Anécdotas de verano (I): Los favores entre sacerdotes

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En estas fechas veraniegas muchos sacerdotes se van de vacaciones y eso significa que otros sacerdotes tienen que suplirlos y celebrar las misas en sus parroquias. Pues bien yo soy uno de esos sacerdotes a los que les toca hacer alguna que otra “suplencia” en verano y eso me permite entrar en contacto con otras realidades parroquiales algunas bien curiosas.

Me llama la atención en primer lugar que algunos sacerdotes que durante el curso no me hablan y ni siquiera me dirigen la palabra se pongan en contacto conmigo con una grandísima amabilidad como si fuéramos amigos de toda la vida, cuando veo eso actitud ya me huelo lo que viene a continuación y es que necesitan algún favor para el verano, y efectivamente después de unas cuantas buenas palabras llega el “podrías hacerme esta misa tal día…” (debe tenerse en cuenta que el clero progresista siempre habla de “hacer misas” y no de “celebrar la misa”).

En segundo lugar me sorprende que algunos sacerdotes se den unos viajes tan lujosos o a países tan lejanos, cuando el sueldo del sacerdote no da para mucho, pero cada uno sabrá como administra sus finanzas, lo que es curioso es que algunos de estos curas luego se las dan de progresistas y de defender a los pobres y a los marginados. Pues ciertamente muchos de esos miembros de las clases más débiles no pueden permitirse según que viajes en verano.

Pero vayamos al grano. Una vez aceptada la “suplencia” llega el gran día, me dirijo a la parroquia en la que debo celebrar la Santa Misa y empiezan las reacciones “divertidas” de la gente.

Sólo entrar en la iglesia una señora me mira de arriba abajo y me suelta:

-“Anda, un cura de verdad”.

A lo que yo contesto:

-“¿Es que el cura que tienen no es de verdad?”.

Y la señora en cuestión responde:

-“Si, claro, pero como nuestro párroco por estas fechas va con pantalón corto por la iglesia, pues claro al verlo tan vestido de sacerdote pues me ha llamado la atención”.

Una vez ya me dirijo a la sacristía me asalta otra señora diciéndome:

-“Padre, podría confesarme es que hace muchos meses que no me confieso”.

A lo que yo le respondo:

-“¿Es que su párroco no se pone al confesonario?

Y ella me dice:

-“¡Nunca!, sólo hace esas celebraciones por adviento y cuaresma, pero en las que uno ni se confiesa ni nada”.

Accedo a confesarla, después de retirar el abundante polvo que había en el confesonario, mientras confieso, otros feligreses pasan por delante y se quedan como extrañados, como si hubieran visto un OVNI o algo por el estilo. Da la sensación de que algunos descubrieron ese día que en la parroquia había un CONFESONARIO y que además podía hacerse servir.

Finalmente entro en la sacristía, y veo los ornamentos preparados para la celebración, pero no veo la casulla por ninguna parte, le pregunto a un señor que se movía por allí, probablemente el sacristán y me dice:

-Aquí nunca se ponen casulla, pero si usted quiere mirar por los armarios.

Como Indiana Jones me adentro por los armarios de la sacristía hasta que consigo rescatar una casulla que debería hacer décadas que no se hacía servir, pero finalmente consigo mi objetivo.

La historia sigue, pero será en el siguiente capítulo.