La reforma de la Iglesia en Cataluña aún está pendiente porque cada vez que se ha intentado reformarla se ha opuesto a ella el nacionalismo convergente “de misa” haciendo pinza, desde los últimos años, con el progresismo eclesial de la zona alta de Barcelona. Cada vez que se ha intentado algún avance, ha sido frenado por este pacto antinatura, esta pinza que tan bien simbolizan los Acuerdos de la Granja de la Calle Madrazo .
Al no poder reformarse, la Iglesia en Cataluña se hay ido emponzoñando en una espiral de autodestrucción. La sociedad catalana le ha vuelto la espalda, especialmente los jóvenes. El sacerdocio se ha ido envileciendo…
La esposa
Dicha reforma pasaba y pasa por dar instrumentos a los reformadores, y ello quiérase o no, pasa por darles “poder” eclesial y pastoral. Llevar al frente de las casas de religiosos, de las provincias eclesiásticas de los regulares, de los obispados, de las parroquias de referencia a los más santos, a los menos trepas. A los reformadores. Pero ello no ha sido posible porque una zancadilla, la alianza entre el nacionalismo convergente “de misa” con el progresismo eclesial catalán, lo ha imposibilitado. Los eclesiásticos no reformistas, los rutinarios, para los que su consagración es ya un puro formalismo para permanecer en una institución que les da de comer y les concede vanagloria personal delante de los fieles, consiguen de dicha alianza nacional-progresista la fuerza para aguantar la presión a los reformistas y barrarles el paso. El primer intento serio de iniciar la reforma fue la llegada el 1990 a Barcelona de Don Ricard Maria Carles. Se le amargó la existencia. Fue entonces cuando la Convergencia “de misa” pidió ayuda al progresismo “de misa” que simboliza la Bofill (Roser Bofill i Portabella, PSC-Ciutadans pel Canvi) para tener mas fuerza para abortar lo que Carles pretendía, hasta el punto de lograr que fuera nombrado un sucesor que no profundizara lo que el valenciano había iniciado. Mucho hubo que tragar Don Ricard Maria.
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