Germinans, año cuarto: lo que nosotros somos
Siempre he experimentado un desesperado amor por la palabra escrita. La historia de Germinans, a las puertas de este cuarto año de aventura, es preciso que la relate yo, a mi manera, como mejor sepa, y con el tono que me es propio.
Esta historia puedo decir que la hemos vivido día a día, como las estaciones de un calvario modesto y personal, como las etapas de un duro viaje en el cual las piedras han desollado a los peregrinos –un viaje que no ha terminado- un rudo viaje en verdad, pero un viaje en el cual los ojos de los caminantes no se han apartado de la estrella, y la estrella nunca ha abandonado a los viajeros.
Y en ese viaje “cada uno da lo que puede”, como dice el adagio popular. Porque existen cien maneras de trabajar por el bien de la Iglesia, cuando uno permanece esencialmente ligado a ella, y a falta de ser “un alma iluminada”, es un alma de buena fe. Es en virtud de estas humildes razones por lo que, por nuestra parte, siempre hemos querido corresponder con nuestros obispos, confiarnos a ellos, explicarles las profundas miserias y los dolores de los cuales nos hacemos eco, en particular de tantos sacerdotes y laicos que sufren – a quienes se les ha pretendido cerrar la boca- y que no tienen más voces que las nuestras para expresarse.