¡Viva la Navidad!
La celebración de la natividad es tan antigua como el nacer. ¿Recuerdan el inicio de la película de Bambi? ¡Qué gran celebración en toda la selva porque ha nacido Bambi! Es que es así como empieza la película de la vida en toda la naturaleza ( Natura en latín es todo lo que ha de nacer, la imparable inclinación a nacer: ésa es la "Natura")
Y toda colectividad sana celebra sus nacimientos con la enorme alegría que aporta la esperanza. El motor de la vida -y de la esperanza- es la propia vida, ¡nunca la muerte! (aviso a navegantes desnortados). ¿Y qué decir del festival preparatorio que se monta la vida para que llegue finalmente la gloria de la Natividad, para culminar finalmente en el Nacimiento? Sólo una sociedad gravemente enferma, quién sabe si desahuciada, puede cegar las fuentes de la vida y luego detestar la Natividad.
Naturalmente que el cristianismo celebra su gran Natividad, la fuente de su mayor esperanza, del mismo modo que cada país, desde que existieron los reyes, celebró el nacimiento del príncipe. Porque todos daban por seguro que el príncipe sería mejor que el rey. Es que vivimos de esperanza. No es lo que dice el refrán, que "de esperanza también se vive"; sino que la vida, desde su mismo inicio, es el gozo de la esperanza.
No fue el cristianismo el inventor de los festejos de la Natividad. Fue la misma naturaleza, y dentro de ésta la humanidad entera, la que fue incapaz de asistir a un acontecimiento tan extraordinario sin celebrarlo por todo lo alto. El nacimiento de una criatura es el acontecimiento más importante en una familia, en un pueblo, en cualquier colectividad.
No nos equivoquemos, el nacimiento de Jesús, el Rey que venían buscando los Magos de Oriente, se produjo en un momento crucial de la humanidad. Se produjo dentro del Imperio romano, que tenía desarrollado el " modus imperandi " más sólidamente cerrado: un régimen esclavista hasta la médula; un régimen que en lenguaje que se pudiera entender hoy traduciríamos como nazi (con el inconveniente de que la traducción se queda muy corta). En el momento del nacimiento de Cristo, dos tercios de la población del imperio eran esclavos y esclavas: la presión y la opresión de la esclavitud eran tremendas, y no quedaba el menor resquicio de esperanza para esa ingente masa de esclavos y esclavas (en la esclavitud el género marca una diferencia abismal).
Y se viene a producir el nacimiento de Cristo precisamente en Israel, un pueblo que por tener una fuerte estructura de pueblo, sentía la opresión romana con mucha mayor dureza (recordemos cómo resolvió Tito el problema de la sublevación de los judíos: no dejando piedra sobre piedra y deportando a toda la población que sobrevivió a la terrible acción militar de las legiones romanas). Así de duras eran la dominación y la esclavitud.
El pueblo judío; un pueblo que se viene trabajando Dios desde Abraham, superando el trascendental trance del sacrificio de Isaac; un pueblo que caído bajo la dominación romana, ensaya cien maneras de liberarse, y pierde en el intento a otros tantos caudillos; que lleva siglos oteando el horizonte esperando el Mesías, Rey y Salvador que le libere de la esclavitud y de la opresión. Es el pueblo que lleva más de 1.000 años empeñado en salirse de la rueda de la dominación y la esclavitud. Es ahí, en ese pueblo sediento de libertad, donde viene Dios a hacerse hombre, donde viene a nacer Dios para liberar al hombre de la esclavitud, haciéndose él mismo esclavo.
Viene a imprimirle un nuevo ritmo y un nuevo estilo a la gran tarea de la liberación de la humanidad. El nuevo sello, el nuevo estilo, la nueva impronta es la generosidad, es el AMOR.
El camino recorrido por los seguidores de Cristo en esa dirección desde los romanos hasta el día de hoy, es inconmensurable. No están hoy los tiempos para echar cohetes, porque estamos sufriendo una grave desviación del camino que nos trazó el Hombre-Dios que vino a nacer en Belén. Pero ahí está la responsabilidad de los que sabemos y vivimos esta verdad: en mostrar que en Cristo hay camino, que en Dios hay salvación.
He ahí por qué hemos de aferrarnos con pasión a la celebración de nuestra Navidad. Pero hemos de decirles al mismo tiempo a los remilgados multiculturales que nos rodean, que ni ofendemos a nadie, ni herimos los sentimientos de nadie ni le imponemos nada a nadie celebrando la Navidad. Porque ni el nacer ni la celebración del Nacimiento lo hemos inventado los cristianos, sino que a esta misma celebración antiquísima y universalísima le hemos dado los cristianos la forma que nos es propia.
Parece que tuvo que ser en tiempos de Constantino, cuando se instituyó la fiesta de la Navidad, es decir las grandes fiestas natalicias, sustituyendo a las que celebraban los romanos, heredadas sin duda de otros pueblos aún más antiguos. El sustrato de la fiesta era el Nacimiento del sol al terminarse con el solsticio de invierno el acortamiento de los días. El sol vuelve a iniciar el ascenso del ciclo anual. Porque el hombre antiguo, intacto aún el cordón umbilical que lo liga a la naturaleza, no sólo ve nacer y morir el sol cada día, sino que lo ve nacer también, tras la lenta muerte otoñal, en el solsticio de invierno, que marca su remontada cielo arriba.
A la salida del sol la llamaban los romanos “orto”, que significa nacimiento (el contrario del orto, es decir el nacimiento truncado, es el ab-orto); y a la puesta del sol, “ocaso”, que significa muerte. Nos suena eso de los países del “sol naciente”: los que están en la dirección en que vemos “nacer” el sol. Efectivamente, para los romanos el sol nacía y moría. Pero el gran día del nacimiento del sol, el día dedicado a celebrar en todo su esplendor la Natividad del Sol, la gloria del nacimiento, el prototipo y la fuente de todo nacimiento en la naturaleza, era el 25 de diciembre en que se celebraba el Dies Natalis Solis Invicti : el día natal del sol invicto.
Y cuando decide por fin la Iglesia cristianizar estas fiestas, dicen los santos padres: ¿ Acaso hay más sol invicto que Nuestro Señor Jesús ? ¿No ha estado la humanidad construyendo esa fiesta natalicia hasta la venida de su auténtico titular? ¿No era lo más justo que el hombre celebrase el mayor de todos los nacimientos, el Nacimiento de Dios en la humanidad?
¿Cómo puede morir la Navidad? ¿Qué sabrán de nacimientos los que se empeñan en borrarla de nuestra cultura? ¿Que galopando a sus anchas la cultura de la muerte, hay que poner sordina en la celebración de los nacimientos? Háganlo noramala los abonados a esa cultura; que los que seguimos el Evangelio de la Vida nos mantendremos en la fidelidad a la celebración de la Natividad del Hijo de Dios. ¡Viva la Navidad!
Natalis