Capítulo 33: El Agnus Dei y el Ósculo de la Paz
El Agnus Dei
Conocida es la noticia del “Liber Pontificalis” según la cual fue el Papa Sergio I (687-701), natural de Siria, quien introdujo en Roma el canto del “Agnus Dei”. En efecto, todas las razones, internas y externas, prueban que los clérigos, huídos de Síria a causa de la invasión árabe, trajeron a Roma este canto.
El origen oriental del canto se hace patente en su primera palabra: “Cordero”. Esta expresión, que corresponde a nuestra palabra latina “hostia”: víctima, es el nombre con que designa en la liturgia bizantina la forma destinada a la comunión del celebrante. Califica nuestra ofrenda como víctima, cuyo estado de inmolación se expresa por la fracción, mejor dicho por estar fraccionada. Al contrario de la alegoría occidental que ve a Cristo padecer en todo el desarrollo de la misa, la concepción oriental concentra el recuerdo de la pasión sobre la ceremonia de la fracción. Con ella aplica y hace revivir en la misa la idea expresada en al Apocalipsis, del cordero que está como inmolado en medio del trono.(Apoc. 5,6)
En la liturgia siria se encuentra en el siglo VI esta invocación combinada con el “que quitas los pecados del mundo”, y aplicada a la forma. Mucho antes, pero sin relación con la eucaristía, se encuentra el “Agnus Dei” entero, o sea con el “miserere nobis” (ten piedad de nosotros) en el Gloria que, igualmente, es de origen oriental. Tanto allí como en nuestro texto, la palabra Agnus –expresión sagrada- la consideran indeclinable.
En este forma, o sea con el miserere nobis, que lo aproxima al Kyrie eleison, el Agnus Dei penetró en la liturgia romana precisamente cuando el culto estacional estaba en su apogeo y en él las comuniones numerosas de los fieles. Vino a sustituir al canto de un salmo que se solía cantar para llenar la pausa de la fracción.
Cuando más tarde, en el Imperio de los francos, la fracción se redujo al mínimo, y al mismo tiempo el ósculo de la paz se alargaba más que antes, el Agnus Dei se utilizó como canto para el ósculo de la paz. La noticia nos llega del siglo IX. Un poco más tarde se dice sencillamente que el Agnus Dei acompaña la comunión.
En el siglo X, y con más frecuencia en el XI, el miserere nobis se encuentra sustituido por el “dona nobis pacem”. Las continuas alteraciones de la paz en aquel periodo motivaron el que en vez del tercer “miserere nobis” se pusiera definitivamente el “dona nobis pacem”.
Una vez admitida esta modificación, pronto siguieron otras. En las misas de difuntos se sustituyó, la tres veces, el miserere nobis por el “dona nobis réquiem” (danos la paz), añadiéndose la tercera vez la palabra “sempiternam”
El Agnus Dei se repetía cuantas veces hiciera falta como canto que era para llenar ciertas pausas.
Más tarde, al perder este carácter, las repeticiones se limitaron a tres. Los primeros testimonios de este modo de cantarlo son del siglo IX.
A veces encontramos intercaladas, entre una y otra repetición del Agnus, otras oraciones impetratorias.
Como canto de la fracción, y también luego como canto que acompaña el ósculo de la paz e incluso la comunión, el Agnus Dei se cantaba antes de la comunión, y como la época en que se introdujo en Roma, a saber en pleno siglo de oro del culto estacional, a pesar de que su carácter era el de una plegaria en forma de letanía, lo cantaba la schola, tal vez interviniendo en el canto el clero. Más tarde, entre los francos, lo cantaba sólo el clero, a veces en plena Edad Media, entreverándolo con “tropos”.
Sabemos que ya en el siglo XII lo rezaba también el celebrante en voz baja.
El Ósculo de la Paz
Las primeras veces que encontramos mencionado el ósculo de la paz en el culto cristiano se nos presenta como ceremonia con la que termina la oración de los fieles. Así San Justino, Orígenes, San Hipólito y Tertuliano. Venía a ser una especie de Amén trasformado en rito. Aún hoy en la liturgia hispánica ocupa este sitio al final de la oración común de los fieles.
Pero cuando más tarde el rito de llevar las ofrendas al altar fue ganando importancia, el ósculo de la paz lo relacionaban con este rito, recordando sin duda la advertencia del Señor, de que el hombre no se acercase a Dios con dones sin haberse reconciliado antes con su hermano. Este parece ser el sentido de la ceremonia en las liturgias orientales. Únicamente las liturgias africana y romana evolucionaron aún más. Tanto que el Papa Inocencio I en su carta a Decencia del año 416 afirma que el beso de la paz, como señal de asentimiento del pueblo a lo que había dicho el celebrante, no debe darse antes de la solemne oración eucarística, sino después de la misma. Según esto, en Roma ya en los siglos V y VI daban el beso de la paz al final del canon. Como se ve, aun domina la idea de que esta ceremonia expresa la conclusión de la oración.
En el norte de África se dio en el siglo v un paso más, al trasladar la ceremonia hasta después del Padrenuestro , que seguía al canon, relacionándolo manifiestamente con la petición del perdón.
