El Problema de la Libertad
“Dios creó al hombre al principio y le dio libertad de tomar sus decisiones.” Eclesiástico 15:14
Empecemos por resumir muy brevemente la doctrina católica sobre la libertad:
- Los seres humanos somos libres porque podemos tomar nuestras propias decisiones. La libertad es propia y exclusiva de los seres racionales que somos dueños y responsables de nuestras acciones. El hombre puede obedecer a la razón y practicar el bien moral para alcanzar el fin último para el que ha sido creado; o puede seguir la dirección contraria y dirigirse a su perdición.
- El fin supremo al que debe aspirar la libertad humana no es otro que el mismo Dios. La recta razón nos conduce siempre a Dios, que es nuestro principio, nuestro Creador, y nuestro fin último. Dios es alfa y la omega, principio y fin. Venimos de Dios y hacia Él vamos.
- Pero la razón y la voluntad son facultades imperfectas y nos pueden presentar de manera engañosa algo malo con apariencia de bien. La naturaleza humana está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado, aunque no está totalmente corrompida.
«Lo que la Revelación divina nos enseña coincide con la misma experiencia. Pues el hombre, al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males que no pueden proceder de su Creador, que es bueno. Negándose con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompió además el orden debido con respecto a su fin último y, al mismo tiempo, toda su ordenación en relación consigo mismo, con todos los otros hombres y con todas las cosas creadas» (GS 13,1).
- Cuando la voluntad apetece un objeto que se aparta de la recta razón, incurre en el defecto radical de corromper y abusar de la libertad. La posibilidad de pecar no es libertad, sino esclavitud. El que peca es esclavo del Demonio. Por el pecado original, el diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca libre. El pecado original entraña “la servidumbre bajo el poder del que poseía el imperio de la muerte, es decir, del diablo” (Concilio de Trento: DS 1511, cf. Hb 2,14). Por el pecado, el hombre está privado de la gracia y en estado de enemistad con Dios.
- Dios, infinitamente perfecto, sumamente inteligente, sumo bien y esencialmente bondadoso, es plenamente libre y no puede nunca querer el mal. Por lo tanto, la posibilidad de pecar no forma parte del concepto de libertad, pues, de ser así, Dios no sería libre. Libertad y bondad van inexorablemente unidas.
- A la libertad le hacía falta una protección y un auxilio capaces de dirigirla hacia el bien y apartarla del mal, porque, si no, la libertad habría sido gravemente perjudicial para el hombre. Esa protección y ese auxilio se los proporciona la ley, que es una norma que nos señala lo que hay que hacer y lo que hay que evitar. El hombre, precisamente por ser libre, ha de vivir sometido a la ley. La ley que guía al hombre en su acción y le mueve a obrar el bien y a evitar el mal es la ley natural que está escrita y grabada en el corazón de cada hombre, porque es la misma razón humana la que manda al hombre hacer el bien y prohíbe al hombre obrar el mal.
- Pero este precepto de la razón humana no podría tener fuerza de ley si no fuera órgano e intérprete de otra razón más alta, a la que deben estar sometidos nuestro entendimiento y nuestra libertad: la ley eterna. La ley natural es la misma ley eterna, que, grabada en los seres racionales, inclina a éstos a las obras y al fin que les son propios. La ley eterna es la razón eterna de Dios, Creador y Gobernador de todo el universo.
- La naturaleza de la libertad humana incluye la necesidad de obedecer a una razón suprema y eterna, que no es otra que la autoridad de Dios imponiendo sus mandamientos y prohibiciones. Y este dominio de Dios sobre los hombres no solo no suprime ni debilita la libertad humana, sino que lo que hace es precisamente todo lo contrario: defenderla y perfeccionarla.
- A esta regla de nuestras acciones, a este freno del pecado que son los Mandamientos, Dios ha añadido ciertos auxilios especiales para confirmar y dirigir la acción del hombre. Para que podamos cumplir la ley eterna, Dios nos socorre con su gracia. La gracia divina ilumina el entendimiento y robustece e impulsa la voluntad hacia el bien moral y, al mismo tiempo, facilita y asegura el ejercicio de nuestra libertad natural.
- Jesucristo, liberador del género humano, que vino para restaurar y acrecentar la dignidad antigua de la Naturaleza (caída tras el pecado original), ha socorrido de modo extraordinario la voluntad del hombre y la ha levantado a un estado mejor, concediéndole, por una parte, los auxilios de su gracia y abriéndole, por otra parte, la perspectiva de una eterna felicidad en los cielos.
La doctrina expuesta en este apartado está tomada de la Encíclica Libertas Praestantissimum de León XIII (apartados 1 al 8); y lo referente al pecado original del Catecismo (parágrafos 396 a 412).
El problema de la modernidad es que su concepto de la libertad se opone radicalmente al concepto cristiano. El hombre moderno entiende por libertad la capacidad de hacer lo que le dé la gana, al margen de cualquier ley moral.
Escuchemos cómo razona el filósofo moderno:
Pero ¿qué significa exactamente ser libre?, ¿cuál es el misterio humano que se esconde bajo esa palabra tan valorada? A primera vista no parece sencillo establecerlo ya que la fenomenología de la libertad es muy amplia. Libertad sugiere independencia, apertura, autonomía, capacidad de elección, poder, querer, amor, voluntad. Soy libre cuando elijo y cuando puedo elegir; soy libre porque mi voluntad lo es; por ser libre puedo amar y puedo odiar y por ser libre soy responsable. Libertad es también apertura a lo nuevo y falta de constricción: no estar ligado por vínculos ni por cadena materiales, por supuesto, pero tampoco espirituales.
Dice que la libertad es autodeterminación de las personas a través de sus acciones: la capacidad que tiene las persona de disponer de sí misma y de decidir su destino a través de sus acciones. Dice que la voluntad libre es la capacidad que tiene la personal de autodeterminarse como consecuencia de su autodominio. La persona es libre porque es dueña de sí misma y depende de sí misma porque se autoposee. La persona es independiente y autónoma. “Yo soy mío” y puedo elegir entre todas las posibilidades que se me presentan, la que deseo, la que quiero porque yo, como última instancia absoluta, lo establezco.
La libertad consta, pues, de elección y autodeterminación. Soy dueño de mí mismo, dependo de mí mismo, puedo hacer lo que me dé la gana porque no hay otra instancia última más que yo mismo. Mi vida es mía y hago lo que me da la gana. Yo establezco mi propia ley. La moralidad, que establece lo que está bien y lo que está mal, no es una realidad impuesta desde fuera, sino una experiencia personal vinculada con el crecimiento de la persona en cuanto persona.
He aquí al hombre ensoberbecido: el hombre que prescinde de Dios y que no admite ninguna ley natural ni mucho menos ninguna ley divina. El hombre es la última instancia absoluta. No hay Dios que valga ni mandamientos que obedecer fuera de los que uno mismo establezca en función de su derecho de autodeterminarse. El hombre se cree que es Dios. “Seréis como Dios”, le dijo la Serpiente a Eva. “No moriréis”. Pero el Demonio es mal pagador y miente. Es el padre de la mentira.
Como señala León XIII: “Son ya muchos los que, imitando a Lucifer, del cual es aquella criminal expresión: “No serviré”, entienden por libertad lo que es una pura y absurda licencia. Tales son los partidarios de ese sistema tan extendido y poderoso, y que, tomando el nombre de la misma libertad, se llaman a sí mismos liberales.”
El liberalismo es apóstata pues, negando la obediencia debida a la divina y eterna razón y declarándose a sí misma independiente, se convierte en sumo principio, fuente exclusiva y juez único de la verdad.
La modernidad ha declarado la guerra contra Dios y contra la Iglesia. Los hombres se han endiosado de tal manera que creen que puede prescindir de Dios y echarlo, no solo de su vida personal, sino también de la vida social y del gobierno de sus pueblos. Para los liberales, ni Dios ni la Iglesia tienen poder alguno para dictaminar lo que está bien y lo que está mal. ¿Es el pueblo quien determina con su voto los principios morales? ¿Tienen los ciudadanos el poder de determinar por sí solos lo que es virtuoso y lo que es dañino para el bien común? A la vista está…
Callar es de cobardes cuando está en juego el honor de Dios y la salvación de las almas.
El fin de la vida humana es nuestra santificación para dar gloria a Dios. Ser santos para dar gloria a Dios: en eso consiste la felicidad. Y no hay otra. Se trata de configurarnos con Cristo, de vivir unidos a Dios por el amor, en perfecta conformidad con la voluntad divina. Por eso los santos son verdaderamente libres. Y los que viven en pecado mortal son desgraciados y esclavos del Demonio. Por eso rezamos en el Padre Nuestro aquello de “no nos dejes caer en la tentación y líbranos del Maligno” (sed libera nos a Malo).
