¿Y ahora qué hacemos? Seamos santos
“Quien crea y se bautice se salvará; quien no crea se condenará.” Marcos 16, 15.
Vivimos una gran apostasía. No creéis. Y la consecuencia será la condenación eterna. Dios no miente. Allá vosotros. Dios quiere que todos se salven y para eso vino Cristo al mundo: para dar su vida en la cruz, para sacrificarse a sí mismo, y así darnos la vida eterna. Pero la salvación pasa por cumplir sus mandamientos, pasa por la santidad.
No hay salvación fuera de la Iglesia. Cristo es el único Salvador. No hay otro. Cristo es el único Dios verdadero. Podéis creer la verdad o podéis rechazarla. Cristo es el camino, la verdad y la vida. No hay otro camino de salvación. No hay otra verdad: no hay relativismo que valga; no hay distintas opiniones que valgan todas lo mismo; no hay distintas religiones, todas ellas verdaderas. No hay otro Señor de la vida, sino Jesucristo.
Pero la mentalidad moderna, liberal e individualista, no entiende nada. Pensaréis que soy un intolerante, un fanático… No os cabe en la cabeza que alguien diga que la Verdad es Cristo y que no hay otra. Pero es la verdad… Podéis aceptarla o rechazarla…
Nuestro mundo apóstata ya no entiende lo que es ser católico. Un católico no va por la vida juzgando ni condenando a nadie. No vamos echándole en cara a la gente sus pecados ni señalando a las personas con el dedo: bastante tenemos con pedir perdón por nuestros propios pecados… Pero no podemos ocultar la verdad porque la verdad no es nuestra verdad: es la Verdad de Dios. Es Dios mismo. Y sólo a Cristo Jesús le toca juzgar, salvar o condenar. No nos toca a nosotros el juicio. A nosotros nos toca ser testigos de la Verdad, vivir con coherencia y amar a todos. Pero no hay mayor amor que intentar que todos se salven y tratar de llevar a todas la almas a Cristo…
Y me preguntaréis dónde está Cristo. “Si pudiéramos verlo… Si un muerto volviera a la vida para confirmarnos que hay un cielo y un infierno, entonces creeríamos…”. No, tampoco creeríais. Tenéis a los santos. Tenéis a los mártires que han dado y siguen dando hoy su vida por Cristo. Si no creéis ni en la sangre de los mártires, no creeréis de ninguna manera. No habrá milagro capaz de convenceros porque no queréis creer.
Cristo vive hoy. No es un personaje histórico ni un mito ni una leyenda… No. Él vive. Él es el Pan de Vida. Cristo está realmente presente en la Santa Hostia. Está en cada sagrario de cada iglesia. Ahí os está esperando.
Escribe Santa Teresa de Jesús, doctora de la Iglesia:
“Yo conozco una persona que habíala el Señor dado tan viva fe, que cuando oía a algunas personas decir que quisieran ser en el tiempo que andaba Cristo nuestro bien en el mundo, se reía entre sí, pareciéndole que, teniéndole tan verdaderamente en el Santísimo Sacramento como entonces, que ¿qué más se les daba? Considerábase a sus pies y lloraba con la Magdalena, ni más ni menos que si con los ojos corporales le viera en casa del fariseo. Y aunque no sintiese devoción, la fe la decía que estaba bien allí.”
La fe no es sentir: es creer. Detrás de la puerta de cada sagrario está realmente presente Cristo. Ahí está realmente su cuerpo, su sangre, su alma, y su divinidad. Y allí donde está el Hijo, está también el Padre y el Espíritu Santo: la Trinidad está ahí. Y donde está Dios, Uno y Trino, está el Cielo. Y donde está el Hijo, está su Madre Santísima. Y donde está Cristo, están sus ángeles y sus santos. Porque el Sagrario es la Puerta del Cielo. Y yo espero, por la misericordia de Dios, pasar algún día al otro lado de esa puerta para poder gozar del Amor de Dios por toda la eternidad. Cristo quiere que yo me salve, que yo sea santo. Y también quiere que todos se salven y que todos sean santos. Porque cuando todos acepten a Cristo como Señor de sus vidas, llegará la paz y la justicia a este mundo. Es Cristo el único que puede quitar el pecado del mundo.
