Drama estival en tres actos - Acto (II)
Como cargarse una parroquia milenaria. Un estudio micro de un desastre macro: la Iglesia en Barcelona.
Gente con problemas de cuna: el pedigrí como complejo
Recapitulemos. Josep Lligadas y Vendrell llegó a Mataró en 1980 como vicario de Francesc Pou y Ginesta (Sant Celoni 1911- Mataró 1997), el último párroco vitalicio y por oposición que tuvo Santa María de Mataró. Había tomado posesión de la parroquia mataronesa el 31 de marzo de 1957. Con 69 años a sus espaldas y 23 como rector necesitaba de un vicario joven que le ayudara. A Pou, sacerdote de la vieja escuela, la aplicación a lo ignorante del Vaticano II en Cataluña le produjo no pocas contradicciones. El tiempo le ha dado la razón. Más quebraderos de cabeza le aportó la pastoral marxista de su nuevo vicario que duró lo que duró su estada en Santa Maria (1980-1986) y que luego trasladó a Maria Auxiliadora cuando fue nombrado párroco de esta parroquia de Mataró (1986-1989). Barrio de inmigración andaluza, los nuevos feligreses de Lligadas estaban más interesados en restaurar las procesiones de Semana Santa que en ser liberados en lo social por las prédicas marxisto-cristianas de su párroco. La montaña rusa del elitismo intelectualista, compañero de viaje del idealismo filosófico, tan propenso a simplificar la naturaleza humana, produjo una nueva tragedia personal. Lligadas colgó los hábitos. Había pasado la época donde era uno de los “convocantes”, eufemismo de organizador, (nuevamente retórica rousseauniana del estado natural del hombre, “revival” de pensamiento ilustrado del siglo XVIII) del “Forum Vida i Evangeli”, un experimento asambleario que llenaba su contenido con aquella espontaneidad tan típica de los progres de Misa. Donde no hay que acreditar nada, solo el formar parte del grupo de los escogidos, ni hojas de parra.
No pasó sin embargo su vinculación con el Centro de Pastoral Litúrgica (CPL) de Barcelona, del cual es uno de los ideólogos. Por allí vegeta ahora, el pobre hombre, malviviendo de componer vidas de santos para el CPL extractadas de la Biblioteca Sanctorum. Mientras tanto, va de número cuatro por la lista d’Iniciativa per Catalunya (ver Directorio de mayo floreal del 12/05/2008 ), por Viladecans, donde se hace perdonar por ser de la población “de toda la vida”. El también es hijo de la clase obrera aunque tenga que remontarse a dos siglos atrás. Es lo que tiene la obsesión enfermiza por contemplar y analizar todo el Género Humano solo bajo una categoría, compartimentado de modo estanco por clases sociales petrificadas. Si esto no es un complejo que venga la cigüeña que lo puso en su casa natal y lo vea.
Gente con problemas de cuna: el pedigrí como mérito
La sectaria y destructiva Unió Sacerdotal de Barcelona, siguiendo su estrategia muy premeditada de copar los arciprestazgos y las principales parroquias diocesanas, consiguió colar uno de sus hombres para Santa Maria de Mataró: el mataronés Josep Colomer y Busquets. La operación se vio obstaculizada por la mala salud de hierro del anciano párroco Pou y Ginesta y por su reivindicación del carácter vitalicio sobre el curato de Santa Maria, pues este carácter tenía cuando ganó las oposiciones para la provisión de párroco en 1957. Le daba la razón el principio jurídico que la retroactividad siempre debe ser positiva nunca negativa.
Para salvar el inconveniente nombraron en 1983 a Colomer, que desde 1971 era párroco de Sant Simó i Sant Pau de Mataró, vicario de Santa Maria con un tácito derecho a sucesión que justificaba una extraña trayectoria (el paso de párroco a vicario). Ese mismo año, 1983, Colomer también accedía al cargo de arcipreste sucediendo a Pou quien ya iba viendo quien le hacia la cama. Colomer, miembro de la Unió Sacerdotal de Barcelona, tiene una hermana presidente de Omnium Cultural de Mataró y otra Auxiliar Seglar Diocesana, pía unión de mujeres consagradas desde el estado laical, fundada por Manuel Bonet i Muixí, el mismo que fundó en 1947 la Unión Sacerdotal. Asociación de la que es miembro clave Joan “Cospirator” Batlles i Alerm, señor feudal como vicario episcopal de la demarcación del Maresme de 1981 a 1990; y de la que fue miembro nuestro s.b.a. Dr. Martínez y Sistach, Vicario General de la diócesis de Barcelona de 1979 a 1991.
