In Memoriam


Monseñor Carrera: un pastor para nada aposentado

Cuando el actual obispo de Solsona, Mons. Jaime Traserra, ejercía el cargo de Canciller Secretario y más tarde Vicario General de la Diócesis de Barcelona, responsabilidades a las que ha dedicado gran parte de su vida, solía descender a conversaciones de tono intimista en las que llegaba a clasificar a los sacerdotes básicamente en dos grupos: aquellos que “se creían y vivían la fe en Jesucristo” y aquellos “que parecía ser que no”, o al menos no daban signos evidentes de ello.

Joan Carrera, el hombre que primero como sacerdote y luego como obispo, ha trabajado durante más de 54 años al servicio de la Iglesia de Barcelona, se encontraba indudablemente entre los del primer grupo.

Sobre su persona y su obra, en estos días trascurridos desde su fallecimiento, se ha escrito mucho y bien. A excepción, claro está, de aquellos medios que como los diarios nacionalistas “Avui” y “El Punt” han pretendido enmarcar su personalidad enfatizando sobremanera su dimensión político-cultural y arrumbando su profunda fe en Jesucristo y su amor a la Iglesia.

Se equivocan con ello: nada se comprende de su vida sin su fe cristiana y su vocación de sacerdote.

Quizá este sea el vacío, convertido más tarde en llaga, en el recorrido vital de Mons. Carrera: no haber conseguido ni siquiera dar una impronta de humanismo cristiano al catalanismo político contemporáneo y a sus medios.

Y no hace falta recurrir a los numerosos discursos y conferencias de Jordi Pujol en estos últimos años, lamentándose ahora de ello, para evidenciar ese fracaso político. Quizá de ambos si era eso lo que pretendían.

Pero las metas e ilusiones del joven sacerdote Joan Carrera debían tener más altas miras cuando después de algunos años como coadjutor en Hospitalet o en La Barceloneta, en parroquias profundamente populares, llegó al barrio badalonés de Llefiá y más tarde de nuevo a Hospitalet, para dedicarse en cuerpo y alma a aquellas mareas de hombres y mujeres que procedentes de la inmigración carecían hasta de lo mínimo imprescindible para una vida digna.

Como a menudo recordaba él mismo, a los sacerdotes de su generación les tocó hacer “tots els papers de l´auca” es decir, tocar todas las teclas de aquella complicada sinfonía humana de la que tenían que hacerse cargo. Y lo llevó a cabo con un sentido único de la responsabilidad y sin declinar su ministerio, a diferencia de otros muchos sacerdotes más ideologizados, hacia fórmulas políticas que lógicamente más tarde desembocaron por una parte en un absoluto fracaso sacerdotal de los protagonistas y por otra en el derrumbe moral de las parroquias a ellos encomendadas. Y con tristeza y humilde realismo, el que más tarde llegaría a ser obispo auxiliar y cauterizar como tal muchas de aquellas llagas, era consciente de ello.

Pero con un mimo y una delicadeza únicos, propios de un hombre de Iglesia de gran profundidad humana. Y no sólo era así en el mero y formal trato personal sino en los juicios de valores que como pastor le tocaba realizar y en los cuales siempre mantuvo un acento de ingenuidad. Esa que numerosas veces le llevó a confiar en personas que habiéndole deslumbrado en una primera percepción, y depositadas en ellas grandes esperanzas, no llegaron a hacer más tarde otra cosa que llenarle de amarga decepción. Pero seguía manteniendo la esperanza, por no decir un cierto calado de utopía en todas sus ilusiones, hasta el último de sus días. De ahí el tono irónico de buen humor con que sabía empapar todas las conversaciones. De profunda sorna y de probado optimismo.

Muy pocos hombres llegan a su edad con tantos trabajos a la espalda y a la vez con una mirada tan sonriente a la vida.

Quizá todo ello le vino de ese carácter poco aposentado en el cargo que ostentaba. Muy desprendido de glorias humanas y con una tenaz voluntad de arrimar el hombro para mejorar algo de lo que estuviera en sus manos. Pocos eclesiásticos tienen tendencia a ello en estos tiempos tan acomodaticios, en los que son pocos los que desean complicarse la vida.

Más bien son estos tiempos aquellos en los que se observan a rajatabla aquellas tres reglas medievales del clérigo acomodado: “bene esse cum priore, relinquere res táliter quáliter, currant aquae” a saber: llevarte bien con los que mandan, dejar las cosas tal cual las encontraste y esperar que las aguas pasen. Es decir, no complicarse la vida por nada ni por nadie. Pero estos deben formar parte de aquel segundo grupo de sacerdotes (y de obispos) de los que Treserra solía hacer elenco.

Monseñor Joan Carrera, a quién esta mañana despedimos con absoluto cariño y reconocimiento, era de los que se creían y vivían la fe en Jesucristo con un gran desprendimiento de si mismo.

Ahora ya, y esperemos que desde lo más alto, habrá sabido con precisión quienes somos los que formamos Germinans, y estamos casi seguros que, de ser así, nos mirará y mirará nuestra Diócesis sonriendo irónicamente como sólo él sabía hacer. O no.

El Directorio

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