Siempre habrá sacerdotes. “Os daré pastores según mi corazón” (Jer 3,15) Esta promesa de Dios se cumple con plenitud en Jesucristo: “Yo soy el Buen Pastor”. Él encomienda a los apóstoles y a sus sucesores el ministerio de apacentar la grey de Dios.
De todas manera, sabemos por la fe que la promesa del Señor no puede fallar: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20) Nunca faltarán en la Iglesia sacerdotes, y no unos sacerdotes cualquiera, sino unos pastores según el Corazón de Cristo, Buen Pastor.
Cataluña necesita vocaciones sacerdotales. La escasa presencia y disponibilidad de sacerdotes crea graves problemas. La Iglesia no puede dejar jamás de rogar al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Esta escasez de sacerdotes puede cesar inmediatamente en poco tiempo –como demuestra la experiencia actual de tantos Seminarios florecientes en el mundo- por una parte, fomentando ardientemente el deseo de que haya vocaciones sacerdotales, y solicitando la oración de todo el Pueblo de Dios, especialmente de los sacerdotes; de los enfermos y ancianos; niños y jóvenes,…familias enteras, clamando sin cesar: ¡Danos vocaciones! ¡Danos sacerdotes santos! ¡Oh Jesús, danos pastores según tu Corazón! y por otra parte, enviando a los jóvenes vocacionados a Seminarios con profesores con recta doctrina, con superiores que sean auténticos apoyos y guías en el proceso de maduración de la propia vocación, con directores espirituales y confesores que ayuden a discernir a los chicos en medio de las brumas y las tormentas que tan a menudo se presentan en su camino vocacional, con una vivencia profunda de la Liturgia de la Iglesia, de su grandeza y belleza, de su indispensable ayuda para ahondar en el Misterio de Cristo. Necesitan las vocaciones auténticos maestros de la vida espiritual que los va a sostener durante todo su sacerdocio en medio del mundo sin llegar a ser del mundo. Y finalmente, necesitan sacerdotes ejemplares a los que admirar y emular, y ello especialmente en aquellos que están al frente de la dirección de los Seminarios: los rectores. A todos estos elementos indispensables debe añadirse una presencia continua y cercana del Obispo diocesano, que constante y habitualmente pueda intimar con ellos de manera personal (se recomendaría que esto tuviese lugar semanalmente), en un tu a tu imprescindible para conocerles y ayudarles, para asistirles y discernir en ellos los trazos más sobresalientes de su personalidad y carácter. Y todo esto, durante el largo proceso de formación que les debe llevar a la ordenación sacerdotal y a los primeros pasos en su sacerdocio.
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