Salvador Pié: Doctor ambiguosus (et periculosus)
Dubitantes cum dicimus “puto", significamus nos in rebus incertis et obscuris falsis opinionibus nos fieri ambiguosos.
(Nonio: De compendiosa doctrina IV)
Conclusión de un artículo del Dr. Salvador Pié Ninot para el volumen “Transcendència i Testimoniatge” de la Colección Saurí publicada por la Facultad de Teología de Cataluña
TEXTO:
“¿Hacia una teología de la humanización?: La salvación como labor y como don a la luz de Jesucristo.
Una primera reflexión centrada en la cristología puede iluminar el camino que nosotros en nuestro contexto histórico, europeo, hispánico y catalán tenemos que pronunciar. La cristología de Calcedonia tiene un carácter marcadamente soteriológico. El hecho que Jesús sea “perfectus Deus et perfectus homo” no quiere decir que haya en el dos niveles cualitativos. Sabemos que el termino naturaleza se predica en sentido muy diferente de la divina y de la humana. Y por tanto, el termino “dos” no quiere expresar suma, sino propiamente “irreductibilidad”, ya que la divinidad nunca pertenece al orden de lo conceptuable sino al orden de aquel que fundamenta y hace posible todo lo conceptuable; de manera que tenemos que renunciar a expresarla como un segundo piso en Jesús. De tal manera que Jesús es un hombre que en su misma humanidad es sostenido por Dios. Y por ello es la plenitud insospechada de lo humano.
Aplicado al hombre creyente diremos que este no debe buscar otra dimensión junto a la humana, sino otra forma de ser de esta dimensión humana. En la encarnación, es cierto, no se nos dio este mundo, sino en el futuro. Pero no se nos dio más que en este. (Precisemos sin embargo, que la humanidad es para nosotros lo desconocido y al mismo tiempo, don de Dios. Desconocido y don de Dios que nos hace afirmar la posibilidad de lo imposible) Y es a partir de esta dimensión humana que los discípulos, progresivamente iluminados por el Espíritu, descubrieron esta fundamentación radical de Jesús en Dios.
Notemos además, un trazo decisivo de Jesús: la personalidad libre. Reencontramos así aquello que extrañaba a sus contemporáneos. Forma de proceder sin paralelos en el mundo judío. Esta decisión personal, ligada a una actitud filial hacia Dios, el Padre, caracteriza la personalidad decisiva de Jesús. Explica además, que más que su mensaje, fue ella la que provocó el escándalo, abrió los conflictos con los responsables de la ortodoxia judía y lo condujo a la condena.
A partir de esta visión cristológica solo esbozada, a completar con una profundización de la Encarnación y el Misterio Pascual ¿ no sería acaso posible hablar de la salvación como una humanización en proceso?
Indudablemente nuestro mundo europeo y catalán es muy sensible a los valores humanizadores. Por otra parte, la categoría “hombre nuevo”, tan presente en las cartas paulinas y en la profunda reflexión sapiencial, es relanzada por el pensamiento actual que entiende el concepto “liberación” a la luz precisamente del “hombre nuevo”. La misma liberación ha sido definida como una humanización en proceso.
Por este motivo quizá se pueda hablar de la salvación y de su relación con el trabajo del hombre en la historia como una labor de humanización. Humanización que presupone una constatación de los factores deshumanizadores de nuestra sociedad y de nuestro mundo, la situación de opresión y dependencia, y que no sólo libera sino que da plenitud en la línea de la preciosa definición de Gustavo Gutiérrez (el más importante ideólogo de la llamada “Teología de la Liberación”): “comunión de los hombres con Dios y comunión de los hombres entre los hombres”. He aquí pues el significado positivo de la salvación y de la humanización plena, aquella que descubriendo el nuevo nombre de Dios, Padre-Abbá, descubre el nuevo nombre de los otros: hermanos.
Para acabar, podemos caracterizar la salvación como una humanización en Cristo:
-liberadora, que encuentra en el rostro del pobre la revelación del amor de Dios, tal como Jesucristo aparece en el Nuevo Testamento como el logos de Dios, manifestación y palabra humana de Dios.
-crítica, que asume el fracaso y tiene un carácter provocador frente todos los absolutos humanos, tal como Jesucristo es visto como “skándalon” por su muerte.
-utópica, que integra la capacidad de esperanza del hombre en ser promesa y anticipación de un futuro absoluto gratuito y nuevo, tal como Jesucristo resucitado está presente como “soma pneumatikón” (cuerpo movido por el Espíritu, presencia nueva en el Espíritu).”CRITICA:
En la conciencia de que no resulta realmente fácil discernir entre las ambigüedades de los principios que Pié nos presenta en este texto, procedemos a algunas anotaciones críticas.
Sin embargo, antes de tratar de puntos precisos conviene señalar la existencia de ciertos significativos silencios que son perjudiciales para una exposición correcta y completa de la doctrina de la fe. Como decía Karl Rahner en su obra “Peligros en el catolicismo de hoy” (edición castellana en Ediciones Cristiandad 1964): “los errores en los escritos teológicos, desde el modernismo para acá, están muchas veces, más en lo que se silencia que en lo que se dice. Por eso la heterodoxia se ha hecho actualmente sutil y casi inasible por el sólo análisis de los textos”.
