Las noches locas de los Jóvenes de San José
¿Qué juerga trepidante y desmesurada se le puede proponer a un joven para la noche del viernes o del sábado? Algo como para volver a casa con la profunda satisfacción del que ha resultado ganador en cada una de sus apuestas. En fin, la noche loca del triunfador cuya seguridad y autoestima crece con cada una de sus conquistas.
¿Que qué puede hacer uno? Pues puede por ejemplo, por romper moldes y meterse en uno de esos fregados que muy pocos son capaces de sobrellevar, irse de juerga divina con los Jóvenes de San José. Fue la casualidad la que me hizo caer en medio de una de esas juergas. “¿Te quedas?”, me preguntaron un sábado en que caí no sé muy bien cómo, en su guarida-cuartel general: la parroquia de San Francisco de Paula.
Un montón de bolsas de ropa a la entrada: todas con nombre y número, anunciaban de qué iría la juerga. No faltaba mucho para las 10 cuando empieza la reunión preparatoria. Una oración, un canto, una meditación guiada por el páter, jovencísimo; un salmo, otro canto… y los dos momentos más originales, la forma de pasar lista: “ Fulano de tal (y el aludido, se levanta), Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, presente en el Santísimo Sacramento del altar, cuenta contigo .” “Y yo con Él” -era la respuesta de cada uno. Así hasta 20. Una vez todos de pie, se inició el ceremonial preparatorio de la gran juerga.
Una juerga divina, claro está: se trataba de ir al encuentro de Cristo, transfigurado en cada uno de los necesitados a los que íbamos a ayudar. Ayuda material, por supuesto; pero también ayuda al alma, ofreciendo proximidad y amistad, transmitiendo la alegría de verte de nuevo con el Cristo al que diste de comer y de beber cuando tuvo hambre y sed; el Cristo al que le llevaste ropa cuando lo viste pasando frío en la calle.
El segundo momento llamativo de la sesión preparatoria, el ofrecimiento de ese acto de caridad para con los hermanos más necesitados: hermanos de verdad. De nuevo pasando lista y cada uno manifestando sus intenciones. Es en esa sesión preparatoria donde se le da todo el sentido a la actividad de la noche. Me recordó las Laudes y la Misa de las 6 de la mañana en la clínica del Pilar, cada vez que estuve allí para el nacimiento de cada uno de mis hijos. Era allí, en el inicio del día en la capilla, donde entendía el amor con que las monjas trataban a mi mujer; ese amor que lo impregnaba todo. ¡Qué belleza! Es en esas circunstancias donde uno ve a Dios más vivo.
Una vez terminada la sesión preparatoria, todos a la calle, distribuidos en las furgonetas y en los coches. Primer destino, una furgoneta hacia la plaza Cataluña (en ésta me tocó ir), con los coches de acompañamiento y otra hacia la Estación del Norte. También este tramo de la aventura fue interesante: estuve hablando con un chavalín de 15 años que venía de Gerona. ¡Fabuloso!
Llegados a Plaza Cataluña, ahí estaba perfectamente formada una fila de más de 100 personas. Saludos, sonrisas, amistad, amor. Sí señor, esos jóvenes iban al encuentro de Cristo necesitado, y le ofrecían además de ayuda, amistad y amor. El operativo funcionó de maravilla. Dos mesas plegables de 2 por 1 eran la base de operaciones. De primer plato, potaje de garbanzos caliente. Y tiempo para comer tranquilamente. De vuelta a la cola, recogían el segundo plato: tortilla de patatas con guarnición. Dos clases de pan a elegir, sin límite, y una botella de agua de 2 litros para cada uno. Tiempo para comer tranquilamente, y de vuelta a la cola para el postre: yogur, fruta, polvorones. ¿Algo que reseñar en cuanto a la comida? Sí, que habiéndose repartido tantísima comida y a tanta gente, sólo vi dos platos abandonados con restos de comida. Y suciedad, la justa, que luego se recogió entre todos, dejando el lugar como si allí no hubiese pasado nada.
Segundo acto: reparto de ropa. Una nueva cola, ésta más corta, para entregar a cada uno, bien puestecito en una bolsa, lo que había pedido el sábado anterior. Nueva sorpresa: ni una prenda abandonada. La petición más abundante era de sacos de dormir. Se confiaba en llegar con ellos el siguiente sábado. No se podía atender aún, porque no se habían podido juntar los 1.000 euros necesarios para comprarlos todos de una vez y obtener un mayor rendimiento de las aportaciones para este fin. Al tiempo que se repartía, se hacían las nuevas listas, o se recogían las que traían ya hechas, para el siguiente sábado.
Tercer acto: la apoteosis. Sesión de catequesis. Si es un acto de caridad ofrecer bienes materiales a los hermanos necesitados, y si ofrecerles amistad y solicitud fraterna es un acto de caridad aún más exquisita; la coronación de esta doble buena obra es ponerles en contacto con Dios. Que sí, que sí, que es en estas situaciones de necesidad, cuando nos falla el hombre, el momento en que más necesitamos a Dios. Unas 15 personas se quedaron para oír hablar de Dios. Y esta vez (no siempre es así, lo hizo el curita joven del equipo, ¡vestido de sotana, para que se le notase que era cura!, el que predicó con voz potente (estábamos en un lugar muy concurrido y con mucho ruido). Como dice hoy la juventud, estuvo sembrado.
Como hacen una catequesis sistemática, le tocaba hablar del sexto mandamiento. Salió con la batidora, que no acaba de ir del todo bien para cortar el pelo ni para afeitarse, y que del mismo modo el sexo es para lo que es. Que siendo capaces de amor, cómo nos vamos a conformar con el nivel de sexo de los perros. Pues no. Sexo ordenado y abierto a la vida. Predicó con amor, se le escuchó con amor, gustó muchísimo y se le aplaudió.
Viviendo como vivimos en una Iglesia tan acomplejada, es una verdadera heroicidad salir a la calle a hablar de Dios. De todo lo que recibieron los hermanos necesitados, éste fue el regalo más exquisito, y el que necesita más fe, más audacia y más caridad. La inmensa mayoría de los católicos, prefieren dar 10 euros que dar testimonio de su fe. Y si son los católicos que se supone que tendrían que estar en primera línea de fuego y en las trincheras, a ésos es más fácil sacarles 1.000 euros que sacarles a la calle en sotana a predicarles el Evangelio a los pobres.
Por eso me alegré infinito de conocer en vivo y en directo a este grupo de católicos, los Jóvenes de san José, no sólo caritativos (que eso lo hacen muchos, entre ellos, Cáritas), sino además valientes: cristianos que se atreven a proclamar que no les mueve sólo la necesidad del prójimo, sino que su principal motor es el amor de Dios.
Mientras asistía a este tercer acto, me veía ante los protestantes, que sí que se atreven; y me veía ante los políticos, que también: y con mayor audacia aún. ¿Cómo es posible, me preguntaba, que teniendo nosotros el mejor de los mensajes, nos quedemos a la zaga de esos otros que teniendo un mensaje más pobre (me refiero en especial a los políticos) tienen sin embargo muchísima más audacia que los católicos?
A la Iglesia le vienen como agua de mayo movimientos tan valientes como los Jóvenes de San José. Y a la juventud le sientan de maravilla estas locuras.
Cesáreo Marítimo