Maestros: Amor y Humildad
El maestro es un puente entre el alumno y la verdad; y los puentes se pasan, se pisan y se olvidan.
Muchas veces nos falta humildad a los maestros. Caemos en la tentación de la soberbia. Nos creemos muy importantes, casi omnipotentes. Y como no podemos casi nada, nos quemamos y andamos todo el día insatisfechos, estresados, agobiados, quemados. Tenemos que relajarnos: nosotros no somos Dios. Llegamos hasta donde llegamos. Pero solo Dios es Dios. Lo que pasa es que nos falta fe. No acabamos de creer en Dios. Y nosotros creemos que haríamos las cosas mucho mejor que Él. Nosotros no permitiríamos los divorcios que hacen daño a nuestros niños. No permitiríamos las enfermedades ni la muerte de nuestros seres queridos. No consentiríamos las injusticias y haríamos llover fuego del cielo para que acabara con los ladrones, con los asesinos, con los violadores, con los corruptos, con los mentirosos, con los irresponsables, con los vagos que no hacen lo que debieran hacer, con los… Esperen un momento: ¿quedaría alguien vivo sobre la faz de la tierra? Probablemente no. Dejemos que Dios sea Dios. Ni la enfermedad ni el dolor ni el sufrimiento ni nada nos puede apartar del amor de Dios.
Tenemos que pedir fervientemente al Señor que aumente nuestra fe y que nos cambie la soberbia por la humildad de los santos.
Yo puedo amar a mis alumnos y desvivirme por ellos y bendecirlos y abrazarlos. Pero no puedo solucionar los problemas de sus familias. Puedo entregarme y desvivirme y deslomarme y desgastar la vida por mis niños. Pero yo solo soy un puente entre ellos y la Verdad, que es Cristo. Puedo enseñarles el camino, pero no puedo obligarles a cruzar el puente. Yo no soy superman. Puedo indicarles el camino, pero no obligarles a que me hagan caso. Yo, como maestro, tampoco soy el protagonista: no soy el más importante. Estoy para que mis alumnos pasen por encima de mí, para que me pisen y para que lleguen a la Verdad, que es lo verdaderamente importante. Y que no me moleste que luego se olviden de mí, porque una vez cruzado el puente ya nadie se acuerda de él. Es cierto que algo de tu vida va quedando en el interior de los niños. Como los anillos de un árbol que al crecer va guardando en su interior los avatares de las estaciones y el transcurrir de los años debajo de su corteza, así los maestros vamos dejando una impronta dentro de nuestros alumnos. Pero los importantes son ellos y Cristo: no nosotros. Nosotros podemos ayudarles a crecer y enseñarles el camino para que vivan una vida con sentido. Pero somos meros instrumentos en manos de Dios. Estamos para amarlos y para ayudar; para servir, para enjugar sus lágrimas, para aconsejar, para orientar, para animar, para corregir, para lavar sus pies y aliviar sus heridas; para rezar por ellos cada día. Pero nada más.
Como director del colegio, puedo acompañar a mis profesores, puedo animarles, puedo ayudarlos, puedo acompañarlos en sus alegrías y en sus penas. Pero no puedo solucionar sus problemas ni curar sus enfermedades ni evitar su dolor cuando sufren algún revés o pierden a un ser querido: ¡qué más quisiera yo…!. Puedo consolar, aconsejar, escuchar, animar, corregir… Puedo amarlos con toda mi alma. Pero el único que los puede sanar y salvar es Cristo. Por eso, en última instancia, lo mejor que puedo hacer es rezar por ellos, porque es el Señor quien verdaderamente cura, quien anima, quien consuela, quien sostiene. El Señor puede lo que yo no puedo. Porque yo no soy nada y Él lo es todo.
Y lo mismo que pasa con mis alumnos y con mis profesores, pasa con las familias que nos confían a sus hijos. Puedo escuchar, aconsejar, enseñar, ayudar en todo lo que pueda… Pero no puedo conseguir trabajo para todos ni puedo solucionar sus separaciones y sus divorcios ni puedo curar sus enfermedades ni quitar sus penas. Puedo rezar por ellos y puedo señalarles el camino: no hay otra felicidad que Cristo, no hay mayor plenitud que vivir en gracia de Dios. Podemos amar a todos y a cada uno de los padres y las madres que vienen cada día a traer y llevar a sus hijos al colegio. Podemos rezar por cada uno de ellos.
Confiemos en Dios, que es Señor de vivos y muertos, que todo lo puede. Cristo sufrió como nosotros, lloró como nosotros, trabajó como nosotros, enseñó como nosotros; fue humillado, traicionado, abandonado; murió en la cruz, fue sepultado. Conoce bien nuestras penas porque es hombre como nosotros y tiene un corazón de hombre. Sólo a la luz de Cristo podemos entender nuestra propia vida. Solo Cristo es nuestra esperanza.
