No es Tarragona una zona lluviosa, ni mucho menos cae el líquido elemento de forma fina y continuada. Al contrario, las lluvias suelen surgir de forma torrencial, en especial en estas fechas septembrinas, en el que raro es el día en que los truenos y relámpagos no amenazan las vendimias, aunque la mayor parte de las veces solo llega a caer aquello que en sus comarcas se conoce como “tupullot”. Mucho ruido y pocas nueces.
En los cinco años que lleva Monseñor Pujol Balcells como arzobispo de la diócesis, no ha habido ni un rayo, ni un trueno, ni siquiera un “tupullot”. Al revés, su actuación se puede comparar mejor con un chirimiri norteño que con las torrenteras propias de estos parajes.
La designación de Monseñor Pujol Balcells cayó en Tarragona como un jarro de agua fría. Un sacerdote del Opus Dei, que había pasado toda su vida sacerdotal entre Roma y Pamplona, que era preconizado arzobispo, sin haber sido obispo de una diócesis menor, que no tenía ascendente alguno entre el clero catalán, ni tan siquiera con los miembros de la Prelatura en Cataluña. Su único nexo de unión era un hermano sacerdote en la diócesis de Urgel, miembro de la curia episcopal tanto en tiempos del obispo Martí Alanís como del obispo Vives.
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