La felicidad del hombre es cumplir la voluntad de Dios, con la ayuda de la gracia, para ser santo. Asimismo, el bien común de los pueblos, en última instancia, es Dios mismo. Y el pecado hace a los hombres y a los pueblos desgraciados. Cuanto más os apartéis de Dios, mayor será el infierno en el que viviréis.
Cristo con su muerte y su resurrección ha derrotado a la muerte y al mal y nos ha liberado con su sangre de la esclavitud del pecado. Él es el Cordero de Dios que quita del pecado del mundo. No hay otro Redentor. No hay otro Salvador. Sólo Jesucristo tiene palabras de vida eterna. Apartarse de Cristo es locura y sinrazón.
En estos tiempos de oscuridad, rezad el Santo Rosario, confesaos con frecuencia, adorad al Santísimo en el sagrario y asistid a la Santa Misa siempre que podáis. Amar a la Santísima Virgen María y adorar a Cristo, realmente presente en el Santísimo Sacramento, comulgar con fe… son los caminos más seguros hacia la santidad. Amemos a Dios sobre todas las cosas y, desde Él, podremos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Pero primero, amemos a Dios con todo nuestro entendimiento, con todo nuestro corazón y con todas nuestras fuerzas.
Yo no quiero ser libre para pecar. No me dejes, Señor de tu mano, y concédeme la gracia de librarme de las tentaciones de Satanás para que no peque ni me aleje nunca de Ti. “Hágase tu voluntad”, Señor. Y no la mía. No dejes que me aparte de Ti, Señor. Yo te ofrezco toda mi libertad, toda mi voluntad, todo mi entendimiento, todo lo que soy y todo lo que tengo. No quiero ser libre, Señor, sino para quereros. Dadme vuestro amor y gracia que esta me basta.
la noche sosegada
en par de los levantes de la aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora.
49 comentarios
En cambio en lo que concierne a Nuestra Santa Iglesia Católica, me produce mucho dolor cuanto acontece en muchísimos eclesiásticos, incluso de las altas esferas jerárquicas, que se amoldan más a lo profano que a lo divino.
Paz y bien en el Señor.
La libertad de Adán antes de la caída incluía la posibilidad de pecar. Ésta no es un requisito de la libertad como tal, porque Dios es Libre y no puede pecar. Pero sí es un requisito de la libertad creada mirando a la naturaleza creada como tal. En Nuestro Señor Jesucristo no existe la posibilidad de pecar, pero eso no se debe a la naturaleza humana del Señor, sino a que el sujeto personal de esa naturaleza humana es el Verbo de Dios.
Inversamente, la libertad sí es un requisito de la posibilidad de pecar. Los seres irracionales no tienen posibilidad de pecar, porque no tienen libre albedrío.
Saludos cordiales.
_____________________________________
Pedro L. Llera
A efectos doctrinales, no voy a entrar en discusiones, Néstor. Me remito a la encíclica Libertas de León XIII, que seguro que conoces perfectamente, y a Santo Tomás de Aquino y a San Agustín.
Libertas Praestantissimum, 5:
Si la libertad, por tanto, reside en la voluntad, que es por su misma naturaleza un apetito obediente a la razón, síguese que la libertad, lo mismo que la voluntad, tiene por objeto un bien conforme a la razón. No obstante, como la razón y la voluntad son facultades imperfectas, puede suceder, y sucede muchas veces, que la razón proponga a la voluntad un objeto que, siendo en realidad malo, presenta una engañosa apariencia de bien, y que a él se aplique la voluntad. Pero así como la posibilidad de errar y el error de hecho es un defecto que arguye un entendimiento imperfecto, así también adherirse a un bien engañoso y fingido, aun siendo indicio de libre albedrío, como la enfermedad es señal de la vida, constituye, sin embargo, un defecto de la libertad. De modo parecido, la voluntad, por el solo hecho de su dependencia de la razón, cuando apetece un objeto que se aparta de la recta razón, incurre en el defecto radical de corromper y abusar de la libertad. Y ésta es la causa de que Dios, infinitamente perfecto, y que por ser sumamente inteligente y bondad por esencia es sumamente libre, no pueda en modo alguno querer el mal moral; como tampoco pueden quererlo los bienaventurados del cielo, a causa de la contemplación del bien supremo. Esta era la objeción que sabiamente ponían San Agustín y otros autores contra los pelagianos. Si la posibilidad de apartarse del bien perteneciera a la esencia y a la perfección de la libertad, entonces Dios, Jesucristo, los ángeles y los bienaventurados, todos los cuales carecen de ese poder, o no serían libres o, al menos, no lo serían con la misma perfección que el hombre en estado de prueba e imperfección.
El Doctor Angélico se ha ocupado con frecuencia de esta cuestión, y de sus exposiciones se puede concluir que la posibilidad de pecar no es una libertad, sino una esclavitud. Sobre las palabras de Cristo, nuestro Señor, el que comete pecado es siervo del pecado[3], escribe con agudeza: «Todo ser es lo que le conviene ser por su propia naturaleza. Por consiguiente, cuando es movido por un agente exterior, no obra por su propia naturaleza, sino por un impulso ajeno, lo cual es propio de un esclavo. Ahora bien: el hombre, por su propia naturaleza, es un ser racional. Por tanto, cuando obra según la razón, actúa en virtud de un impulso propio y de acuerdo con su naturaleza, en lo cual consiste precisamente la libertad; pero cuando peca, obra al margen de la razón, y actúa entonces lo mismo que si fuese movido por otro y estuviese sometido al dominio ajeno; y por esto, el que comete el pecado es siervo del pecado»
La tradición siempre ha enseñado que la libertad es para el bien, siendo la elección del mal un abuso. No una capacidad, sino una posibilidad. Indicio de vida de albedrío, sí, pero como la enfermedad es indicio de vida. Es fundamental que los católicos tengan bien clara, hoy, esta doctrina.
El Catecismo, por ejemplo, la recuerda oportunamente:
1733 En la medida en que el hombre hace más el bien, se va haciendo también más libre. No hay verdadera libertad sino en el servicio del bien y de la justicia. La elección de la desobediencia y del mal es un ABUSO de la libertad y CONDUCE A LA ESCLAVITUD del pecado (cf Rm 6, 17).
El error se produce por incomprensión de justo significado de los términos.
Por ejemplo, si consideramos que la salud no está limitada por la posibilidad de enfermar; entonces sobrarían las medidas profilácticas, y la medicina preventiva sería inútil; resumiéndose todo a una supuesta salud absoluta en perenne deslastre de la quiniela de enfermedades inevitables...
Al contrario, la salud implica, ante todo, lucha y derrota de la la posibilidad de enfermarse. De hecho, eso es lo que hace el organismo humano cada segundo de su existencia.
Igualmente, la lucha moral eficaz no es el ir contra el vicio, sino el vencer su posibilidad.
De modo parecido, la voluntad, por el solo hecho de su dependencia de la razón, cuando apetece un objeto que se aparta de la recta razón, incurre en el defecto radical de corromper y abusar de la libertad.Lógico. Y no puede ser de otra manera pues el mismo Señor nos lo da a entender cuando dijo: "el que mira a una mujer para codiciarla ya adulteró con ella en su corazón". Cristo deja bien claro que el solo apetecer algo que se aparta de la recta razón ya es pecado y abuso de la libertad.
Porque al final la libertad es un resultado; con todo lo que ello implica.
Le dice Fernando Sabater a Amador, que está en su libertad elegir si cumplir o no el precepto moral... Vaya "consejito" de un padre a su hijo...
El deber moral es un imperativo redentor al ser humano, por lo que, naciendo desde la profunda intimidad existencial del ser humano, alcanza su plenitud en la comunión vivencial hacia un mismo propósito de fe.
¿Por qué será que casi siempre y de alguna u otra forma, se rehuye el mentar los pecados capitales? ¿Será porque desde ellos se desarman los desalmados planteamientos que propugnan una moral al gusto y medida de cada quien? ¿Será que se yerra al poner la moral en la cúspide, cual meta de libertad, como en Sísifo, siempre inalcanzable, por carecer de sentido existencial; en vez de hacerla el fundamento de la construcción cierta y eficaz de la del auténtico ser libre?
A quien pueda sentirse sentirse escandalizado por esto, le dice san Pablo: "¿No es el alfarero dueño de su arcilla, para hacer de un mismo material una vasija fina o una ordinaria? ¿Qué podemos reprochar a Dios, si queriendo manifestar su ira y dar a conocer su poder, soportó con gran paciencia a quienes atrajeron su ira y merecieron la perdición? Y si él quiso manifestar la riqueza de su gloria en los que recibieron su misericordia, en los que él predestinó para la gloria, en nosotros, que fuimos llamados por él, no sólo de entre los judíos, sino también de entre los paganos, ¿qué podemos reprocharle?" (Rom 9, 21-24).