Nuestra vocación – la vocación de todo maestro – es el amor. Eso es lo que mejor deberíamos saber hacer. Enseñar, educar, es morir de amor por los niños. Pero somos siervos inútiles y nuestra misión es señalar y conducir al Amor Verdadero que es Cristo. Él es el único que no defrauda, el único que tiene palabras de vida eterna, el único que quita el pecado del mundo, el único que nos redime y nos libera del mal y de la muerte, el único que es Santo. Cristo es la única esperanza, el único sentido de la vida, el principio y el fin de todo y de todos; es Él quien nos garantiza que tras la enfermedad, tras el mal, tras el sufrimiento, nos espera la felicidad eterna. Esa es nuestra fe. Algún día, cuando el Señor disponga, traspasaremos (si Dios nos concede esa gracia) la puerta de su Tabernáculo; y podremos entonces unirnos a sus ángeles y a sus santos en la alabanza eterna a nuestro Creador y gozaremos de la plenitud eterna de su gloria. Y llenos de amor ya no habrá más llanto ni más dolor. ¡Bendito sea Dios, que por su muerte y su resurrección nos ha abierto las puertas del cielo!
Señor, enséñanos a amar con humildad y con la ayuda de tu gracia, haznos santos e irreprochables a tus ojos. Aumenta nuestra fe, llénanos de esperanza e inflama nuestro corazón con la llama de tu Amor para que podamos amar a todos los niños que nos confías, a sus familias y a los maestros que comparten nuestra misión. Sin Cristo no podemos nada. Pero todo lo puedo en Aquel que me conforta. Confesaos, adorad a Cristo Eucaristía, alimentaos de su Cuerpo y de su Sangre, cumplid sus mandamientos y amad: amad con todas las fuerzas que Dios os dé; ofreced al Señor vuestra penas y vuestros sufrimientos; interceded por los niños y sus familias; rezad los unos por los otros; visitad al Señor en el Sagrario…
No hay otro camino para ser feliz. Yo no conozco otro. Y no esperemos homenajes ni reconocimientos ni medallas. Ni siquiera que esos niños o sus padres se acuerden algún día de ti o te den las gracias. Amemos sin esperar nada a cambio. Ese es el amor que Dios espera de nosotros. Todo es gracia de Dios y nosotros no somos más que causas segundas. Y así un día podremos decir: “Señor, siervo inútil soy: he tratado de hacer lo que Tú me pediste que hiciera. Ten compasión de mí”.
6 comentarios
Padre ( Ingeniero Superior.) : Lo más importante que se puede ser en este mundo -con la primacía de ser un buen cristiano, claro- se reparte en
Tres Vocaciones : Sacerdote, MAESTRO, y Médico.
Si leen tu artículo de hoy lo entenderán muy bien. Pero se darán cuenta que, en los tiempos que vivimos, al Maestro , que es de quien hablas,
también le toca ser Mártir. Hasta a mí, se me ha encogido y ensanchado,
alternativamente, el corazón. ¡Qué artículo ! Aunque ya me tendrías que tener acostumbrada. Eres inigualable escribiendo.
Me has recordado a los Maestros, de Capital o Rurales, de los tiempos
tan peyorativamente llamados del Nacional-Catolicismo : Los míos !!
Me salió un hijo gran Médico, y una hija Maestra totalmente vocacional.
Pregunté: ¿ Y el Sacerdote ?. . . . “ Mamá, ¿Quién puede ni pensarlo viendo los que nos rodean ? Y los peores los Religiosos de nuestros Colegios. Eso no invita. . . No es ni valorable.”
Nadie podrá decir tal cosa de los Maestros después de haber leído tu carta. Impactante. Dios tiene que premiarte como mereces. Y, ¡ ah !
Por supuesto, los demás todos Ingenieros. Pero adoran, en su recuerdo, a los buenísimos Maestros , que algunos también lo fueron.
Mi madre fue maestra de grado y yo pude comprobar que su tesoro más preciado, la alegría que más iluminaba sus ojos, era el reconocimiento y el afecto que había despertado en los alumnos con los que ocasionalmente se encontraba.
Lo importante es la buena semilla que un buen maestro siembra. Ella fructificara en el momento oportuno, con la gracia de Dios.
Todos los que trabajamos para mejorar la condición humana, física, espiritual o emocional, nos quemamos. Ponemos demasiadas expectativas. Hay que dejar hacer a Dios. Somos limitados.
Estoy leyéndo Las Confesiones de San Agustín.
En ellas relata como la lectura de Hortensius de Cicerón Le es polea en busca del amor a la Verdad. Dios abre puertas y ventanas en nuestra alma, como y cuando quiere. Las buenas semillas dan buenos frutos, esa es la responsabilidad de un profesor. Que Dios bendiga a quien de esta manera actúa.
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