La clave del lince
“NO A LA GUERRA”, “ACABEMOS CON LA PENA DE MUERTE”, “SALVEMOS AL LINCE y a las focas y a las ballenas”, “No hay peros ni explicaciones que valgan”, “Hay que ser intransigentes con esas formas de inmoralidad no contempladas en la moral tradicional”, gritan hoy los progresistas. Para desgañitarse luego gritando con todas sus fuerzas: “SÍ AL ABORTO”. SÍ hasta en sus formas más truculentas: basta que sepamos explicarlo, que se den determinados supuestos, que tengamos buenas razones; o a falta de éstas, buenos pretextos. ¿Para el aborto? No, que el aborto es un derecho humano de género, adoctrinan, que no necesita más pretexto que la voluntad de la embarazada. Las buenas razones son para las formas más horripilantes e inhumanas del aborto; son para abortar bebés que están ya en condiciones de nacer, envenenándolos o descuartizándolos previamente, para que no le den a la madre el disgusto de nacer vivos. He ahí la moral progresista: todo para el lince no nacido, nada para el niño no nacido.
Y todo ello en nombre del progreso de la humanidad. He ahí la mayor de las paradojas de nuestra civilización, que viene empeñándose desde hace unos siglos en erradicar las guerras y toda forma de violencia, incluso la legítima del Estado, para evitar la muerte provocada por la mano del hombre. Y actúan así para dejar asentado e inamovible que ninguna persona ni institución tienen legitimidad para disponer de la vida de un ser humano. La paradoja está en que los acérrimos enemigos de la guerra, de la pena de muerte y de cualquier forma de maltrato a los animales, sean tan amigos y defensoresde LA PENA DEL ABORTO.
Es igualmente paradójico que al mismo tiempo esta civilización del 0,7%, antropófila y filantrópica donde las haya, recorra el mundo del uno al otro confín buscando pobres y desvalidos en los que volcar su ideología y sus políticas de solidaridad: porque esta sociedad tan bondadosa se siente corresponsable de la muerte por violencia, enfermedad o pobreza de cualquier ser humano, dondequiera que ésta se produzca. Es la filantropía en estado puro, convertida en solidaridad universal. Es la gloria del progreso.
Sigue la paradoja de esta inexplicable e inexplicada sociedad en el despliegue científico, tecnológico y económico jamás igualado, para combatir el hambre, la enfermedad y la muerte en todo el mundo. El objetivo sigue siendo el mismo: alargar la vida de cada uno de los que han conseguido hacerse un hueco en esta poderosísima sociedad, y extender esos beneficios a todo el universo.
Y finalmente, para que no le falte la guinda a la paradoja, esta filantrópica sociedad ha proyectado su antropofilia a la Madre Tierra y a todas las especies tanto animales como vegetales que en ella se crían. Los corazones de esta sociedad dedican especial ternura a las especies en peligro de extinción y a sus crías, y sangran de dolor ante las prácticas de encarnizamiento a la hora de dar muerte a los animales. “No desratizarás con cepos por evitarles el estrés a las ratas”, reza la ética moderna. Por eso y por el agujero de ozono y por el cambio climático y por las especies en peligro de extinción, esta sociedad tan exquisitamente sensibilizada, está dispuesta a soportar altos niveles de represión y está decidida a renunciar a espacios de libertad. Porque según reza su progresista doctrina ecologista, donde empiezan los derechos de supervivencia del planeta Tierra y de las especies que lo habitan, justo ahí terminan los derechos del hombre.

El Concilio Vaticano II en su afán de renovación de la Iglesia trazó el ideal de lo que deben ser los obispos en el decreto Christus Dominus, promulgado el 28 de octubre de 1965:
Nuestra televisión pública tripartita (TV3) volvió a invitar de nuevo a n.s.b.a. cardenal Martínez Sistach en otro “tête à tête” con el periodista Josep Cuní conductor del programa “Els matins” de la cadena autonómica. Ayer alrededor de las nueve de la mañana y durante 22 minutos intensos se le preguntó sobre todas las cuestiones de actualidad, como por ejemplo el tema del día (las subvenciones a los vehículos) en la que nuestro obispo reconoció “no entender del tema", o sobre el Barça (nuestro cardenal se reconoce “culé", y estará en Roma el día de la final de la Champions League, aunque no en el estadio olímpico) pasando lógicamente por las cuestiones que afectan a la Iglesia, que son las que ocuparon la mayoría del tiempo. Como ayer nos recordaba Oriolt su pelo era mucho más blanco que en las fotografías oficiales.
Aunque no lo parezca, entre las dos fotos solo han pasado cinco años. La primera es la foto oficial de nuestro arzobispo, al inaugurar su pontificado en la diócesis. La segunda es una foto reciente. Salta a la vista la conversión de su cabello lacio y azabache en un pelo entrecano, con ribetes níveos. Las malas lenguas aducen que se trata de un abandono del tinte capilar. Otras consideran que se trató de una promesa, de dejar la anilina, al recibir la púrpura cardenalicia. Incluso hay quien lo demora al nombramiento de auxiliar. Yo no me lo creo. Las canas de nuestro Cardenal son debidas a las numerosas preocupaciones que le asolan como Pastor de Barcelona. Siempre he pensado que lo peor de Sistach no es él, sino su camarilla: los Sistach-macoutes. Nuestro arzobispo inició su pontificado, con la obsesión de terminar con la división de la diócesis barcelonesa, que tanto daño había hecho en la era del cardenal Carles. Para ello pactó con los sectores progresistas y entregó su confianza a un hombre de su generación (Matabosch) y en quien veía que era su alter ego (Turull). Con ellos al frente, tendió puentes a la antaño belicosa Unió Sacerdotal y se congració con los pocos jóvenes progresistas que quedaban (Romeu y Cabot, no hay más). Estaba convencido que dominando el avispero progresista, no iba a tener el menor problema y que el sector más ortodoxo no le iba a causar ningún peligro. Pensaba que a la Barcelona que regresaba era la misma que dejó para ir a Tortosa. Pero habían pasado quince años. Y en estos quince años había surgido una generación de sacerdotes jóvenes, trabajadores y eficaces que no estaban dispuestos a ver languidecer la diócesis. Asimismo la fuerza laical se hallaba incardinada a través de los nuevos movimientos. No los conocía y a ambos no solo los ignoró, sino que los despreció olímpicamente. El resultado está a la vista: Una diócesis partida en dos, absolutamente dividida en dos mitades, que no pueden ni verse. Esta es la realidad que ha hecho encanecer a nuestro mitrado. El intenta despistar culpando a Germinans, pero esta reacción es similar a la del niño que cuando trae malas notas a casa, culpa al profesor de que le tiene manía. Es una reacción infantil, propia del que señala el dedo y no la luna.