Colomer es hijo de can Colomer, casa de aspecto patriarcal de la señorial calle Barcelona de Mataró. Un MTV = un mataronés de toda la vida, como nos explican los de la capital del Maresme. Este personaje resume muy bien lo que era la Unión Sacerdotal de Barcelona: un lobby de niños de casa bien catalana metidos a cura que han intentado controlar la diócesis sustrayéndola de las manos de sus pastores legítimos: los obispos. Unos niños “llepas” que reinventan su propia historia y la de Cataluña. Lo que le hicieron a Don Marcelo esta escrito en piedra en la puerta del Palacio Episcopal.
Con motivo del 75 aniversario de la fundación, en 2005, la prestigiosa y céntrica Ferretería Colomer editó su historia, que sin embargo pasa por alto un detalle. El padre de Josep Colomer, Francisco Colomer, era hijo de la inmigración intracatalana (que también existió). Llegó con una mano delante y otra detrás a Mataró entrando de mozo en la Ferretería Sagalés de la capital del Maresme. Pasados los años, en 1930, el propietario de este establecimiento, sin sucesión familiar, ofreció la continuidad del negocio a su dependiente, Colomer padre. Las tijeras de los que les gusta reinventar la historia para eludir los orígenes humildes hicieron que este detalle no estuviera en la historia editada por el establecimiento, que en verdad es centenario, superando su supuesto 75 aniversario. Mas tarde, con el fruto de su trabajo detrás del mostrador y el ahorro peseta a peseta, los Colomer compraron una antigua casa solariega (siglos XVIII-XIX) de la calle Barcelona, que solo desde entonces es can Colomer. Los Colomer entraban a formar parte de patriciado local: un hombre “de los nuestros” para poner delante de Santa Maria.
Seguro que Max Weber no se inspiró en los Colomer para su “Ética protestante y el espíritu del capitalismo” porque su obra es de 1901. Tampoco Ernest Lluch en su colaboración en “Bisbes, Il•lustració i jansenisme a la Catalunya del segel XVIII” (2000), donde sostenía un sustrato católico jansenista (para-calvinismo católico) en el despertar del capitalismo catalán. Como sostienen el profesor Francisco Canals, el jansenismo en Cataluña en el siglo XVIII es irrelevante. No sabemos si lo fue para la Unión Sacerdotal de Barcelona.
Este caso particular es testimonio a escala local del proceso de reinvención de un supuesto carácter (tarannà) catalán, también y sobretodo eclesial, que se inició en los años veinte del siglo pasado. Un talante mitificado por el Noucentisme con el “seny” (juicio), la racionalidad como lema, diferenciado del resto de su contexto hispano. Sin ADN distinto, otros componentes, en nuestra latitud, de caracteres psicológicos, se convirtieron en identificadores y diferenciadores. Quien se acuerda de Serrallonga y de los bestias con barretina de los bandoleros catalanes (nuestros antepasados) del siglo XVI y XVII, al lado de los cuales la mafia siciliana es un coro de niñas colegialas.
“Stultorum infinitus est numerus”.
Llegamos aquí al primer grupo de víctimas de la arrogancia de la sectaria y jansenizante Unión Sacerdotal de Barcelona. El arcipreste Colomer, expresando su mentalidad de puro y duro, formó parte del núcleo opositor a la restauración en 1986 de las procesiones de Semana Santa en Mataró por parte de unos laicos desacomplejados y ortodoxos (y cachondos en el buen sentido de la palabra). Se les negó el pan y la sal y el placet eclesiástico para salir a la calle que, afortunadamente, fue ignorado por los organizadores saliendo sin permiso.
El mundo cofrade local, especialmente el procedente de la inmigración del Sur de España en Mataró, nunca acabó de comprender la oposición y el vacío del Consejo Pastoral Arciprestal de Mataró (COPAM) que se les hacía. De hecho dicho Consejo actuaba como una pantalla aparentemente democrática de los pasteleos de su comité ejecutivo, la llamada Permanente. La teoria: el COPAM se presentaba como órgano representativo de la Iglesia en Mataró. La práctica: su Permanente (Josep Colomer y Ramon Salicrú a la cabeza) lo manipulaba al cocinar previamente el menú a servir.
