Ese personaje, con cuernos y rabo, que quiere encarnar la quinta esencia de la catolicidad catalana, ha iniciado la campaña para mover ficha en el tablero de ajedrez de los nombramientos episcopales en Cataluña, tras la jubilación de nuestro n.s.b.a. Cardenal Sistach. Él apuesta por hombres cultos, sin fisuras raciales ni ideológicas en su catalanidad y dotados de aquel porte elegante que él mismo cree tener. La rabia manentina no tiene límites si, además, supone hasta llegar a dar por hecho, que se le puede escapar el control ideológico de los futuros pastores de su “Iglesia Catalana”. Para evitarlo, Manent vuelve a engrasar las baterías y los antiaéreos.
En estos menesteres Manent es ducho en la materia. A Max (Maximiliano, en realidad) Cahner i García, Consejero de Cultura en la Generalitat pujolista y del que Manent era uno de sus directores generales, le amargó la existencia con los más impensables chismes y, cuando eso no funcionó, con una lluvia de anónimos que el mismo Manent fabricaba casi cotidianamente. No cesó hasta que con todas sus intrigas y con los periódicos informes a Pujol, consiguió deshacerse del consejero. Pero, mal calculó la jugada la corta inteligencia (seguramente sólo herencia materna) del degenerativo hijo del poeta Marià Manent. Pujol no le designó a él como consejero substituto de Max Cahner, sino a su hombre de confianza Joan Guitart.
Leer más... »