La misa romana. Capítulo 20: El “Quam Oblationem”
Nos encontramos de nuevo en la sección más antigua del canon. Realmente así lo podemos suponer teniendo en cuenta que gramaticalmente forma una sola pieza con las palabras de la consagración. Es el último esfuerzo humano para llegar a las entrañas del misterio. Como tiene forma de petición, uno se puede preguntar qué es lo que pide exactamente.
Según el texto actual, que es el mismo que en tiempos de San Gregorio Magno, pedimos a Dios que se digne hacer que esta ofrenda sea en todo bendecida, admitida, aprobada, sobrenatural y grata, para que quede convertida en el cuerpo y la sangre de Cristo.
Por de pronto, no conviene fijarse en cada uno de los atributos por separado, sino más bien en la relación que existe entre ellos como conjunto, y en el acto de consagración. Es decir, si lo que pedimos, es la perfección previa de los dones que exige la consagración o si pedimos sencillamente la misma consagración. En este segundo caso los atributos describirían ya la materia sacrificial como consagrada. El problema estriba pues, en si hemos de considerar en estos cinco atributos, la última preparación para la consagración o no. Es el problema básico de esta oración. El otro, el secundario, es el sentido exacto de cada uno de los atributos.
De atenernos puntualmente al texto actual, hemos de afirmar que pedimos la última preparación inmediata a la consagración. Pero contra esta interpretación tenemos un texto antiguo, cita del canon romano, que es conservado por San Ambrosio y además la circunstancia de que en tal caso faltaría en la liturgia romana una oración correspondiente a la que tienen los orientales y que se llama “epíclesis” a saber: la petición directa de que Dios intervenga en la realización del misterio de la consagración.