El 26 de noviembre de 1985 la Permanente arrastraba al COPAM hacia sus aguas haciéndole aprobar un documento donde textualmente: [Subrayamos los verbos en primera persona del plural que se utilizan en vez de la tercera persona del singular como seria lo propio, el Consejo valora, etc…]:
“valoramos de manera claramente negativa las posibilidad de restaurar ninguna procesión de Semana Santa de las que, ya hace un buen número de años [1971], fueron suprimidas. Las circunstancias socio-culturales y religiosas que en aquellos momentos llevaron a la supresión de las procesiones, continúan vigentes actualmente, de manera que ahora, la celebración de una procesión en Mataró se convertiría más bien en un espectáculo de origen religioso que no en una expresión de fe. Sabemos bien, y creemos que es buena cosa, que estamos en unos momentos en que se extiende un anhelo de recuperar tradiciones, pero queremos decir también que una cosa es querer recuperar tradiciones antiguas y otra querer convertirlas en una celebración pública y comunitaria de Iglesia. En todo caso, en esta línea de recuperación de tradiciones, sí que consideraríamos adecuado, durante los días de la Semana Santa, dignificar y dar relevo a los antiguos misterios (pasos), y exponerlos a la piedad popular dentro de las iglesias donde actualmente se encuentran. Pero en cambio, estamos convencidos que la restauración de las procesiones en Mataró significaría una desnaturalización de la celebración cristiana de los días santos de la muerte y la resurrección del Señor”
La situación se convirtió en patética e insostenible: pese a las “valoraciones negativas” 50.000 personas salen cada año a la calle siguiendo la procesión. El cura nacionalista de casa buena, Colomer, y el mandarín Ramon Salicrú, miembro histórico del PSC, “comisario” del partido en la Permanente del Consejo Arciprestal para que nadie rechiste y consejero de soluciones peregrinas, fueron chafados por la realidad. Otra vez el matrimonio nacional y socialista catalán. Su idealizado pueblo les desautorizaba.
El 13 de febrero de 1990 la situación explotó. El clasismo de Colomer soliviantaba los ánimos hasta provocar la actuación de los que nunca acostumbraban a acaparar la voz en los debates del COPAM. Se elaboró un documento por parte de algunos sacerdotes valientes que se pasaron por el forro la dictadura de la Permanente. Un texto que seria aprobado por la mayoría del pleno (asamblea) del COPAM, y en el que se daba apoyo eclesial a las procesiones. Salicrú, siempre temeroso de contestación, era desautorizado ya que continuaba pensando que las procesiones no debían ser revitalizadas por la Iglesia. Colomer llegó a afirmar en aquella tempestuosa sesión del 13 de febrero que estas manifestaciones promovían “una fe espiritualista, no tanto de relación fe-vida y comunidad”. Por suerte su “pueblo” se paso por el arco del triunfo sus análisis elitistas y remilgados.
Anaeróbica, la respiración del idiota.
A esta bofetada popular a Salicrú y Colomer se sumó otra institucional. Ese mismo año era nombrado obispo de Barcelona Ricard Maria Carles. Lligadas dejaba definitivamente Mataró camino de su secularización. El mandarín Salicrú (PSC) volvía a sus cuarteles de invierno, la parroquia de Sant Josep en el centro en esa ciudad, donde años después constituirá la Sección local de “Cristianisme segle XXI”, organización especializada en plantar cizaña contra la jerarquía católica y romana. Colomer no seria reelegido en 1992, al final de su nuevo mandato, por sus compañeros.
Pero lo que parecían nuevas esperanzas pronto quedarían en vía muerta. El cardenal Carles cometió el error de confiar en Joan Carrera y de hacerle obispo auxiliar. Y más aún, en confiarle en 1991 el Barcelonés Norte y el Maresme que en la práctica quedarían desligadas de la comunión diocesana y que daría oxigeno a los anti-romanos. En 1993 Colomer consiguió por fin la titularidad oficial del curato de Santa Maria que tanto había anhelado. Francesc Pou murió en Mataró el 23 de febrero de 1997 como emérito dejando dispuesto no ser enterrado en la ciudad donde había vivido sus últimos 40 años, decepcionado por el trato recibido.
