La Misa Romana. Capítulo 19: “Hanc igitur”
El “Hanc igitur” es una oración intercesora más dentro del canon y, como tal, añadida al canon primitivo. Lo está gritando la fórmula final “Per Christum Dominum nostrum”. Sin embargo, no por esto deja de ser una oración antiquísima, registrada ya por los primeros documentos que poseemos de la misa romana.
Es necesario recurrir a una interpretación histórica para entender porqué se ha añadido otra oración de petición pues con el mero análisis de su forma actual no nos conduce a la causa.
Al fijarnos en la función que realizan los nombres nos daremos cuenta que no son los de los oferentes sino los de las personas por las que se ofrece. Pongamos un ejemplo: en las misas de los escrutinios bautismales se nombraban en el Memento los padrinos, que habían encargado la misa, y en el Hanc igitur, los candidatos al bautismo. Otro ejemplo instructivo: en la misa que se ofrecía por las mujeres estériles como no convenía que asistiesen personalmente a la misa, otros ofrecían por ellas. Su nombre se pronunciaba en el Hanc igitur y no en el Memento. Finalmente, el Hanc igitur fue la oración en que se nombraban especialmente los difuntos, por los que se ofrecía el sacrificio.
Estos ejemplos nos dicen que el Hanc igitur era una oración propia de las misas votivas. De no ofrecerse el sacrificio por una intención especial, como en los domingos y fiestas, no había Hanc igitur.
El Hanc igitur era una oración circunstancial. Se reflejaba aún en su texto que, a no ser por las primeras palabras variaba muchísimo. En él se expresaban todas las combinaciones posibles entre el celebrante, el oferente y por quien se ofrecían. Existía pues mucha variedad y libertad incluso para expresar la intención. Lo malo empezó a ser cuando los asuntos eran poco espirituales: para que la vaca dé a luz bien, para que se conserven los quesos, para que el vino no se nos agrie con la luna llena, para que el barco de telas llegue a buen puerto, etc… Y eso en latín ya casi macarrónico y en voz alta. Para desternillarse de risa y morirse.
Se imponía pues un retoque definitivo. Y fue San Gregorio Magno quien lo dio. Por su antigüedad no quiso suprimir el Hanc igitur; por eso, para que en adelante figurasen en ella nada más que intenciones de un elevado interés religioso, dio a esta oración una redacción fija que no dependiera de las iniciativas particulares del celebrante. En lugar de intenciones privadas se pusieron las grandes y universales, ante todo la paz alterada por las continuas guerras, que consigo trajo la invasión de los pueblos germánicos: “diesque nostros in tua pace disponas” (ordenes en paz nuestros días) Otra intención era la perseverancia final: “atque ab aeterna damnatione nos eripi et in electorum tuorum iubeas grege numerari” (nos libres de la condenación eterna y nos cuentes en el número de tus elegidos).
Finalmente, fijó las palabras alusivas a los oferentes: “servitutis nostrae se et cunctae familiae tuae” (“la ofrenda de nosotros tus siervos (el clero) y de toda tu familia (el pueblo cristiano).
Sin duda, con el arreglo perdió el Hanc igitur definitivamente su sentido primitivo, ya que no se mencionan las personas por las que se ofrece el sacrificio. Ni siquiera dice que lo ofrecemos por las intenciones generales (como el Te igitur) sino que pide a Dios acepte las ofrendas, y dé la paz y perseverancia final. Es decir, combina, bajo el manto literario de un ruego, el ofrecimiento con la petición directa de las gracias solicitadas. No se borró con todo su carácter primitivo: se conservaron “Hanc igitur” especiales (Pascua y Pentecostés por los neófitos, en Jueves Santo recordando el misterio del día, etc.) que mantuvieron el recuerdo de su carácter intercesor.
A pesar de la reforma gregoriana, los francos se creyeron autorizados a seguir intercalando intenciones particulares como acogiéndose a un privilegio. Crearon fórmulas nuevas y las incluyeron en sus sacramentarios. Con el tiempo, se impuso también en el norte el Hanc igitur retocado por San Gregorio, desapareciendo esos usos.
Carácter oblativo del Hanc igitur
El estudio del Hanc igitur en cuanto oración intercesora o de súplica es el aspecto más interesante de esta oración. Pero no por eso hemos de pasar por alto su carácter oblativo: “rogamos Señor recibas propicio esta ofrenda de tus siervos”. Precisamente el doble carácter impetratorio-oblativo evidencia que el Hanc igitur es oración genuinamente romana, introducida casi a poco de dar entrada en el canon a las primeras súplicas: fue creado como oración para unir el ofrecimiento con la intercesión y no tiene correspondencia alguna en otras liturgias, orientales o no. De esta manera manifiesta con mucha claridad el carácter impetratorio del sacrifico eucarístico: nuestras ofrendas son súplicas hechas realidad en la materia sacrificial. Pero como desde el retoque de San Gregorio, las peticiones tienen un carácter tan general, prevalece el aspecto oblativo de la oración sobre el impetratorio.
Actitud corporal
Hasta fines de la Edad Media, se subrayaba la idea de ofrecimiento con la actitud corporal de inclinación profunda. A comienzos de la Edad Moderna (siglo XV) se la cambió por el gesto de extender las manos sobre las ofrendas, de marcado carácter oblativo y escriturístico, pues recuerda las ceremonias sacrificiales del Antiguo Testamento: se imponían las manos sobre el macho cabrío en el día de la Expiación, cargando sobre él los pecados del pueblo. Pero también, y con distinto sentido, expresaba que la víctima representaba la propia vida del que la sacrificaba. Lo que ciertamente podemos afirmar es que, a pesar de que el gesto se introdujo casi mil años después de crear la fórmula, expresa la oblación que precede inmediatamente la realización del sacrificio: señalamos las ofrendas y expresamos que nos sentimos identificados con Cristo, nuestra victima, y que nos ofrecemos juntamente con Él.
Lo que rotundamente debemos afirmar es que no se trata de una “epíclesis”, hecho que motivó que en el posconcilio, vista la ausencia de un gesto de epíclesis propiamente dicho, esta fuera una de las cuestiones a tratar por la reforma litúrgica. Trataré este problema y su solución en el próximo capítulo, que se centrará exclusivamente en la oración “Quam oblationem”.
Dom Gregori Maria