La Misa Romana: Historia del Rito. Capitulo 9º Parte 1ª: El ofertorio
Estado de la cuestión
En primer lugar debo decir que, en contra de lo que una gran mayoría piensa, creo que es en el ofertorio de la Misa tras la reforma del Misal por Pablo VI, donde encontramos la mayor parte de los problemas que atañen a la celebración eucarística. Más si cabe que en las plegarias eucarísticas introducidas en el Misal del 69 y las que han estado y están en uso, especialmente, en las ediciones nacionales del Misal.
El problema es ya un problema antiguo, que viene de lejos y que estriba en comprender cómo un preámbulo al momento sacrificial, propiamente dicho de la celebración, tiene una apariencia más de oración que de acción exterior. La fe nos dice que la misa, además de ser sacrificio de Cristo, es sacrificio nuestro. ¿Cómo se solucionan esos dos aparentes problemas, es decir por una parte la de un preámbulo sacrificial que más que acción exterior como parecería exigir parece una oración y por otra la de evidenciar que también es sacrificio de los fieles?
Tuvieron que pasar siglos hasta que la Iglesia vio claro estos problemas, y todavía más tiempo hasta dar expresión litúrgica al carácter sacrificial de la institución de Cristo y a la intervención de la comunidad en el sacrificio del celebrante. La formación de esta legítima conciencia la podemos seguir en la historia del ofertorio que ahora nos proponemos.
El concepto de ofertorio
En los primeros siglos predominó un fuerte movimiento espiritualista, representado por los escritores cristianos conocidos bajo de nombre de “apologetas”, que poco o nada quería saber de ofrendas materiales. Sentían una fuerte repulsa y desconfianza hacia las prácticas de los sacrificios paganos, y aún judíos, que les impedía dar más relieve a la acción en la que intervenían cosas materiales (pan, vino, agua…) De aquella época data la expresión “eucaristía” (acción de gracias) para caracterizar la celebración de los santos misterios.
Se necesitó que el péndulo se moviera hacia el error gnóstico, para que la joven Iglesia, especialmente San Ireneo empezara a dar importancia al hecho de que en la eucaristía intervenían el pan y el vino, como ofrecimiento de las primicias de la creación, pero simplemente como una cosa natural, previa, necesaria, exenta de acción simbólica de oblación. Por eso, a pesar de que San Hipólito llama a las materias sacrificiales “ofrendas” (oblata) e incluye en su anáfora (básicamente la plegaria eucaristica II del Misal del 69) expresiones de ofrecimiento, desconoce una entrega de ofrendas por parte de los fieles, previa a la celebración eucarística. Lo que traen para los pobres lo presentan después de la celebración.
Cuando en el siglo IV en Oriente se empieza a desplegar mayor esplendor en el ceremonial, transformarán en procesión solemne, no la entrega de las ofrendas por parte de los fieles, sino la traslación al altar, por parte del clero, de las materias sacrificiales. Esta ceremonia, que ocupa el sitio del ofertorio romano, no tiene carácter de oblación previa, sino de simple solemnización de las acciones preparatorias. Conviene fijarse en este aspecto pues también predominó en la liturgia romana hasta el siglo V.
La entrega de ofrendas por el pueblo
No fue en Roma donde apareció por vez primera la entrega de ofrendas incorporada al núcleo del culto, sino en el norte de África y en la liturgia milanesa. La entrega procesional de ofrendas entra a formar parte de una ceremonia que sólo llegara a Roma a partir del siglo VII cuando los Ordines Romani nos dicen que el Papa bajaba a la nave a recoger las ofrendas. La contribución de los fieles no llega a considerarse como ofrenda directamente a Dios en el altar, no es acto sacrificial. Por eso los fieles no se acercan al altar. Es el Papa el que baja para recibirlas.
Esto no es obstáculo, con todo, para que en Roma esta entrega de las ofrendas por parte de los fieles sirva de punto de partida para la formación del ofertorio.
Ciertamente, en la liturgia romana medieval ni siquiera se daba importancia a la preparación del cáliz que se hacía en algún momento de la liturgia de la palabra o incluso en la sacristía. En el actual rito dominicano se prepara el cáliz antes de empezar la misa, de lo que también es eco la costumbre hispánica de comenzar la misa (no la cantada ni la solemne) con el cáliz ya en el centro del altar sobre el corporal.
Pero el argumento más convincente de que la entrega de las ofrendas por parte de los fieles es el verdadero punto de arranque del ofertorio, la tenemos en la “oratio super oblata” (secreta) oración la más antigua del ofertorio que habla principalmente de las oraciones de los fieles, encomendándolas a Dios.