Si antes había sufrido humillación la gente de las barriadas, ahora le tocaba el turno a los de su propia parroquia. Durante su mandato como párroco oficial (1993-1997) se puso de manifiesto otro de los elementos típicos del sectarismo de la Unió Sacerdotal: negar el pan y la sal a toda aquella vida parroquial que no se ajustara a sus predilecciones subjetivas y personalistas (esa mezcla elitista y humilladora de tardo–jansenismo y nacional-catolicismo catalanista). Aunque fuera mil vez más mataronesa que el propio Colomer. Monarca absoluto truncó el respeto histórico a la sana diversidad de la manifestación espiritual de los laicos. Así, aún recuerdan con dolor el vacío –les negaba incluso el saludo durante el Novenario de Almas de principios de Noviembre- de Colomer a los administradores de la “peligrosa” Cofradía de las Almas del Purgatorio de Santa Maria, fundada el 1749. Una devoción para Colomer caduca y que estorbaba a la imagen de Iglesia. También hay que destacar el grado de ultra-fiscalización de la labor de las catequistas, las cuales –las más lúcidas- se sentían como meros peones.
La parroquia se quedó sin juventud después de los vientos Lligadas, mientras las finanzas de Santa Maria se acercaban al colapso. Una extraña operación con la venta de una parte de tierras circunscritas a un legado benéfico de la segunda mitad del siglo XIX, el asilo Cabanellas, salvó la economía pero levantó las suspicacias del resto de los párrocos de la ciudad. Envidiosos algunos de ellos, molestos los otros por el talante clasista de Colomer, siempre escudado por buenas familias del centro que miraban por encima del hombro a todo aquello que proviniera del mundo humilde pero autóctono de Mataró o de las barriadas de la inmigración del Sur de España que pueblan la periferia de esa ciudad des de los años sesenta.
Podrida la balsa mataronesa, como el resto del oasis del mundo anti-cardenal-Carles, en 1997 el propio arzobispo decidió regenerar un poco los aires en Santa Maria removiendo a Colomer pues su salud estaba seriamente quebrantada por aquel entonces. Para evitarlo, Colomer dio su aprobación a una campaña de firmas contra la decisión del arzobispo, la cual engañó a más de un mal informado. Los organizadores de la campaña (la guardia pretoriana de Colomer) supieron presentarla a los fieles como una defensa de la parroquia contra un despótico Carles; y a Carles, la campaña se le presentó como el sentir unánime de una parroquia. La campaña de acoso y derribo de la Unió Sacerdotal de Barcelona contra el cardenal Carles empezaba a calentar motores.
En poco tiempo el arzobispo visitó dos veces Santa Maria para intentar desactivar la bomba que, incauto, le estaban preparando: en febrero con motivo del funeral del anciano párroco emérito Pou y el 31 de agosto en la toma de posesión del sustituto de Colomer, Joan Barat (Olvan 1933), reclutado por el obispo Carrera. Los acólitos de Colomer habían conseguido poner la feligresía contra el arzobispo y Carrera colar a uno de sus amigos, un ultra-nacionalista que de no ser por su amistad e ideología compartida se hubiera jubilado en la modesta parroquia de Alella. Carrera refugiaría en Alella a Guillem Brossa i Tort, de la Casa de Santiago aquel mismo 1997 y a Jordi Cusó, también de la casa de Santiago, nombrándolo en 1999 párroco de la otra parroquia de centro de Mataró, Sant Josep. La Casa de Santiago, a la cual se le acababa de clausurar su seminario paralelo en Badalona por escándalo, ofrecía ahora a la vieja guardia nacionalista lo que el marxismo, agotado, había proporcionado años atrás. La charca podrida y endogámica se hacia cada vez más pequeña. Patético destino de una iglesia nacional (del signo que sea).
Todo, todo, todo menos abrir la cabeza al mundo y a la renovación católica que lideraba en aquellos años Juan Pablo II. Continuaba para Mataró la mentalidad anaeróbica del idiota (etimológicamente, persona que solo conoce su lengua materna).
Marcelo Investigator