Alonso Gracián"Lo que ocurre es que el personalismo ha confundido gravemente la doctrina de la libertad, al introducir conceptos de la filosofía moderna, como el de autodeterminación hegeliana, o la libertad negativa. Pero hay que apartarse de estos principios, y volver a los tradicionales, que inciden siempre en que la imagen y semejanza del hombre con Dios radica también en la libertad, en la libertad como potencia ordenada, no como potencia absoluta en clave nominalista".
Adhiero totalmente a estos comentarios de Pedro Llera y de Alonso Gracián. En verdad, cuando la voluntad es torcida hacia el mal, no realiza un acto de libertad sino de esclava. No obstante, nuestra percepción es la de obrar por una decisión “libre”. Grave ignorancia de una inteligencia caída que no advierte la presencia de un factor o causa contraria a la vocación de nuestra libertad, que nos domina e inclina hacia el mal. El demonio obra oculto en su astucia y nos convence de que obramos por nuestra propia decisión, no por inclinación desordenada de nuestra naturaleza. Somos responsables de este sometimiento al demonio por parte de nuestra voluntad, en tanto hemos cedido a la inclinación al mal. Hemos elegido por amo al demonio no en ejercicio de nuestra libertad, sino renunciando a ella; hemos renunciado al esfuerzo que se nos exige de responder al designio de Dios; hemos claudicado ante nuestra tendencia enfermiza inculcada por el demonio desde el pecado original. Cuando cansados de escalar hacia la cumbre, aflojamos nuestros pasos y rodamos hacia el precipicio, no lo hacemos en virtud de nuestra vocación montañista, sino de un renunciamiento a ella. Nuestra renuncia a la libertad, o nuestra aceptación de la esclavitud al mal, guardan una profunda relación con nuestra adhesión a la realidad, o con el rechazo de ella. Porque la percepción de lo real lleva implícito su significado trascendente, y con éste la norma moral que ordena nuestros actos hacia la verdad y el bien. Por imperfecto que sea nuestro conocimiento de la realidad, no se le escapa el orden moral que ella implica. El testimonio de la vida ordenada de los sabios de todos los tiempos prueba que la realidad es fuente magnánima que eleva nuestra conducta hacia la virtud. La hecatombe intelectual del irracionalismo moderno trastocó la relación íntima del hombre con la realidad objetiva que nos rodea, y provocó una dispersión de las certezas que lo vinculaban con ella como con un templo del saber y de la virtud. Así, quedó expuesta a los vientos de las malas doctrinas que, sin fundamento en lo rea, lanzan a los hombres a toda clase de vicios, como vemos en la anarquía moral de hoy.
El hombre ha sido degradado en su inteligencia mediante un plan perverso sistemático; reducido a un autómata del consumismo, de la democracia, y de todas las expresiones que lo masifican. El REALISMO es combatido en nombre de la “libertad” de opinión y de decisión; se lo repudia como oscurantismo de un dogmatismo medioeval superado por el progresismo relativista que convalida toda utopía doctrinaria y moral. El modernismo libertario es contrario a toda verdad o realidad objetiva, porque no acepta ser circunscrito al orden creado. La realidad es un fantasma no especificado, recreado indefinidamente por las fantasías de la mente humana que se suceden sin ley alguna, por arbitrio del puro e inexplicado acaso. La insustancialidad de este proceso llevó a Sartre a padecer LA NÁUCEA ante la realidad de la existencia. No era para menos.
10 - Jesucristo, liberador del género humano, que vino para restaurar y acrecentar la dignidad antigua de la Naturaleza (caída tras el pecado original), ha socorrido de modo extraordinario la voluntad del hombre y la ha levantado a un estado mejor, concediéndole, por una parte, los auxilios de su gracia y abriéndole, por otra parte, la perspectiva de una eterna felicidad en los cielos"..
Es bueno considerar la libertad en relación a la realidad, es decir, a la Creación. Porque como se afirma en el punto 10: "Jesucristo vino para restaurar y acrecentar la dignidad antigua de la Naturaleza (caída tras el pecado original), ha socorrido de modo extraordinario la voluntad del hombre y la ha levantado a un estado mejor,"
La libertad constituye, entonces, las alas sobre las que vuela nuestra inteligencia y voluntad en búsqueda de la felicidad eterna. Liberados por Cristo del yugo del pecado, los cristianos estamos nuevamente en el camino del designio original de Dios, cuando sometió la creación al señorío de Adán. “se puede y se debe restaurar la armonía primitiva” afirmaba Pío XII en su Mens. de Navidad 1957, “es todo un mundo que debe ser reconstruido desde sus fundamentos” (id.). Este es el gran emprendimiento al que estamos llamados hoy los cristianos y los hombres de buena voluntad: edificar el Reino de Dios entre nosotros, restaurar el Paraíso terrenal que Cristo sobreelevó en perfección. La Virgen lo confirma en sus actuales manifestaciones y mensajes extraordinarios (P. E. Gobbi, San Nicolás, etc.), conforme anunció en Fátima el triunfo de su Corazón Inmaculado en el mundo, el cual implica tal restauración. Ciertamente la ofensiva del irracionalismo moderno contra el realismo aristotélico-tomista ha neutralizado toda disposición humana de esperanza y voluntad creadoras de un “mundo nuevo”. La languidez ha invadido las mentes y los corazones, el escepticismo ha conformado un ser incapaz de ponerse de pie y encaminarse decidido hacia una conquista que conduzca a la Historia a su culminación, cuando la Creación entera tribute con Cristo el debido Canto de Gloria a nuestro Padre Eterno. Si nos planteamos la cuestión atendiendo a nuestra miseria frente a la actual ofensiva del infierno, ciertamente la respuesta desestimará tal esperanza como ilusa e irreal. Pío XII no ha sido un iluso irresponsable de abrir tales esperanzas, ni S. Pablo VI cuando planteaba la “Civilización del Amor”, ni S..J. P. II cuando escribía “Cruzando el umbral de la Esperanza”. No sabríamos explicarnos las esperanzas en tales magnificencias si no fuera que la Aurora de María viene a traernos e irradiar sobre nosotros su Luz de sabiduría. María inaugura, lo afirma Ella, los “nuevos tiempos” en los que la Señora Vestida de Sol derrotará al demonio de forma definitiva, y prepara el camino a la Venida de Su Hijo. Es bueno que reflexionemos detenidamente sobre esta cuestión de restaurar la armonía primitiva, porque frente a la Babilonia a punto de derrumbarse, debemos anticiparnos en preparar el “mundo nuevo” que debe sustituirla.
En efecto, de ahí no se sigue que la posibilidad de apartarse del bien y por tanto, de pecar, sea una esclavitud, como sí lo es el apartarse del bien efectivamente. A eso iba dirigido mi comentario anterior.
Saludos cordiales.
"El acto que no es libre, no es pecaminoso. Pero nos dicen que el acto del pecado no es libre. Por tanto, no es pecaminoso".
Saludos cordiales.
_________________________
Pedro L. Llera
El suyo es un juego de palabras tan ingenioso como falso.
Si no se comprende la libertad, en consecuencia tampoco se entenderá la moral ni la justicia ni la igualdad., ni nada.
Enderecemos las cosas: La voluntad consciente siempre se dirige hacia el bien; aún yendo hacia el mal, su referencialidad, su afirmación la constituye el bien; puesto que el mal por sí no existe, sino en referencia al bien.
De esa forma, la perfeccion moral no radica en no matar, p. ej., sino en amar, defender y cuidar la vida, la humana y la de todas las creaturas de Dios. Se observa el gigantesco cambio contextual, con un leve reordenamiento de los factores. Fácil es no matar, difícil resulta amar la vida, por la responsabilidad, el sacrificio y la coherencia que exige.
La libertad no es un bien apreservar sino a construir;; una sutileza semántica que cambia radicalmente la perpectiva existencial del ser humano, de la sociedad y de la fe. Luego entonces, el ser hunano de suyo no es libre, se hace libre, luego entonces, lo moral no limita la libertad, la posibilita, luego entonces, el vencer o superar la posibilidad del mal, es un acto de auténtica libertad, luego entonces, no hacer el mal, preserva a la libertad de una mayor corrupción, mientras que hacer el bien, eleva hacia la plenitud del ser auténticamente libre..
La moraleja es que la libertad sin el orden moral, esclaviza. Simple y llanamente de eso se trata.
Ponderemos este símil: Un futbolista puede tener una complexión atlética de primer orden, condiciones cardiovasculares extraordinarias y una vocación deportiva a respetar; pero si no existe la aptitud neuronal, tan portentosa estampa apenas serviría de portada de revista...
