La misa Romana. Capítulo 22: La Consagración (1ª Parte)
Sorprende agradablemente que la proximidad del relato de la institución en nuestro canon romano haya conseguido sacar a la liturgia romana de su habitual reserva, algo cautelosa, y creado un término de jugoso sentimiento de amor: nombra a Jesucristo como “tu amadísimo Hijo”. Tal ternura nos colma de gozo y satisfacción. No podía estar precedido el relato de la institución de una más afectuosa referencia. Característica que, junto a las palabras “el cual, la víspera de su pasión” distingue a la liturgia romana de las liturgias orientales que gustan en comenzar el relato con las palabras “en la noche en que fue traicionado”.
El texto actual estudiado a la luz de los criterios bíblicos y litúrgicos
El texto actual del canon romano, casi idéntico con el de los documentos más antiguos, conjuga todos los elementos de adecuación bíblica y litúrgica con moderada sobriedad.
Busca un paralelismo con el texto de uno de los dos relatos evangélicos pero expresando la tendencia a enriquecerlo con palabras de respetuosa veneración litúrgica. Pocas son las palabras que faltan en el texto litúrgico de la institución si lo comparamos con el relato bíblico probando de esta manera que la liturgia romana se preocupó de acercar lo más posible el texto litúrgico al bíblico. Quizá únicamente puede sorprendernos una cosa: que en el texto de la consagración del vino el verbo vaya en futuro (será derramada) mientras tanto el texto de San Marcos como el de San Lucas la ponen en presente. Como, por otra parte, en la anáfora de San Hipólito el confringetur (será partido: futuro) se encuentra el lado de effunditur (es derramada : presente) Parece pues que entonces se daba poco importancia a este matiz.

En 1802, el Gran Cónsul Bonaparte instituía la Legión de Honor, la condecoración más alta de la Francia revolucionaria. Ni rastro en ella de cristianismo: la insignia era y ha sido desde entonces una estrella de cinco rayos dobles. Incluso el grado de Gran Cruz de la Legión de Honor es puramente retórico porque no está representado por una cruz. Esta orden honorífica fue creada para reemplazar las antiguas órdenes de caballería y de mérito del Antiguo Régimen: la del Espíritu Santo y la de San Miguel (las Órdenes del Rey) y la de San Luis (al mérito militar), suprimidas por la Revolución. La tercera fue la última en desaparecer después de habérsele cambiado el nombre por el de “Condecoración Militar” para borrar el nombre del rey –Luis IX– que recordaba demasiado la antigua alianza del altar y el trono, que fue la que hizo a Francia. Los emblemas de todas estas órdenes antiguas tenían la forma inequívocamente cristiana de cruz y se hallaban adornados con imágenes propias del catolicismo. Era, pues, lógico que una revolución anticristiana como lo fue la francesa aboliera esos resabios confesionales y los substituyera por una condecoración meramente civil sin ninguna reminiscencia religiosa.
Algo se ha puesto en movimiento y el cronómetro está en marcha. El detalle del obispo de Gerona de volver a participar en la procesión del Viernes Santo y recuperar la costumbre de que la misma fuere encabezada por la Cruz procesional del siglo XIV, que se guarda en el tesoro de la Catedral, es tremendamente significativo. No solo por el gesto de Monseñor Pardo, sino por la absoluta ausencia de oposición al mismo. Bueno, absoluta no, pues tuvo una nota de protesta. ¡Solo una! Bajo el epígrafe Església Plural de Girona, pero quien la conoce sabe que es más “Església singular” que plural, dado que el supuesto colectivo solo tiene un miembro: Jaume Rocabert i Cabruja, miembro de Esquerra Republicana de Catalunya. Él solito protestó y enmarañó a un par de periódicos para qué titulasen que el obispo Pardo había recuperado una procesión de los tiempos de Franco. De tiempos de Franco, dice el muy indocto. Una procesión que nació en el siglo XVIII y que, en cuanto a la participación del obispo, se eliminó por el Doctor Jubany a mediados de los años 60. Cuando a Franco le quedaban todavía diez años para morir en la cama. Justamente, en tiempos de Franco, fue cuando dejó de participar el prelado. Siguiendo el razonamiento Rocabert, podríamos decir que Franco eliminó la presencia episcopal en la procesión. Obviamente, no tuvo nada que ver. Ello fue fruto de aquella inútil moda post-conciliar que consideraba que la llamada “religiosidad popular” contrariaba la pastoral ordinaria. Aquella absurda manía no llevó a ningún puerto, pero sí provocó que la procesión gerundense languideciese, hasta convertirse en un mero reclamo turístico. Tuvo que ser el propio Ayuntamiento socialista de la ciudad el que revitalizase “la processó dels “manaies” durante los años 80, ante la terrible desidia de la curia diocesana, presidida en aquel entonces por el obispo Camprodón.