Así que ya sabéis lo que tenemos que hacer: adorar al Señor en el Santísimo Sacramento; vivir en gracia de Dios confesándonos con frecuencia; participar en la Eucaristía y comulgar. La comunión es el culmen de la mística católica. No hay unión más plena del alma con Dios que la comunión. La Santa Misa es la cima de la mística. La Eucaristía es el sacramento de nuestra fe. Todo lo que creemos se expresa, se celebra y se vive allí.
Me hace mucha gracia la obsesión de muchos obispos, sacerdotes y laicos por eso de “suscitar experiencias”. “Hay que tener una experiencia de encuentro personal con Cristo”, dicen. ¡Eso es la misa! ¿Qué queréis inventar? ¿Acaso no creéis que Cristo está realmente presente en su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad en la Santa Hostia? ¿Lo vuestro es puro “postureo"? ¿Decís que creéis pero en realidad sois como los ateos? ¿No creéis en la gracia de Dios?
Así que lo que tenemos que hacer es lo que toda la vida se ha hecho: lo que han hecho y enseñado todos los santos y los doctores de la Iglesia. Seamos nosotros santos, amando a Dios y al prójimo. Los laicos estamos llamados a ser santos desempeñando nuestra propia profesión guiados por el espíritu evangélico; demostrando en nuestras familias que se puede ser santo simplemente amando a tu mujer y a tus hijos, sacrificándote por ellos y buscando antes su felicidad que la tuya.
Pero tengamos en cuenta que la perfección cristiana no consiste en que el hombre carezca de concupiscencia; o en no tener nada propio y vivir en la pobreza absoluta; o de carecer en absoluto de todo pecado venial, que no es posible sin un privilegio especial como el que recibió la Virgen María; o en alcanzar ya en esta vida la bienaventuranza final; o en gozar de un estado permanente de paz imperturbable; o en llegar a la muerte total de los sentidos…
La perfección cristiana consiste en la caridad: en amar a Dios y al prójimo.
“La caridad, como vínculo de perfección y plenitud de la ley, rige todos los medios de santificación, los informa y los conduce a su fin. De ahí que la caridad para con Dios y para con el prójimo sea el signo distintivo del verdadero discípulo de Cristo” (Vaticano II, Lumen Gentium n. 42). Y la Eucaristía es la fuente de la que mana hacia nosotros la gracia. Unidos a Cristo, comulgamos para ser cada día más santos y poder amar a los demás, en nuestra casa, en nuestro trabajo, en nuestras relaciones con los demás. Vivamos unidos a Cristo para cristificarnos y poder amar a los demás como Él quiere que los amemos. Eso es lo que tenemos que hacer en estos tiempos de confusión. Esto es lo único importante: vivir unidos a Cristo y en comunión con los santos. Y ya está. Yo pertenezco a la misma Iglesia que San Ignacio de Loyola, San Francisco de Asís, Santa Clara, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Santo Tomás de Aquino, San Agustín, Santo Domingo, el santo cura de Ars, el santo Padre Pío, Santo Tomás Moro o San Pío X (y tantos santos y santas como ha habido y hay). Creo que en lo mismo que creían todos ellos. Y me siento más unido a ellos que a muchos obispos o cardenales que ahora dicen que hay que crear una nueva iglesia con un nuevo paradigma. Yo no quiero nuevos paradigmas. Conmigo que no cuenten. Y como dice el Apóstol San Pablo:
“Aunque nosotros o un ángel del cielo os anunciase otro evangelio distinto del que os hemos anunciado, sea anatema. Os lo hemos dicho antes y ahora de nuevo os lo digo: Si alguno os predica otro evangelio distinto del que habéis recibido, sea anatema. ¿Qué busco yo: el favor de los hombres o el de Dios? ¿Acaso busco agradar a los hombres? Si buscase agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo.” Gálatas 1, 8-10
Seamos dignos siervos de Cristo, dignos hijos de la Santísima Virgen María y permanezcamos fieles a la Verdad. Y si alguien se aparta de la Verdad, si alguien quiere una Iglesia distinta o predica otro evangelio, sea anatema.
6 comentarios
Da gusto leerte.
Agarrados a Cristo y a su Stma madre!no hay más...
Y cuando tengamos una homilía de *autorreferencialidad*
Casi no se escribiría...es solo un ejemplo...cojamos el Rosario y recemos X ese sacerdote...
Gracias Pedro.
Que Dios te Bendiga
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