano: “seréis como Dios", le dijo la serpiente a Eva. “No moriréis".
La soberbia lleva a la desobediencia: “non serviam“. Dios no puede mandarme nada. Yo legislo por mí mismo y decido yo solo lo que está bien y lo que está mal. No obedeceré la Ley Eterna de Dios porque dicen que Dios no existe: que es un invento del hombre antiguo para librarse del miedo a lo desconocido, a la muerte, a los peligros de la vida…
He aquí al superhombre nietzscheano en todo su esplendor.
Pero cuando el hombre se aleja de Dios y, abusando de su libertad, incumple la Ley de Dios, creyendo que así va a ser más feliz, se encuentra con que no: no solo no es más feliz, sino que se ve rodeado de oscuridad y esclavo de sus pecados. Aumentan escandalosamene el número de suicidios, las adicciones a las drogas, el consumo compulsivo de sexo y de pornografía; aumentan los divorcios, los abortos; se aprueba la eutanasia… Las personas sin Dios difícilmente le encuentran un sentido a la vida: no hay un fin por el que vivir…
Cristo es la luz que vino al mundo y el mundo no la aceptó porque prefirió las tinieblas del mal. La luz deja al descubierto las iniquidades y las depravaciones del corazón del hombre. Por eso el mundo prefiere la oscuridad a la luz. Pero la oscuridad acaba siempre en la desesperación y en la muerte. La muerte de Cristo en la cruz llena al mundo de tinieblas.
El mundo se vuelve oscuro, inhumano, cruel y peligroso cuando el hombre se aparta de Dios y de su Ley Santa.
¿Acaso no lo están ustedes viendo con sus propios ojos?
3.- “Lo que puede provocar la idolatría de la autonomía humana quedó demostrado en el siglo XX en los grandes sistemas totalitarios”
Las revoluciones liberales y la filosofía moderna, sobre todo a partir de Kant, han convencido a muchas personas de que el hombre es libre para hacer lo que le dé la gana con su vida porque cada uno es dueño de su destino, de su fin. La autonomía del hombre es la libertad negativa, la autodeterminación del hombre que establece su independencia respecto a Dios, negando toda heteronomía, incluyendo la teonomía; es decir, la independencia del hombre respecto a Dios.
“Yo no dependo de nadie: no dependo ni de Dios” (perdón por la blasfemia). No haré la voluntad de Dios (volvemos al “non serviam"), sino la mía.
El liberalismo entiende la libertad como licencia para hacer todo aquello que el individuo quiera, sin más límite que la libertad del otro. Pero ya no hay límites morales, no hay una moral universal ni, mucho menos, eterna.
La libertad liberal provoca una situación de conflicto permanente entre los individuos, porque lo que puede ser bueno para unos puede ser malo para otros. Los intereses sociales contrapuestos de las distintas clases sociales o de los distintos grupos de presión provocan una lucha constante.
Por eso hay que llegar a un contrato social. Será Hobbes el primero que proponga ese concepto. Y para evitar los conflicots, Hobbes propone el absolutismo como solución: un Estado fuerte impone la ley a todos y evita los enfrentamientos. Los ciudadano delegan su libertad en el rey o en el caudillo de turno y es él quien decide lo que se puede y lo que no. Lo que primero fue el absolutismo monárquico, en el siglo XX lo serán los totalitarismos fascistas, nazis o comunistas: un partido omnímodo que impone su ley a todos por la fuerza y elimina cualquier disidencia: representan el triunfo del Leviatán hobbesiano.
Será Kant quien proponga el modelo del “Estado de Derecho", donde las mayorías, representadas en los parlamentos, legislen y decidan qué está bien y qué mal; que se puede y qué no se puede hacer. Pero esas leyes positivas no tienen por qué respetar la ley de Dios; y así, se aprueban leyes inicuas, tales como el aborto, la eutanasia o todo tipo de aberraciones como la manipulación genética de embriones humanos, los vientres de alquiles, etc.
El hombre ya no depende de Dios y puede legislar contra Dios y al margen de Dios. Dios ha muerto: ya no pinta nada en la vida social de los pueblos y su papel queda reducido y limitado al ámbito íntimo de cada persona: de puertas para dentro.
