La Misa Romana: Historia del Rito. Capítulo 15: El Sanctus
Primeras noticias
La anáfora de San Hipólito es la única plegaria eucarística en que falta el Sanctus. Por una cita de San Clemente, que alude evidentemente al texto litúrgico del Sanctus tal como se encuentra en las liturgia orientales (combinación de los dos pasajes de Isaías y Daniel) deducimos que ya se usaba a fines del siglo I, señal manifiesta de que lo cantaba también la Iglesia primitiva. En efecto, armoniza maravillosamente con la idea de acción de gracias, toda vez que la razón última y definitiva de nuestras alabanzas será siempre la santidad infinita de Dios, uno y trino.
El texto litúrgico del Sanctus en lengua latina deja sin traducir la palabra “Sabaot” (multitudes, ejércitos) que no se refiere únicamente a los coros celestiales, sino a todos los seres creados por Dios. En todos ellos brilla y resplandece la gloria de Dios, que llena la tierra. En lugar de “gloria sua” del texto escriturístico se dice en el texto litúrgico “gloria tua”. El centro de la glorificación está, sin duda, en los cielos; por eso se le añaden las palabras “caeli et” ausentes en el texto bíblico, que se refería sólo al culto del templo. Con esta adición se hace resaltar la aspiración universalista de la naciente religión cristiana. No sólo el templo, sino toda la tierra y el cielo están llenos de la majestad de Dios. Así queda además mejor justificado el porqué se atribuye este canto a los coros celestes. Otra prueba de lo arraigada que estaba en la antigua Iglesia la idea de que la liturgia de los cielos tiene que ser el modelo de la nuestra, la de la tierra. En la anáfora egipcia de San Marcos se desarrolla con toda pompa la magnificencia de esta liturgia celeste.