Del Bosque, Guardiola, Taltavull
El fútbol nos ha acostumbrado a los sustos, las ansiedades, las grandes aspiraciones y expectativas, los altibajos. A pasar del infierno a la gloria, y de ahí al limbo. Hemos visto una buena colección de insignificantes desconocidos, que han subido al estrellato de la noche a la mañana.
El primer caso es Vicente Del Bosque, al que le dieron tiempo de peinar canas como auxiliar técnico del Real Madrid. Cuando el club se quedó casi de repente sin Toshack, un entrenador de campanillas, hubo que echar mano del eterno auxiliar y comodín para las situaciones de apuro. Una vez más se le colocó ahí para ganar tiempo; pero como tardaba en llegar la gran estrella que andaban buscando para sustituir a Toshack, resulta que tuvo tiempo de enderezar el equipo y conseguir algunos éxitos. Dejó de ser urgente conseguir el nuevo entrenador, y más tiempo que tuvo Del Bosque para demostrar que si no había sobresalido, fue porque jamás se confió en él para tan alta misión, ni se le dio oportunidad. Al final resultó ser un entrenador de primerísima; y tras unas cuantas temporadas de éxitos en el Real Madrid, acabó encomendándosele la Selección Española, a la que llevó nada menos que a ganar el Mundial.
Otro caso análogo, más cercano a nosotros, es el de Guardiola, que estando de entrenador del Barça B, el filial, fue requerido para tapar de urgencia el hueco que dejaba el gran entrenador holandés Frank Rijkaard, que tuvo que salir por piernas. Era también un apaño para ir tirando. Guardiola no tenía currículum como entrenador. Pero además de hacer las cosas bien, tuvo la suerte de cara. Se había acabado el ciclo fatal del Barça. Y este entrenador bisoño resultó ser la gran revelación: lideró lo más brillante de la historia del Barça.
La gran pregunta que nos queda pendiente a los que en el ambiente eclesiástico de Barcelona y Cataluña oteamos el horizonte por ver dónde se forma una nube, por dónde se levanta el polvo del camino y de qué lado vuelan las aves para adivinar qué augurios traen; los que estamos atentos a los signos episcopales, nos hacemos la gran pregunta: ¿no podría ser Taltavull un Del Bosque o un Guardiola mantenido de forma forzada en la sombra? ¿Quién nos dice que no puede darnos la gran sorpresa si se le da la oportunidad?
Podría ocurrir, en efecto, que ante la inseguridad y el desconcierto del momento, la Santa Sede optase por la solución salomónica de echar mano del obispo que ya está en casa, con larga experiencia pero sin poder, conociéndose la diócesis en calidad de peatón y no desde el alto estrado cardenalicio. Ante la duda, parece la solución más obvia: aunque sea por eso de no hacer mudanza en tiempo de tribulación.
Igual que en los ejemplos futbolísticos, podría ser designado para ocupar el lugar de Sistach sólo con carácter provisional, mientras aparece la gran figura que esperamos todos. Y como en esos dos ejemplos, podría ocurrir también que Taltavull resultase una revelación. Sería, en efecto, una lástima que la diócesis perdiese un buen obispo por no haberle dado la oportunidad de demostrar su capacidad.
El caso es que en este momento la opción Taltavull aparece como la menos retorcida, la menos precipitada, la más sosegada. Y sin sobresaltos. A menudo el simple hecho de no plantear grandes expectativas es una clave para facilitar el camino hacia el éxito.
Quiere la ironía de la vida que sea precisamente el obispo Taltavull, que vive en la residencia sacerdotal, el encargado de supervisar las obras del sobreático en el que se alojará el cardenal en cuanto pase a la condición de emérito. La verdad es que no por decisión suya, está preparando la retirada y el retiro de Sistach. ¿Querrá la Providencia que esté preparando también su oportunidad de demostrar lo que vale?
Jaume Castellón