La modernidad acaba con el reinado social de Cristo. La vida del hombre no tiene más fin que el disfrutar de los placeres mundanos. Ya no es Dios el principio y el fin. Ahora es el hombre quien se crea a sí mismo y el fin en sí mismo (el “reino de los fines” kantiano). El hombre se endiosa a sí mismo y se cree todopoderoso.
El liberalismo, el fascismo, el nazismo, el socialismo, el anarquismo y el comunismo parten del mismo axioma: la autonomía del hombre y la negación de la soberanía de Dios. Todas las ideologías modernas se oponen a Dios. Es el triunfo del antropocentrismo que se convierte en antropolatría o en estatolatría. En cualquier caso, todos niegan la primacía de Dios. Todas las ideologías son apóstatas.
4.- Se pierde la historia, la conciencia de experimentarse como un eslabón de una larga cadena, como una herencia.
Urge la contrarrevolución. La única postura sensata es la reacción; entendiendo por “reaccionaria” la oposición frontal a las ideologías de la modernidad, con su antropolatría o su estadolatría, para volver a la teonomía: al teocentrismo (que no es teocracia), a la monarquía católica. En España, gracias a Dios, tenemos el Carlismo, que considero que políticamente es lo único decente que se puede ser hoy en día y que lleva doscientos años manteniendo en alto la bandera de la tradición con su lema de Dios, Patria, Fueros y Rey. Me da pena la división que hay hoy en día dentro del carlismo pero Dios es grande y la pequeña semilla, insignificante si quieren, sigue ahí. Y cuando Dios lo disponga, volverá a germinar y a crecer y a dar buenos frutos.
La modernidad y el triunfo del liberalismo y su concepto de autonomía (o sea, de separación del hombre y de la sociedad respecto a Dios) ha supuesto la ruptura con la tradición: con el modo de vivir de nuestros abuelos. Se ha roto la cadena que nos unía a nuetros antepasados y hemos dilapidado la herencia de nuestros padres.
Dentro de poco, después de derrochar vuestra herencia católica, gastando vuestra vida en el lupanar del hedonismo perverso y degenerado del mundo de hoy, os sentiréis vacíos y hambrientos de esperanza y de verdad. Y entonces echaréis de menos la casa del Padre y volveréis a la Iglesia en busca del perdón de Dios y del Pan que da la vida eterna.
Habrá que combatir contra todos los demonios que andan sueltos por el mundo y tal vez sea necesario sacar el látigo para echar a los mercaderes del templo y a los falsos pastores que en lugar de trabajar por la salvación de las almas, trabajan infatigablemente por la destrucción de la Iglesia, tratando de destruirla desde dentro y vendiéndola a los plutócratas y a los masones por treinta monedas de plata.
Si no recuperamos la civilización cristiana, estaremos condenados a una existencia sombría, sojuzgados bajo el yugo de los impíos, de los bárbaros sin Dios.
¡Viva Cristo Rey!
8 comentarios
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Pedro L. Llera
Sí, es verdad... El muro de Berlín nunca iba a caer...
Para los católicos como yo, la historia está en manos de Dios. Así que... Cuidado.. El "ejercicio de nostalgia" es más bien un ejercicio de esperanza.
No sabemos cuándo, pero sí sabemos que el triunfo final es de Nuestro Señor Jesucristo. Cristo ya ha vencido al pecado y a la muerte con su gloriosa resurrección. La victoria es de nuestro Dios, que hizo el cielo y la tierra.
Así que, cuando Dios quiera, habrá un cielo nuevo y una tierra nueva, donde habitará la justicia. Y ante el Nombre de Jesús, toda rodilla se doblará en el cielo, en la tierra y en el abismo; y toda lengua proclamará que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.
Esto va a ocurrir sí o sí. No lo dude...
De todas maneras, la vuelta como la descrita en el artículo no la veo. Ahora nos veo en persecución. Y con el tiempo, Dios proveerá. Me he instalado en la máxima de San Agustín, 'Señor, dame lo que me pides, y pídeme lo que quieras'.
Viva Cristo Rey. Te esperamos.
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