Verdaderamente Cristo ha resucitado
Estoy todavía bajo la impresión de la celebración de la Pascua en la parroquia de San Juan Bautista, del Fondo de Santa Coloma: absolutamente increíble. Media hora antes de empezar la misa ya estaba la iglesia abarrotada. A esa hora empezaba el ensayo de los cantos. Los muchísimos que faltaban por llegar se quedaron en el atrio y en la calle. ¿Y qué tenía de especial esa misa para ser una de las más concurridas del año? Pues que era la tradicional misa del Domingo de Resurrección, que es seguida de la bellísima procesión del Encuentro, con banda de música, cohetes, traca y cartuchos de confetis donados y disparados por la comunidad china. La participación de los niños de Primera Comunión con sus catequistas, es quizá lo más singular. Pero lo absolutamente increíble era que en el momento cumbre de la procesión, en el Encuentro, nos juntamos cerca de mil personas.
¿Sólo eso? No, algo aún más importante: la desfilada festiva de las mujeres (¡multitud!) tras la imagen de la Virgen, y la de los hombres tras el Resucitado, estuvo ocurriendo como algo normal y propio del barrio, del día, de la gente. Era evidente que aquella celebración con banda de música, con niños, con confetis, con cohetes, con traca, con suelta de palomas, con el cura presidiendo y saludando gozoso a todo el mundo y con la presencia de la Guardia Urbana para facilitar las cosas, tenía ese aire doméstico en que nadie está fuera de lugar, en que no aparecen por ningún sitio las miradas de desprecio ni de hostilidad a las que tan acostumbrados nos tienen los que han relegado la religión, sobre todo la católica, a los niveles de ciudadanía de segunda o de tercera.
Por fin ha calado en la conciencia de todos, que la gente que lleva con entusiasmo y con orgullo su condición de católica y no teme exhibirla en la calle, esa misma gente es la que más se mueve a la hora de ayudar al que está en apuros. Y que sin el sacrificio personal y económico de esta gente, la cara de la crisis sería mucho más negra y tendría más acusados los rasgos de la desesperación. Y que por descontado no es ésta la clase de gente inclinada a la delincuencia, al desorden, al incivismo, a hacerle la vida difícil al prójimo, a crear inseguridad. Por fin la sociedad empieza a percatarse de que los colectivos religiosos en general, y el católico en particular, contribuyen de forma decisiva a elevar el nivel de calidad humana de la sociedad en que viven.
Al ver tan gran participación de todo el barrio en esa singular procesión, no pude menos que pensar y decir, con los griegos, “Verdaderamente Cristo ha resucitado” en Santa Coloma. Un Cristo que había sido expulsado de la ciudad, de la aceptación de la gente, del catálogo de lo que se lleva, ahí estaba, de nuevo resucitado, aclamado y admirado en el barrio del Fondo. Y me acordé de la crisis. Y entendí claramente cuánto importaba para la resurrección del barrio, tan castigado por la crisis, que Cristo nos precediese a todos, resucitando él primero para darnos ánimos y ejemplo.
Necesitamos resucitar, empieza a ser urgente: llevamos demasiado tiempo postrados en la desesperanza. Es que la crisis nos está empujando muy abajo. Está resultando ser un peligrosísimo plano inclinado. Cada vez es más evidente que el horrible motor de la crisis económica es la crisis de fe: en primer lugar, de la fe básica, la que nos permite creer en nosotros mismos. Y no se construye ésta sobre la nada ni se levanta en dos días sobre las ruinas de la fe de toda la vida. Ahora nos hemos dado de bruces con nuestra mentira: vivíamos en una flagrante mentira económica, fruto de muchas otras mentiras: a todos los niveles. Hasta nosotros éramos mentira y por fin tenemos ante el espejo nuestra lamentable verdad. Teníamos puesta nuestra fe en mentiras; y a la hora de la verdad nos hemos venido abajo.
Lo peor de todo es que todavía seguimos aferrándonos a nuestra mentira. Y seguimos alimentándola con esfuerzos inútiles. Igual que salimos semana sí y semana también al mercado financiero a apalancar nuestra ruina cada vez con más deuda y por tanto con más ruina, así también estamos apalancando cada vez con más mentira la mentira en que estamos viviendo. Nos urge salir del hoyo, es apremiante empezar ya a levantarnos antes de que nos pudramos en nuestra miseria.
Y lo mejor es que, gracias a Dios, estamos en un camino de resurrección de los valores sobre los que muchas generaciones construyeron sociedades más sanas que la actual. Es un camino lento, pero sostenido. La crisis económica nos ha hecho ver meridianamente que los antivalores en que hemos estado viviendo, nos llevaban a la corrupción personal e institucional. Es que Dios es el cielo del hombre, y resulta que nunca éste ha andado más seguro sobre la tierra, que cuando ha mirado al cielo. Verdaderamente, ¡Cristo nos ha resucitado!
Jaume Castellón