Ello explica por qué un sujeto con la contextura física de oficinista bancario, como Messi, pueda ser considerado el mejor futbolista del mundo. Simple y llanamente la eficacia funcional, la correcta jerarquización, sistematización, maximización y desarrollo del uso de los recursos.
Moraleja: La racionalidad trasciende la lógica y el mero razonamiento, hacia la expresión existencial espiritual, que los comprende.
Es decir, sin la correcta ponderación de lo espiritual, la razón jamás, como el futbolista fachoso, le atinará al arco, sirviendo apenas para presumir elaborados sofismas.
No me extraña, si ya te lo dije, es que la tontería agota un monton.
Entre las famosas cinco tesis de Jansenio condenadas por el Papa Inocencio X en 1653 está la siguiente:
“D-1094 3. Para merecer y demerecer en el estado de la naturaleza caída, no se requiere en el hombre la libertad de necesidad, sino que basta la libertad de coacción.
Declarada y condenada como herética.”
En la versión latina:
“Ad merendum et demerendum in statu naturae lapsae non requiritur in homine libertas a necessitate, sed sufficit libertas a coactione.”
“Libertad de necesidad” es lo mismo que “libertad de elección”, es decir, que al no estar necesariamente inclinada ni a una parte ni a la otra, la voluntad puede elegir entre ambas.
Los jansenistas negaban esta libertad de elección en el hombre después del pecado original, y por eso sostenían que en ese estado, para hacer el bien o el mal, que eso es “merecer” y “demerecer”, alcanzaba con la libertad entendida como ausencia de coacción externa.
Porque según su doctrina, al menos después del pecado original la voluntad humana seguía necesariamente el atractivo más fuerte, fuese el de la gracia o el de la concupiscencia, por tanto, sin capacidad de elegir entre ellas, pero eso no era coacción externa, porque por su propio impulso la voluntad se lanzaba, necesariamente, sobre el bien real o aparente en cada caso.
Ese tender necesario hacia el bien real o aparente según el mayor atractivo en cada caso de la gracia o la concupiscencia era toda la “libertad” que admitían los jansenistas tanto en las obras buenas como en el pecado.
En la condenación citada, el Papa Inocencio X define como “herejía” la tesis que dice que en el estado de naturaleza caída, para merecer o demerecer no hace falta la libertad de elección, y por tanto, establece como dogma de fe que tanto en las obras buenas como en los pecados, también después de Adán, se debe admitir la libertad de elección, y no solamente la libertad de coacción.
Saludos cordiales.
__________________________
Pedro L. Llera
Néstor, ten cuidado, no vayas a condenar a Santo Tomás de Aquino y a San Agustín como herejes...
Además, no sé exactamente contra qué estás argumentando... El punto 1 de mi artículo dice que el hombre es libre y tiene capacidad de elección. Somos libres... Faltaría más... Yo no estoy exponiendo mis opiniones, sino la doctrina de la Iglesia. Así que no sé a qué estamos jugando. Todo lo que he escrito está en la Encíclica Libertas y en el Catecismo. Así que si vas a discutir a León XIII o al Catecismo, quien se sitúa fuera de la Iglesia eres tú. Ni janseanismo ni gaitas.
Si en mi artículo hay alguna proposición herética, señálala y corrígela. Pero refiriendo exactamente la proposición que yo haya escrito, el error que yo haya cometido y la verdad de la Iglesia que corrige mi error. Y humildemente aceptaré la corrección y rectificaré lo que sea necesario, si es que realmente hay error.
Repito: la primera parte del artículo está tomada de la Libertas de León XIII. No hay opiniones mías ni interpretaciones creativas. Es casi un copia y pega. Y las referencias al pecado original están tomadas del Catecismo. Los enlaces a ambos documentos están en el propio artículo.
Saludos cordiales.
Argumente... No tendría problema alguno en darle a usted la razón y reconocer mi error. Total, nunca es tarde para aprender...
La prédica eficaz es con el ejemplo.
Cualquier persona que vaya a celebrar un argumento apelando a la autoridad, no está utilizando su inteligencia, sino simplemente su memoria".
Leonardo Da Vinci
1) Hay un sentido de "libertad" en el que el acto del pecado es libre. Eso se desprende , por ejemplo, de la citada condenación de esa proposición del jansenismo, y de los textos del Catecismo citados.
2) La posibilidad de pecar no puede ser una esclavitud, porque toda esclavitud es un mal, y la posibilidad de pecar es algo natural en la creatura racional, y entonces, la naturaleza de estas creaturas sería mala, lo cual es el error de los maniqueos.
3) Santo Tomás, como se ve por el "post" que hace poco publiqué sobre el tema, distingue entre "libertad simplemente hablando" y "libertad bajo cierto aspecto o secundum quid", y asigna la segunda al acto del pecado.
Saludos cordiales.
_____________________________
Pedro L. Llera
P. Antonio Royo Marín, Teología Moral para Seglares, Tomo I, Moral fundamental y especial, BAC, pág. 57 y 58
Para el pleno dominio de la voluntad sobre un acto de elección se requiere la libertad de coacción extrínseca y de necesidad intrínseca, tanto de ejercicio (obrar o no) como de especificación entre distintos bienes particulares; pero de ningún modo la libertad de contrariedad entre el bien y el mal. La razón es porque la capacidad física de hacer el mal no significa aumento de libertad, sino imperfección y defecto de la misma. Ya que, como dice Santo Tomás, lo propio de uno es obrar según su naturaleza; por lo tanto, cuando se mueve por el impulso en contra de su propia naturaleza, no obra como libre, sino como esclavo. Ahora bien: el hombre es racional por su propia naturaleza. Cuando, pues, se mueve según la razón por la práctica del bien, es perfectamente libre; pero, cuando peca, obra contra la razón, y eso es esclavitud. Por eso dice el Señor en el Evangelio que "todo el que comete pecado es esclavo del pecado" (Jn 8, 34).
De manera que la triste potestad de hacer el mal no solamente no aumenta la libertad, sino que la disminuye en gran manera. Buena prueba de ello es que Dios, Ser libérrimo por excelencia, es, a la vez, absolutamente impecable.
El ser no nace libre, sino potencialmente libre. En eso consiste su libertad: en la posibilidad, siempre actual y plena, de ser libre. De otra forma lo moral no tendría sentido o quedaría relativizado. Porque, precisamente, la fuerza de la moral radica en en su poder redentor; o sea, de posibilitar en mayor plenitud y perfección el ser libre; si no, la moral deviene en simple adorno o en mera moda...
Imaginemos, chicos que leen este artículo, a la libertad como un enorme espacio, del tamaño de un campo de fútbol, p. ej., con la persona colocada en su centro dentro de un área pequeña circular despejada a su libre movimiento; mientras el área mayor restante se encuentra enmontada y repleta de alimañas (vicios y pecados); siendo que al conocimiento de la virtud que desvela la amplitud potencial de ese espacio de libertad, y que constituye la fuerza que constriñe el acto humano hacia ella, constituye la conciencia moral, devenida a su vez de la conciencia de Dios; luego así, el desbroce de ese espacio de libertad conforma la acción de redención del ser humano, no solo respecto de sí mismo, sino también en relación a sus semejantes...
La moral sin libertad es un absurdo; y la libertad sin moral es imposible.
Pues eso.
Con la misma vara que midas, serás medido.(Mt.7,2)
Existe un primer pecado capital: La soberbia.
Existió un pucelano, Gaspar Núñez de Arce, que sentenció:
"¡Conciencia, nunca dormida,
mudo y pertinaz testigo
que no dejas sin castigo
ningún crimen en la vida!
La ley calla, el mundo olvida;
mas ¿quién sacude tu yugo?
Al Sumo Hacedor le plugo
que a solas con el pecado
fueses tú para el culpado
delator, juez y verdugo."
En el Comentario a las Sentencias, lib. 2 d. 25 q. 1 a. 5 ad 2, dice Santo Tomás:
“A lo segundo hay que decir que el libre albedrío, aunque pueda ser tanto sobre lo bueno como sobre lo malo, sin embargo de suyo está ordenado al bien, y así, lo que le impide el bien es simplemente impeditivo para él, y corruptivo, y por eso la libertad respecto de aquello que le impide el bien es libertad simplemente hablando, que es la libertad del pecado; en cambio, lo que impide el mal, que es corrupción del libre albedrío, no es impeditivo del mismo sino bajo cierto aspecto, como también cuando se corrompe la ignorancia en el hombre, es una corrupción sólo bajo cierto aspecto. Pero esto que impide el pecado es la rectitud de la justicia que existe en la razón, y de ahí que la libertad respecto de la justicia no es libertad simplemente hablando, sino sólo bajo cierto aspecto, y así, no debe figurar entre las principales partes de la libertad, pero se reduce sin embargo a la libertad respecto del pecado, por la semejanza en el modo; pues como el pecado de por sí impide el bien por modo de hábito o disposición, así también la justicia impide el mal.”
