Los que nos metieron en la crisis no nos sacarán
Nunca suficientemente bien amado Sr. Cardenal:
Es muy posible que con motivo de esta festividad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, su Eminencia haya hecho llegar al Santo Padre, como es tradición, sus más hondas y sentidas felicitaciones personales y su adhesión inquebrantable a la silla de Pedro. De ser así, nos alegraremos mucho de ello y permaneceremos unidos a S.E. en sus votos. Quizá no nos adheriremos tan pegados a usted “a la silla”, no se nos vaya esta a quebrar y tengamos algún problema mayúsculo. Y hablando de sillas, cargos y problemas mayúsculos…
Es muy posible, que aunque sabemos, como le gusta repetir, que usted lo ve todo y lo sabe todo, hasta el momento no haya tenido la oportunidad de leerse el discurso del Santo Padre en la audiencia general del pasado miércoles 24 y le haya pasada desapercibida la idea que desde hace tiempo venimos repitiendo reiteradamente en Germinans: que dentro de la conciencia eclesial, la funcionalidad del sacerdocio se convierte en la única categoría decisiva. Por eso –dice el Papa- no es casual que tanto en los ambientes teológicos, como en la praxis pastoral concreta y de formación del clero se contrasten e incluso se opongan, dos concepciones distintas del sacerdocio: una “social-funcional” y otra “sacramental-ontológica.
La primera –reitera Benedicto XVI- define la esencia del sacerdocio con el concepto de servicio: el servicio a la comunidad en la realización de una función, mientras que la otra “no niega el carácter de servicio del sacerdocio, sino que lo ve anclado en el ser del ministro y considera que este ser está determinado por un don concedido por el Señor a través de la mediación de la Iglesia, que es el sacramento.
En una palabra, la definición “socio-funcional” del sacerdocio que es la que siempre y en todo lugar ha subrayado el actual equipo de formadores del Seminario de Barcelona, encabezado por el canónigo Turull y sus “ad lateres” representa el núcleo duro de la crisis sacerdotal en la que vivimos inmersos.
Pero a ello se añade, y se demuestra una vez más con los nombramientos pastorales de esta semana, que los sacerdotes somos entendidos y tratados por usted, como meros funcionarios “tapa forats” al servicio, no de un plan pastoral bien pensado y diseñado, sino en aras a mantener abierto el “chiringuito”. Y en esto, oh paradoja del destino, coincide con nosotros lo que aún queda de izquierda eclesial “bien pensante”. Usted piensa como un burócrata y trata a sus sacerdotes con la frialdad propia de un administrador, pero no de un Pastor. Las argucias y tretas para la jubilación de Mn. Pascual y las presiones para la salida de Mn. Garreta de la Parroquia del Taulat a sólo 5 años de la edad canónica de jubilación son un claro ejemplo.
Pero también la mayoría de unos nombramientos sin pies ni cabeza. Excepto los de rigor: los sujetos al escalafón del Régimen progre que lo apoya y mantiene.
Mientras tanto la mayoría de los sacerdotes navegan sin entusiasmo, con la misma falta de entusiasmo con la que se inició el año sacerdotal el viernes 19 de junio en el Seminario: no fue nadie. Absolutamente nadie: el equipo del Seminario, los seminaristas, algunos chicos invitados a merendar y el párroco de San Juan María Vianney por aquello de las tangenciales. Las grandes vísperas para la indicción del Año Sacerdotal.
Y es que aquellos que nos metieron en la crisis no nos sacaran de ella.
Usted Señor Cardenal, como algunos otros “obispos funcionarios” están convencidos que lo máximo que hay que hacer es reconducir la pastoral, redireccionar las funciones y los servicios, cuando lo que estamos viviendo es una crisis filosófico-teológica que está fuertemente enraizada en la Facultad de Teología, y que en la práctica se traduce en una crisis sacramental (CEP) y litúrgica (CPL) que alcanza desde la Delegación de Juventud hasta el mismísimo Seminario y la formación sacerdotal que reciben el pequeño puñado de seminaristas que han quedado (apenas catorce y bajando).
No se engañe, Señor Cardenal: los que nos metieron en la crisis no nos sacaran.
Y sin solucionar esta crisis teológica, y el tándem Pié-Fontbona no va a hacerlo, no podremos ayudar al Pueblo de Dios a redescubrir y revigorizar su auténtica vocación eclesial.
Nos sobran cargos y personalismos y nos falta presencia real de Cristo.
Y la Iglesia entera y el mundo –como dijo el Papa- sin Cristo estaría perdido.
Prudentius de Bárcino