Confieso que Mario Vargas Llosa es uno de mis escritores predilectos, ya sea con sus primigenias obras La ciudad y los perros o Conversación en la Catedral como en su contemporánea La fiesta del Chivo. Recuerdo que alguien calificó su creación, con notable acierto, como literatura en carne viva. El premio Nobel que se le ha concedido este año ha sido un acto de verdadera justicia al más grande de los escritores vivos en lengua española. Por ello, me ha llenado de satisfacción el artículo publicado este domingo en El País titulado La fiesta y la cruzada , dedicado a la Jornada Mundial de la Juventud que acaba de celebrarse en Madrid. De Vargas Llosa no admiro solo su escritura sino su postura ética (con desprecio la tildan de neoliberal): su oposición férrea a toda tiranía y a sus correlatos: fanatismo, caudillaje o el mismo nacionalismo, que según él es la peor construcción del hombre. Prevengo a algunas almas cándidas que el escritor peruano, además, se confiesa agnóstico, pero a ver que católico, con su nivel literario, ha podido diseccionar el evento de la última JMJ con estos dos párrafos:
" Es difícil imaginar dos personalidades más distintas que las de los dos últimos Papas. El anterior era un líder carismático, un agitador de multitudes, un extraordinario orador, un pontífice en el que la emoción, la pasión, los sentimientos prevalecían sobre la pura razón. El actual es un hombre de ideas, un intelectual, alguien cuyo entorno natural son la biblioteca, el aula universitaria, el salón de conferencias. Su timidez ante las muchedumbres aflora de modo invencible en esa manera casi avergonzada y como disculpándose que tiene de dirigirse a las masas. Pero esa fragilidad es engañosa pues se trata probablemente del Papa más culto e inteligente que haya tenido la Iglesia en mucho tiempo, uno de los raros pontífices cuyas encíclicas o libros un agnóstico como yo puede leer sin bostezar (su breve autobiografía es hechicera y sus dos volúmenes sobre Jesús más que sugerentes)."
"El sueño de los católicos progresistas de hacer de la Iglesia una institución democrática es eso, nada más: un sueño. Ninguna iglesia podría serlo sin renunciar a sí misma y desaparecer. En todo caso, prescindiendo del contexto teológico, atendiendo únicamente a su dimensión social y política, la verdad es que, aunque pierda fieles y se encoja, el catolicismo está hoy día más unido, activo y beligerante que en los años en que parecía a punto de desgarrarse y dividirse por las luchas ideológicas internas."
Son solo dos párrafos, pero si se lee detenidamente el artículo se comprobará, a través de la excelente prosa del último Nobel, que se destaca la tremenda incoherencia de apostar por el fin del catolicismo (sobre todo del catolicismo más tradicional) cuando el mismo acaba de convocar en Madrid (¡en pleno Agosto!) a un millón y medio de jóvenes.
Cuando resaltaba lo sintomático del artículo del autor arequipeño era porque el tremendo éxito de la JMJ madrileña ha conseguido la admiración de numerosas personas alejadas de la fe, cuando no abiertamente agnósticas. Han sido muchos los que se han mostrado conmovidos ante el maravilloso espectáculo de una juventud creyente, limpia y culta que abarrotó la capital de España en plena canícula. Que se ha sentido impresionada ante el silencio sepulcral de esos jóvenes en la adoración eucarística del aeródromo de Cuatro Vientos. Que se ha rendido ante el poder e influencia de este papa anciano, inteligente y tímido, al que un millón y medio de jóvenes vitorean con entusiasmo. Ha sido uno de los verdaderos milagros de esta JMJ. Dejemos aparte las ridículas y patéticas manifestaciones agresivas de los llamados "indignados"; nada jóvenes, poco cultos y escasamente limpios. Han sido numerosísimos los no creyentes que han sucumbido ante el tremendo ejemplo de la juventud cristiana y de un papa genuflexo ante el Santísimo, revestido de una gótica capa pluvial. Hemos soportado durante años la cansina canción de que la Iglesia debía modernizarse para atraer a las masas y resulta que su verdadera vis atractiva se produce cuando muestra su rostro más tradicional.
También en el reducido espacio catalán (especialmente en su vertiente nacional-progresista eclesial) se han tenido que rendir a la evidencia. Quien ha visto y quien ve a Llisterri o incluso a Francesc Romeu hablando bien de estos actos de los que antes se mofaban. Será una de las pocos legados positivos que nos deje el cardenal Martínez Sistach: el abandono de las críticas progresistas hacia el Vaticano. Luego está el orate dominical de La Vanguardia que va a su bola y nos habla de toros y de Mourinho, pero está claro que en él no cabe milagro alguno.
Curiosamente donde mayores recelos he hallado ante la JMJ ha sido en los propios sacerdotes. Mayoritariamente se quejan de no ver a esta multitud de jóvenes en sus parroquias. No digo que no sea cierto, pero probablemente la culpa se halle en la indolencia de los mismos curas. Un millón y medio de jóvenes se han desplazado, en pleno agosto, a la llamada de la fe. Muchos de ellos, desde lejanos países, han sido acogidos en diócesis muchos días antes, en parroquias y colegios habilitados. Con un afán de oración y de ortodoxia impensables. ¿No se les puede mover para atraerlos cada domingo a misa? ¿No será que a muchos sacerdotes les incomoda que su núcleo parroquial se vea modificado de la noche a la mañana? ¿No será que perderán su carácter activista, por una religiosidad más centrada en la piedad y la oración? ¿No puede ser que teman que esa juventud dinámica les quite su minúscula parcela de poder, su consejo parroquial domesticado? ¿No les es más fácil seguir mandando con las cuatro abuelas de siempre? La juventud está allí. Solo hace falta salir a buscarla. El papa Benedicto XVI lo ha entendido perfectamente. Muchos agnósticos se han sacado el sombrero. ¿Por qué siguen siendo reticentes algunos de los nuestros?
Oriolt