Aquí está la distinción tomista entre libertad simplemente hablando y libertad bajo cierto aspecto.
En el texto citado por Pedro Llera, el P. Royo Marín habla de la libertad simplemente dicha, pues habla del “pleno” dominio de la voluntad sobre el acto.
Por otra parte, esta expresión también es problemática. En el “Compendio moral salmanticense”, escrito “según la mente del Angélico Doctor” en 1805 por el R. P. Fr. Antonio de San José, entre otras cosas Procurador General en la Curia romana por la Congregación de Carmelitas Descalzos de España, se lee:
“P. ¿Qué se requiere para pecado? R. Que para el pecado ut sic, se requiere alguna advertencia de parte del entendimiento, libertad, y consentimiento de parte de la voluntad, y materia prohibida. Para pecado mortal se requiere advertencia perfecta o en común, o en particular, consentimiento perfecto, libertad perfecta, y materia grave o in se o respective. Finalmente para el venial se requiere, y es suficiente alguna advertencia, y consentimiento imperfecto, si el objeto es grave y prohibido, y si es por todas partes leve, se requiere consentimiento perfecto y plena advertencia.”
www.filosofia.org/mor/cms/cms1151.htm
Se puede conciliar ambos textos diciendo que la libertad perfecta que exige el pecado mortal es solamente mirando a la capacidad de elección, y que esa misma libertad es imperfecta o “secundum quid”, como dice Santo Tomás, mirando a la ordenación de la voluntad al fin último, y que el “pleno dominio” de que habla el P. Royo Marín es también incluyendo la referencia al fin último, cosa que le falta a la “libertad perfecta” del pecado mortal de la que habla del P. Antonio.
Por otra parte, sigue en pie la otra cuestión. Los maniqueos admitían que hay sustancias que como tales son malas, y por eso afirmaban dos dioses, uno bueno, autor de las cosas buenas, y otro malo, autor de las cosas malas.
Como la esclavitud es un mal, y la posibilidad de pecar es natural en las creaturas racionales, si decimos que la posibilidad de pecar es esclavitud, tendríamos entonces que la naturaleza de estas creaturas es mala, porque es por naturaleza que tienen la posibilidad de pecar.
Sería algo parecido al "mal metafísico" de Leibnitz que consistía, según él, en la limitación de las creaturas, error retomado por Torres Queiruga y que hace a Dios autor del mal. La limitación no es un mal en las creaturas, precisamente porque es lo que les corresponde naturalmente como creaturas que son.
Por el contrario, la fe católica nos enseña que todo lo que Dios ha creado es bueno, que no hay naturalezas malas, y que el mal moral tiene siempre su origen, no en una naturaleza, sino en un acto libre.
Por eso el P. Royo Marín, en el texto citado, no dice que “cuando puede pecar, puede obrar contra la razón, y eso es esclavitud”, sino que “cuando peca, obra contra la razón, y eso es esclavitud”.
Es cierto que después habla de la “triste potestad de hacer el mal”, pero esto, a su vez, sólo puede ser triste “secundum quid”, porque es una consecuencia necesaria y natural de la libertad creada, la cual es un gran bien, aunque sea limitado, y no algo triste.
Saludos cordiales.
Ser libre es la potestad de realizar ciertos actos, aunque no se los realice. Porque es la capacidad de elegir, y no se puede decir que la capacidad de elegir se tiene sólo cuando se elige. Eso sería volver al error de los Megáricos, que se oponían a Aristóteles negando la potencia distinta del acto.
Eso llevaría a decir que el pianista sólo es tal cuando toca el piano, y que cuando no lo hace no se distingue en nada del que no sabe ni apoyar las manos en el teclado.
Es fundamental distinguir la potencia del acto, según aquel refrán que dice que "de puedo nadie se muere", y porque poder estar enfermo no es ningún problema sanitario.
Saludos cordiales.
La situación la describe perfectamente Trento, ses. VI:
"en tanto grado eran ESCLAVOS DEL PECADO, y estaban bajo el imperio del demonio, y de la muerte, que no sólo los gentiles por las fuerzas de la naturaleza, pero ni aun los Judíos por la misma letra de la ley de Moisés, podrían levantarse, o lograr su libertad; no obstante que el libre albedrío no estaba extinguido en ellos, aunque sí debilitadas sus fuerzas, e inclinado al mal."
¿Qué quieres demostrar, que el que peca no abusa, que el pecado no esclaviza, que la elección del mal es una capacidad, no una posibilidad? Creo que es mejor ceñirnos a la forma de expresarse de la tradición. Porque la gente necesita ideas claras: si pecas, abusas de tu libertad, porque Dios te dio libertad para que elijas el bien y alcances tu fin último, y si eliges el mal, estás prostituyendo tu libertad. Este es el mensaje que hemos de transmitir. Dentro del concepto del pecado, está implícita la deliberación, la advertencia y la voluntariedad. Lo que se dice en este tema no es que éstas no se den, sino que se confabulan para cometer un abuso y un falseamiento.
"La voluntad es una potencia racional de querer, CUYO OBJETO ES EL BIEN en general." (Pág. 79)
" Los pecadores tienen la libertad disminuída por sus vicios, y sujeta en algún grado al Maligno (Jn 8,44; Rm 6,11; Gál 4,21-31; 2 Pe 2,19)." (pág. 80)
Si la libertad ha de estar ordenada a la verdad, al bien, no se puede decir que el uso de la misma para obrar el mal y la mentira pertenezca a su esencia.
Y lo hace prostituyendo su significado al modo nominalista, al modo de Occam, quien decía que Dios nos había dado la libertad tanto para obrar el bien como para obrar el mal.
Todo esto toma una relevancia suma si tenemos en cuenta que del Liberalismo surgen como de su fuente, todos los demás "ismos" que se defienden en la apostasía hodierna: comunismo, socialismo, ateísmo, agnosticismo, relativismo, y mil etcéteras más. La prostitución del significado de la libertad toma, entonces, una importancia capital en la conformación de esta civilización que da la espaldas a Dios.
Llama poderosamente la atención que arreciando la ofensiva apóstata liberal nominalista, aparezca de pronto el personalismo católico haciéndole concesiones a través del concepto de "autodeterminación". Y sin que sea necesario caer en el juicio a sus defensores, huelga demostrar que esas concesiones, inoportunísimas, han producido no poca confusión en la Iglesia y son una de las causas de la actual crisis que padece.
Por eso hoy más que nunca es necesario hablar con claridad, tal como Pedro lo hace: Dios nos da la libertad para que obremos el bien. Así de simple. Si no lo hacemos, abusamos de la libertad recibida. Y los abusos se pagan.
Yo lo graficaría diciendo (humanamente hablando) que Dios "confía" en nosotros al darnos ese don tan precioso, esperando que lo usemos como corresponde, esto es, conforme a la ley. Un ejemplo: voy a un negocio, compro una mercadería y el vendedor me la entrega, confiando en que se la pague acto seguido. O sea conforme a la ley. Si yo en cambio tomo lo comprado y salgo corriendo, ¿es que hice uso de mi libertad? ¿Valdrá que se lo argumente al policía que me lleva esposado, o al juez que me va a dar la sentencia?
Es que es de sentido común, oiga
Si es que es de sentido común que la libertad humana, a imagen y semejanza de la divina, no es para el mal, por muy voluntaria y advertida y deliberada que sea su mala elección.
El mal uso de la libertad ensucia la imagen y semejanza, y somete al pecador al imperio del diablo.
Por más que diga el conservadurismo liberal católico, la libertad no es también para optar por cosas malas, porque entonces la libertad no será a imagen y semejanza.
Aunque algunos en la Nueva Evangelización nos hablen de autodeterminación, el católico tradicional sabe que el «auto» sobra en el cristianismo.
No se trata solamente de que el que peca es libre, se trata de que el acto mismo del pecado es libre, por lo dicho. El que peca podría ser libre en todo lo que no fuese el acto mismo del pecado, y de ahí se sigue lógicamente, guste o no, que ese acto ya no sería culpable.
Es obvio que en la condena de esa tesis jansenista la Iglesia exige reconocer la libertad de necesidad en el acto por el cual se merece o se desmerece, de lo contrario no estaría diciendo nada.
La cuestión no es acerca de la libertad en general, ni de la esencia de la libertad como tal, sino acerca de la libertad creada, y tampoco es acerca de la finalidad o sentido de la libertad creada, sino de su esencia, de la esencia de la libertad creada como tal, y si ésta es tal que permita llamar "libre" al acto del pecado, como efectivamente lo hace la Iglesia en los documentos citados.