Como muy bien comenta el P. Horacio Bojorge, S.I. en su crítica al pensamiento del también jesuita Juan Luis Segundo: “la moderna ciencia de la comunicación nos ha enseñado que el silencio es también metalenguaje y muy expresivo” (“Teologías deicidas” Edic. Encuentro 2000).
En el caso de Salvador Pié el silencio sobre la Vida eterna en su discurso sobre la salvación compromete el valor teológico de sus escritos.
Sin duda es cierto que la salvación comporta una labor de humanización aquí abajo, en la vida terrenal, condiciones humanas de existencia, por lograr las cuales deben esforzarse cuantos creen verdaderamente en Jesucristo. Y la Iglesia no cesa de enseñar a sus hijos este deber y de instarlos a cumplirlo. Pero esa existencia terrena humanizada sólo es la primera fase de su último destino que consiste en hacernos cada vez más hijos de Dios desde aquí abajo y en compartir más allá de la muerte corporal la vida trinitaria y su bienaventuranza.
La “existencia humanizada” de la que nos habla Pié no puede ser verdaderamente comprendida ni vivida, aún humanamente, sino en función de la Vida eterna, objeto real y definitivo de la promesa eterna.
El interés, no excesivo sino descentrado, que Pié presta a la situación histórica del hombre no solamente tiende a ocultar la verdadera naturaleza del destino humano, sino que más aún, frustra al hombre en su bienaventurada esperanza, la de la salvación eterna y definitiva, prometida al hombre por Dios y dada en Cristo: porque ninguna teología y ninguna práctica evitarían al hombre aquella desgracia definitiva que consistiría en morirse sin creer en la resurrección y la Vida eterna.
Este olvido de Pié es mal crónico de cuantos como él, beben en las fuentes y en las corrientes del moralismo inmanentista de la moralidad ilustrada y los caracteriza e identifica inequívocamente.
Julián Marías en su obra “Problemas del Cristianismo” (BAC 1982) denuncia esta tendencia como un despojo imperdonable, como la máxima injusticia social.
El silencio acerca de la vida eterna al hablar de salvación o su dilución en un discurso ambiguo, como el de Pié, acerca de la humanización y la comunión histórica entre los hombres, no es pues inocuo, sobre todo en un mundo que está empeñado en silenciarlo como algo nocivo, y en un momento en que la Iglesia se empeña en evangelizarlo anunciándosela.
Ese silencio reviste, en nuestro tiempo, una especial gravedad. Primero como infidelidad al ministerio de quienes fueron enviados a enseñar, a todos, todo lo que Cristo enseñó. En segundo lugar, porque como decía Juan Pablo II, este es el síntoma característico del secularismo, ese mal que es el más grave de esta hora y con el que, según el Papa, “la Iglesia tiene el compromiso ineludible de confrontarse”. Pero en tercer lugar, y sobre todo, porque cercena la integridad y el corazón mismo del mensaje cristiano, no acerca de la “otra vida” sino acerca de “esta” que recibe de aquella su pleno sentido. Si se pierde de vista la verdad sobre la Vida eterna se esfuma la verdad acerca de la vida entera.
En su explicación de lo que es la salvación, el énfasis recae en las dimensiones intrahistóricas de la salvación, y con esta visión consecuentemente, aunque no lo niegue explícitamente y hasta parezca que afirme nominalmente las realidades metahistóricas, se ocupa tan exclusivamente de las históricas que ignora a aquellas de hecho.
La soteriología (teología de la salvación) sobre la que escribe Pié peca de inmanentista. Pero resulta no sólo lícito sino urgente que nos preguntemos donde reside la raíz de ese fuerte acento inmanente de la salvación cristiana en Pié. Sencillamente en su comprensión cristológica: “Jesús es un hombre con una humanidad sostenida por Dios y por eso es la plenitud insospechada de lo humano” afirma. De este modo Pié no toma en serio el polo divino del misterio de la Encarnación y lo que ello significa: Jesús verdadero Dios. Como bien recuerda el P. Rainiero Cantalamessa en su obra “Jesucristo, el Santo de Dios”: “…una adecuada transposición sobre el plano existencial-histórico del dogma de Cristo, Dios y hombre, nos debe llevar a comprender que eternidad y tiempo (el mas allá y el aquí abajo) no son menos inconmensurables e irreducibles entre si de lo que son divinidad y humanidad, espíritu y carne.” El equilibrio pues entre salvación inmanente (humanización) y trascendente, que están unidas entre si de manera inconfundible e indivisible, reside en la recta comprensión del dogma cristológico para el que las dos naturalezas de Cristo están unidas inconfundible e indivisiblemente (inconfuse et indivise).
En un próximo artículo explicaremos porqué los mecanismos con los que actualmente funciona la curia romana hacen posible que un profesor con unos postulados tan ambiguos y peligrosos como estos sea nombrado, por ejemplo, consultor del sínodo de obispos o responsable pontificio para la adecuación y adaptación de las universidades católicas al Plan Bologna.
Prudentius de Bárcino
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