Cuando a fines del siglo VI, San Gregorio Magno quiso que se dijese el Padrenuestro como una especie de epílogo sobre las ofrendas consagradas, mientras estas estuviesen todas encima del altar, el ósculo de la paz se trasladó también en la liturgia romana después del Padrenuestro, entrando definitivamente entre las ceremonias de la comunión. La ceremonia en Roma pues se interpretó también el sentido de la Iglesia norteafricana: preparar, con el perdón que el hombre pide y recibe del hermano, el corazón para recibir el cuerpo del Señor. Con esto, el ósculo de la paz vino a ser un rito preparatorio de la comunión. El mismo San Gregorio cuenta que un grupo de monjes, amenazados por el naufragio, tomaron la comunión después de haberse dado mutuamente la paz. (Dial. III,36 PL 77, 304)
Como acto de rubricar el pueblo las oraciones del celebrante y también como expresión del mutuo perdón, el ósculo de la paz era ceremonia exclusiva de los fieles: el celebrante sólo intervenía para invitarles a que se diesen el beso de la paz. Y se limitaban a cambiar el saludo con el que estaba más próximo, siendo una ceremonia muy breve, pues era un solo ósculo.
Más tarde se dice ya claramente que el beso de la paz lo inicia el celebrante, tomando la paz de un beso al altar, al evangeliario o a la mismísima forma y trasmitiéndola de un modo jerárquico. Esta “comunión” que venía de Cristo y se trasmitía de unos a otros (aunque sólo los hombres) llegó a considerarse sustitutiva de la comunión sacramental con las especies eucarísticas.
Poco a poco, lo que fue un verdadero beso, se fue estilizando más y más y limitándose al clero y al coro. Era natural. Ceremonia nacida en la intimidad de las primeras asambleas cristianas, en las que se sentían todos hermanos, tenía que cambiar cuando esta comunidad fue ampliándose, si no se quería prescindir de ella totalmente.
Entre los maronitas cogen la mano del vecino para luego besar la propia. Los coptos se inclina ante el que está al lado y le tocan la mano.; los armenios se contentan con sólo la inclinación. En la liturgia romana el ósculo de la paz ha venido a convertirse en un abrazo que sólo llega a insinuarse con un par de breves roces de mejillas. En la liturgia bizantina el beso de la paz esta también estilizado y limitado al celebrante y diácono.
Desde Inglaterra, y arraigando especialmente en España, se propagó otro modo de dar la paz mediante el llamado portapaz, mencionado por vez primera en 1248. Es una tabla ricamente adornada que besa el celebrante para pasarla a continuación a todas las personas a las autoridades (si asisten) o a los que ocupan los primeros puestos en cada hilera de fieles de la nave de la iglesia.
En uso en las misas solemnes y cantadas hasta el Novus Ordo de 1969, no hay parroquia de construcción anterior a esta fecha que no conserve algún hermoso portapaz en material noble (bronce, plata, marfil, ébano…) que los acólitos pasaban a los fieles para trasmitirles la paz desde el altar.
La reforma de Pablo VI reintrodujo el signo de la paz para todos los fieles, y aunque la voluntad era intercambiarse el saludo de paz, con un beso o una estrechada de manos al más próximo, y de forma breve, la realidad es que ese momento se ha convertido en un momento de gran alboroto y movimiento. En primer lugar porque muchos celebrantes, de manera impropia y no deseada, descienden del altar y se dirigen a la nave para abrazar y besar al mayor número posible de fieles. Por consiguiente e imitándoles, los fieles se trasladan por toda la iglesia haciendo lo mismo. ¿El resultado? Un trastorno tal que hasta el Papa Benedicto XVI, consciente de que desaparece el silencio y el recogimiento auspiciados antes de la comunión, y no queriendo prescindir del gesto, tiene en mente trasladarlo a antes del ofertorio. ¡Quizá no fue una idea tan genial su reintroducción para todos los fieles con ese espíritu!
La oración por la paz que precede a la ceremonia en el Misal Romano del 62 es una típica apología.
Domine Jesu Christe, qui dixisti Apostolis tuis: pacem relinquo vobis, pacem meam do vobis: ne respicias peccata mea, sed fidem Ecclesiae tuae; eamque secundum voluntatem tuam pacificare et coadunare digneris. Qui vivis et regnas Deus, per omnia saecula saeculorum. Amen.
Apología que, ahora reconvertida en oración comunitaria (peccata nostra por peccata mea), también precede al signo de la paz en las tres ediciones típicas del Misal de Pablo VI:
Señor Jesucristo, que dijiste a tus apóstoles:
«La paz os dejo, mi paz os doy».
No tengas en cuenta nuestros pecados,
sino la fe de tu Iglesia,
y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Esta apología nació en el siglo XI en sustitución de otra nacida en el siglo IX con el siguiente texto: “Recibid el vínculo de la paz y caridad, para que seáis dignos de los sacrosantos misterios”. A lo que todos debían decir juntos: “La paz de Cristo y de su Iglesia abunde en nuestros corazones”
La actual oración, en cambio, considera la paz como una gracia que nos viene de Cristo y ruega a Dios nos conceda paz y unión fraterna para la Iglesia toda.
Dom Gregori Maria