Es obvio, además, que el concepto de "libertad" es analógico y que no es lo mismo sin más la libertad en Dios que en las creaturas.
La posibilidad de pecar es una posibilidad natural de las creaturas racionales, por la combinación que se da en ellas del libre albedrío con la limitación propia de todo lo creado.
Por eso mismo, esa posibilidad de pecar no puede ser un mal, porque es algo natural, y nada que sea natural puede ser malo, contra los maniqueos, contra Leibniz y contra Torres Queiruga.
Como dice el Concilio de Florencia, en 1442:
"La Santa Iglesia Católica firmísimamente cree, profesa y predica que un solo Dios verdadero, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es el creador de todas las cosas, visibles e invisibles; el cual, en el momento que quiso, creó por su bondad todas las criaturas, lo mismo las espirituales que las corporales, buenas, ciertamente, por haber sido hechas por el sumo bien, pero mudables, porque fueron hechas de la nada; y afirma que no hay naturaleza alguna del mal, porque toda naturaleza, en cuanto es naturaleza, es buena".
Y por eso mismo, esa posibilidad de pecar, que es natural, no puede ser tampoco una esclavitud, como se dice en el "post", porque la esclavitud es un mal, y mal moral, que es del que estamos hablando.
Nos ponemos también fuera de la fe católica si decimos que hay un mal moral que depende de la naturaleza de las creaturas. El mal moral sólo es posible mediante un acto libre de las creaturas racionales.
Eso equivale también a negar la distinción entre la potencia y el acto, la posibilidad y la actualidad. La posibilidad del mal no es un mal, como la posibilidad de enfermar no es una enfermedad, y la posibilidad de ser esclavo no es una esclavitud. Todos tenemos ambas posibilidades, pero no por eso somos enfermos ni esclavos.
Se trata simplemente de la limitación propia de la creatura, que no es un mal, porque es esencial a la creatura misma, y entonces, sería la esencia o naturaleza misma de la creatura que sería mala, con los maniqueos y contra la fe católica.
Por eso mismo, no es hablar claro decir cosas de las cuales se sigue lógicamente la negación de una verdad de fe. No se defiende la fe católica entrando en el movimiento del péndulo que nunca logra permanecer en la verdad porque siempre está yendo más allá o más acá de la misma.
Y por eso mismo no se defiende la vinculación de la libertad con el bien negando la libertad del acto del pecado, negación de la cual se sigue lógicamente, guste o no, que ese acto no puede ser culpable, al no ser libre.
Y que es también lo que decían los maniqueos al decir que no eran culpables de las cosas que hacían, porque tenían dos almas, una buena y otra mala, cada una de las cuales sólo podía hacer el bien, si era el alma buena, o el mal, si era el alma mala, de modo que al no ser libre el acto del pecado, tampoco era culpable.
San Agustín cuenta en las "Confesiones" cómo se libró de esta herejía. Pero librarse de ella le implicó reconocer que tenía una sola alma, la cual era capaz tanto de hacer el bien como el mal, y por tanto, de elegir entre ellos. Y en ese sentido de "libertad", que no es el único, pero que es necesario, a saber, libertad de elección, el acto de pecar es libre, y la libertad creada incluye la posibilidad de elegir el mal, sin que deje de ser verdad por ello que el pecado implica una falla de la libertad respecto de otro sentido más pleno de "libre", que incluye también la finalidad o el sentido de la libertad.
Nada que ver con el concepto liberal de la libertad, para el cual la libertad de elección entre el bien y el mal no es meramente física, como nos exige reconocer la Iglesia, sino moral, es decir, no estamos obligados, según el liberalismo, al menos si es lógico y coherente consigo mismo, a elegir el bien en vez del mal, sino que sólo importa que elijamos en forma libre.
Saludos cordiales.
Los preceptos morales imponen un deber ser desde y hacia la libertad, es decir, su cumplimiento redime al ser humano, no solo del desacato concretado, pecado, sino de la posibilidad de su inobservancia o de pecar; en ello radica su perfección; valga decir, la eficacia plena del precepto moral se alcanza cuando se cumple y no se peca; por ende, la posibilidad de pecar avasalla al ser libre; y de allí el poder redentor de la moral: la ampliación teleológica del espacio de libertad del ser humano.
Por ello, si se asume, a contrapelo no solo de la doctrina sino de la sana lógica, que la posibilidad de pecar no avasalla al ser libre, se tendría pues, una moral imperfecta, cuando no relativizada, sujeta al real arbitrio del sujeto, una opción y no un deber ser, sin mayor trascendencia que no sea la vanidad y la soberbia de un sujeto, entonces, extraviado del horizonte de la verdad de Dios, referencia suprema del ser posible, de la potencialidad del ser libre.
Porque la moral comprende al ser libre, y no al contrario. Esta afirmación ha constituido el vértice de diversas posturas, más que filosóficas, existenciales. Rousseau la negó, engrillando al ser humano a una pretendida libertad plena. Hobbes hizo lo propio, poniendo la libertad en el haber exclusivo de individuo, y por ende, inutilizándola. Sin decir de Marx, que redujo la libertad a un acto material colectivo de voluntad. San agustín, en cambio, reconoció al ser humano libre en toda la posibilidad y potencialidad expresada por su fe; algo tan simple y de significado tan profundo y trascendente.
Porque Dios constituye la potencia suprema, absoluta y eterna del ser libre. Por eso el ser humano, de suyo, es transcendentalmente libre.
De allí que el problema de la libertad se centra en su incomprensión.
¿Hasta dónde y hasta cuándo es libre el ser humano?
La angustia existencial primaria del ser humano, surge del conflicto entre la inmensa posibilidad de su ser libre, intuida, y el pequeño reducto de su libertad actual, conocida. Radicando en ello el origen y consecuencias de un estatus de conciencia superior: la moral. Sintiéndose así, vasallo de su libertad; pero también descubriéndose en la sublime potencialidad de su ser libre, en el motor que lo impulsará existencialmente, en la verdad absoluta y eterna que determinará su devenir: la verdad de Dios; expresión suprema y absoluta de su libertad.
De esa forma, el problema de la libertad se engendra en el ser libre, en el acto que la reafirma o la niega, que aleja o aparta a la persona de una plenitud que pretende y que no es la actual sino la posible, que redime o avasalla.
Insistamos, el problema principal de las sociedades humanas radica en la incomprensión de la libertad, escindida autárquicamente de la moral, y prostituida así, al despropósito de una sociedad que se devora a sí misma.
Obispo Sergio Buenanueva🇦🇷 @sbuenanueva
Una sociedad libre no puede sobrevivir sin la más amplia libertad de expresión.
Sí. También aquella en la que se nos agrede gratuita, injusta y groseramente.
Para ser libres, siempre hay que pagar un precio.
Y le he respondido ipso facto:
Luis Fernando Pérez @luisperezbus
Replying to @sbuenanueva
Le recuerdo a usted que la doctrina católica sobre la libertad indica que la misma ha de estar orientada hacia la verdad y el bien. Y que cuando ocurre lo contrario, se trata de un abuso de la misma.
Eso fue lo que enseñó León XIII en su encíclica Libertas Praestantissimum
---
Pues eso.
"la indiferencia o libertad de contrariedad con respecto al bien y al mal moral no pertenece a la esencia o naturaleza de la libertad, sino más bien es una imperfección y defecto de la misma". (Ceferino González , Filosofía elemental, Libro séptimo).
Es decir, que
"para el pleno dominio de la voluntad sobre su acto de elección se requiere la libertad de coacción extrínseca y de necesidad, tanto de ejercicio como de especificación entre los distintos BIENES particulares, pero DE NINGÚN MODO la libertad de contrariedad entre el bien y el mal" (Royo Marín, Teología moral para seglares, p. 46/47).
Esto significa que el poder de pecar no pertenece a la esencia de la libertad ni es perfección suya, y esto se comprueba a posteriori, por consistir un abuso de algo que se tiene. Si el hombre no tuviera libertad, no podría abusar de ella. Por lo que querer el mal y hacer el mal no es la libertad NI PARTE de ella, sino señal o indicio de libertad.
Por eso, como enseña santo Tomás, el elegir o querer lo malo, ni es la libertad, ni parte de la libertad, sino SEÑAL de la libertad. Que es lo mismo que dice León XIII. Esto significa que el pecado es libre, pero no de la manera en que es libre un acto de virtud. Sino que es libre en cuanto que señala que hay libertad y que se abusó de ella sin coacción ni necesidad, sino deliberada y advertidamente.
Un verdadero acto de libertad está movido por Dios. El pecado, sin embargo, en cuanto pecado, no está movido por Dios. Luego la libertad que hay en ambos es esencialmente distinta. En el pecado se constata, a posteriori, que la criatura puso un impedimento a la moción divina. Pero Dios no mueve a la criatura a poner un impedimento a su propia moción al bien.