Resumiendo, la entrega de las ofrendas por parte de los fieles no es un acto sacrificial independiente sino participación del sacrificio de Cristo. Por eso de por sí, carece de valor sacrificial, y lo adquiere en el momento en que se realiza el sacrifico de Cristo. En todo esto hay que tener en cuenta que, para que se realice el sacrificio de Cristo, es necesaria la oblación humana: sin la entrega de las materias sacrificiales no es posible el acto sacrificial de Cristo. La concepción primitiva del ofertorio no es de un sacrificio previo, como los del Antiguo Testamento, sino una simple preparación para cuando Cristo entre en acción que no lo hace hasta la plegaria eucarística. Por eso no se debe, según el Papa San Inocencio, encomendar los nombres de los oferentes antes del canon, porque sólo en el canon la oblación se convierte en sacrificio. No es necesario esperar a la consagración: toda la plegaria eucarística forma una unidad indivisible. Además, para que se encomienden los nombres, basta que el sacrificio haya empezado, no que esté concluido.
El sentido del ofertorio es, pues, clarísimo: sin ser él sacrificio, es el punto dentro de la misa en que se da forma y expresión litúrgica al hecho de que el hombre, mediante sus ofrendas materiales de pan y vino, interviene en el sacrificio de Cristo. Bellamente ilustra este sentido la ceremonia de recogida de los dones en el culto estacional antiguo o en las procesiones de ofrendas después de la reforma del 69: el sacerdote, representante de Cristo, baja en persona a la nave para solicitar las aportaciones de los hombres, que en manos de Cristo se convertirán en ofrendas de valor infinito. La misma verdad ha quedado simbolizada en la mezcla del vino con agua y en su oración correspondiente.
Pero también quedaba expresada en la liturgia antes de la reforma del 69, en la que habían desaparecido la entrega de ofrendas. Y lo hacía en una serie de oraciones oblativas del ofertorio que formaban una especie de súplicas encarnadas en ofrendas. El “Suscipe Sancte Pater”, el “Offerimus tibi calicem” y muy especialmente el “Suscipe Sancta Trinitas” eran justamente eso: ofrendas sustituyendo preces, oblaciones portadoras de las intenciones por las que luego se ofrece el sacrificio eucarístico.
En estas oraciones el tono no recaía sobre el “ofrecemos” sino en el “por”, o sea, el fin principal de las oraciones del ofertorio consiste en expresar nuestras peticiones, mientras preparamos nuestra intervención en el sacrificio de Cristo.
Por eso, y concluyendo por hoy, mi tesis es la siguiente: la presentación del pan y el vino con la bendición a Dios por esos dones que han de convertirse para nosotros “en pan de vida y bebida de salvación” está coja sin la procesión y recepción de ofrendas: acaban siendo una simple “bendición” judía por los dones pero no un ofertorio sacrificial.
Por eso en la liturgia romana el hecho de poner los dones encima del altar, y que data del siglo VIII, tiene aspecto en sí de ofrecimiento sacrificial, de ahí que ese momento se llenase pronto de oraciones, más allá del primer uso de tomar en sus manos las dos oblaciones, levantarlas un poco y mirando al cielo, rezar en silencio para luego colocarlas encima del ara, que sabemos fue el rito primitivo.
Las oraciones más evolucionadas posteriormente y que son las conservadas hasta la reforma del 69 no se limitaban a la expresión de las intenciones ni al ofrecimiento sino que indicaban también bendición de ofrendas expresada en forma de petición dirigida al Espíritu Santo para que baje sobre las ofrendas algo así como una epíclesis previa. Es la “Veni, Sancte Spiritus et benedic hoc sacrificium tuo sancto nomine praeparatum”
Resumiendo: la mayor profundización del misterio del sacrificio eucarístico, junto con una mayor conciencia de nuestro papel intervencionista en él, fue el terreno propicio para la creación de un conjunto de ceremonias previo al sacrificio de Cristo. Al llenar luego de oraciones el acto de depositar las materias sacrificiales sobre el altar, quedó completa la historia del ofertorio.
Todo bien hasta la reforma del 69, que plantea los problemas mencionados. A no ser que se desee desdibujar el aspecto sacrificial de la Misa, situación que nos introduciría en un problema aún mayor. Y más grave aún si fuese con la intención de acercamiento a los “hermanos separados” (protestantes, claro)…
Dom Gregori Maria
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