El pasado día 20 de mayo se celebraba el primer centenario de la canonización de mi santo patrón: San José Oriol. Un santo eminentemente barcelonés. En la parroquia que tiene dedicada en la ciudad de Barcelona, se anunciaba la conmemoración de la efemérides, mediante el anuncio de una misa solemne. Llegué con antelación al templo y mi primera sorpresa recayó en el poco movimiento que se observaba. Temí haberme equivocado de día, pero no, era 20 de mayo y, por tanto, la fecha señalada. Sin embargo, el altar mayor no aparecía engalanado, ni se había encendido su iluminación. Al poco tiempo, me percaté que la misa “solemne, tal como se anunciaba, se iba a celebrar en el altar del Santísimo, situado en el extremo norte de la iglesia. Para quienes no conozcan el templo (que goza del título de basílica menor) deben saber que el precioso altar mayor, se halla cubierto por un baldaquino y que, detrás de él, en la girola que rodea el ábside, se halla un pequeño altar, donde se halla permanentemente expuesto el Santísimo, con cinco bancos destinados a la oración. Allí se celebró la “solemne conmemoración”. Cinco bancos que, claro está, se hallaban llenos, pero que –me entretuve a contarlos- no albergaban ni a sesenta personas. Como sea que el altar se halla pegado a la pared y no se iba a cometer la tremenda fechoría de celebrar la misa por el rito extraordinario, se habilitó como altar una pequeña mesita, en la que se suele colocar la hoja dominical y la información parroquial. No cabe decir que el párroco Mossèn Josep Boix Puig (que presidía junto a otros tres co-celebrantes) no se revistió de casulla y ni tan siquiera se dignó a hacer una genuflexión al presentarse delante del sagrario.
Pero a estas ridículas transgresiones litúrgicas ya estamos acostumbrados. No fueron lo que más pena me dio, sino el nulo poder de convocatoria de esta parroquia en la celebración de una conmemoración tan importante. 60 personas, sin tan siquiera poder celebrarla en la nave principal del templo, ante el temor de que aquello pareciera un auténtico desierto. Porque la parroquia de Sant Josep Oriol no es una parroquia cualquiera. Aparte de su monumentalidad (único templo del Eixample barcelonés de planta basilical romana) siempre ha sido la iglesia mayor de uno de los barrios más típicos de Barcelona y tiene el honor de llevar el nombre de uno de los arciprestazgos de mayor dimensión. Pero a la par de ello, su rector, Mossèn Josep Boix Puig, que regenta la parroquia desde el año 1977, ha sido uno de los más típicos adalides de la progresía clerical barcelonesa. Vicario episcopal con el Cardenal Jubany y conspicuo detractor del Cardenal Carles. Tan opositor fue del anterior arzobispo, que hasta uno de los grupúsculos que le hicieron la vida imposible se llamaba Fórum Oriol, por haber nacido en aquella parroquia. Además, cuentan con el “privilegio” de poseer un equipo pastoral de tres laicos, designados por el Arzobispo, como colaboradores del rector. Es una de las pocas parroquias que ha llevado a cabo el invento de los equipos de pastoral, que no gozan, precisamente, de un éxito muy relevante. Tampoco es que sus miembros posean mucho predicamento, pues ni han sido escogidos, ni designados, para su presencia en el Consejo Pastoral diocesano.
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