Este poner impedimento SEÑALA que se actuó con libertad, porque se eligió y se quiso el mal, pero ese poner impedimento no es la libertad ni es parte de la libertad. Es un abuso de la moción divina. Y a tal abuso no se le puede llamar propiamente libertad, aunque sea indicio de ella.
El que usa su libertad para pecar no realiza un acto perfectivo y liberador sino imperfectivo y esclavizante. Porque está falseando la esencia misma de la libertad para el bien, que Dios nos dio, y a la que Dios mismo nos mueve.
Me rindo, lo siento no puedo entrar en materia en parrafos en comentarios tan largos. Hoy ganas por agotamiento.
El desdichado Nietzche decía que despreciaba a los cristianos porque les veía mentalidad de esclavos. Lógico, ya que su concepción de la "libertad" era rabiosamente liberal.
Puede ayudar a comprender la radicalidad de la diferencia de lo que se entiende por "libertad" liberal y libertad cristiana, atendier a sus aparentes antítesis, esclavitud, sumisión y servidumbre.
Para un liberal, estas palabras representan el infierno en la tierra, el summum de la vergüenza y la afrenta más horrorosa a la libertad autodeterminada del individuo. Un ejemplo: en esta sociedad liberal y democrática, ya no hay más "sirvientas", ahora son "empleadas domésticas".
Para un cristiano en cambio, la esclavitud, la servidumbre y la sumisión pueden ser voluntariamente asumidas por una razón válida, por una razón evangélica, y de esa manera ser causa de una mayor libertad.
Cosa que a un liberal lo va a poner de a cuadros y no lo va a entender jamás.
"He aquí la esclava del Señor", dijo un día la más libre de las criaturas nacidas de mujer.
Pues eso.
El texto de Ceferino González:
"la indiferencia o libertad de contrariedad con respecto al bien y al mal moral no pertenece a la esencia o naturaleza de la libertad, sino más bien es una imperfección y defecto de la misma". (Ceferino González, Filosofía elemental, Libro séptimo)."
se refiere a la libertad en general, a la libertad en tanto que libertad, y entonces, también es aplicable a la libertad creada y a la libertad humana, en tanto que libertades, precisamente.
Pero no es aplicable a las mismas en tanto que libertad creada o libertad humana.
El mismo Ceferino González reconoce que la capacidad de pecar es constitutiva de toda naturaleza racional finita:
“También es cierto que Dios no puede hacer lo que es imposible y contradictorio y consiguientemente que no puede hacer que un ser finito no sea finito y capaz de obrar mal con capacidad radical y originaria; pero no es menos cierto que Dios tiene en su infinito poder medios más que suficientes para hacer compatible esa capacidad radical para el mal con la incapacidad próxima y efectiva en orden al mismo, o en otros términos, para hacer que el hombre, sin perjuicio de su libertad y sin perder la capacidad originaria para el mal, obre el bien de manera constante e indefectible.”
(Filosofía elemental, libro II, parte IV, n. 17.2, p. 321)
Por eso Santo Tomás de Aquino, en la misma parte de las Cuestiones “De Veritate” donde dice que
“querer el mal no es libertad, ni parte de la libertad, aunque sea cierto signo de la libertad.”,
ha dicho algunos renglones antes que
“como la voluntad se dice libre en tanto que no está sujeta a la necesidad, la libertad de la voluntad se debe entonces considerar en tres cosas, es decir, respecto del acto, en cuanto puede querer o no querer, respecto del objeto, en cuanto puede querer esto o aquello, también su opuesto, y en cuanto al orden al fin, en cuanto puede querer el bien o el mal.”
Y es que cuando excluye de la libertad la capacidad de elegir el mal, la excluye de la libertad como tal, o en general, sin que por eso esté negando que en ciertas realizaciones de la libertad, a saber, las creadas y finitas, sí es esencial esa capacidad de elegir el mal, como reconoce el mismo Ceferino González.
También se puede decir que se excluye la capacidad de hacer el mal de la esencia de las libertades creadas en tanto que ordenadas al fin último (libertad "simpliciter", según el texto de Santo Tomás en el Comentario a las Sentencias) sin que por eso se la pueda excluir de la esencia de esas mismas libertades en tanto que capacidades de elección (libertad "secundum quid", según Santo Tomás)
Esto mismo hace imposible denominar a esa capacidad radical para el mal que hay en toda libertad creada una “esclavitud”. Porque es evidente, por los mismos dichos de González, que hasta cae fuera de la misma Omnipotencia divina crear una naturaleza racional que no tenga esa capacidad de elegir el mal.
Por tanto, se trata de un componente natural de la libertad creada y por tanto, se debe a la misma Creación divina como todo lo que es natural en el hombre, con lo cual estaríamos haciendo a Dios creador de la esclavitud, y por tanto, del mal.
Lo que pasa es que González está criticando al krausismo, que sostiene que “el mal es un instrumento de progreso, una condición de la libertad humana, y que ésta sería imposible si no nos fuera dado elegir entre el bien y el mal”. (p. 320)
González opone lo siguiente:
“la libertad humana, si bien de hecho lleva consigo la facultad de elegir entre el bien y el mal, esto no quita para que sea posible en el hombre un estado de eligibilidad entre diferentes bienes y por consiguiente de libertad, sin eligibilidad, al menos próxima entre el bien y el mal. Y digo al menos próxima, porque la flexibilidad radical al mal es inseparable de toda criatura en razón de su limitación esencial, o como decían los escolásticos, a causa de su producción ex nihilo.” (ibid.)
O sea que González no niega que la capacidad de elegir el mal sea algo esencial a toda creatura racional, sino que afirma que Dios puede suspender, por así decir, el ejercicio de esa capacidad (otra vez la diferencia entre la potencia y el acto) al menos en el sentido de impedir de hecho toda elección mala de la creatura, como dicen los teólogos que hizo con la Virgen María.
Por eso, es en ese sentido, y no referido a la capacidad radical de elegir el mal, que hay que entender este otro dicho de González:
“La teología católica al hablar de la libertad de Jesucristo en cuanto hombre, al hablar de los santos confirmados en gracia, y especialmente al presentarnos el ejemplo de la Madre de Dios obrando el bien de una manera constante e indefectible durante toda su vida, sin perder por eso la libertad humana, demuestra prácticamente: 1o que no es condición necesaria de ´esta la facultad de obrar el mal…” (p. 321)
Eso es cierto respecto de lo que el mismo González llama ahí mismo “capacidad próxima para el mal”, no respecto de la capacidad remota para el mal que según el mismo González viene con la misma libertad creada en tanto que creada.
Por eso mismo, hay que hablar, efectivamente, con precisión. Porque si el pecado no es un acto libre, sin más, entonces, obviamente, no es responsable ni culpable. Por eso mismo conviene distinguir siempre si se está hablando de la libertad en general o de la libertad creada, y si se habla de ésta, incluso es necesario distinguir si se habla de ella simplemente en tanto que libertad, o precisamente en tanto que creada.
Y dado que en la creatura es posible que la libertad elija el mal, hay que distinguir también entre la libertad de la creatura como libertad de elección, y la libertad de la creatura en tanto que ordenada al fin último que es Dios. Que vendrían a ser, respectivamente, la libertad “secundum quid” y la libertad “simpliciter”, de Santo Tomás.
Por eso este párrafo suena contradictorio:
“Este poner impedimento SEÑALA que se actuó con libertad, porque se eligió y se quiso el mal, pero ese poner impedimento no es la libertad ni es parte de la libertad. Es un abuso de la moción divina. Y a tal abuso no se le puede llamar propiamente libertad, aunque sea indicio de ella.”
El impedimento ha consistido precisamente en elegir y querer el mal, y ahí se dice que al hacer eso se actuó con libertad, pero luego se dice que el impedimento “no es la libertad ni parte de la libertad, ni se lo puede llamar propiamente libertad.
Es evidente que es necesario hacer las distinciones recién señaladas. El impedimento en cuestión no es libre si hablamos de la libertad creada en tanto que ordenada a su fin último, o sea, libertad “simpliciter”, sí lo es, y muy propiamente, si hablamos de la libertad creada como libertad de elección, o sea, libertad “secundum quid”.
Saludos cordiales.
Porque hablamos de la esencia de la libertad, y es un asunto muy precisado por la filosofía clásica.
El P. Royo Marín, en su Teología moral para seglares, la precisa dos conclusiones:
1ª, "La esencia de la libertad está en el pleno dominio de la voluntad sobre su acto de elección" (p.46)
2ª, Para el pleno dominio de la voluntad sobre su acto de elección se requiere la libertad de coacción extrínseca y de necesidad intrínseca, tanto de ejercicio como de especificación entre los distintos BIENES particulares; pero DE NINGÚN MODO la libertad de contrariedad entre el bien y el mal" (p. 46-47).
Y explica más adelante:
"No se requiere en modo alguno la libertad de contrariedad entre el bien y el mal. La razón es porque la capacidad física de hacer el mal NO SIGNIFICA AUMENTO DE LIBERTAD, sino imperfección y defecto de la misma".
Y concluye:
"Por eso dice el Señor en el Evangelio que `todo el que comete pecado es ESCLAVO del pecado´ (Jn 8, 34).
Creo que está muy clarito. Y como esta doctrina es la correcta, y la he expuesto en numerosas ocasiones, por mi parte no tengo nada más que decir.
Y claro, luego nos extrañamos de que las cosas deriven en lo que están derivando.
El problema moral se puede plantear desde tres ópticas ontológicas:
1) La moral no existe: Por tanto, tampoco el bien ni el mal existen, respondiendo el obrar humano a la necesidad, conveniencia, oportunidad... El hombre es la medida y alcance de su propia existencia; no requiere del bien, él lo construye; no necesita a Dios, él puede ser Dios. Nietzsche lo enunció, terminando sus días donde hubo debido estar siempre: en un manicomio.
2) La moral es subjetiva: El bien es una opción racionalmente privativa ante el mal, respecto de una libertad plena, entonces, limitada a un ser moral configurado culturalmente, desde donde la elección del mal queda validada. Ante el planteamiento del bien supremo, la capacidad de libre elección entre el bien y el mal permanece plena, por lo que no resultan intrínsecamente ateos, sino que Dios les es indiferente. Constituye el soporte de los sistemas jurídicos liberales iuspositivistas.
3) La moral es objetiva. El bien y el mal existen más allá del sujeto. En función de la cualidad de la libertad se plantea:
a) La libertad implica la capacidad plena de elección entre el bien y el mal. El bien es una opción natural ante el mal. El bien y el mal crean un estado de naturaleza en el ser humano; siendo que el juego entre ambos, determina la existencialidad. El bien y el mal supremos coexisten. Para Rousseau, el ser humano nace plenamente libre, pero es corrompido por el desborde hacia el mal de una libertad, en realidad, ilusoria, absurda, abortada al nacer. Para Hobbes, al contrario, el ser humano busca espacios contractuales para el bien, dentro de los desmanes de la maldad fundamental de su ser; configurando así la desgracia existencial de un ser humano en perpetua lucha contra sus propios demonios.
b) El bien constituye un imperativo existencial. Por lo tanto, la libertad tiene puramente capacidad para el bien; siendo la acción hacia mal, tan solo posibilidad, expresada por el abuso de libertad, o, más precisamente, por la contravención de un deber ser esencialmente orientado hacia el bien. El bien supremo tiene una sola posibilidad: el bien; por lo que, desde él, aún el mal posible lo reafirma. Esa libertad delimitada del mal y teleológicamente impulsada, es posibilidad de todo lo posible. Al deberse la libertad al espacio e impulso del bien, el mal posible la restringe, y por eso, la libertad y el bien redimen, ese es su motor: la liberación del ser humano; y esta es su hermosa posibilidad: la potencialidad de participar desde la libertad actual y hacia la libertad absoluta, expresada por Dios.
En cuanto al R. P. Royo Marín, O.P, es muy probable que en ese punto esté siguiendo a su hermano de orden y temporalmente anterior R. P. Ceferino González O.P., cuya posición pienso que he dejado bien clara.
Como es bien claro, yo no sostengo que el abuso de la libertad sea parte de la esencia de la misma, y es una calumnia afirmarlo.
Cuando hablamos de "la libertad", así sin más, englobamos tanto la Libertad divina como la creada. Mientras que yo hablo de la libertad creada como tal, y sostengo que es esencial a la misma no el abuso de la libertad, sino la capacidad del abuso de la libertad, como dice el R. P. Ceferino González O.P.
Efectivamente, como dice Alfonso Gracián, en este tema hay que hablar con precisión, y si no, digo yo, mejor no hacerlo.
Sin distinciones no hay precisión posible, y no se puede hablar en las cosas de la fe sin hacer distinciones, sin abrir la puerta a todas las herejías.
Por eso los Escolásticos, sobre todo el más grande, Santo Tomás, no se pasaron la vida haciendo distinciones entre los diversos sentidos de los conceptos porque no tuviesen nada más que hacer.
Por lo mismo, reitero que afirmar que la posibilidad de pecar es una esclavitud, a la luz de lo que dice el mismo R.P. Ceferino González O.P., es hacer a Dios autor del mal moral, cosa que en realidad ni los maniqueos dijeron, propiamente hablando, porque para evitarlo se cuidaron de decir que había dos dioses, uno bueno y otro malo, y que el Dios bueno no era autor del mal.
Porque el mismo R. P. Ceferino González O.P. dice, como vimos, que cae fuera de la Omnipotencia divina crear un ser racional que no tenga la capacidad radical de pecar. Y "natural" o "esencial" a algo es precisamente aquello sin lo cual ese algo no puede existir.
De donde se sigue que la capacidad de pecar, si es un mal, porque es una esclavitud, entonces es un mal natural, que esa clase de males sí las afirmaban los maniqueos, y que nosotros no podemos afirmar, porque para nosotros hay un solo Dios bueno creador de todas las naturalezas finitas, que son todas ellas por eso mismo buenas, como dice según vimos el Concilio de Florencia.
Saludos cordiales.
____________________________________
Pedro L. Llera
"reitero que afirmar que la posibilidad de pecar es una esclavitud, a la luz de lo que dice el mismo R.P. Ceferino González O.P., es hacer a Dios autor del mal moral"
Encíclica Libertas:
la libertad, lo mismo que la voluntad, tiene por objeto un bien conforme a la razón. No obstante, como la razón y la voluntad son facultades imperfectas, puede suceder, y sucede muchas veces, que la razón proponga a la voluntad un objeto que, siendo en realidad malo, presenta una engañosa apariencia de bien, y que a él se aplique la voluntad. Pero así como la posibilidad de errar y el error de hecho es un defecto que arguye un entendimiento imperfecto, así también adherirse a un bien engañoso y fingido, aun siendo indicio de libre albedrío, como la enfermedad es señal de la vida, constituye, sin embargo, un defecto de la libertad. De modo parecido, la voluntad, por el solo hecho de su dependencia de la razón, cuando apetece un objeto que se aparta de la recta razón, incurre en el defecto radical de corromper y abusar de la libertad.Y ésta es la causa de que Dios, infinitamente perfecto, y que por ser sumamente inteligente y bondad por esencia es sumamente libre, no pueda en modo alguno querer el mal moral; como tampoco pueden quererlo los bienaventurados del cielo, a causa de la contemplación del bien supremo. Esta era la objeción que sabiamente ponían San Agustín y otros autores contra los pelagianos. Si la posibilidad de apartarse del bien perteneciera a la esencia y a la perfección de la libertad, entonces Dios, Jesucristo, los ángeles y los bienaventurados, todos los cuales carecen de ese poder, o no serían libres o, al menos, no lo serían con la misma perfección que el hombre en estado de prueba e imperfección.
El Doctor Angélico se ha ocupado con frecuencia de esta cuestión, y de sus exposiciones se puede concluir que la posibilidad de pecar no es una libertad, sino una esclavitud. Sobre las palabras de Cristo, nuestro Señor, el que comete pecado es siervo del pecado[3], escribe con agudeza: «Todo ser es lo que le conviene ser por su propia naturaleza. Por consiguiente, cuando es movido por un agente exterior, no obra por su propia naturaleza, sino por un impulso ajeno, lo cual es propio de un esclavo. Ahora bien: el hombre, por su propia naturaleza, es un ser racional. Por tanto, cuando obra según la razón, actúa en virtud de un impulso propio y de acuerdo con su naturaleza, en lo cual consiste precisamente la libertad; pero cuando peca, obra al margen de la razón, y actúa entonces lo mismo que si fuese movido por otro y estuviese sometido al dominio ajeno; y por esto, el que comete el pecado es siervo del pecado»[4]. Es lo que había visto con bastante claridad la filosofía antigua, especialmente los que enseñaban que sólo el sabio era libre, entendiendo por sabio, como es sabido, aquel que había aprendido a vivir según la naturaleza, es decir, de acuerdo con la moral y la virtud.
Yo me limito a recoger la doctrina de la Iglesia. No me invento nada. Y como esta puede ser una discusión sin fin, aquí corto los comentarios. Estaré encantado de leer lo que sigas escribiendo en tu blog al respecto.
Un saludo cordial.
Los comentarios están cerrados para esta publicación.